27| Imperio en decadencia.

En una de las lujosas habitaciones del palacio de Topkapi, Humasah estaba sentada en un diván, observando a sus tres hijos con una mezcla de frustración y desdén. Kasim, el mayor, estaba inclinado sobre una mesa, examinando un anillo de oro incrustado con gemas. Raziye, la del medio, se encontraba frente a un espejo, arreglando su cabello y ajustando las joyas en su cuello. Mahmud, el más joven y alfa, estaba tirado en un sillón, con una expresión aburrida mientras jugaba con una daga.

Humasah, con el ceño fruncido, rompió el silencio:

—¿Por qué nunca están donde se les necesita? Siempre tengo que buscarles o enviar a alguien. No entiendo qué pasa con ustedes.

Kasim, sin apartar la vista de su anillo, respondió con desgano:

—¿Qué necesidad podría haber que requiera nuestra presencia? ¿Otro banquete? ¿Otra reunión con nobles que solo buscan nuestra atención por interés?

Raziye, todavía enfocada en su reflejo, intervino:

—No es como si el imperio se fuera a desmoronar si no estamos presentes, madre. Además, hay cosas más importantes que hacer que asistir a eventos aburridos.

Mahmud, que hasta entonces había permanecido en silencio, lanzó la daga hacia el aire y la atrapó con una mano:

—Si alguien realmente nos necesita, vendrá a buscarme, y si no, supongo que no era tan importante.

Humasah apretó los labios, irritada por la falta de respeto y la apatía de sus hijos. Mukerrem, que estaba al lado de Humasah, observaba la escena mientras comía uvas, sin mostrar ninguna preocupación.

—Lo que hacen es una vergüenza —les dijo Humasah, levantándose del diván—. Tienen que aprender a comportarse, a tomar sus responsabilidades en serio.

Kasim levantó la mirada por primera vez:

—¿Y qué responsabilidades son esas? ¿Sentarnos y aparentar que nos importa? Vamos, madre, sabes tan bien como nosotros que todo esto es una farsa.

Raziye soltó una risa sarcástica:

—¿A quién le importa realmente lo que hagamos? Estamos aquí para disfrutar de la vida, no para preocuparnos por un imperio que ni siquiera sentimos nuestro.

La tensión en el salón alcanzó un punto crítico cuando Humasah, furiosa, se levantó abruptamente del diván y avanzó hacia sus hijos. El brillo en sus ojos reflejaba una mezcla de rabia y desesperación.

—¡He tenido suficiente de esta apatía y desdén! —gritó Humasah, su voz retumbando en las paredes del palacio—. ¡Ustedes son una vergüenza! Kasim, Raziye, Mahmud, ¡todos son inútiles!

Kasim dejó caer el anillo y se levantó, pero no dijo nada. Su mirada se dirigió al suelo, evitando el furioso resplandor en los ojos de su madre. Raziye, ajustando nerviosamente su vestido, bajó la cabeza con una expresión de sumisión, mientras Mahmud, al ver la intensidad en los ojos de Humasah, permanecía inmóvil, con su daga en la mano.

Humasah se detuvo frente a Mahmud, el alfa heredero al trono, su voz bajó aún más en intensidad, pero su tono era igual de cortante:

—Mahmud, eres el futuro sultán de este imperio, y tu actitud es una falta de respeto. ¿Cómo esperas gobernar si ni siquiera te importa tu propia familia? ¡Todo esto algún día será tu responsabilidad, y mira cómo estás actuando!

Mukerrem, que había estado al margen, observando con una mezcla de horror y sorpresa, dio un respingo al escuchar la voz elevada de Humasah. Los uvas en sus manos temblaban ligeramente, y se encogió en su asiento.

—¿Sabes lo que significan tus acciones? —continuó Humasah, dirigiéndose a Mahmud—. Significan que el imperio está destinado al fracaso. ¡Tu desprecio por todo esto, tu falta de disciplina, es exactamente la razón por la cual este lugar está en ruinas!

Kasim y Raziye se encogieron aún más, sin atreverse a levantar la vista. La ira de su madre era implacable, y no había lugar para su comodidad en ese momento. Humasah, abrumada por la frustración, miró a sus hijos con desprecio.

—Ustedes son la razón por la cual todo está mal. Son una decepción total. Quizás en lugar de malgastar tiempo aquí, deberían aprender a hacer algo útil. ¡Y tú, Mahmud, como alfa, deberías empezar a comportarte como tal, o todo esto será en vano!

