23| Mahmud, el amado alfa de Mükerrem y Humasah.
Pasaron dos meses desde el nacimiento de Turhan, y durante ese tiempo, Humasah continuó negándole a Kosem el título de Sultana y el tratamiento digno de esta, a pesar de que Kosem había dado a luz a una alfa. Aunque Kosem era madre de una alfa, su estatus en el palacio seguía siendo el de una simple Hatun.
Una mañana, con el corazón lleno de amor y orgullo, Kosem decidió presentar a su pequeña Turhan a sus otros hijos. Con el bebé en brazos, se dirigió a la habitación donde solían estar sus amados niños.
Cuando entró, Mehmed fue el primero en verla y corrió hacia ella con una sonrisa, observando con curiosidad a la pequeña criatura en sus brazos.
—¿Es nuestra hermana, madre? —preguntó con entusiasmo, sus ojos brillando con alegría.
—Sí, Mehmed —respondió Kosem suavemente—. Ella es su hermana Turhan.
Mientras Kosem presentaba a su pequeña Turhan a sus hijos, el ambiente era cálido y lleno de cariño. Los niños observaban a su nueva hermana con curiosidad y ternura. Mihrimah acariciaba la mejilla de la bebé, Selim sonreía y Bayaceto miraba con fascinación. Sin embargo, en medio de la admiración, Ayşe, la más protectora, hizo una pregunta que resonó en la mente de Kosem:
—Madre, ¿Cómo es posible que Turhan sea nuestra hermana si no es hija de nuestra madre Hurrem?
La pregunta de Ayşe hizo que Kosem sintiera un escalofrío recorrerle la espalda. No había anticipado tener que explicar una situación tan compleja a sus hijos tan pronto, y menos en un momento tan feliz. Los otros niños, al escuchar la pregunta, comenzaron a mirarla con dudas, y las voces de la curiosidad infantil empezaron a surgir.
—¿Es realmente nuestra hermana? —preguntó Mehmed, con su mirada azul fija en su madre.
—¿Por qué no es hija de Madre Hurrem, madre? —añadió Selim, con una mezcla de confusión y preocupación.
Kosem sintió que su corazón se aceleraba. Por un momento, no supo cómo responderles. Pero al ver las expresiones inquisitivas de sus hijos, decidió que la verdad, aunque difícil, era la mejor respuesta.
—Mis amores... —comenzó Kosem con voz temblorosa—, Turhan es vuestra hermana, pero su situación es diferente. Si yo estoy aquí, si sigo en este palacio con vosotros, es porque tenía que darle un alfa a Humasah. Esa fue la condición para que yo pudiera quedarme y estar con vosotros.
Los niños guardaron silencio, procesando lo que su madre acababa de decirles. La verdad les pesaba en el corazón, pero también entendían la importancia de la situación. Ayşe fue la primera en hablar, con su voz llena de determinación:
—Madre, queremos a Turhan tanto como nos queremos entre nosotros. Ella es nuestra hermana, y gracias a ella, tú sigues aquí con nosotros.
Mihrimah, siempre sensible a los sentimientos de su madre, se acercó más a Kosem y la abrazó con fuerza.
—No importa cómo haya sido, madre. Nosotras la cuidaremos y la amaremos, como hacemos entre nosotras.
Selim asintió en silencio, mientras Bayaceto acariciaba la pequeña mano de Turhan con una sonrisa triste pero decidida. Sin embargo, Mustafá y Mehmed, aunque no dijeron nada, compartieron una mirada de confusión y cierta inquietud, sin estar completamente convencidos de lo que había pasado. A pesar de sus dudas, ambos optaron por no decirle nada a Kosem, al menos por el momento.
Kosem, aunque preocupada por las reacciones de Mehmed y Mustafá, se sintió aliviada por la comprensión y el apoyo de sus hijos. Sabía que la situación era complicada, pero la unidad y el amor familiar les darían la fuerza para superar cualquier desafío. Mientras acariciaba la pequeña cabeza de Turhan, Kosem susurró:
—Serás amada, mi pequeña niña, por todos nosotros. Y juntos, superaremos cualquier obstáculo.
Después de compartir ese hermoso momento con sus hijos, Kosem decidió llevar a Turhan al antiguo palacio para presentarla a su hermana, Mahidevran. Al llegar, Mahidevran la recibió con los brazos abiertos. Kosem, emocionada, le entregó a Turhan.
