33| ¡SUELTA A TURHAN!


Sah se acercó a Turhan con una sonrisa amable en los labios, intentando crear un ambiente cálido y menos intimidante para la niña que permanecía apartada del resto. La luz del sol filtrándose a través de las ventanas del palacio oculto bañaba a Turhan en un resplandor suave, pero su expresión mostraba que estaba alerta, quizás confundida por todo lo que ocurría a su alrededor.

—Hola, pequeña —dijo Sah con voz dulce, inclinándose un poco para estar a la altura de Turhan—. ¿Estás perdida? ¿Dónde están tus padres? Podemos ayudarte a encontrarlos.

Turhan dudó un momento, sus labios se entreabrieron como si fuera a responder, pero algo la detuvo. Un sentimiento extraño recorrió su interior. Sah era amable, pero había algo en la atmósfera que la hacía sentir que no todo estaba bien.

Justo cuando estaba a punto de hablar, un estruendo irrumpió en la paz que reinaba. Desde lo alto del balcón, Hurrem apareció hecha una furia. Su mirada estaba cargada de emociones desbordadas: traición, dolor, y una rabia que parecía a punto de explotar.

Todos en la sala se volvieron hacia ella, sorprendidos y confundidos por la repentina irrupción. El ambiente se tensó en cuestión de segundos, y las conversaciones alegres de hacía unos momentos se desvanecieron en el aire.

Sah, tras notar la perturbación, se puso de pie lentamente y caminó detrás de su hermana, dejando a Turhan en su rincón. La seriedad en el rostro de Hurrem no pasó desapercibida para ella, y aunque las dudas asomaban en su mente, decidió calmarla antes de que el caos escalara aún más.

—Hurrem —dijo Sah en un tono bajo y calmado—, ¿Qué es todo este escándalo?

Hurrem se detuvo un momento, aún mirando a Kosem a la distancia, pero las palabras de su hermana parecieron recordarle dónde estaba. Sin girarse completamente hacia Sah, comenzó a hablar, su voz temblorosa, llena de rabia contenida.

—Turhan... esa niña —Hurrem siseó, casi incapaz de pronunciar las palabras—. No es cualquier niña. Es hija de Kosem y... de Humasah.

Sah parpadeó, su mirada cambió de sorpresa a una calma controlada mientras escuchaba atentamente a Hurrem desahogar su tormenta interna. Hurrem le relató todo lo que había descubierto: la verdad sobre Turhan, cómo Kosem había ocultado ese secreto y cómo, a pesar de todo, Hurrem no podía entender cómo Kosem había traído al mundo a una hija con su propia hermana, Humasah.

El relato se extendió, lleno de palabras cargadas de resentimiento, mientras Hurrem se aferraba a la traición que sentía. Finalmente, Hurrem terminó, respirando con dificultad, y volvió la mirada hacia Sah, esperando una respuesta, un respaldo a su furia.

Sah, en lugar de hablar de inmediato, permaneció en silencio durante varios segundos, procesando toda la información. Su mirada se desvió hacia Turhan por un instante, quien observaba desde el rincón sin entender completamente el peso de lo que ocurría a su alrededor.

Finalmente, Sah habló, pero no con las palabras que Hurrem esperaba.

—¿Cómo puedes reclamarle esto a Kosem, Hurrem? —comenzó Sah, con un tono sereno pero firme—. Sabes perfectamente que esa era la única manera que ella tenía para volver al palacio y cuidar de sus hijos. Si no fuera por Turhan, muy probablemente tus hijos estarían muertos por órdenes de Humasah.

Hurrem abrió la boca para replicar, pero Sah la detuvo levantando una mano.

—Y lo sabes. En el fondo, tú sabes que era lo necesario para mantener a salvo a los niños. Humasah tiene poder, y no puedes negar que su influencia y sus planes casi acaban con nuestra familia. Si Kosem hizo lo que hizo, fue para salvar lo que más ama.

Las palabras de Sah resonaron en la habitación. Hurrem, aunque aún estaba furiosa, sabía que algo de razón había en lo que su hermana decía. Sah prosiguió, con una leve dureza en su tono.