Con un último grito de desaprobación, Humasah giró sobre sus talones y salió del salón con pasos firmes, su vestido arrastrándose con el peso de su furia. Las puertas se cerraron detrás de ella con un golpe que resonó en la sala, dejando a Mukerrem, Raziye, Kasim y Mahmud en un ambiente cargado de tensión.

Mukerrem, aún temblando, miró a sus hijos con una mezcla de miedo y desánimo. Raziye y Kasim permanecieron en silencio, sus expresiones reflejando una profunda incomodidad. Mahmud, que había soportado el peso de la furia de su madre, miraba al suelo con una mezcla de rabia y confusión. La atmósfera en la sala era densa, un retrato claro de una familia rota, incapaz de encontrar unidad o comprensión entre sus miembros.

Humasah avanzaba por los pasillos del palacio con pasos firmes y decididos, su rostro enrojecido por la furia. La furia que sentía hacia sus hijos la consumía por completo, y el eco de su enojo resonaba en las paredes de mármol. Mukerrem la seguía en silencio, su presencia casi invisible, absorbida por la preocupación y el temor.

Mientras Humasah se movía, su ira parecía crecer a cada paso. Los murmullos de los sirvientes se desvanecían ante la intensidad de su enfado, y el palacio parecía un lugar sombrío y silencioso, a excepción del leve eco de las botas de Humasah.

Al pasar por la kafe donde Kosem y sus hijos estaban reunidos, el sonido de risas y canciones llegó a sus oídos. Era un contraste chocante con el desolador estado de ánimo que ella llevaba. Humasah se detuvo en seco, sus pasos cesaron y se quedó quieta, paralizada por la sorpresa. A través de la puerta entreabierta, podía escuchar las voces alegres de los niños, sus risas y las suaves melodías de las canciones que Kosem cantaba.

El sentimiento de ira en Humasah se transformó en una profunda frustración y celos. No podía entender cómo Kosem y sus hijos, incluso encerrados en una kafe, pudieran mantener un ambiente de felicidad y armonía. El contraste con la desobediencia y malcrianza de sus propios hijos era demasiado doloroso. Mientras escuchaba, sus pensamientos se volvieron un torbellino de envidia y rabia. ¿Cómo podía ser que ellos, en su situación, fueran tan educados y tranquilos, mientras que sus propios hijos no mostraban el más mínimo respeto?

Mukerrem, al lado de Humasah, compartía una mezcla de sentimientos. Su envidia hacia la familia de Kosem crecía a medida que escuchaba la tranquilidad y el respeto que existía entre ellos. Miró a Humasah con preocupación, temiendo que su ira se dirigiera también hacia ella.

Sin decir una palabra, Humasah giró abruptamente y se dirigió de nuevo hacia sus aposentos. Cada paso estaba cargado de una determinación oscura. Al llegar a sus habitaciones, lanzó una mesa con furia, los platos y tazas se estrellaron contra el suelo en un estrépito que llenó el aire con un sonido agudo.

Se quedó de pie en medio del caos, su mente formulando un plan. Sabía que Turhan, la hija de Kosem, era una alfa, y además, era solo unos meses mayor que Mahmud. Si podía influir en Turhan, corromper su inocencia y convertirla en una gobernante maliciosa, podría tener en sus manos una herramienta poderosa para su propio beneficio. La idea de crear una gobernante perfecta a partir de la joven Turhan la entusiasmaba.

Con una sonrisa calculadora, Humasah envió a dos aghas a buscar a la joven Turhan. Mientras se preparaba para recibirla, la satisfacción de su plan empezaba a disipar la ira que sentía. El plan de usar a Turhan para sus propios fines se convirtió en una fuente de consuelo, una manera de transformar su frustración en una estrategia que pudiera darle el poder y control que deseaba.




La kafe de Kosem estaba llena de risas y cantos, un oasis de paz en medio de la desesperación que vivía el imperio. Pero esa tranquilidad se rompió abruptamente cuando los aghas irrumpieron en la habitación, arrastrando a una mujer de cabellos castaños claros que luchaba por liberarse. Al abrir la puerta, la mujer fue arrojada al suelo con un ruido seco.

