20| EMBARAZO, ¡POR FIN!
Habían pasado semanas desde que Kosem había vuelto a Topkapi. Ahora, en lugar de ser tratada como la sultana que una vez fue, vivía como una concubina más, sin importancia. Con la muerte de Hurrem, había perdido su estatus de esposa legal del sultán, y Humasah aún no había decidido otorgarle su lugar como ex Haseki del imperio. Lejos de sus hijos, Kosem vivía en una constante mezcla de tristeza y determinación.
Todos los días, Kosem se vestía con un simple vestido blanco de Kalfa y un velo blanco que le cubría toda la cara, excepto los ojos. De esta manera, lograba colarse en la habitación de sus hijos sin levantar sospechas. Aunque el riesgo era grande, el amor por sus hijos la impulsaba a seguir adelante.
Hasta ahora, no se había topado con Mükerrem en ninguno de los días que llevaba en Topkapi. Esto le resultaba extraño, pero al mismo tiempo le daba una paz mental que necesitaba. Kosem y Mükerrem nunca se habían llevado bien. Recordaba con claridad cuando llegó al palacio otomano a los catorce años, siendo solo una omega más de Cefalonia que no hablaba el idioma. Fue Mükerrem quien intentó castigarla en esos primeros días difíciles.
Una sonrisa nostálgica invadió el rostro de Kosem. Era extraño recordar su vida fuera del palacio, cuando aún era Anastasia y vivía en Cefalonia. Pensó en la vida que había dejado atrás, la inocencia de aquellos días y el camino que la llevó hasta aquí. Al llegar al palacio, había conocido a Hurrem, sin saber que se enamoraría perdidamente de ella. Amó a Hurrem con toda su alma y, hasta el momento, la extrañaba cada día más.
También pensó en Mahidevran, con quien formó una amistad inmediata. Fue su sirvienta hasta que Mahidevran la presentó a Hurrem. Con el tiempo, ambas descubrieron que eran hermanas, una revelación que fortaleció aún más su vínculo.
Una tarde, después de asegurarse de que no había nadie observando, Kosem se deslizó en la habitación de sus hijos. Al verlos, su corazón se llenó de amor y tristeza. Se acercó a ellos con cautela, susurrando sus nombres para no asustarlos.
—Madre —dijo Mihrimah, corriendo a abrazarla. Selim, Mehmed, Ayşe y Bayaceto la siguieron, rodeándola con sus pequeños brazos.
—Mis queridos —susurró Kosem, acariciando sus cabecitas—. No puedo quedarme mucho tiempo, pero quiero que sepan que siempre estoy con ustedes, aunque no pueda estar físicamente a su lado.
Selim, con sus ojos celestes llenos de una tristeza que un niño de su edad no debería conocer, la miró fijamente. —Madre, ¿por qué tenemos que vivir así? ¿Por qué no podemos estar todos juntos como antes?
Kosem sintió un nudo en la garganta, pero intentó mantener la compostura. —Porque las cosas han cambiado, Selim. Pero les prometo que haré todo lo posible para que estemos juntos de nuevo. No pierdan la esperanza.
Antes de irse, Kosem les besó la frente a cada uno de sus hijos, impregnándolos con su amor y promesa de volver. Mientras se alejaba, cubierta por su velo blanco, sus pensamientos regresaron a Hurrem y a los días más simples de su juventud. La nostalgia y la esperanza se entrelazaban en su corazón, dándole la fuerza necesaria para enfrentar los días venideros.
Después de sus visitas clandestinas a sus hijos, Kosem regresaba a su "pequeña jaula" con una mezcla de melancolía y determinación. La llamaba así porque, aunque no estaba encerrada en una celda propiamente dicha, la habitación asignada a ella en el palacio de Topkapi se sentía como una prisión. Las paredes de piedra fría y las ventanas altas y estrechas que apenas dejaban entrar luz solo servían para acentuar su sensación de aislamiento.
Cubierta con su velo blanco, Kosem caminaba con pasos ligeros por los pasillos oscuros y serpenteantes, siempre atenta a los guardias y sirvientes que podrían descubrirla. Aunque era una tarea peligrosa, su amor por sus hijos le daba el coraje para continuar. Sabía que cada noche que lograba pasar desapercibida era una victoria pequeña pero significativa.
Al llegar a su habitación, se detenía un momento frente a la puerta, tomando un respiro profundo para calmar sus nervios. La puerta de madera crujía al abrirse, revelando el espacio modesto que había aprendido a llamar hogar. Cerraba la puerta tras de sí y, por un instante, dejaba caer la fachada de serenidad que mantenía durante el día. Sus hombros se hundían con el peso de la realidad, pero sabía que no podía permitirse el lujo de rendirse.
La habitación estaba amueblada de manera sencilla: una cama estrecha con un colchón delgado, una pequeña mesa con una vela parpadeante, y un baúl que contenía sus pocas posesiones. Kosem se acercaba a la mesa y encendía la vela, el suave resplandor arrojando sombras cálidas sobre las paredes. Se quitaba el velo y lo doblaba cuidadosamente, colocándolo sobre la cama.
Sentada en el borde de la cama, Kosem permitía que sus pensamientos vagaran. Recordaba los días en que caminaba libremente por los jardines del palacio, rodeada de lujos y con la confianza de una sultana. Pero esos días se habían desvanecido con la muerte de Hurrem y el ascenso al poder de Humasah, quien no tenía intención de devolverle su lugar en el palacio.
Sacudida de sus pensamientos por la realidad de su situación, Kosem se levantó de la cama y se dirigió a un pequeño espejo en la pared. Con movimientos cuidadosos, comenzó a desvestirse, quitándose el sencillo vestido de kalfa y el velo que había usado para esconder su identidad. Su piel pálida y delgada mostraba los signos de estrés y agotamiento, pero su mirada seguía siendo fuerte y determinada.
Colocó el vestido de kalfa cuidadosamente sobre la cama, luego abrió el baúl donde guardaba su ropa. Dentro, había un vestido sobrio que Humasah le había dado. No era tan lujoso como los que había usado en su apogeo, pero era decente y adecuado para su posición actual. Se puso el vestido, sintiendo la textura del tejido contra su piel, y se acomodó el pelo, intentando que se viera medianamente bien.
Una vez que estuvo completamente cambiada, Kosem se apresuró a esconder la ropa de kalfa antes de que alguien pudiera descubrir su pequeño secreto. En la pared había un hueco oculto detrás de una mayólica decorativa. Movió la pieza de cerámica con cuidado, revelando el escondite. Metió el vestido y el velo en el hueco y volvió a cubrirlo, asegurándose de que la mayólica encajara perfectamente, sin dejar rastro de la apertura.
Respirando profundamente para calmar sus nervios, Kosem se dio una última mirada en el espejo. Luego, salió de su pequeña jaula, caminando con la dignidad que le quedaba hacia los aposentos de Humasah. Cada noche cumplía su parte del trato con la gobernante, un recordatorio constante de su caída del poder y su lucha diaria por la supervivencia y la protección de sus hijos.
Al llegar a los aposentos de Humasah, Kosem se encontró con el Agha que custodiaba la entrada. Con una firmeza controlada, le pidió que la dejara pasar.
—La sultana me espera —dijo Kosem, intentando mantener su voz neutral.
El Agha se movió a un lado, permitiéndole el paso. Kosem entró en la habitación, donde Humasah, como todas las noches, estaba mirando por la ventana. La habitación estaba en penumbra, iluminada solo por la luz de la luna que entraba a través de los ventanales.
Kosem dejó escapar un suspiro al acercarse, su presencia anunciada por el suave sonido de sus pasos. Humasah se volvió hacia ella, su mirada fría y calculadora.
Kosem se acercó a Humasah y, con un gesto de resignación, se sentó sobre sus piernas. Humasah la miró con intensidad y, con un movimiento brusco, jaló el cuerpo de Kosem más hacia ella. Sin decir una palabra, sus labios se encontraron, y empezaron a besarse con una pasión y una intensidad que reflejaban la complejidad de sus emociones.
Cada beso, cada caricia, era una batalla de poder y deseo, un recordatorio de la tensión y la lucha que coexistían en su relación. En esos momentos, ambas se permitían olvidar las traiciones, el dolor y la lucha por el poder, perdiéndose en una intimidad que, aunque fugaz, les daba una conexión profunda y visceral.
Después de la intensa noche con Humasah, Kosem se levantó temprano y comenzó su rutina habitual. Sin embargo, mientras caminaba por los pasillos del palacio, un mareo inesperado la detuvo. Se sostuvo contra la pared, respirando profundamente, y sintió una sospecha creciente sobre la causa de su malestar. "Podría ser eso", pensó, con una mezcla de sorpresa y temor.
En lugar de dirigirse hacia los aposentos de sus hijos como solía hacerlo, Kosem se dirigió apresuradamente hacia la sección del palacio donde se encontraban las parteras. Al entrar, las omegas que trabajaban allí la miraron con desprecio y recelo. La ausencia de las antiguas parteras de Hurrem, que habían sido amables y solícitas, se hizo dolorosamente evidente. Ahora, solo quedaban rostros fríos y hostiles.
Una anciana omega la miró con molestia y le preguntó con voz áspera:
—¿Qué quieres?
—Necesito que me revisen —dijo Kosem, intentando mantener la calma—. Sospecho que estoy embarazada.
La anciana rodó los ojos y le indicó que se recostara rápidamente. Kosem obedeció, sintiendo la incomodidad y el desprecio en cada movimiento de la mujer. La anciana la examinó con manos rudas, y su expresión de odio se mantuvo hasta que, de repente, algo en su rostro cambió. Sin decir una palabra, llamó a un Agha y le susurró algo al oído. El Agha asintió y se retiró rápidamente.
Kosem, preocupada, preguntó:
—¿Qué pasa?
La anciana la miró con una mezcla de asombro y desdén antes de responder:
—Efectivamente, estás embarazada.
Una sonrisa de alivio y esperanza se dibujó en el rostro de Kosem. Se levantó y, sin prestar más atención a la anciana, salió del cuarto y regresó a su pequeña jaula. Se acercó a la pequeña ventana y miró hacia el exterior, su mente llena de planes y esperanzas. Si nacía un alfa, como era el deseo de Humasah, Kosem sabía que tendría una oportunidad única.
—Criaré a este alfa con toda la rabia que siento —se dijo a sí misma, susurrando a través del cristal—. Le prepararé para ponerle en contra de Humasah. Será mi cachorro alfa quien acabe con ella.
La determinación y la esperanza llenaron su corazón. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que tenía un propósito claro y una herramienta poderosa en su lucha por recuperar su poder y proteger a sus hijos. Con una última mirada a través de la ventana, Kosem se prometió a sí misma que haría todo lo posible para asegurarse de que su plan tuviera éxito.
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