Prólogo

Llegó en el amanecer, siendo también el mismo momento en que se ejecutaría la primera despedida.

Ambos lo tenían más que claro.

Sabían la identidad del forastero apenas éste cruzó la entrada del templo.

¿Pero hasta cuál punto sabía uno más que del otro?

No obstante había algo que el zorro en claro desde que sus ojos se cruzaron: Era el brujo cazador del que tanto hablaban y no había que ser un genio para atar cabos, menos imaginar el motivo de su visita.

¿Qué deseo podía poseer alguien como él? ¿Qué no le podía dar la magia que ya practicaba?

Porque sí, el kitsune era alguien totalmente hundido en tal mundo, mas la diferencia de ambos seres erradicaba en lo mismo.

La forma en que utilizaban sus dones y apenas el chino pisó su territorio, el aura que emanaba ya lo ahogaba, a pesar de lo que la criatura estuviera soportando o haciendo creer que lo hacía.

La oscuridad del nuevo visitante era superior, su "poder" lo era.

Y viniendo de las palabras de un nueve colas (uno con las particularidades que él poseía) era decir demasiado.

Sus alarmas de peligro estaban activadas y a la vez, no. ¿Por qué? Curiosidad.

Eso quiso creer.

No le extrañó que volviera a los días (en más, lo esperaba) y el humano que rondaba por el templo, sin detener su labor de limpiar cada rincón, sólo ocupaba miles de dudas en su mirar.

¿Por qué le estaba permitiendo volver? ¿Qué pasaba por la cabeza del mayor? ¿En verdad estaba aceptando a ese ruin tipo como uno de sus clientes?

—No me puedo negar, si llega hasta aquí es por algo.

—Bien sabes que es por su poder, ¿no? ¿Qué puede desear alguien como ese maldito que sólo caza criaturas como tú?

—Calma, Isao.

—No juegues con fuego, dudo tenerte que explicar cómo vas a terminar.

Pero sus visitas estaban lejos de pronunciar algún tipo de deseo mágico que se "vendían" en ese lugar y no tuvo que añadir muchos minutos extras en las escenas para comprender que quizá esto nunca llegaría.

Sin embargo, a pesar de que sus charlas fueran tan simples y mundanas (acto que solo en contadas ocasiones compartía con Isao) aún sus instintos estaban encendidos, aunque nadie le advirtió que lo mismo empezaría debilitarse con el tiempo.

A pesar de los cambios que obtuvo luego de cumplirle el deseo al humano que le acompañaba, lo que le llevó a su vez a vivir con él, New Moon (新月) seguía teniendo muchas cosas en su esencia que no cambiaron del todo.

¿No ganó humanidad por el menor? Negarlo sería una mentira. Con éste empezó a creer de nuevo en una familia, que hasta tal criatura podía proyectar un hermano y esfumar parte de esa soledad que le invadió luego de perderse en sus ideales, en metas que sólo lo llevaron a consumirse y más con esa crianza que lo guio a tal lugar.

Sin embargo, aún habían huecos, sitios en el que el vacío abundaba y que nada podía llenar, el zorro desconocía muchas cosas y aquel mismo que no era digno de confianza, iba a ser uno de los pocos que le mostrarían nuevas caras de la vida. Hasta sin que él lo terminara de notar, siquiera ni en el último día.

El brujo le visitó una semana tras otra, para luego volver a irse por días o hasta meses.

El zorro a veces se lo preguntaba, ¿cómo habían llegado los encuentros a ser instantes en los que simplemente compartían palabras?

No sabía si eso era una táctica de captura por parte del brujo, mas tampoco era algo que la criatura le interesara.

No había ingenuidad, mas sí confusión.

¿Por qué el adverso se notaba tan rígido en ocasiones y luego todo lo contrario?

Y allí se lo preguntó.

Pero también algo más.

¿Acaso no eran tan diferentes cómo creía?

Quizá, sólo quizá, el gran brujo no era tanto como las leyendas lo describían.

Ninguno de los dos lo eran.