El ambiente cambió instantáneamente. Kosem y sus hijos miraron con horror y sorpresa al ver a la mujer en el suelo. Era Mahidevran, la madre de Mustafá, y el corazón del joven príncipe se partió al verla. Sin pensarlo dos veces, Mustafá corrió a abrazar a su madre, su rostro lleno de angustia y desesperación.

Kosem, al ver la escena, se quedó paralizada por la sorpresa y la preocupación. Los aghas no tardaron en poner manos a la obra nuevamente. Agarraron a Turhan de los brazos con fuerza, comenzando a arrastrarla fuera de la kafe.

Los otros hijos de Kosem, al ver la brutalidad de los aghas, se levantaron de inmediato. Mehmed, Mihrimah, Selim, Ayse y Bayaceto se pusieron en guardia, sus rostros mostraban una mezcla de miedo y determinación. —¡Suelten a Turhan!— gritó Mehmed, mientras sus hermanos se unían a él en la protesta. La pequeña Turhan luchaba con todas sus fuerzas, intentando liberarse del agarre brutal de los aghas.

Kosem, viendo el caos y el peligro inminente, tomó una espada de madera que estaba cerca y se dirigió hacia los aghas, intentando proteger a su hija. —¡No se la lleven!— les ordenó con una voz temblorosa pero firme.

La tensión era palpable en el aire, y los aghas parecían dudar. Estaban a punto de ceder cuando un grupo de jenizaros entró en la habitación con una determinación fría. —Si no dejan que Turhan se vaya con nosotros, los mataremos a todos— advirtieron con voces graves y siniestras.

El miedo se apoderó de la sala. Mehmed maldijo en voz alta, su furia contenida sólo por el temor a lo que podría suceder si se enfrentaban a los jenizaros. En un acto desesperado, Mehmed tomó a Kosem, que intentaba atacar a uno de los jenizaros, y la arrastró hacia un rincón, tratando de calmarla.

Los aghas se llevaron a Turhan mientras Kosem comenzaba a golpear a Mehmed en el pecho con lágrimas en los ojos. —¡Cómo pudiste permitir que se la llevaran! ¡A nuestra pequeña Turhan!— gritó, su voz llena de desesperación y dolor.

Mehmed, a pesar de su dolor, trató de razonar con su madre. —Madre, calma, por favor— dijo con un tono de súplica. —Si seguimos luchando aquí, no solo perderemos a Turhan, sino también a ti, a mis hermanos y a mí. La vida de todos nosotros está en juego. Si morimos, quién sabe qué le hará Humasah a Turhan. Tenemos que encontrar una forma de rescatarla, pero primero debemos asegurar nuestra propia supervivencia.

Kosem, con lágrimas en los ojos, se detuvo por un momento, su furia dando paso a un angustioso entendimiento de la situación. La mirada de Mehmed, llena de preocupación y amor, la hizo comprender que debían actuar con cautela para salvar a Turhan y a ellos mismos. El dolor y la frustración se mezclaban en su rostro mientras la realidad de su situación se asentaba.

Los aghas, con Turhan en custodia, se llevaron a la joven mientras Kosem y sus hijos se quedaban en la kafe, abrumados por la desesperanza y la necesidad de encontrar un plan para salvar a la pequeña Turhan.






En los elegantes y fríos aposentos de Humasah, Turhan es conducida con firmeza por los aghas. Al ser introducida, Humasah la recibe con una sonrisa que desborda una falsedad inquietante. La habitación está adornada con ricos tapices y muebles lujosos, una clara muestra del privilegio y la riqueza que ahora controla Humasah.

—Bienvenida, Turhan —dice Humasah con una dulzura calculada mientras se acerca a ella—. No te asustes, cariño. Vamos a tener una pequeña conversación sobre tu futuro.

Turhan, con los ojos entrecerrados y una expresión de desconfianza, se mantiene firme frente a ella. La tensión en el aire es palpable, y sus manos se aprietan en puños a los costados.

—Sé quién eres —responde Turhan con voz temblorosa pero decidida—. Kosem es mi madre.

Humasah suelta una risa fría y chasquea la lengua con desdén. La amabilidad de su sonrisa se desvanece, reemplazada por una expresión dura y autoritaria.

—A partir de ahora —continúa Humasah—, no volverás a ver a Kosem ni a tus hermanos. Estás bajo mi cuidado ahora, y debes recordar que cualquier intento de escape tendrá consecuencias severas.