Mahidevran la observó detenidamente y una sonrisa nostálgica cruzó su rostro.
—De todos tus hijos, Turhan es una copia exacta de ti, Kosem —dijo mientras acunaba a la bebé con cariño.
Kosem, al ver a su hermana con su hija en brazos, sintió una paz y una conexión profunda. Sabía que, a pesar de todas las dificultades, su pequeña alfa crecería fuerte y amada, rodeada de aquellos que más importaban.
Mukerrem dio a luz en medio de la noche, y el grito de un recién nacido resonó en el palacio, trayendo consigo una noticia que cambió todo. Humasah, al enterarse de que el bebé era un alfa varón, sintió cómo su alegría por el nacimiento de Turhan se desvanecía en un instante. Mahmud, su hijo con Mukerrem, se convirtió en el centro de su atención, eclipsando por completo cualquier otra cosa. La noticia se extendió rápidamente, y Humasah, sin importarle la situación del pueblo, ordenó una celebración grandiosa para los nobles del imperio y su familia. Un banquete digno de reyes, en medio de un imperio que se moría de hambre.
Mientras tanto, Kosem y Mahidevran, conscientes de la desesperación y el sufrimiento del pueblo, decidieron hacer lo contrario. Tomaron las canastas de comida que habían preparado en secreto y salieron al pueblo, repartiendo cada una con humildad y cariño. El pueblo, hambriento y necesitado, recibió con gratitud los alimentos y ofreció bendiciones a las dos mujeres. Una anciana tomó la mano de Kosem y con lágrimas en los ojos le dijo:
—Que Allah te proteja, Sultana. Y que caiga Humasah, para que podamos vivir en paz.
Kosem sonrió con tristeza y asintió, sin decir palabra. Cuando la distribución terminó, y después de dejar a Mahidevran en el antiguo palacio, Kosem regresó al Palacio de Topkapi con Turhan en brazos. Mientras caminaba por los oscuros pasillos, notó algo inusual: no había guardias en la puerta de la habitación de sus hijos. Un presentimiento la invadió, y sin dudarlo, apretó a Turhan contra su pecho y se dirigió a sus hijos.
Al abrir la puerta, Kosem se encontró con una escena que llenó su corazón de calidez. Sus hijos, reunidos alrededor de una mesa improvisada, se preparaban para cenar juntos, como no lo habían hecho en mucho tiempo. El aroma de la comida sencilla, pero casera, llenaba el aire. Mihrimah, siempre atenta, levantó la vista y vio a su madre en la puerta.
—¡Madre! —exclamó, corriendo hacia ella y tomando a Turhan en sus brazos.
Kosem entró en la habitación, sintiendo cómo el amor y la unidad de su familia la envolvían. Ayşe y Mehmed, que estaban sirviendo la comida, le hicieron un espacio en la mesa. Selim, Bayaceto y Mustafá, con sonrisas tímidas pero sinceras, se acercaron para abrazarla.
Kosem se sentó con ellos, sintiendo una paz que hacía mucho no experimentaba. Miró a sus hijos, que compartían risas y cariño mientras comían. Observó a Turhan, ahora en los brazos de Ayşe, rodeada de sus hermanos mayores que la contemplaban con ternura.
—Gracias, mis amores —dijo Kosem, con los ojos llenos de lágrimas—. Gracias por ser la luz de mi vida, por estar aquí conmigo. No importa lo que pase afuera, siempre tendremos este amor que nos une.
Los niños la miraron con adoración, y Mihrimah le respondió:
—Siempre estaremos juntos, madre. Somos una familia, y nada ni nadie nos separará.
Esa noche, mientras cenaban juntos, se sintió una conexión más fuerte que nunca. No había lujos, no había riquezas, pero había amor, y eso era todo lo que necesitaban. Aunque el palacio estaba lleno de intrigas y peligros, en esa pequeña habitación, la familia de Kosem encontró un refugio de paz y alegría.
Kosem se permitió sonreír, olvidando por un momento las luchas y el dolor. Su mirada recorrió a cada uno de sus hijos, agradeciendo en silencio por tenerlos a su lado. Sostuvo a Turhan en sus brazos, besó su pequeña cabeza, y por primera vez en mucho tiempo, se sintió completa.
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