—Jia, ¿tú te sigues creyendo un humano?

La pregunta llegó en uno de esos tantos días en que el nombrado se quedó en el templo, encontrándose ambos en uno de los cuartos de la parte más lejana de la tienda.

Podía sentir como los dígitos adversos paseaban por su larga caballera, aquella que le podía hacer competencia a la nieve ante su particular tonalidad.

New Moon no sentía incomodidad, estaba acostumbrado al tacto de cualquiera que se le acercara, sin embargo la calma y despreocupación que le transmitía el extranjero no era algo que hubiese vivido demasiadas veces.

No era lo mismo.

Pero nunca comprendió el motivo.

Sin embargo estaba allí, hasta usando parte del nombre real del otro a pesar de lo que eso implicaba para seres mágicos como ellos.

—¿Lo dices por mis objetivos?

—Por lo que eres, por el...

—¿Poder? ¿Mis ansias por saber más o vivir eternamente? ¿Crees que lo que deseo es falta de humanidad? ¿O es algo que te estás preguntando a ti mismo ahora?

—No soy humano.

—A pesar de todo lo eres mucho más que los que pudimos cruzarnos, himawari (girasol).

Un kitsune jugando a ser humano, uno que a la vez intenta de huir ante lo desconocido y que no comprende su entorno, porque simplemente tales datos no encajaban en él.

No comprendía al otro.

No sabía en verdad lo que pasaba en la mente del brujo, en su pecho y quizá ese fue uno de sus errores, el error de ambos al no saber expresarse correctamente o captar más allá.

Pero el que terminó así fue él y no el otro.

Aquel mismo que lo comparaba con una flor, "¿Por qué?" esa pregunta escapaba del zorro que no comprendía tal comparación y obtenía una risa del brujo, a la vez que caricias repartidas por cabeza.

"Lo eres. Irradias lo mismo. No dejo de pensar en un campo de ellos al verte"

"Y tú eres como las flores de melocotón"

"¿Por qué?"

"Nunca te lo conté, pero en ocasiones siento el aroma que emanan otros seres... y tú hueles a ello"

El zorro sabía que el otro empezaba a ser importante, pero nunca supo medir el grado de lo mismo.

¿Había necesidad?

—Las flores en nuestros jardines cada vez crecen más y con mayor fuerza.

—Lo sé, Isao. Sus colores son preciosos.

El ayudante suspiró, notando como el zorro en ocasiones observaba las flores y allí comenzaba a pintar, fundiéndose en uno de los artes que tanto amaba, sobre todo si lo hacía con sus propios tarareos como la música de fondo para la escena que montó.

Isao comprendía muchas cosas, a la par de lo que era obvio a esas alturas: El templo era creación del kitsune y reflejaba su ser; aquel jardín sobre todo y lo que ocurría era una muestra de ello.

Una vez más las semanas se hicieron presentes entre la última visita del brujo y la actual.

Lentamente la necesidad de compañía existía, pero era silenciosa, como lo habían sido cada uno de sus actos y esas tenues caricias que compartían sobre el suelo no eran la excepción.

Nunca habían dado otros pasos.

El kitsune se había atrevido a hablarle al otro de su pasado, pero hasta cierto punto, algo que sólo sería superado por el hecho de que Isao intervino mucho más de lo que supo.

Sin embargo no había que ser un genio para terminar de descifrar lo que ocurría.

New Moon no sabía lo que era el amor.

Y no lo sabría ni aunque lo tuviera en frente, tocando su ventana continuamente y esos ojos oscuros que reflejaban sus morados fueron siempre la señal que no pudo captar.

El brujo siempre supo, pero prefirió callar.

Se decían todo con simples acciones.

Para luego terminar en la nada, en un nuevo adiós, en el brujo abandonando el templo al amanecer y esperando volver alguna vez luego de sus miles de expediciones.

Algo que no pasaría de nuevo, porque sería en verdad la última vez.

Y el jardín así, como el girasol que anhelaba los rayos del sol, se marchitó.

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