El rostro de Turhan palidece, su garganta se seca y su corazón late con fuerza en su pecho. La amenaza implícita es clara, y el miedo se refleja en sus ojos. A pesar de su valentía, el ambiente opresivo y la frialdad de Humasah la hacen tragar en seco.

—Entendido —responde Turhan con un susurro tembloroso—.

Humasah se acerca un poco más y coloca una mano sobre el hombro de Turhan, la cual está tensa y rígida.

—Me alegra que lo entiendas, querida —dice Humasah con una voz que pretende ser suave pero que resuena con una firmeza inquebrantable—. Vamos a asegurarnos de que te sientas cómoda y a gusto aquí. Quiero que entiendas que todo lo que hago es por el bien del imperio, y tú, mi pequeña alfa, jugarás un papel importante en el futuro de nuestro reino.

Turhan asiente lentamente, sin atreverse a levantar la vista, mientras Humasah la observa con una mirada que mezcla complacencia con control absoluto. La conversación termina, y Turhan es conducida a sus nuevos aposentos con una mezcla de resignación y temor.




En el pequeño palacio donde Hurrem se había refugiado, la atmósfera estaba impregnada de una mezcla de tensión y esperanza. La puerta se abrió y una mujer de cabellos negros y rizados, de una belleza arrebatadora, entró en la sala. Era Sah, la hermana de Hurrem. Su presencia era tan imponente como el mismo sol, y su rostro se iluminó al ver a su hermana.

Hurrem se levantó de inmediato, su rostro se llenó de una sonrisa genuina mientras caminaba hacia Sah y la abrazaba con fuerza. Las dos hermanas se aferraron en un abrazo largo, una mezcla de alegría y alivio, que rompió el silencio de la sala.

—Hermana, qué alegría verte de nuevo —dijo Hurrem con voz emocionada, sus ojos brillando de felicidad y gratitud.

—Hurrem, no puedo creer que estés aquí —respondió Sah, con una sonrisa de oreja a oreja—. Te he extrañado tanto. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás aquí?

Las dos se separaron un poco, pero sus manos seguían entrelazadas mientras se miraban a los ojos.

—Sah, necesito tu ayuda. Mi tiempo en el imperio ha sido un tormento —comenzó Hurrem, su voz cargada de seriedad—. Humasah me mandó a matar, pero Sumbul, uno de los nuestros, me salvó. Me llevó a un lugar seguro y me ocultó mientras perdía la memoria. Ahora que la he recuperado, necesito tu poder y apoyo para recuperar mi puesto.

Sah la miró con atención, su expresión pasando de la sorpresa a la determinación. Aunque era una alfa poderosa en su propio derecho, el hecho de que su hermana necesitara ayuda le conmovió profundamente.

—Te ayudaré, Hurrem —dijo Sah después de un momento de reflexión—. Pero necesito que me cuentes todo. ¿Qué ha pasado desde que te fuiste? ¿Cómo es que Humasah ha tomado el control? ¿Y por qué Sumbul te salvó?

Hurrem asintió, consciente de que debía ser completamente honesta con su hermana para obtener su apoyo.

—Humasah, junto con Mukerrem, ha llevado al imperio a la ruina. La gente está en miseria, y mis hijos han sido separados de mí —comenzó a relatar—. Cuando me enviaron a matar, Sumbul me rescató y me llevó a un lugar seguro. Durante estos años, he estado recuperando mi memoria y esperando el momento adecuado para actuar.

Sah escuchaba atentamente, sus ojos mostrando preocupación por la situación de su hermana y su imperio.

—Lo entiendo —dijo Sah finalmente—. Tu historia es grave, pero también es un desafío que estoy dispuesta a asumir. Mi posición y mi influencia como esposa del rey inglés pueden ser de gran ayuda. Juntas, recuperaremos lo que te pertenece.

Hurrem sonrió, un atisbo de esperanza iluminando su rostro. Sabía que con el apoyo de Sah, tenía una oportunidad real de volver a tomar el control y restaurar el imperio a su antigua gloria.

—Gracias, hermana —dijo Hurrem, abrazando a Sah nuevamente—. No sabes cuánto significa esto para mí. Con tu ayuda, podemos hacerlo.

Las dos hermanas compartieron una sonrisa de complicidad y determinación, sabiendo que enfrentaban una ardua tarea, pero ahora estaban listas para enfrentarla juntas.

4o mini

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