32| Resentimiento.

El aire aún estaba cargado de emoción cuando Hurrem y Kosem se separaron de su abrazo. Sin embargo, la calma momentánea fue interrumpida por un ruido lejano que resonaba en los pasillos del palacio. Los guardias. El peligro aún no había pasado, y lo sabían. Hurrem y Kosem intercambiaron una mirada rápida, reconociendo que el tiempo se estaba agotando.

—Debemos irnos, ahora —dijo Kosem con firmeza, tomando la mano de Hurrem.

—Niños —llamó Hurrem, su voz firme pero urgente—, agarren lo que puedan para defenderse.

Mehmed, Selim, Mihrimah, Ayse y Bayaceto corrieron a buscar lo que tenían a mano: pequeñas dagas, jarrones pesados, cualquier cosa que pudiera servir para repeler a los guardias. Mustafá, aún recuperándose de la tensión, tomó una espada que había quedado en el suelo tras la lucha anterior. Estaban listos para luchar si era necesario, pero la prioridad era escapar.

Hurrem y Kosem, junto con los niños, comenzaron a moverse rápidamente por los pasillos del Palacio de Topkapi. Los ecos de sus pasos se mezclaban con los gritos de los guardias que comenzaban a darse cuenta de la fuga. Sabían que no tenían mucho tiempo antes de que los alcanzaran.

Los pasillos parecían interminables, y cada esquina presentaba una nueva incertidumbre. Pero el plan improvisado que habían trazado en sus mentes los guiaba. Kosem, con la mano de Hurrem en la suya, lideraba el camino con una determinación inquebrantable. Los niños los seguían de cerca, nerviosos pero listos para lo que pudiera suceder.

Fue en uno de esos giros cuando, de repente, una figura familiar apareció en el camino. Era Turhan, corriendo con el rostro lleno de preocupación. Al ver a Kosem, sus ojos se iluminaron con alivio y sin pensarlo dos veces, corrió hacia su madre.

—¡Madre! —gritó Turhan, mientras se lanzaba a los brazos de Kosem.

Kosem, aliviada al ver a su hija, la abrazó con fuerza, acariciando suavemente su rostro con una mezcla de cariño y preocupación.

—Estoy tan feliz de que estés bien, Turhan —susurró Kosem, su voz cargada de emoción.

Hurrem, que había observado el reencuentro entre madre e hija, se quedó helada. Su mirada se clavó en Kosem, los ojos llenos de sorpresa. ¿Cómo podía ser? ¿Turhan era hija de Kosem? La incredulidad se apoderó de ella. Su mente intentaba procesar la información, pero antes de que pudiera decir algo, una risa familiar resonó en el pasillo.

De las sombras, apareció Humasah, con una sonrisa maliciosa en los labios. Observaba la escena con diversión, sus ojos brillando con un peligroso resplandor.

—Oh, Hurrem, querida —dijo Humasah, su voz llena de burla—, parece que te perdiste una parte importante de la historia familiar.

Kosem sintió un escalofrío recorrer su espalda al escuchar la risa de Humasah. Sus manos, que aún sostenían a Turhan, comenzaron a temblar levemente. Sabía lo que estaba por venir, y el miedo se apoderó de ella. No sabía cómo reaccionaría Hurrem ante lo que estaba a punto de revelarse. Intentó no mirarla directamente, como si con solo un vistazo Hurrem pudiera leer todo lo que ocultaba en su corazón.

Hurrem, sin embargo, no apartaba sus ojos de Kosem. Su mente estaba llena de preguntas, pero el instinto de supervivencia y el amor que sentía por ella le impedían estallar en ese mismo momento. Aun así, las dudas la consumían. Todo lo que conocía, su mundo, comenzaba a tambalearse. La presencia de Humasah y sus palabras la mantenían en tensión. No confiaba en ella, y con razón.

—¿Qué significa esto, Kosem? —preguntó Hurrem, con un tono bajo pero cargado de incredulidad—. ¿Turhan...?

Kosem abrió la boca, pero las palabras no salieron. Estaba atrapada entre dos mundos: el amor que sentía por Hurrem y la inevitable verdad que había guardado durante tanto tiempo. El silencio de Kosem fue suficiente para que Hurrem comprendiera que algo estaba muy mal.

Humasah, viendo la tensión crecer, sonrió aún más, disfrutando del caos que estaba sembrando. Dio un paso hacia adelante, su mirada alternando entre Hurrem y Kosem, como si disfrutara de la confusión de ambas.

—Oh, Hurrem —comenzó Humasah, con un tono burlón—, parece que no te han contado toda la historia. Qué tragedia... pero qué interesante, ¿no lo crees? Verás —dijo, con una risa suave que resonó en el aire—, tu querida esposa no solo te pertenece a ti.

Hurrem entrecerró los ojos, su rabia contenida a punto de estallar. Dio un paso hacia Humasah, exigiendo respuestas.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Hurrem, su voz ahora más firme, el dolor mezclado con la furia creciendo en su interior.

