Seis
Amaris.
Se que no estoy aquí para agradarles a estas mujeres, pero su manera de odiarme es absurda, no me dejan comer en la misma mesa que ellas, no se dignan a dirigirme la palabra, no es como si lo necesite, pero su nivel de inmadurez me sorprende,
Soy menor que la mayoría y aun así resulto menos caprichosas que varias de aquí.
Esta semana su odio es aun mayor, pues aunque el sultán ha mandado llamar a cada una de las concubinas a su habitación, pero regresan mucho antes de la hora de dormir. Pero esto lo hace cada vez que yo rechazo ir.
Las princesas que serán sus esposas no dejan de recalcarme para lo único que estaba aquí. No me molesta en parte, pero no se en que momento mi objetivo de largarme de aquí se esfumo.
Mientras leía note como el sultán entro al harem, venia con una cara de enfado total, me levante con elegancia y me fui directo a mi habitacion, pero no tardo mucho en tocar la puerta con demasiada fuerza.
—¡AMARIS!
—Diga su majestad.
—¡Abre la maldita puerta!
—No —me aleje un poco —estoy indispuesta.
—Voy a tirarla y lo que te hare después de ello no te gustara.
No conteste solo me quede mirando la puerta, se escucharon algunos pasos antes del estruendo de la puerta cayéndose, escuche el grito asustado de algunas de mis compañeras de Harem.
Solo entro él, su mirada furtiva me erizo la piel, yo estaba aun de pie con las manos en la espalda, no me sentía asustada, al contrario la excitación ya corría entre mis piernas.
—Estas siendo una mocosa malcriada, se te olvida quien es tu sultán.
—Ay no su majestad, eso lo tengo muy claro —me puse de rodillas — perdone mi insolencia.
Su enojo se transformo en lujuria camino hacia mi, sacando su miembro, los anillos relucían en su mano mientras se masturbaba, con su mano libre tomo mi mentón.
—¿Cómo me enojo contigo?
—Folleme, hágame gemir tan fuerte que mi voz desaparezca.
Abri la boca recibiendo su ereccion con gusto dentro de mi boca...
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