—Si estabas viva, debiste haber vuelto antes de que todo se convirtiera en un caos. Ahora, todos tus planes, todos tus esfuerzos para proteger a los tuyos... han sido eclipsados por el desastre que ha caído sobre nosotras. No puedes culpar a Kosem por tomar las riendas de la situación cuando tú no estuviste aquí para hacerlo.

Hurrem apretó los puños. Sabía que las palabras de Sah tenían sentido, pero la traición que sentía por Kosem aún ardía en su corazón. Sin embargo, el silencio que siguió a las palabras de Sah le recordó que la realidad frente a ellas era mucho más compleja de lo que deseaba admitir.

Sah, viendo que Hurrem permanecía en silencio, agregó en un tono más suave:

—Esto no es una traición, Hurrem. Es supervivencia.












Hurrem estaba echada en su cama, su cuerpo tenso y su mente a mil revoluciones. Las palabras de Sah resonaban una y otra vez en su cabeza, repitiéndose como un eco implacable. Sabía que su hermana tenía razón, que cada frase dicha por ella estaba cargada de verdad, pero Hurrem no podía, ni quería, admitirlo. Algo en su orgullo y en el dolor que sentía la mantenía alejada de aceptar lo obvio. No podía rendirse tan fácilmente a la lógica de Sah, ni a la de Kosem.

Su mente, sin embargo, pronto abandonó esa conversación. Su mirada fija en el techo se desvaneció, y su mente comenzó a viajar hacia otro pensamiento, uno mucho más inquietante: Turhan.

Turhan no era solo una niña inocente. Era una amenaza latente. Aunque pequeña, aunque hija de Kosem, era hija de Humasah, la misma mujer que había intentado arrebatarle a sus propios hijos. Hurrem sintió una punzada de temor mezclada con ira. Humasah había sido una niña dulce, encantadora incluso, pero a medida que creció, esa dulzura se transformó en ambición, en sed de poder. Se volvió peligrosa. Hurrem sabía lo que el poder podía hacerle a alguien; lo había visto de cerca, lo había vivido en carne propia. Y si Turhan heredaba esa misma oscuridad, ese mismo veneno que corrompió a Humasah, ¿qué sería de sus propios hijos?

No podía permitir que esa historia se repitiera.

Cada vez que pensaba en Turhan, su mente se llenaba de imágenes del futuro. Un futuro donde esa niña, ahora inocente, podría convertirse en una mujer con ambiciones tan grandes como las de su madre. Una mujer que, llegado el momento, reclamaría lo que no le pertenecía, lo que Hurrem había luchado tanto por preservar para sus hijos. No dejaría que el ciclo se repitiera.

La idea se arraigó más profundamente en su mente. Turhan era un riesgo. Una amenaza al trono de sus hijos. Aunque ahora fuera solo una niña, Hurrem sabía que los niños no siempre se quedaban así. Crecían, cambiaban, y se moldeaban por sus experiencias y su entorno. ¿Qué pasaría si Kosem, en su intento de proteger a la niña, la llenaba de ideas peligrosas? ¿Qué pasaría si, como Humasah, Turhan se volvía en su contra, intentando derrocar a sus hijos?

No podía permitirlo.

El razonamiento comenzó a cobrar forma en su mente. Humasah había intentado ejecutar a sus hijos. Los había puesto en peligro, había querido destruir lo que Hurrem más amaba. ¿No era justo, entonces, que ella hiciera lo mismo con la hija de Humasah? ¿Por qué ella, que había luchado tan arduamente, debía permitir que una niña con potencial de convertirse en su peor enemiga creciera bajo su propio techo?

Se incorporó levemente en la cama, su corazón latiendo con fuerza. Era una decisión dura, lo sabía. Pero Hurrem no había llegado tan lejos siendo débil. Había tomado decisiones difíciles antes, decisiones que muchos no habrían tenido el coraje de tomar. Si era necesario eliminar a Turhan para proteger a sus hijos, lo haría. No dejaría que la historia de Humasah se repitiera en el cuerpo y alma de esa niña.

Turhan, a pesar de ser hija de Kosem, tenía la sangre de Humasah. Y Hurrem no podía permitir que esa sangre contaminada, esa ambición peligrosa, creciera y amenazara su legado.

Mientras el sol se ocultaba tras las cortinas de sus aposentos, Hurrem tomó una resolución firme. Turhan debía desaparecer antes de que fuera demasiado tarde.

