Capítulo 41 {2ª Parte}
La noche del domingo 22 de mayo, una semana más tarde aproximadamente, Michael está paseando por el cementerio del pueblo, acompañado por Leo. Llevan ya viéndose y quedando en casa del otro para ver videos eróticos, lo que ha resultado en que su relación se torne más cercana, al menos para el joven de quince años, convirtiéndose en una amistad. No puede decir que comprenda demasiado bien el mundo de la pornografía, pero siente que es divertido disfrutar con ella, porque le da un subidón que nunca había sentido. Y el hecho de que su amigo le enseñe cómo debe disfrutarla, es tremendamente excitante. Mientras bebe vodka con Leo, caminan y hablan por el cementerio. Se detienen, beben, pasan la botella, y vuelven a emprender la marcha, así hasta varios minutos después.
—¿Por qué quedas conmigo? —es una pregunta que lleva mucho tiempo plagándole la mente, y necesita que sea sincero con él. Porque, ¿por qué motivo iba un tío tan guay y con tanta personalidad como Leo, a juntarse con un parguela y don nadie como él?
—Pena —responde el universitario al momento—. Ya te dije que me recuerdas a mí.
Continúan su camino, hablando de sus vidas en general, aunque pronto, como es costumbre, la conversación es dirigida por Leo a los vídeos eróticos y a los placeres del sexo, algo en lo que Michael no tiene nada de experiencia, y con lo que se siente aún un poco incómodo. Pero claro, ya no demasiado. No desde que le enseño los vídeos y los ha estado consumiendo todos los días prácticamente. Vuele a darle un lingotazo a la botella, antes de cerrar los ojos. Dios, eso está muy fuerte. No entiende cómo a los adultos les gusta.
—Te he traído un regalo —confiesa de pronto el universitario, manteniendo sus ojos azules fijos en un punto concreto tras Michael, al inicio del camino del cementerio—. Mira —le indica, y el joven de quince años vuelve el rostro. A lo lejos, ataviada con un vestido de flores rojo, verde y blanco, con deportivas rojas y una chaqueta negra, está Danielle, la novia de Leo. El estudiante de menor edad debe admitir que le parece muy atractiva, pero su rostro expresa una honda confusión al verla allí—. Ve con ella —las palabras del hombre de cabello rubio son carismáticas, embaucadoras—. Le he pedido que haga de ti un hombre.
—P-pero... Es tu novia —le dice Michael con un tono confuso a la par que nervioso. No quiere que ella se sienta incómoda con esto. Además, se supone que una relación es exclusiva para los dos. No debería haber terceras personas involucradas. Y aunque la idea de perder su virginidad con una chica tan guapa es realmente sugerente, no quiere que esto pueda influir en su relación con Leo.
—Y nosotros somos colegas —rebate su compañero—. Te... La dejaré prestada.
—¿Y a ella no le importa?
—Hace lo que le digo —simplifica Humphries con un encogimiento de hombros. No es como si Danielle tuviera realmente otras opciones, aparte de obedecer cada orden y designio suyo. Además, su relación no es que esté precisamente basada en el cariño. Solamente en su atracción física. Y él es adinerado, mientras que ella, no lo es. Tiene que hacerle caso. Porque él tiene el poder, el control—. Solo es sexo —le aclara, pues esto no tiene mayor trascendencia para él. Ni siquiera le importa si Danielle lo disfruta o no. Aunque sabe que lo hará, porque nada excita más a una mujer que tener a un hombre entre las piernas—. Bueno, ¿vas a ir con ella? ¿O vas a seguir siendo un virgen toda tu vida? —le pregunta con cierto toque irónico, animándolo a seguir sus impulsos más primarios—. ¡Vamos! —exclama, antes de empujarlo hacia la dirección en la que la estudiante universitaria de cabello rubio se encuentra.
Michael empieza a caminar a los pocos segundos, siguiendo el camino que lleva hasta la chica. Mientras da cada paso piensa que, si a Leo le parece bien, no hay nada de malo en esto. No hay nada de malo en acostarse con Danielle. Le ha dado permiso, al fin y al cabo. Y solo es sexo. No pasa nada. Además, seguro que ella también quiere hacerlo, o no se habría presentado allí. Está tan concentrado justificándose, que ni siquiera se percata de lo mucho que han cambiado sus pensamientos. Antaño, hace una semanas en realidad, ni siquiera se le habría pasado por la cabeza el acostarse con la novia de un amigo. Por mucho que éste le hubiera asegurado que no le importa. Se habría acercado a Danielle y le habría preguntado si realmente está conforme con esto. Y de decirle que no, o de decirle que Leo la obliga, siempre podría decirle que no pasa nada, que no tienen por qué hacerlo. Pueden simplemente pasar el rato.
Pero no es lo que hace en esta ocasión. No es lo que piensa hacer. Ha empezado a comprender que, si quieres algo, lo coges, y listo. Sin preguntar. Danielle lo mira de arriba-abajo con algo de reticencia, pero no dice nada al respecto. Tiene que hacer lo que Leo le ha pedido, porque le debe un favor por haberla ayudado en un examen. Toma de la mano al chaval, y ambos caminan lejos de allí, hacia la casa de ella, para tener sexo.
Leo los observa marcharse del cementerio en silencio, bebiendo de la botella de vodka.
Llega el lunes 23 de mayo. El día ha amanecido soleado, pero Michael no se siente demasiado bien. La noche anterior no ha ido como esperaba para su primera vez. Ha sido todo muy frenético, lleno de sudor, gemidos, y extremidades entrelazadas. Ni siquiera recuerda la mayor parte de la noche, porque estaba muy achispado por el vodka. Pero sí recuerda haber tenido un orgasmo y haber eyaculado. Debería haberse sentido bien, pero una pequeña voz en el fondo de su cabeza, probablemente lo que le queda de conciencia, no dejó de gritarle que eso no estaba bien. Que acababa de aprovecharse de una mujer.
Ha salido del instituto con una mirada perdida, y antes de darse cuenta siquiera, Leo ha aparecido allí, conduciendo su coche. Lo ha estacionado cerca de la acera que conecta el instituto con el aparcamiento. Ha bajado la ventanilla, y lo está mirando con una sonrisa.
—¿Qué tal? ¿Bien con ella?
—Sí —solo de pensar en lo de anoche, Michael siente un escalofrío, pero al mismo tiempo, y no sabe por qué, una excitación lo invade. Recuerda el cuerpo de Danielle, y siente que se empalma. Se fuerza a apretar los puños para no pensar en ello—. Muy bien.
—No demasiado, espero —comenta el universitario con ironía—. Eso debería reservármelo a mí —contempla con gran orgullo y satisfacción que su amigo, protegido e iniciado sonríe algo tímidamente. Pero sonríe, que es lo importante. Su instrucción va en buen camino—. ¿Te apetece colarte en una fiesta el sábado 28 de mayo? —le pregunta con curiosidad, pues estaba pensando ir para comprobar qué puede pescar en su red, y le vendría bien un acólito que lo acompañe—. Hay una M.Q.M.F. que cumple 50 este sábado —utiliza la jerga callejera que significa «Madre a la Que me Follaría» para definirla, pues la conoce de vista, y sabe que Cath Atwood es en extremo atractiva—, y va a celebrarlo en un casoplón —describe Axehampton de manera grandilocuente, antes de tragar saliva, deseando que llegue el día para disfrutar de él—. ¿Te apetece? Tú y yo —arquea una de sus cejas, consciente de que no puede, ni va a negarse—. Habrá comida, alcohol, y chicas.
