Capítulo 43 {1ª Parte}

Paul Coates se ha apoyado en el dintel de la puerta de la iglesia de San Andrés. Tiene un café en las manos, y mientras se lo toma lentamente, deja que la temprana brisa de la mañana le revuelva el pelo. Hace varios minutos ha recibido un mensaje por parte de Beth, quien le ha comunicado los planes de Mark acerca de marcharse de Broadchurch. No puede decir que no se lo esperase, pues ahora mismo, el fontanero de ojos azules necesita recomponerse. Buscar un lugar en el que asentarse y curar las heridas de su alma.

Una vez ha respondido al mensaje, diciéndole a su pareja que estará ahí cuando ella lo necesite, dejando claro que a partir de ahora convivirán juntos, el párroco guarda su teléfono móvil en el bolsillo trasero de su pantalón. Mientras está dándole el cuarto o quinto sorbo a su café con leche, pues ya ha perdido la cuenta con los nervios del sermón de hoy, distingue a Maggie Radcliffe a lo lejos, subiendo el camino hacia la iglesia. Le dedica una sonrisa amigable, contemplando que ella se la devuelve, antes de tomar un sorbo de su propio café, el cual sujeta entre sus manos.

—¿Cómo sabías que estaría aquí tan temprano? —le pregunta a la editora jefe de el Eco de Broadchurch con un tono inquisitivo, una vez ella se coloca a su lado, apoyándose en el otro extremo del dintel de la puerta.

—Tu última misa es en unas horas, y tu sustituto, por los rumores que he oído, no llegará hasta al cabo de unas semanas: tienes al pueblo revolucionado —responde con rapidez la avispada periodista con una sonrisa suave—. He pensado que, de ser tú, estaría regodeándome —añade, dándole un sorbo a su café con evidente deleite—. ¿Cómo es el chico nuevo?

—Se llama Aidan —lo nombra, a fin de que su amiga y confidente pueda asimilarlo cuanto antes—. Aidan Taylor-Harper —cuando el nombre completo de su reemplazo sale de sus labios, los ojos y la boca de la reportera de cabello rubio se abren con pasmo—. Y créeme, la parroquia y los feligreses tendrán suerte de tenerlo para guiarlos. Es un joven muy despierto, voluntarioso y agradable.

—No me cabe ninguna duda, Paul —dice la pareja de la abogada con un tono suave, sonriendo ante la perspectiva de que el vicario finalmente pueda vivir como un hombre normal, junto a Beth. Ambos se lo merecen—. Especialmente siendo tú quien lo ha escogido. No dejarías en manos de cualquiera la iglesia... Y mucho menos a nosotros —supone acertadamente, con el hombre de cabello y vello facial rubio asintiendo mientras toma un sorbo de su café. Sus ojos están fijos en la distancia, probablemente porque está perdido en sus pensamientos al ser su último día como vicario—. ¿Ya has preparado tu sermón?

—Para las siete personas que van a venir...

—¿Estás seguro de querer hacer esto, Paul?

—Sí, Maggie... Todo tiene su momento —está convencido, y se nota en su tono de voz, así como en el asentimiento de cabeza que realiza—. Además, quiero enfocarme en hacer algo que realmente me llene como persona, ¿me explico? Y quiero estar con Beth y las niñas —ella comprende lo que desea. Cómo no hacerlo, cuando ha visto de primera mano cómo su relación ha florecido lentamente como una flor—. No me sería fácil compaginar mi trabajo como sacerdote y la vida en familia, y ahora mismo, es lo segundo lo que más falta me hace... Y lo que más echo de menos.

—Lo entiendo perfectamente... —Maggie se interrumpe momentáneamente, tomando aliento antes de continuar—. Hay algo que no me quito de la cabeza, sin embargo, ahora que he escuchado el nombre de tu reemplazo —el vicario posa sus ojos en ella, interesado en aquello que quiera preguntarle, especialmente porque su amiga no suele hacer preguntas porque sí—. Ese tal Aidan, ¿no tendrá una hermana llamada Nadia, por casualidad?