La decisión estaba tomada. Hurrem, en silencio y con una expresión de acero en su rostro, llamó a los aghas. Había meditado mucho sobre esto, y aunque sabía que la decisión era cruel, sentía que no tenía otra opción. Turhan debía desaparecer para proteger a sus hijos, a su trono, a todo lo que había luchado por conseguir. No dejaría que la hija de Humasah, con su potencial de ambición y peligro, creciera en el palacio.

Los aghas, leales y obedientes, entraron a la habitación de Turhan con sigilo. La niña dormía tranquilamente, ajena al destino que Hurrem había trazado para ella. Hurrem se colocó a unos pasos de la puerta, observando con frialdad la escena. Sus ojos, normalmente llenos de vida y decisión, ahora solo mostraban desprecio y odio hacia la pequeña. Turhan era el reflejo de todo lo que Hurrem temía.

Con una seña, Hurrem dio la orden.

Uno de los aghas se adelantó, sacando una cuerda, listo para ponerla alrededor del cuello de la niña. Justo en ese momento, un estruendo resonó en la habitación. La puerta se abrió de golpe, y Kosem entró con furia, empujando a los aghas con toda su fuerza, apartándolos de su hija. No permitiría que le arrebataran a Turhan.

—¡Deténganse! —gritó Kosem, con el corazón acelerado y el pánico en su voz mientras abrazaba con fuerza a Turhan, que se despertaba asustada y desorientada. La niña no entendía lo que estaba pasando, pero el temor en los ojos de su madre lo decía todo.

Hurrem, de pie al otro lado de la habitación, rodó los ojos con evidente irritación. Observaba con recelo y desdén a Kosem, como si su interrupción fuera una molestia innecesaria. Ella ya había tomado la decisión, y no podía comprender por qué Kosem se aferraba a una niña que, a su parecer, era un peligro.

—¿Cómo puedes atreverte a hacer esto? —la voz de Kosem temblaba de rabia y dolor, sin soltar a Turhan de su abrazo—. ¡¿Cómo puedes intentar asesinar a una niña inocente, Hurrem?! ¿Qué te ha pasado? ¡Te estás poniendo al mismo nivel que Humasah!

Hurrem cruzó los brazos, su expresión permanecía fría, impenetrable.

—No me importa lo que pienses, Kosem. Turhan es una amenaza latente para el trono de mis hijos. No me arriesgaré a que crezca y repita la historia de su madre, Humasah. Ya vimos lo que esa serpiente es capaz de hacer. —Hurrem alzó el mentón, sus ojos fulminando a Kosem con cada palabra—. Yo protejo a mis hijos. Y te recuerdo que los únicos hijos que tienes son los que tuviste conmigo. Turhan es solo una bastarda. No tiene ningún derecho aquí.

Las palabras de Hurrem fueron como un golpe al corazón de Kosem. La furia creció dentro de ella, y sin pensarlo dos veces, le soltó una bofetada a Hurrem. El sonido del golpe resonó en la habitación, dejando a todos los presentes en silencio.

No te atrevas a llamarla bastarda —espetó Kosem, con la voz quebrada por la rabia y las lágrimas—. Turhan es mi hija, y no permitiré que nadie la toque. Mientras tú te ocupabas de tus guerras, yo he estado aquí, cuidando de nuestros hijos. Si no fuera por mí, habrían muerto bajo las órdenes de Humasah. Al menos que tus años fuera del imperio sirvan para algo, Hurrem. En vez de tratar de arrebatarme a mi hija, concéntrate en recuperar tu trono.

Hurrem se llevó una mano al rostro, donde aún sentía el ardor de la bofetada, pero no dijo nada. La rabia la consumía, pero algo en las palabras de Kosem resonaba en ella, aunque no lo quería admitir. Sin embargo, su orgullo y su ira eran más fuertes en ese momento.

Sin decir una sola palabra más, Hurrem se dio la vuelta, con la ira aún latente en sus ojos, y salió de la habitación. El conflicto no había terminado, pero por ahora, la tormenta se había calmado.

Kosem se quedó abrazando a Turhan, susurrándole que todo estaba bien, que ella estaba a salvo.

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