Es la noche del sábado 28 de mayo. Michael va sentado en el asiento del copiloto del coche de Leo, quien lo conduce hasta llegar a la Casa Axehampton. Por el camino, comparten una botella de vodka, la cual el universitario se ha agenciado de la bodega de su casa. Cortesía de su padre, según él, dado que no está en casa hasta dentro de varios días para poder reprochárselo. En un momento dado, Leo saca un pequeño envoltorio del bolsillo de su chaqueta negra, sujetándolo entre sus dedos índice y corazón: es un condón. Cuando le pregunta que para qué lo ha traído, éste le responde que es por si tiene la buena suerte de acostarse con una de las chicas de la fiesta.
Una vez el coche es estacionado a varios kilómetros de la casa, en el camino que conduce a ella, con los dos jóvenes apeándose de él, el muchacho de quince años acompaña a su amigo e instructor hasta la parte trasera del vehículo. Una vez allí, contempla cómo Leo lo abre. En su interior tiene su mochila negra, en cuyo interior mete rápidamente y de manera discreta, una bolsa con cuerda azul y un calcetín.
—¿Qué es eso?
—Un kit de fiesta —responde Leo con un tono casual mientras cierra la mochila. En sus ojos hay una mirada llena de locura que Michael no es capaz de captar. Una sonrisa maquiavélica aparece en su rostro por unos breves instantes, antes de cerrar la puerta del maletero, colgándose la mochila a la espalda.
Ambos se encaminan a la Casa Axehampton, y no tardan en pasar dentro. Como esperaban, nadie repara en su presencia, pues como hay tanta gente reunida, no hay personas que tengan el tiempo de pararse a pensar si han sido invitados o no. Escogen un lugar aislado de la casa, con una ventana que da al extremo trasero de la vivienda, hacia el bosque y la cascada, y se apoyan en el dintel. La música está muy alta, casi llegando a ensordecerlos, pero al menos es agradable. Observan a los invitados, bailando y pasándoselo bien. Michael se habría unido a ellos, pero dado que no están invitados, y que su amigo la dicho que ni se le ocurra moverse de allí, decide mantenerse quieto. Leo señala a la mujer vestida de negro con joyas de aspecto caro, de cabello rubio y ojos pardos, que está bailando con la que parece ser una amiga, en el centro de la pista de baile. Es la cumpleañera, Cath Atwood, y la protagonista de la noche. La razón por la que se ha organizado esta fiesta.
—¡Esa es la M.Q.M.F.! —Leo tiene que gritar para que su voz se escuche por encima del tumulto de la música. Sujeta una botella de champán en la mano mientras la señala, identificándola para Michael, quien la contempla con una sonrisa algo bobalicona, pues es realmente atractiva a sus jóvenes ojos, con un buen cuerpo y unas buenas curvas. No sabría decir lo mismo de la mujer que baila con ella, con un vestido de flores, plataformas, pendientes grandes, y cabello corto y teñido de rojo—. ¡Me la tiraría! —asevera con una sonrisa llena de anticipación, como si realmente tuviera la intención de ir hasta ella, seducirla, y acostarse con ella. Entonces le da un nuevo sorbo al champán.
Unos minutos más tarde, habiéndose agenciado Leo un bate de cricket y una pelota, las cuales ha encontrado por ahí guardados, Michael lo observa darle toques mientras bebe más vodka. El alcohol ha empezado a atontar sus sentidos, pero aún sigue lo bastante sobrio como para caminar recto. Aunque no tanto como para pasar un control de alcoholemia. De pronto, advierte que Leo le tira la pelota, de modo que la recibe, algo torpemente, eso sí. Le pide que se la lance, y él obedece al momento. El universitario golpea la pelota y la manda volando por la oscuridad, cayendo en a saber qué sitio. En ese preciso momento, escuchan unas voces que provienen de un lugar no muy lejos de ellos, de modo que los jóvenes, interesados por lo que allí acontece, se esconden tras unos matorrales, escuchando.
La mirada celeste de Leo se abre ligeramente con sorpresa al reconocer a su profesor, Ian, conversando, o más bien discutiendo, con la mujer del vestido de flores. Por cómo hablan, está claro que se conocen. De pronto le sobreviene el recuerdo de que su profesor estaba casado. De modo que, esa es su mujer... Bueno, según su conversación, exmujer. No es lo que había planificado, porque Cath Atwood habría sido una conquista mucho más interesante, pero al menos, no se irán de la fiesta con las manos vacías. Ninguno de los dos. Esto tendrá que servir. La ve terminar su discusión con Ian con un talante evidentemente molesto, de modo que se relame los labios: está sola, fumándose un cigarrillo cerca del lago. Esta es la oportunidad perfecta.
—¡Trish! —la llama por su nombre, habiendo escuchado que Ian se ha referido así a ella, antes de apresurarse a esconderse nuevamente tras el arbusto, ocultándose en las sombras. La ve apagar el cigarro, echándolo al lago, antes de comenzar a caminar lentamente por el montículo, hacia su posición, evidentemente curiosa por saber quién la ha llamado.
—¿Quién es? —cuestiona la mujer, confusa.
Michael contempla a Trish con una sonrisa divertida, pues desde siempre le ha encantado jugar a las escondidas. Y qué mejor lugar para hacerlo que una fiesta, especialmente porque parece que su amigo la conoce, o al menos, esa impresión le ha dado, al llamarla por su nombre. Claro que, él no sabe qué tipo de relación hay entre Ian y Leo. De pronto, ve cómo, rápidamente, la mujer con el vestido floreado pierde el interés, pensando que, probablemente, con todo lo que ha bebido, se lo ha imaginado. Está tan ensimismado en sus pensamientos, que ni siquiera se percata de que Leo le ha arrebatado el bate de cricket de las manos, y sale corriendo en dirección a la cajera de la tienda de comestibles, en cuanto ésta le está dando la espalda convenientemente. Piensa que va a asustarla, dado que es una conocida suya, pero pronto, conforme escucha el claro y contundente sonido del bate de cricket impactando contra su nuca, con Trish cayendo al suelo inconsciente a los pocos segundos, Michael ve que no es eso lo que pretendía en absoluto. La sonrisa que hasta hace escasos segundos adornaba su rostro se borra, dando paso a una expresión atemorizada y nerviosa, con los ojos abiertos de par en par en horror.
Sus otros sentidos se embotan en ese preciso momento, y apenas puede escuchar nada. Es como si todo a su alrededor tuviera un filtro de silencio que amortigua cada sonido a su alrededor. No puede escuchar ni el agua que corre en el lago, ni a las cigarras que cantan. Tampoco es capaz de escuchar la voz de su compañero, que le pide que se acerque. Únicamente puede escuchar los latidos de su propio corazón. Sus ojos están fijos en la mujer inconsciente junto a Leo, y se pregunta, por primera vez de hecho, si el universitario está en sus cabales. Apenas registra el momento en el que el entrenador de su equipo de fútbol le entrega unos guantes de goma transparentes, para que se los ponga, habiéndose él enguantado ya las manos. Se los pone de manera automática, sin siquiera pensarlo. Está en tal estado de shock que ni siquiera se ve a sí mismo caminar para ayudar a Leo a levantar a Trish, transportándola entre ambos al pequeño desnivel que hay junto a la cascada cercana. Es pesada, pero entre ambos no les cuesta trabajo moverla. Una vez la dejan junto al agua, Michael se aparta.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta finalmente, sintiendo que recupera el dominio de su voz, en cuanto observa como el joven adulto de pelo rubio saca una cuerda azul de su mochila, habiéndola girado para que quede boca-abajo, maniatándole las muñecas tras la espalda. Una vez hecho esto, la vuelve a colocar boca-arriba, y la amordaza con un calcetín—. Tío, esto no está bien... —le dice, sintiendo que, después de estas semanas, su conciencia, su empatía, su control sobre su cuerpo, sobre sus decisiones, ha vuelto.
Tiene que parar esto. Tiene que ayudarla. No puede permitir que haga lo que quiera.