Humasah se detuvo un momento, disfrutando de la reacción de Hurrem, antes de soltar la verdad que sabía que devastaría el corazón de su hermana.

—Tu amada Kosem tuvo una hija conmigo —dijo Humasah, sus palabras llenas de veneno, señalando a Turhan con un gesto casual—. Sí, Hurrem. Esa niña a la que tanto cariño le muestras... es nuestra hija.

El mundo de Hurrem pareció detenerse por un segundo. El silencio era ensordecedor. Su corazón palpitaba con fuerza, el dolor creciendo en su pecho. Se giró lentamente para mirar a Kosem, quien bajaba la mirada, incapaz de enfrentarse a la tormenta de emociones que Hurrem ahora sentía. La incredulidad, la traición y el amor estaban luchando en su mente, y Hurrem no sabía cómo reaccionar.

—Kosem... —susurró Hurrem, su voz quebrada, con un nudo formándose en su garganta—. ¿Es esto cierto?

Kosem, con lágrimas en los ojos, asintió lentamente. No había palabras suficientes para explicar lo que había sucedido. No quería perder a Hurrem, pero la verdad estaba ahí, desnuda frente a ambas.

—Sí —murmuró Kosem finalmente—, es cierto... pero, Hurrem, por favor, no es lo que piensas...

Humasah soltó una carcajada, interrumpiendo el intento de Kosem por calmar la situación.

—Oh, querida hermana —dijo Humasah, con una sonrisa cruel—, ¿no es lo que piensa? ¿Acaso no es lo que parece? Porque desde donde yo lo veo, es exactamente lo que parece. Kosem y yo compartimos algo que tú nunca tendrás.

Hurrem, herida por las palabras de Humasah y la confirmación de Kosem, sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Todo lo que había construido junto a Kosem, todo lo que había soñado, se estaba derrumbando en ese momento.

Hurrem sintió como la furia crecía dentro de ella, como una tormenta que estaba a punto de estallar. Las palabras de Humasah resonaban en su cabeza, cada una como un golpe en el corazón. Todo lo que había compartido con Kosem, cada momento de amor y confianza, parecía desmoronarse frente a sus ojos. La traición, el dolor, la vergüenza... todos esos sentimientos se arremolinaban en su pecho, pero Hurrem no podía permitirse perder el control. No ahora.

Respiró profundamente, luchando por contener la ira que amenazaba con desbordarse. Sabía que no era el momento ni el lugar para confrontar a Kosem o a Humasah. Los guardias aún estaban cerca, y el peligro seguía acechando en cada esquina. Priorizar su escape y la seguridad de sus hijos era lo más importante.

—Vámonos —dijo Hurrem con una voz tensa y controlada, sin mirar a Kosem.

Kosem, con el corazón roto y sintiéndose culpable, asintió en silencio, tomando a Turhan de la mano y señalando a los demás para que la siguieran. Los niños, ajenos al conflicto que acababa de estallar entre las tres mujeres, corrieron a reunirse con ellas, listos para escapar.

Mientras se movían por los pasillos, el eco de los pasos de los guardias se acercaba. Hurrem preparaba una lucha desesperada, pero, para su sorpresa, Humasah levantó una mano y los guardias se detuvieron de inmediato.

—Dejadlos pasar —ordenó Humasah con una sonrisa indiferente, su voz cargada de desdén.

Los guardias, confundidos, obedecieron. Hurrem miró a Humasah por un instante, esperando una trampa, una traición más. Pero la sonrisa de Humasah no vaciló, y pronto se dio cuenta de que realmente les estaba permitiendo escapar. Sin perder más tiempo, Hurrem asintió a Kosem y a los niños, guiándolos hacia la salida con rapidez.

Mientras el grupo se desvanecía por los pasillos del palacio, Humasah se quedó observando, disfrutando de la victoria emocional que acababa de conseguir.

Mukerrem, quien había estado observando desde las sombras, finalmente se acercó a su esposa, con una expresión de curiosidad en el rostro.

—¿Por qué los dejaste ir? —preguntó Mükerrem, tomando la mano de Humasah con suavidad.

Humasah soltó una pequeña risa, sus ojos aún brillando con malicia.

—Querida, no era necesario detenerlos —respondió Humasah, acariciando la mano de Mükerrem—. El daño ya está hecho. Lo que le he dicho a Hurrem es suficiente para destruirla. La traición duele más que cualquier espada, y esa herida tardará mucho más en sanar.

Mükerrem la observó en silencio, comprendiendo la magnitud del golpe emocional que Humasah había dado. No había necesidad de violencia física cuando las palabras podían causar cicatrices mucho más profundas.

—Eso fue cruel, incluso para ti —murmuró Mükerrem con una sonrisa torcida, aunque no parecía estar del todo en desacuerdo.

Humasah simplemente sonrió, satisfecha con el caos que había desatado.

—A veces, querida, la crueldad es la única respuesta.

