35| Al final, eres mi único gran amor.


En el Palacio Otomano, las sombras de las columnas caían sobre los mármoles del gran salón, donde Humasah, la imponente sultana, observaba a su alrededor con la calma que solo otorga el poder absoluto. A su lado, Gulfem, una dama de gran influencia en la corte, caminaba a paso lento, con una elegancia serena que ocultaba su verdadero poder. Ambas mujeres se detenían junto a los ventanales, desde donde se podía ver el horizonte de Estambul en la distancia.

—Gulfem, sabes que el tiempo corre —empezó Humasah, su voz tan afilada como sus intenciones—. Necesito tu apoyo en lo que está por venir. Hurrem no cederá su posición sin lucha, y la guerra es inminente. Tus alianzas, tu influencia... todo podría inclinar la balanza a mi favor.

Gulfem, que durante años había mantenido una imagen neutral, bajó ligeramente la mirada, sus pensamientos visiblemente pesados.

—Humasah... sabes que mis decisiones no se toman a la ligera. He visto demasiadas guerras en esta corte, demasiados traidores y alianzas quebradas. ¿Qué me aseguras que mi apoyo no será en vano?

Humasah se acercó más a Gulfem, sus ojos buscando los de su interlocutora con un destello de persuasión.

—Tienes poder, sí, pero también tienes deseos no cumplidos —susurró Humasah—. Todos en este palacio tienen un precio. Tú has sido leal a esta dinastía, pero también has guardado un anhelo muy profundo. Uno que nadie ha podido satisfacer... Hatice.

El nombre hizo que Gulfem apartara la mirada, su rostro tenso por los sentimientos que habían permanecido ocultos por demasiado tiempo.

—Siempre he sido discreta sobre lo que siento por Hatice —dijo Gulfem en un tono más bajo—, pero es cierto... he estado enamorada de ella durante años. Sin embargo, nunca me correspondió. Y peor aún, se casó con Nigar. Esa unión... fue un golpe difícil de soportar.

Humasah sonrió, consciente de que había encontrado la clave que necesitaba.

—Puedo darte lo que deseas —dijo con voz suave, como una serpiente tentadora—. La mano de Hatice. Será tuya, Gulfem, si me ayudas en esta guerra. Haré que su matrimonio con Nigar se disuelva, y ella será libre. Libre para estar contigo.

Gulfem se quedó en silencio, su mente inundada por la promesa que tanto había deseado. La posibilidad de estar con Hatice, después de tantos años de amar en silencio... Esa oferta era más tentadora que cualquier riqueza o poder que Humasah pudiera ofrecer.

Finalmente, Gulfem asintió, su determinación firme.

—Si cumples esa promesa, tendrás todo mi apoyo. Haré que mis contactos, mis influencias, trabajen para ti. Hurrem no sabrá lo que la golpeó.

Humasah sonrió con satisfacción. Su plan estaba funcionando.

—Considera hecho lo de Hatice. Te prometo que será tuya. Ahora, necesito que contactes a tus aliados. La guerra está por comenzar.

Con esa conversación sellada, Humasah se levantó de su asiento y llamó a uno de sus sirvientes.

—Lleva un mensaje a Hatice. Dile que la espero en el palacio cuanto antes —ordenó con firmeza.

El sirviente se inclinó y salió rápidamente a cumplir con la orden.

Gulfem se quedó un momento en el salón, aún procesando lo que acababa de pasar. Por fin, después de años de espera y dolor, su amor por Hatice podría tener un final feliz.

Hatice entró al gran salón del palacio con la cabeza en alto, su porte tan elegante como siempre. Sabía que algo importante se estaba gestando, pues su hermana, Humasah, le había pedido acudir con urgencia. Sin embargo, al entrar y ver a Gulfem, quien la observaba desde una esquina con una mirada expectante, algo en su interior le advirtió que no sería una simple charla de familia.

Humasah se levantó de su asiento y caminó hacia Hatice con una sonrisa calculada. Hatice la conocía demasiado bien como para dejarse engañar por esa amabilidad superficial.

Hermana, gracias por venir —dijo Humasah, extendiendo una mano para tomar la de Hatice.

Hatice aceptó el gesto con cautela. Aunque eran hermanas, su relación había tenido momentos de tensión debido a las ambiciones de Humasah. Hatice, por su parte, siempre había preferido la lealtad a la familia, en especial a Hurrem, con quien compartía un lazo inquebrantable.

¿Qué es tan urgente? —preguntó Hatice con franqueza, mirando brevemente a Gulfem, que parecía ansiosa.

Humasah la guió a un asiento, y una vez que estuvieron ambas acomodadas, fue directa al grano.

Nos encontramos en una encrucijada, Hatice —comenzó Humasah—. Hurrem y yo estamos al borde de una guerra, y no puedo enfrentarla sola. Necesito aliados poderosos, y tú, hermana, juegas un papel crucial en esta lucha.

Hatice frunció el ceño, ya sospechando hacia dónde iba la conversación.

¿Qué estás sugiriendo? —preguntó con frialdad.

Humasah soltó un suspiro calculado.

Gulfem ha estado a tu lado durante años, siempre leal, siempre dedicada. Es hora de que esa lealtad sea recompensada. Si aceptas unirte a ella, en matrimonio, su influencia y poder nos asegurará la victoria contra Hurrem.

Las palabras cayeron como un golpe para Hatice. Gulfem, casarse con ella. Hatice sintió que el mundo se detenía por un momento, pero luego recordó lo más importante.

No —respondió tajante, sin un segundo de duda—. Amo a Nigar. Siempre lo he hecho, y siempre lo haré. No voy a traicionar ese amor por una alianza política, Humasah. Jamás.

Humasah, sorprendida por la dureza en la voz de su hermana, trató de mantener la compostura.

—Hatice, no entiendes. Esta guerra... no se trata solo de nosotras. Es por el futuro del imperio, por el legado de nuestra familia. Gulfem puede asegurarte una posición aún más alta, y juntos, seremos imparables. ¿Realmente te aferrarás a Nigar, a costa de todo lo que podríamos lograr?

Hatice se levantó de su asiento, con el rostro encendido de determinación.

Nigar es mi vida, mi amor. No hay poder en el mundo que pueda cambiar eso —dijo con firmeza—. Y, además, siempre he estado del lado de Hurrem. Sabes bien que, a pesar de la diferencia de edad, Hurrem y yo hemos sido inseparables. No voy a traicionarla por una guerra que no pedí.

Humasah sintió cómo la ira se encendía en su interior. Se levantó de golpe, dando un paso hacia Hatice.

—¡Eres una tonta, Hatice! —exclamó, furiosa—. Estás eligiendo el bando equivocado. Hurrem ya no tiene el poder que tenía antes. Si te mantienes a su lado, caerás junto con ella. ¡No seas estúpida!

Hatice no retrocedió ni un milímetro. Miró a su hermana directamente a los ojos, sin miedo.

—El bando equivocado es el que destruye la familia, Humasah. Tú eres la que está tomando el camino de la ambición, y ese camino solo te llevará a la ruina.

Humasah, ciega de ira, dio un paso más hacia su hermana, con la intención de golpearla, pero antes de que pudiera hacer nada, Gulfem se apresuró a interponerse entre ellas.

—Por favor, no hagan esto —suplicó Gulfem, mirando a Humasah con preocupación—. Hatice... no lo hagas más difícil. No tiene que ser así.

Hatice, con una mirada compasiva, se dirigió a Gulfem.

—Lo siento, Gulfem. Sé que tus sentimientos son sinceros, pero mi corazón pertenece a Nigar. No puedo, ni quiero, hacer esto.

La tensión en la habitación era palpable. Humasah, frustrada y llena de furia, apretó los puños, pero finalmente, retrocedió.

Entonces, que así sea —dijo con una voz gélida—. Si eliges a Hurrem y a Nigar, estarás fuera de mi protección. No cuentes conmigo cuando las cosas se pongan difíciles.

Hatice, serena, asintió.

Nunca he necesitado tu protección, Humasah. Siempre he sido capaz de defenderme sola.

Con esas palabras, Hatice giró sobre sus talones y salió del salón, dejando a Gulfem y Humasah en silencio, una llenándose de ira y la otra de tristeza. La guerra familiar acababa de comenzar.

Hatice entró a su palacio con un porte digno, pero la furia hervía bajo su piel. El encuentro con Humasah había sido peor de lo que había anticipado. Caminó con paso firme hacia sus aposentos, sin detenerse a saludar a nadie, sus manos temblando de frustración. La idea de que su propia hermana la hubiera intentado manipular, prometiéndola en matrimonio a Gulfem como si fuera una moneda de cambio, la enfurecía más allá de las palabras. Pero, a medida que avanzaba, su rabia comenzó a disiparse.

El sonido suave de risas infantiles la detuvo en seco.

Al asomarse a la sala principal, vio a Nigar, su esposa, jugando alegremente con sus hijos, Osman y Huricihan. El amor que reflejaba el rostro de Nigar mientras observaba a sus hijos era puro y cálido, y esa visión calmó de inmediato la tormenta que rugía en el corazón de Hatice. Su ira se desvaneció, reemplazada por un profundo sentimiento de gratitud y amor. Ahí estaba su mundo, todo lo que más apreciaba, su familia perfecta.

Nigar levantó la vista y sonrió al verla, con esa ternura que siempre lograba calmar sus peores temores.

—¡Mami! —exclamó Huricihan, corriendo hacia ella con los brazos abiertos.

Hatice se inclinó para recogerla, abrazándola con fuerza. Mientras acariciaba el cabello de su pequeña, su mente volvía a la conversación con Humasah. Sabía, sin ninguna duda, que si se quedaba en ese palacio, Humasah no se detendría ante nada para romper su felicidad. Forzarla a casarse con Gulfem significaría condenarla a una vida de tristeza, lejos de Nigar y de los hijos que tanto amaba.

No podía permitir que su hermana destruyera lo único que la mantenía fuerte.

Con el corazón acelerado por la urgencia, Hatice sabía lo que debía hacer. Si Hurrem realmente estaba viva, ella era su única esperanza. Como siempre lo había hecho en el pasado, necesitaba correr hacia los brazos de su hermana mayor, hacia su apoyo incondicional, su refugio en tiempos de miedo. Solo Hurrem podía protegerla de los planes de Humasah.

Hatice devolvió a Huricihan a los brazos de Nigar y se dirigió rápidamente a su escritorio. Cogió una hoja de papel y empezó a escribir con mano firme, sin dudar ni un segundo. La carta iba dirigida a Sah, su tía, a quien confiaba para enviar el mensaje directo a Hurrem. En la misiva, Hatice imploraba reunirse con Hurrem lo antes posible, dejando claro que necesitaba su apoyo en esta crisis.

Una vez terminada la carta, la selló con cuidado y llamó a un sirviente de confianza.

—Lleva esto a la sultana Sah —ordenó, entregándole la carta—. Que no haya demora. Debe llegar cuanto antes.

El sirviente asintió y partió con rapidez, dejando a Hatice con una extraña mezcla de urgencia y alivio. Había dado el primer paso. Ahora solo quedaba esperar.

Al regresar a la sala, encontró a Nigar sentada en el suelo, con Osman en su regazo y Huricihan jugando a su lado. Los ojos de Nigar brillaron al verla.

—¿Todo bien? —preguntó Nigar con dulzura.

Hatice, sonriendo por primera vez desde que había dejado el palacio de Humasah, se acercó a ellas y se sentó junto a su familia. Rodeó con un brazo a Nigar, y con el otro acarició la cabeza de Osman.

—Sí —dijo en voz baja—. Todo está bien ahora.

Por un momento, el mundo exterior desapareció. Hatice se permitió relajarse y disfrutar de ese momento de paz con su familia, mientras su mente seguía maquinando cómo escapar de las garras de Humasah. Sabía que la lucha no había terminado, pero mientras estuviera junto a Nigar y sus hijos, encontraría la fuerza para seguir adelante.











Kösem y Hurrem salieron de la sala del consejo en silencio, sus pasos resonando por los pasillos del castillo. La reunión había sido tensa, pero también reveladora. A pesar de las diferencias que parecían insalvables, habían logrado trazar un plan para recuperar el trono. Ninguna de las dos lo mencionó en voz alta, pero la tensión entre ellas había disminuido, al menos por el momento.

Sin darse cuenta, ambas caminaban lado a lado, sus cuerpos sincronizados en una familiaridad que ninguna había querido reconocer desde hacía tiempo. El silencio entre ellas era denso, pero no hostil, como si el mismo espacio compartido comenzara a sanar las heridas que las habían separado.

Fue Hurrem quien rompió el silencio primero. Sin detenerse, con los ojos fijos en el pasillo frente a ellas, murmuró:

Eres inteligente, Kösem. Esa estrategia... utilizar al pueblo... —hizo una pausa breve, como si las palabras pesaran más de lo que quería admitir—. Ha sido brillante.

Kösem la miró de reojo, sorprendida por el reconocimiento. No esperaba escuchar elogios de su parte después de todo lo que había pasado, después de la desconfianza y las heridas abiertas. Se detuvo por un momento, obligando a Hurrem a detenerse también. Las dos se miraron, sin palabras.

Este imperio también es mío, Hurrem —respondió Kösem con firmeza, pero con un tono suave, casi vulnerable—. He luchado tanto por él como tú. Mis hijos... nuestros hijos... —rectificó, queriendo que esa palabra marcara un nuevo comienzo—. También son parte de este destino.

Hurrem asintió lentamente, sus facciones suavizándose mientras contemplaba a su esposa. En el fondo, siempre había sabido que la lucha de Kösem no era solo por poder, sino también por proteger lo que ambas amaban. Aunque sus caminos se habían entrelazado y separado de manera dolorosa, el amor que compartían por sus hijos, y por el imperio, era algo que no podía negarse.

Siempre has sido fuerte, Kösem. —La voz de Hurrem se volvió más suave, cargada de emociones que había mantenido ocultas durante demasiado tiempo—. Y, a pesar de todo, sigues estando aquí, junto a mí, incluso cuando te he dado razones para no estarlo.

Kösem sintió un nudo en la garganta, pero no apartó la mirada de Hurrem. Durante años, habían luchado juntas y, a veces, una contra la otra, pero ahora, en este momento, las máscaras caían.

Siempre estaré aquí, Hurrem —murmuró Kösem, dando un paso más cerca de ella—. Porque, al final del día, este imperio puede ser nuestro, pero tú... tú siempre has sido mi hogar.

Esas palabras, simples pero tan cargadas de significado, rompieron la última barrera entre ellas. Hurrem, sintiendo una oleada de emociones que había reprimido por tanto tiempo, dio un paso adelante y envolvió a Kösem en un abrazo firme. Por un momento, todo el peso de sus peleas, sus diferencias y las traiciones se desvaneció, dejando solo a dos mujeres que, por encima de todo, se amaban profundamente.

Kösem, sorprendida al principio, se rindió al calor de ese abrazo, sintiendo el latido de Hurrem contra su pecho. Un suspiro escapó de sus labios mientras cerraba los ojos, permitiéndose olvidar, por un instante, el caos que las rodeaba.

Lo siento —murmuró Hurrem, su voz apenas un susurro, apenas audible—. Por todo.

Kösem sonrió débilmente, sus labios rozando el hombro de Hurrem. No necesitaba palabras en ese momento. El perdón, el amor y la aceptación estaban presentes en ese abrazo, en el contacto de sus cuerpos.

Después de unos segundos, Hurrem se apartó lo justo para mirarla a los ojos, una sonrisa suave jugando en sus labios. Y, sin pensarlo más, inclinó la cabeza y presionó sus labios contra los de Kösem en un beso lleno de promesas no dichas, de reconciliación y de cariño. El beso fue tierno, sin prisa, como si fuera un recordatorio de todo lo que compartían, de lo que aún podían construir juntas.

Cuando se separaron, ambas tenían los ojos brillantes, pero ninguna dijo nada más. No había necesidad. Lo que habían compartido en esos momentos hablaba más fuerte que cualquier palabra.

Caminando de nuevo, esta vez de la mano, sabían que lo que les esperaba no sería fácil. Pero ahora, lo enfrentarían juntas, como siempre debió haber sido.

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