—Es para ti —asevera el universitario con indiferencia, en una voz tan monótona y desprovista de emociones, que por primera vez, Michael siente escalofríos en todo el cuerpo. Mira en sus ojos y no ve nada, salvo frialdad y oscuridad. No hay empatía. No hay humanidad—. Ya te has tirado a una joven, ahora prueba algo diferente...
—No... —el joven estudiante de instituto se niega, retrocediendo un paso.
—Está lista.
Leo no repara siquiera en sus palabras, como si realmente estuviera convencido de que abusar de ella, violarla, es exactamente lo que deben hacer, porque es su derecho. Porque pueden hacerlo. Porque ella no puede, ni debe impedírselo. Porque la han sometido. Y debe obedecerlos. Tiene que complacerlos. Es su trabajo ahora. Y piensa disfrutarlo.
—¡Esto no está bien!
Intenta hacerlo entrar en razón. Puede que haya bebido demasiado, que el alcohol le haga decir estas cosas. Pero la bofetada que llega entonces a su mejilla izquierda le confirma que, está terriblemente equivocado. Leo no ha cambiado por culpa del alcohol. Siempre ha tenido este monstruo, este inhumano ser, dentro de él, esperando a salir en el momento propicio. Y solo ahora se da cuenta, horriblemente tarde, de la aberración que lo ha acompañado y aconsejado durante semanas. Quiere huir. Quiere escapar y avisar a alguien, pero por costumbre, como cada vez que su padre le pega, sus piernas no le responden. Se quedan petrificadas, temblando de miedo, y no sale corriendo. Queda a merced de Leo Humphries, o más bien, de lo que antaño era Leo Humphries, porque lo que hay ahora frente a él, es un demonio de carne y hueso, como de los que hablaba su madre.
—¿Qué has dicho? —inquiere el fabricante de cuerdas con un tono bajo, casi susurrante, lleno de cólera e incredulidad. No puede creer que este mocoso, este don nadie, se atreva a cuestionar sus órdenes. Él es el que manda aquí, y debe obedecerlo. Lo toma de las solapas de la chaqueta color caqui, y lo atrae hacia él con violencia, lo que provoca que Michael deje escapar un leve grito asustado—. ¿¡Me he arriesgado por ti, y ahora me dices que no está bien!? —le espeta, manipulándolo psicológicamente para que crea que todo esto es culpa suya, que él lo ha incitado a hacer esto—. ¡Haz lo que te digo!
—No quiero hacerlo... —solloza el muchacho de quince años.
—Ponte ahí —la voz de Leo comanda tal control, tal carisma y poder, que inmediatamente, Michael se ve obligado a escucharla, a hacerle caso. Siente cómo el rubio le coloca un pañuelo alrededor de la parte inferior del rostro para que, en caso de que Trish abra los ojos, no pueda ver quién es el que está acostándose con ella—. Hazlo, antes de que se despierte —lo exhorta, y Michael, acobardado e incapaz de plantarle cara debido a su personalidad y a su poca voluntad, claudica y se agacha, acercándose al cuerpo inerte de Trish, a quien Leo ya le ha retirado la ropa inferior del cuerpo.
Se inclina sobre ella, habiéndose abierto la bragueta del pantalón, antes de tragar saliva, con las lágrimas volviendo borrosa su visión. No se parece en nada a la noche que pasó con Danielle, y no encuentra la forma de pensar en algo que lo haga empalmarse. ¿Cómo hacerlo, dadas las circunstancias? No quiere hacer esto. No le quiere hacer daño. Pero tiene que hacerlo, o su compañero volverá a pegarle, o mucho peor: será él quien viole a Trish. Podría hacerle más daño que él, y no quiere permitirlo.
—Vamos, Michael —escucha que le dice con un tono lleno de satisfacción, advirtiendo por la periferia de su visión que ha encendido la linterna de su móvil, apuntándola al rostro de su víctima—. Sé un hombre...
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