—Creo que sí —el vicario frunce el ceño—. ¿Por qué?

—¡Vaya! ¡Qué pequeño es el mundo...! —se maravilla la reportera con una carcajada irónica, contemplando el rostro confuso de su amigo y confidente—. Resulta que Nadia, la hermana de Aidan, es mi nueva jefa en el Dorset National.

—¿El Dorset National? —se sorprende Coates, pues eso significa que la periodista ha conseguido remontar la tempestad, sacando a flote su periódico, aunque eso signifique tener que cambiarse de editorial y de jefa—. ¡Madre mía...! Enhorabuena, Maggie —le expresa con una ingente cantidad de afecto—. Te lo mereces.

—Gracias, Paul —responde ella con una sonrisa de oreja a oreja—. Ya era hora de dejar atrás ese periodismo enfermizo y lleno de sensacionalismo —aún puede ver en su mente el rostro desencajado de Gwen, y no puede sentirse más orgullosa por cómo la ha dejado allí plantada. Oh, debería haberle pedido a alguien que lo grabase, como una cámara oculta. Se lo habría enviado a Jocelyn, y está segura de que la habría felicitado—. Suerte que Nadia es una convencida total sobre cómo debería ser el periodismo de verdad, o me habría visto obligada a renunciar a mi trabajo... —agradece enormemente la confianza y la oportunidad que se le ha dado, ¡y de manos de una joven promesa del periodismo, nada menos! Nunca se imaginó que su trabajo inicial en el campo de las noticias fuera a inspirar a alguien, pero se alegra de que esa persona sea ahora su jefa—. Sin duda, Nadia tiene ese mismo carácter determinado que Coraline...

—De modo que también lo sabes —sentencia el párroco sin necesidad de elaborar en su explicación. Ella asiente ante sus palabras, al mismo tiempo que se termina la taza de café de un trago—. A pesar de lo mucho que hablamos con Tara, nunca llegué a imaginarme que hubiera sufrido tanto...

Aunque no conoce la historia completa, el hecho de que los mellizos lleven el apellido paterno es suficiente para dilucidar que hubo una infidelidad de por medio. Es desgarrador pensar que la madre de la joven analista del comportamiento, o tuviera que llevar ese peso sobre los hombros hasta el día de su muerte. Por un momento, los ojos celestes de Paul se desvían hacia la lápida en la que descansa la apacible y generosa mujer, a quien llegó a conocer muy bien desde que vino con su hija al pueblo.

—Era una gran persona —afirma Radcliffe, quien también llegó a conocerla bien, charlando con ella casi cada vez que se encontraban por la calle. Era alguien entrañable, y es indudable que su hija ha heredado esa personalidad afable de ella—. Y algo me dice que esos dos mellizos harán nuestras vidas mucho más divertidas.

—Oh, estoy seguro de ello...


Son las 09:15h. Alec Hardy se ha personado en la casa de Lindsay Lucas junto con su prometida y madre de su bebé. Han decidido ser ellos quienes le den la noticia del encarcelamiento, la acusación y detención de su hijo, pues Ellie entretanto, se ha dirigido con su coche a la casa de Trish Winterman. Ninguna es una tarea sencilla ni mucho menos, pero no hay nadie mejor que ellos para hacerlo.

El escocés suspira con pesadez mientras sube con la pelirroja las escaleras que los llevan a la vivienda de la madre de Michael, quien, probablemente a estas alturas, esté devanándose los sesos, intentando averiguar por qué razón su marido y su hijo no han vuelto a la casa todavía. La mentalista no quiere ni imaginarse el shock por el que van a hacerla pasar, pero es necesario que no se la deje más tiempo en la ignorancia, por mucho que Clive les haya pedido que no le cuenten nada. Como madre, tiene el derecho a saberlo.

—Hola, Lindsay —la saluda la mujer con piel de alabastro en cuanto la antigua estudiante de magisterio abre la puerta de su vivienda, habiendo escuchado sonar el timbre de manera prolongada—. ¿Podemos pasar? —le pregunta con un tono de voz en extremo suave, pues el revés que están a punto de propinarle no es agradable, y sería mejor que se sentase para asimilarlo.

Claro que... ¿Cómo se asimila algo así?

—Sí, por supuesto —a Lindsay le falta tiempo para invitarlos al interior de la vivienda con un gesto, apartándose levemente tras la puerta para que entren. Los inspectores así lo hacen al cabo de unos segundos, con la castaña de cabello rizado cerrando la puerta de la vivienda a su espalda—. ¿Quieren algo de café, té...? —ofrece con un tono ligeramente nervioso, pues su presencia allí no puede significar nada bueno. Hay algo en su ademán que no la deja tranquila, pero se esfuerza en sonreírles con educación y amabilidad.

—No, muchas gracias —responde el escocés de manera escueta. No quiere alargar esta visita mucho más tiempo. No es su estilo, y nunca lo ha sido. Siempre ha sido directo al momento de comunicar a las familias la resolución de un caso, pero extrañamente, en esta ocasión, parece que no encuentra las palabras para dar por zanjado el asunto. Puede que sea porque este es un caso de violación y no un asesinato. "Joder, ¿qué dice de mí que encuentre más fácil decirle a la familia que hemos encontrado al asesino de su hijo, que decir a una madre que el violador es su propio hijo?", se pregunta con evidente mortificación, al tiempo que contempla cómo Lina le hace un gesto a la joven madre de Michael para que tome asiento en uno de los sillones frente al sofá. "Al menos tengo a mi querida mentalista para ayudarme en esta ocasión", se alivia al pensar así, tomando asiento en el sofá a los pocos segundos, junto a su futura mujer—. Verá... —traga saliva, claramente incómodo por tener que ser él quien vaya a comunicarle semejante horror. No quiere ni pensar en cómo se sentiría él, de tener un hijo, y descubrir que ha hecho semejante barbaridad. Cree que se volvería loco—. Hemos acusado a alguien de la violación de Trish Winterman.

Lindsay inmediatamente se tensa en el sillón. Se yergue en una postura nada cómoda ni natural, con la mandíbula apretada y los ojos entrecerrados, fijos en ellos, como si estuviera preparándose para que alguien la hiciera derrumbarse con un derechazo en la mejilla. Pero a los pocos segundos, esa fachada de entereza, de mujer que puede soportar todo aquello que le lancen, se resquebraja y se derrumba como un castillo de naipes. Sus ojos, nerviosos y aterrados, se posan en ambos inspectores.

—¿Q-quién...? —parece querer preguntar «¿quién ha sido?», pero las palabras ni siquiera abandonan su garganta. Se quedan ahí, atascadas y haciendo un tapón que le impide emitir sonido alguno. Su mente discurre de manera acelerada, intentando darle un sentido al hecho de que le estén comunicando que han encontrado al culpable y al hecho de que su marido y su hijo no hayan... De pronto, la realización, la conexión, llega a su mente, como si dos cables hubieran chisporroteado, haciendo contacto entre ellos—. No —empieza a negar con la cabeza ante la inminente noticia—. No querrán decir que...

—Hemos acusado a Michael de la violación de Trish Winterman —es Coraline la que corta por lo sano, no deseando prolongar más la agonía y la confusión de la joven de cabello castaño, quien inmediatamente palidece ante sus palabras. Está incrédula. En shock. No puede creerlo—. Estamos seguros de que fue coaccionado a cometer el delito por un hombre llamado Leo Humphries.

