Doce
Namjoon.
Había caído enfermo, la fiebre no quería bajarme, decían que era una maldición por estar rompiendo las costumbres, que dios me castigaba por mi insolencia, mi pequeño Kaan tenia ya seis meses y yo aun continuaba solo con una esposa, además de que mis concubinas eran solo cuatro a este punto, las cuales no había tocado incluso en la espera de la recuperación de mi esposa.
Mis medios hermanos estaban ansiosos de que mi muerte llegara pronto por lo que seguían esparciendo rumores de que mi enfermedad me acabaría, puede ser posible, pero Amaris los regirá si me pasa algo, es la sultana y madre del heredero.
—Su majestad no puede entrar aquí —mi mujer empujando a los guardias —no puede enfermarse porque podría enfermar al príncipe.
—¡Cállate! El príncipe tiene mejor salud que todos los de aquí, no me puedes decir que puedo y que no puedo hacer, ahora largo.
Mi guardia se retiro dejándonos solos, yo intente moverme pero me mareaba.
—No seas necia, no quiero que te pase nada.
Me ignoro y fue hasta donde tenia los medicamentos, olio un poco los brebajes y la jarra de te para después llevárselos. Escuche como se rompió algo y ella regreso, debajo de su vestido saco otro tarro similar a los brebajes.
—Esos bastardos —se subió a la cama y acerco el tarro a mi boca —bebe esto, ellos solo te estan dando infusiones de te simples, nada de eso es medicinal.
Lo que me dio a beber era diez veces mas amargo que lo que estaba tomando, me hizo hacer una mueca, esuche que tocaron la puerta y ella fue abrir, una mucama entro con una charola con una jarra de te nueva.
—Gracias ¿Cómo sigue Kaan?
—Dormido mi señora.
—Bien, cuida que sirvan su papilla en cuanto despierte, ire en cuanto termine con el sultán.
—Si mi señora.
La mucama salió y ella regreso con la charola hasta aun lado de mi cama, el aroma del te que me dio a beber era fuerte pero se sentía bastante bien cuando recorría mi garganta.
—Y pensar que me odiabas.
—Calla, si mueres no podre enojarme con nadie que me agrade.
—No moriré —toque su rostro —no ahora, pero la maldición puede que me quiera llevar.
—Maldición —bufo, se empezó a quitar la ropa —tu maldición es una estupidez, pero si deseas casarte de nuevo y tener mas hijos con las concubinas lo puedes hacer, yo soy la primera y siempre seré la única que ocupa tu cama y corazón.
—¿Planeas algo al desnudarte?
—Si —sonrio —el sudar ayuda mucho a que la enfermedad salga, por lo que conozco una forma en que su majestad siempre suda.
Yo no necesite mucha estimulación para estar listo, el solo hecho de verla desnuda era suficiente para que mi erección cobrara vida, se acomodo encima de mi, con una mano puso mi miembro dentro de ella, empezando a moverse de manera lenta.
Aun con dolor en el cuerpo me senté para tomarla de las caderas y moverla mas fuerte, ella se sentía fresca contra mi piel caliente. Mi esposa les demostró que su maldición era una estupidez haciéndome follarla hasta el amanecer, no solo desperté con mejor salud si no que esa noche concebimos a nuestro segundo hijo...
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