Capítulo 38 {2ª Parte}
Una vez salen de la sala de interrogatorios número dos, son las 22:10h. Han pasado más tiempo del que esperaban interrogando al estudiante, y están francamente exhaustos. Comenzando a caminar por el pasillo de las salas de interrogatorios, los tres inspectores del caso de agresión sexual suben las escaleras hasta la planta en la que se encuentran sus mesas de trabajo. Deben reflexionar acerca de los recientes acontecimientos en torno al caso, así como qué hacer con Leo Humphries, a pesar de que los tres saben perfectamente que no hay nada que hacer, pues no cuentan con pruebas que lo señalen directamente como sospechoso, aunque ahora que los dos compañeros de cabello castaño rememoran las anteriores palabras de la mentalista, junto con sus aseveraciones acerca del perfil psicológico del agresor, cada vez empiezan a sospechar aún más de Leo Humphries. Pero de todas formas, aún deben esperar al análisis forense del calcetín que el dueño de la Casa Axehampton encontró, de modo que, esa será su prueba definitiva. Asegurándose en todo momento de que la mujer de cabello carmesí se encuentra bien, ahora preocupado en extremo por lo que mañana pueda suceder, el escocés abre la puerta de su despacho, dejándola entrar primero. Contempla cómo se sienta en el sofá negro de la estancia, con Miller ocupando el lugar vacío a su lado.
—¿Y bien? ¿Alguna teoría? —inquiere el hombre de cabello lacio, antes de despojarse de su chaqueta de trabajo, colgándola en el respaldo de la silla antes de sentarse en ella—. Dime que tienes algo, Lina —pide a su subordinada de mayor confianza, contemplando cómo ésta asiente lentamente mientras se cruza de brazos.
—Leo es un manipulador experto, eso está muy claro —comienza a exponer sus ideas en un tono sereno y pausado—. En cuanto nos hemos presentado en la estancia para interrogarlo ha adoptado casi al momento una actitud sumisa, humilde, intentando esconder por todos los medios su personalidad narcisista. Pero sus ojos no expresaban nada. Era como mirar a los ojos a un tiburón —el solo hecho de recordarlo le provoca escalofríos, recibiendo una cariñosa caricia en el antebrazo izquierdo por parte de Ellie—. Pero incluso así, cuando ha intentado mantener esa fachada imperturbable, ha habido momentos en los que no ha podido evitar dejar que saliera a la luz su autentico yo: ha mentido en, probablemente diría yo, el 90-95% de su declaración. Ha conducido el interrogatorio de tal forma, que las preguntas que le hacíamos sobre Ian, de pronto se centraban en él, en cómo de mal lo había pasado de niño... —Ellie asiente al momento, pues ella también ha notado cómo el universitario ha personalizado hasta tal punto las respuestas que, ya no tenían prácticamente nada que ver con su antiguo profesor—. Y ha mentido nuevamente al asegurar que se habría quitado la vida, porque solo estaba intentando inspirar lástima, desviando la atención de lo que realmente nos importaba —añade con un tono claramente molesto, siendo testigo de cómo Alec suspira con pesadez mientras asiente, habiendo notado ese detalle también, al haber tratado antes con sospechosos así—. Pero lo que más me ha llamado la atención... Es el hecho de que ha habido una pizca de verdad y una pizca de mentira mezcladas en su aseveración de que estuvo en la fiesta —revela, logrando que la curiosidad y la atención de sus compañeros de profesión aumente exponencialmente—. Al fin y al cabo, es lo que se hace para convencer a otras personas sobre la veracidad de una mentira: adornarla con la verdad —resume, antes de encarrilarse nuevamente hacia el quid de la cuestión—. Ha dicho la verdad respecto a su presencia en la fiesta. Sí que estuvo allí, pero por cómo sus ojos se han desviado y por cómo ha hecho un gesto de negación con la cabeza incluso cuando estaba verbalmente afirmando ese hecho, no fue con su novia. La única hipótesis que puedo barajar es la siguiente: fue a la fiesta, acompañando a alguien invitado allí, pero no era su novia, lo que sería probable dado que él es el proveedor de cuerda azul para prácticamente todo el pueblo; o, fue a la fiesta, pero lo hizo sin invitación, y se coló en ella, lo que no sería imposible, dado que con tantos invitados, una cara más no destacaría entre la multitud. Le habría sido extremadamente fácil pasar desapercibido.
—Sí, ojalá pudiéramos investigarlo más, porque algo me dice que tu teoría está muy bien encaminada, querida —la halaga su prometido, provocando que se ruborice ligeramente, antes de sonreírle con dulzura—. Pero me temo que, por un lado, no podemos acusarlo de estar relacionado con el caso por haber colocado un software espía en el ordenador —se lamenta Alec en un tono molesto, habiéndose colocado las gafas de cerca para releer el perfil de Leo que su protegida realizase hace tiempo—. Y por otro, tampoco podemos hacerlo por mucho que nos haya mentido sobre su presencia en la fiesta...
—¡Sí, pero aun así, Cora tiene razón! —rebate Ellie con exasperación, a quien el universitario ha irritado desde el mismo primer instante en el que se vieron—. Mintió sobre no haber estado en la fiesta, de modo que, ¿por qué lo hizo? A menos que, como ha querido decir nuestra experta analista, tenga algo que ocultar... Lo que lo deja sin coartada para el resto de la noche —la castaña, que acaba de despojarse de su chaqueta de trabajo, la coloca en el reposabrazos del sofá con un gesto molesto—. ¿Dónde estuvo?
—Pero sigue sin ser suficiente para arrestarlo —argumenta el inspector trajeado tras suspirar con pesadez, habiendo abierto uno de sus archivos sobre el caso, revisándolo con atención, pues aunque coincide con ambas, no pueden saltarse las normas—. Dejaremos que se vaya, y buscaremos pistas y datos sobre dónde estuvo el resto de la noche, ¿de acuerdo? —nota impaciente y molesta a su amiga de cabello rizado y castaño, y no le extraña, teniendo en cuenta que el joven pone a prueba su paciencia legendaria—. ¡Oh, maldita sea! —exclama de pronto, habiéndole llegado un mensaje a su cuenta de correo, leyéndolo al momento. Su estallido provoca que tanto su buena amiga como su querida y avispada protegida, lo observen con atención, expectantes—. Lina, Miller, han el análisis forense ha confirmado que el calcetín que apareció en Axehampton coincide con el ADN de Trish, por los restos de saliva.
—¡Lo usaron como mordaza, como tú pensabas, