34| Nos odiamos, pero somos del mismo bando.

A las 11 de la mañana, el ambiente en el castillo estaba tenso. En la sala del consejo, una gran mesa de madera oscura dominaba el centro de la habitación, rodeada por sillas imponentes que parecían hechas para llevar el peso de decisiones importantes. Las cortinas estaban abiertas, dejando que la luz de la mañana iluminara el espacio, pero no podía suavizar el aire de gravedad que se respiraba.

Hurrem, con la mirada fija y dura, se sentó en su lugar habitual, justo al lado de Kosem. El ambiente entre ambas era gélido. Aunque estaban una junto a la otra, no se miraban ni hablaban. Sus tensiones personales eran evidentes, pero por el momento, lo más importante era lo que estaba en juego: el trono.

Sah estaba en uno de los extremos de la mesa, con una expresión seria pero serena, como siempre, su presencia imponía respeto. Suleiman, el gran visir, ocupaba su lugar cerca de Hurrem, con los ojos recorriendo el salón de manera inconsciente, observando a cada miembro del consejo. Ibrahim, sentado frente a Suleiman, mantenía una postura rígida y atenta, como si estuviera esperando su momento para hablar.

Mahidevran, por decisión propia, había optado por no asistir. Se había quedado con sus sobrinos, jugando para distraerlos del torbellino de decisiones y tensiones que envolvían al castillo.

La reunión comenzó con un silencio incómodo. Todos sabían que la situación era crítica, y la presencia de Hurrem y Kosem juntas en la misma mesa, con la reciente disputa aún fresca, no hacía más fácil las cosas. Había que planear cómo derrocar a Humasah, pero encontrar una estrategia efectiva, sin caer en la locura o la desesperación, era un desafío.

Suleiman rompió el silencio, con su tono bajo y calculador:

—Necesitamos un enfoque cuidadoso. Humasah es impredecible, pero también poderosa. Si intentamos derrocarla sin un plan sólido, estaremos cometiendo un error. No podemos permitirnos perder más terreno.

Sah asintió, sus manos cruzadas sobre la mesa.

—Suleiman tiene razón. Humasah ha mostrado ser extremadamente astuta, y no podemos subestimarla. Cualquier movimiento en falso podría poner en peligro a todos, especialmente a los niños. —Su mirada se dirigió brevemente a Kosem, quien parecía absorta en sus pensamientos, probablemente preocupada por lo ocurrido con Turhan.

Ibrahim intervino, frunciendo el ceño.

—Lo que necesitamos es debilitar su influencia desde dentro. Si podemos ganarnos a algunos de sus aliados, o crear desconfianza en su círculo cercano, eso podría debilitarlos lo suficiente como para lanzar un ataque. Pero debemos ser cuidadosos. No podemos arriesgar vidas innecesariamente.

Suleiman asintió a las palabras de Ibrahim, mientras su mirada, por un momento, se desvió hacia la pareja sentada junta: Kosem y Hurrem. A pesar de que ambas mujeres no se miraban ni hablaban, su cercanía era notable. Una tensión palpable se podía sentir entre ellas. Era extraño verlas tan cerca, después de lo ocurrido horas antes, pero también había algo en esa proximidad que le resultaba intrigante. Parecían forzadas a estar juntas por las circunstancias, pero también había un vínculo que ni la traición ni las disputas podían romper del todo.

Hurrem, que había permanecido en silencio hasta ahora, decidió intervenir.

—No podemos dudar más. Cada día que pasa, Humasah fortalece su posición. No quiero que esto se extienda hasta el punto de que nuestros hijos estén en peligro de nuevo. Mi prioridad es el trono, y lo será hasta el último de mis días.

Las palabras de Hurrem resonaron con firmeza, pero también con algo de dureza que no pasó desapercibida por Kosem, que al fin decidió hablar, con la mirada fija en la mesa.

El trono no es lo único que está en juego aquí, Hurrem —dijo Kosem, en un tono más suave, pero igual de determinado—. Nuestros hijos son la clave, y si no tomamos en cuenta cada movimiento, perderemos no solo el poder, sino también a ellos. No podemos permitirnos arriesgar sus vidas por un impulso.

El choque entre las visiones de ambas mujeres se hacía cada vez más evidente. Hurrem quería actuar rápido, mientras que Kosem sabía que necesitaban ser más estratégicos, por el bien de sus hijos.

Sah observaba en silencio el intercambio, con una ceja ligeramente levantada, sin intervenir. Sabía que, a pesar de las tensiones entre ambas, necesitaban trabajar juntas si querían tener alguna oportunidad de éxito.

Finalmente, Ibrahim habló de nuevo.

—Si vamos a actuar, tiene que ser con información precisa. Necesitamos infiltrarnos en el círculo de Humasah, descubrir sus debilidades y usarlas en su contra. Es la única manera de asegurar que no fallemos.

Suleiman asintió, aprobando la propuesta de Ibrahim.

—Lo haré —dijo Suleiman con convicción—. Conozco a algunos que podrían estar dispuestos a traicionarla si las condiciones son las adecuadas. Empezaré por ahí.

La conversación continuó, buscando los puntos débiles de Humasah y discutiendo cómo podrían manipular sus alianzas. Pero, entre todo ese debate estratégico, las miradas entre Hurrem y Kosem no se suavizaban. La relación entre ellas había sido profundamente afectada, y aunque estuvieran juntas en ese consejo, la fractura era evidente.

Suleiman, aunque concentrado en el plan, no podía evitar mirar a la pareja con curiosidad. Parecían dos fuerzas opuestas, pero necesarias la una para la otra, unidas por el trono y sus hijos, pero divididas por secretos y traiciones.

La tensión seguía flotando en el aire cuando Kosem finalmente se inclinó ligeramente hacia Suleiman. La luz que entraba por las ventanas del castillo hacía brillar su cabello, dándole una apariencia majestuosa. Su voz era firme, pero calculada.

—Suleiman, haz lo que has dicho. Infiltrarse en el círculo de Humasah es un buen comienzo —dijo, con una calma que revelaba la mente estratégica detrás de esas palabras—. Pero hay una manera más rápida de deshacernos de ella, una que no requiere meses ni años de espera. Usaremos al pueblo.

Los ojos de Suleiman se estrecharon ligeramente, sorprendido por lo que estaba insinuando, mientras que Ibrahim levantó la vista, interesado por la dirección que tomaría aquella idea. Sah, sentada con su típica elegancia, observaba a Kosem con atención.

—Humasah ha ganado poder apoyándose en la nobleza y las facciones internas de la corte —continuó Kosem—, pero se ha olvidado de lo más importante: el pueblo la odia. Sabe lo que ha hecho, lo que ha sacrificado para tomar el trono. Las decisiones que ha tomado no han beneficiado al imperio, sino que han sido actos de pura ambición personal. El pueblo siente el peso de esa ambición. Están resentidos, y ese resentimiento es la clave para derribarla.

La sala quedó en un silencio absoluto mientras todos procesaban lo que acababan de escuchar. Kosem no hablaba de una simple rebelión palaciega. Hablaba de incitar al pueblo a actuar, de aprovechar la tensión latente y convertirla en un movimiento imparable.

—Lo que necesitamos —prosiguió— es sembrar la desconfianza entre los ciudadanos. Rumores sobre sus tratos oscuros, su corrupción. El pueblo es una fuerza poderosa, y cuando se mueve, no hay ejército que pueda detenerlo. Los haremos creer que lo que está en juego no es solo el trono, sino su bienestar, su futuro. El pueblo será nuestra arma más letal. Le quitaremos el trono sin siquiera tocarla. Humasah quedará arrinconada, sin aliados, sin respaldo. Y cuando caiga, no será por nuestras manos, sino por las suyas.

La estrategia era audaz, inteligente. No solo buscaba derrotar a Humasah, sino destruir su legitimidad, minar su poder desde el núcleo, y todo sin levantar una espada.

Suleiman quedó en silencio, reflexionando sobre lo que acababa de oír. Ibrahim fruncía el ceño, impresionado por la claridad de la visión de Kosem. Era un plan tan simple como brillante, y lo más importante, era rápido y efectivo. Incluso Hurrem, que había mantenido su semblante duro desde la discusión previa, no pudo evitar que una pequeña sonrisa, casi imperceptible, se formara en la comisura de sus labios. En su mente, no pudo evitar sentir una punzada de orgullo hacia Kosem.

"Es una estratega formidable", pensó Hurrem, con una mezcla de cariño y admiración, aunque rápidamente apartó esa sensación. Recordó su enfado, y la sonrisa desapareció tan rápido como había llegado.

Sah fue la primera en hablar después del silencio prolongado.

—Es... factible. Usar al pueblo sería lo más inteligente. Nadie sospecharía que hemos movido los hilos. Y si Humasah pierde el favor del pueblo, lo pierde todo. No tendrá a dónde escapar.

Suleiman asintió lentamente, aún absorto en la estrategia de Kosem.

—Esto... podría funcionar. Si logramos movilizar a las masas, Humasah estará sola y vulnerable. No podrá resistir la presión, ni siquiera con su poder.

Ibrahim miró a Kosem con una mezcla de respeto y cautela. Sabía que una mujer como ella era peligrosa, no solo por su inteligencia, sino por su capacidad de manipular situaciones con una maestría que pocas personas poseían.

Hurrem, aunque aún enojada, miró de reojo a su esposa, sus pensamientos en un torbellino. Sabía que Kosem había dado con el plan perfecto, uno que no solo les ahorraría tiempo y recursos, sino que también dejaría claro quién tenía realmente el poder en ese salón. Por un instante, su enfado se desvaneció, y lo único que quedaba era admiración. Pero en cuanto sus ojos se cruzaron brevemente con los de Kosem, volvió a erguirse, fría y altiva, recordándose que aún no podía dejar de lado todo lo ocurrido.

—Si eso es lo que haremos —dijo Hurrem, tomando aire y volviendo a su tono firme—, entonces no perdamos más tiempo. Suleiman, comienza a trabajar en ese plan cuanto antes. Que los rumores comiencen a correr por las calles del imperio. La caída de Humasah ya ha comenzado.

Los presentes asintieron, conscientes de que la estrategia de Kosem era tan perfecta como peligrosa. El juego otomano estaba a punto de cambiar, y el pueblo sería el peón más letal de todos.

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