Llegaron al palacio oculto al caer la noche, el refugio que Hurrem había mantenido durante años lejos de los ojos del mundo. Era un lugar seguro, protegido por altos muros y rodeado por jardines floridos, un contraste absoluto con el caos y la tensión que acababan de dejar atrás en Topkapi. El aire estaba impregnado de tranquilidad, como si aquel lugar existiera fuera del tiempo y el peligro que siempre acechaba en la corte.

Al entrar, los niños se encontraron con su tía Sah, quien los esperaba en el gran salón con una sonrisa cálida. Su porte era elegante y fuerte, como siempre. Su cabello negro rizado enmarcaba un rostro de gran belleza, pero había algo más en ella: una energía imponente que irradiaba poder y seguridad. Sah, al verlos, no dudó en abrazar a cada uno de sus sobrinos con afecto.

—Mis pequeños guerreros —les dijo con una risa suave—, es un alivio verlos sanos y salvos.

Mahidevran, quien también estaba en el salón, se acercó para saludar a Hurrem y Kosem, pero fue Sah quien la abrazó primero.

—Mahidevran —dijo Sah, su voz llena de alegría—, siempre es un placer verte.

Ambas mujeres intercambiaron miradas cómplices y risueñas, recordando tiempos más tranquilos y alegres.

—Hemos pasado por tanto, pero siempre encontramos una manera de salir adelante —dijo Mahidevran, con una sonrisa brillante, mientras Sah asentía, satisfecha de tener a su familia reunida.

Mientras tanto, Sah se acercó nuevamente a sus sobrinos. Mustafá, Mehmed, Mihrimah, Ayse, Bayaceto y Selim conversaban animadamente con ella, poniéndola al tanto de lo ocurrido en el palacio. Sah escuchaba con atención y cariño, ofreciendo palabras de consuelo y apoyo, mostrándoles que su refugio sería seguro.

Sin embargo, cuando sus ojos se posaron en Turhan, Sah frunció levemente el ceño. La pequeña permanecía a un lado, casi oculta en las sombras, observando la reunión con cierta distancia. Sah no sabía quién era, y eso la inquietaba. Turhan no era parte de los sobrinos que había esperado recibir, y la duda comenzó a crecer en su interior. ¿Sería hija de Humasah?

La paz del momento se rompió cuando, de repente, Hurrem apareció en el balcón del segundo piso, con una expresión de furia contenida. Sus ojos destellaban bajo la luz tenue de la luna, y su rostro reflejaba el conflicto interno que la consumía. Todos notaron su presencia de inmediato, pero fue Kosem quien reaccionó primero. Sin decir una palabra, Kosem dejó a Turhan sentada en un rincón, protegiéndola de lo que estaba por venir, y subió las escaleras hasta el balcón donde Hurrem la esperaba.

Cuando llegó junto a Hurrem, el ambiente se tensó de inmediato. Hurrem no apartó la vista del horizonte, su espalda rígida por la ira que bullía dentro de ella. Kosem sabía que el enfrentamiento era inevitable.

—Así que... —Hurrem rompió el silencio, su voz cargada de dolor—. Ahora lo entiendo. Turhan siempre me recordaba a alguien, y no entendía por qué. Pero ahora lo sé... me recuerda a ti, Kosem. O más bien, a Anastasia.

El nombre golpeó a Kosem como una daga en el pecho. Anastasia. El nombre que había dejado atrás cuando fue traída desde Grecia al imperio otomano, una joven niña arrancada de su hogar para formar parte del harén de Hurrem. Ese nombre evocaba recuerdos que había intentado enterrar, pero que ahora resurgían con fuerza.

—Hurrem... —comenzó Kosem, su voz temblorosa—, por favor...

—¡No! —interrumpió Hurrem, girándose para mirarla directamente. Sus ojos estaban llenos de una mezcla de rabia y traición—. ¡No te atrevas a justificar lo que hiciste! ¿Cómo te atreviste a tener una hija con Humasah? ¿Con mi hermana?

Kosem bajó la mirada, intentando encontrar las palabras correctas, pero cada una de ellas parecía insuficiente frente al dolor de Hurrem. Sabía que debía explicarse, pero también sabía que ninguna explicación sería suficiente para aliviar el sufrimiento que Hurrem sentía en ese momento.

—Lo hice... porque gracias a Turhan, pude volver a estar con nuestros hijos —dijo Kosem, su voz cargada de emoción—. Pude protegerlos, cuidar de ellos, porque ella me lo permitió. Sin Turhan, tal vez no estaríamos aquí, Hurrem. Ella me devolvió lo que más amo en este mundo.

Hurrem no la escuchaba. No quería escuchar. El dolor era demasiado profundo, la traición demasiado grande.

—¡No! —gritó Hurrem, interrumpiendo a Kosem una vez más, con los ojos llenos de lágrimas—. No puedes justificarlo de esa manera. No puedes usar a nuestros hijos como excusa para traicionarme. Te amaba, Kosem... confiaba en ti, y me has destruido.

Las palabras de Hurrem cayeron como un martillo sobre el corazón de Kosem, quien sabía que había perdido algo mucho más valioso que cualquier victoria política o alianza. Había perdido a la mujer que amaba, y tal vez, no habría forma de recuperarla.

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