—¿Por Leo...? —parece reconocer el nombre nada más sale de los labios de la brillante analista—. Pero... —su mente intenta darle un sentido a todo lo que acaba de escuchar. No puede ser. Es simplemente imposible que su hijo haya hecho algo así—. Leo es amigo de Michael —los ojos de los inspectores se cierran pesadamente, pues como esperaban que sucediera en su camino hasta allí, la mujer que tienen delante acaba de entrar en un estado de negación—. Y... —las lágrimas asoman a sus ojos pardos poco a poco—. Leo entrena al equipo de fútbol en el que juegan Clive y Michael —quiere despertar de esta pesadilla—. No puede...

—Michael ha confesado el delito, Lindsay —rebate la taheña con ojos celestes, evitando que se suma aún más en la negación y la desesperación. Tiene que darle los hechos para que no pueda refutarlos nuevamente. El equivalente a una bofetada en la cara de un histérico.

—No, no puede ser... —Lindsay ahora está sollozando en silencio, con las lágrimas cayendo por sus pálidas mejillas, dejando surcos rojos en la piel—. Por favor, no...

—Leo Humphries ha confesado ser el autor de otras tres violaciones en años precedentes a este, además de haber obligado a Michael a violar a Trish Winterman.

—¿Qué Leo ha...? —parece procesar la información al momento, antes de reflexionar para sus adentros por unos instantes—. P-pero... Si el instigador es él, ¿por qué mi hijo debe pagar? ¡Es otra víctima! ¡Lo han manipulado! —por un segundos, unos leves coletazos de esperanza emergen a la superficie, instándola a pelear por la inocencia de su hijo.

—Me temo que, frente a un jurado, no importará quién haya sido el influenciado y quién el influenciador —la pelirroja hace añicos sus esperanzas con tan solo unas pocas palabras, pues es consciente de lo mucho que la antigua estudiante de magisterio quiere proteger a su hijo. Haría cualquier cosa por ahorrarle la cárcel, tal y como el taxista ha intentado hacer varias horas antes—. En un juicio lo que importa son los hechos: y sabemos que tanto Michael como Leo estuvieron en la fiesta, que hubo intencionalidad, y...

—¿P-pero que hay de Clive...? —la interrumpe la mujer del taxista, con los últimos coletazos de su esperanza insistentes en no claudicar. Sus sospechas y su incredulidad se dirigen a su marido—. Tenía las llaves de la mujer que fue violada en su cajón, tenía muchas pertenencias de otras personas, y el día de la fiesta, estuvo allí incluso cuando no lo invitaron, llegando más tarde de lo habitual a casa...

—Clive ha confesado que lo ha sabido durante todo este tiempo —interviene Alec en un tono suave, continuando con la labor de su prometida en hacer que la realidad le sea menos amarga a la pobre mujer, por cuyas mejillas corren ahora ríos de lágrimas—. Él mismo recogió a Leo Huphries y a su hijo después de que tuviera lugar la agresión, en uno de los caminos que salen de Axehampton —comparte con ella los datos del caso según los fueron conociendo de su mano, y mientras lo hace, puede advertir cómo el rostro sonrosado de Lindsay palidece aún más—. Llevó a Leo a Lyme, y después vino a casa con Michael, de ahí que llegase más tarde de lo habitual —explica su ausentica, y la pobre mujer se lleva las manos al rostro, sollozando con más fuerza—. Clive no dijo nada de esto, porque estaba protegiendo a Michael, como un padre haría con su hijo.

—Ha insistido en que dijéramos que había sido él, con tal de que Michael se librase de la condena...

Tras escuchar las palabras de la Inspectora Harper, la mujer sentada en el sillón se derrumba por segunda vez ante sus ojos. No puede haber estado tan ciega. ¿Cómo no se ha dado cuenta? Hasta este momento creía que el marido con el que se había casado, el que decidió hacer lo correcto por ella y su bebe, había desaparecido hace años. Pero no es así. Ese Clive siempre ha estado ahí. Y lo ha demostrado al intentar ayudar a Michael, por mucho que eso significase arruinar su vida.

—Lo siento mucho, Lindsay —sentencia Alec con compasión, contemplando cómo su futura mujer se levanta del sofá, acercándose a la castaña, antes de rodear su cuerpo con sus brazos, en un esfuerzo por consolarla.

En otras circunstancias le habría recordado que el protocolo no permite que se extralimiten en sus funciones, pero teniendo en cuenta que la sollozante mujer está sola y no tiene familia a la que acudir, no hay nada de malo en que la pelirroja la consuele. Al fin y al cabo, necesitará todo el consuelo que puedan darle en las próximas semanas. El juicio promete ser horrible, como todos. Intercambiando una mirada con Lina, el escocés de cabello castaño sabe que están pensando lo mismo: ojalá la vida fuera más justa, y no se dedicase a ponerles las cosas difíciles a las personas que, evidentemente, no lo merecen.


Ellie Miller ha recogido a Beth en su casa, nada más comunicarle quién ha sido el responsable de la violación de Axehampton. Como esperaba, la asesora en delitos sexuales ha insistido en acompañarla para darle la noticia a Trish, siendo parte de su deber. La inspectora veterana de cabello rizado y castaño conduce el coche con serenidad, aunque en su fuero interno esté temblando. No de miedo, sino de incertidumbre. No hay forma de saber cómo se lo va a tomar Trish. Dios, no quiere ni pensarlo... Y sus compañeros y futuros padres deben notificarle a Lindsay Lucas lo mismo. No sabe quién tiene el trabajo más duro. Pero está inclinada a pesar que están empatados.

Leah les abre la puerta principal nada más se apean del coche y tocan el timbre. Por la expresión ligeramente nerviosa de la adolescente, tanto Ellie como Beth son conscientes de que sabe que pasa algo trascendente. Tras saludar con unas tímidas sonrisas a la superviviente de la agresión sexual, las dos amigas intercambian una mirada, preguntándose quién debe empezar a hablar. Finalmente, la inspectora de cabello castaño decide ser ella quien le comunique lo sucedido a su clienta.

—Hemos acusado a alguien relacionado con la agresión.

—Vale... —Trish siente que se le hielan las puntas de los dedos, como si acabase de sacar las manos en el frigorífico, habiéndolas dejado ahí durante horas. Se le hace un nudo en la garganta debido a la mezcla de anticipación, miedo e intriga. Siente una curiosidad ingente por averiguar quién es el responsable, pero al mismo tiempo, le aterra lo que pueda escuchar. ¿Y si es un amigo? ¿Alguien cercano? No cree que pudiera volver a mirarlo a los ojos nunca más—. Creo que no quiero saber quién es... —musita, aunque al cabo de unos segundos parece pensárselo mejor, porque se muerde el labio inferior, y tras desviar su mirada al suelo, la posa de nuevo en la Inspectora Miller—. ¿Lo conozco?

—Se llama Michael Lucas —responde Ellie con un tono compasivo. En su fuero interno, hay una voz que le grita que es mejor que no reconozca el nombre. Que viva en la ignorancia sobre su identidad. Pero otra parte de ella desea que lo reconozca, para que pueda pasar página.

—No... —la cajera de Farm Shop está completamente confusa—. No sé quién es.

—Es... —Leah cierra sus ojos ónix en un gesto claramente asqueado e incrédulo, dejando claro a ambas mujeres, que ella sí que conoce al mencionado violador—. Es un chico que va a mi colegio —explica, sintiendo que le entran escalofríos—. Está unos cursos más adelantado que yo —rememora el haberlo visto por el campus en compañía de una cuadrilla de chicos, además de un joven en un coche negro de aspecto lujoso—. Es el hijo de ese taxista con el que saliste a tomar algo —clarifica a su madre, cuyos ojos azules están abiertos con pasmo e incredulidad.

—¿Qué...?

La mujer con el cabello teñido de carmesí está impactada. Si va al colegio de su hija, no puede tener muchos más años que ella. Lo que significa, que el que cometió su violación, bien podría ser un menor de edad. Oh, Dios. Espera que no sea el caso. No quiere ni pensar en esa posibilidad. Porque sería admitir que el mundo, y la sociedad en general, están realmente jodidos. Y ahora mismo necesita mantener algo de esperanza en la humanidad y en la sociedad que la rodea, que tanto la han estado ayudando, como Beth, Ellie, Coraline, o el Inspector Hardy. No quiere volver a caer en la desesperanza.

—16 años —sus peores temores han sido hechos realidad en cuanto la inspectora veterana de cabello castaño pronuncia esas palabras. Su mirada se torna desesperanzada al posarla en la mujer que tiene delante, que ha llevado su caso con tanta discreción y respeto.

—¿16...?

—Sí, eso me temo... —Ellie no sabe qué más puede decir que no suene a tópico, pues la realidad de lo sucedido es demasiado horrible. Nunca debería haber pasado—. Creemos que lo obligó a hacerlo un hombre del pueblo, llamado Leo Humphries —aunque esas palabras deberían hacerla tranquilizarse, pensar que el chico, sí, chico, fue coaccionado a cometer su violación, no lo consigue. Es horrible que sucedan violaciones, ¿pero que los autores sean menores de edad? Debería ser algo inconcebible en la sociedad actual—. Hemos acusado a Leo junto a Michael de tu violación —deja claro que no han hecho distinciones entre el influenciador y el influenciado—. Además, hemos acusado a Leo de otros tres casos no recientes de violación

—¿Por qué yo? —la pregunta se veía venir a la legua, pues es la única pregunta que, tras superar o procesar parcial o totalmente el trauma de la violación, quieren ver respondida las supervivientes. Necesitan una explicación. Una justificación para creer que no es culpa suya, por horrible que sea pensar así—. ¿Por qué me violó a mí? ¿Qué hice yo?

—No hiciste nada, pero estaban en la fiesta —no hay nada que le duela más a la castaña trajeada que el decir las siguientes palabras—. No fue planeado, al menos, no del todo...

—¿Entonces fue mala suerte?

No es para nada la respuesta que se esperaba. Creía que habría hecho algo en especial para provocar que pasara esto: porque se había vestido de cierta forma, porque estaba sola, porque estaba fumando, porque había bebido más de la cuenta, porque se parece a una exnovia, porque se parece a la madre de alguien... Cualquiera de las razones es mucho más deseable para ella que un simple «porque estaba ahí». Daría lo que fuera porque fuera alguna de esas razones. Pero el saber que solamente fue agredida por mala suerte, es un mazazo terrible, de que le costará recuperarse.

—Lo siento mucho, Trish... —se disculpa Ellie, pues como bien le dijera su querida amiga pelirroja hace tiempo, no hay peor respuesta para una superviviente de una agresión que, «has tenido mala suerte» o «estabas en el lugar y momento equivocados». Porque no le dejan pasar página, porque acentúan mínimamente esa sensación de indefensión que las corroe por dentro. Y no cesará hasta pasar varios meses, quizá años, necesitando apoyo psicológico para enfrentarse a la realidad—. Pero no hay duda: tenemos pruebas concretas y concluyentes: van a pagar por esto.

Sabe que no le servirá mucho de consuelo, pero al menos ahora puede estar segura de que toda esta agonía, esta impotencia e ignorancia, ha terminado. Pero irremediablemente, la mente de Patricia pronto comenzará a zozobrar como un barco en plena tormenta. Porque ahora que lo sabe, ahora que tiene la respuesta a esa pregunta que lleva plagando tantos días su mente, comenzara a pensar en los «¿y sí...?». En: ¿y si no hubiera salido sola? ¿y si no hubiera bebido más de la cuenta? Y es algo terrible, porque la mente no dejará de buscar alternativas para no enfrentarse a la realidad. A que simplemente, ocurrió porque los astros se juntaron en el momento menos propicio.

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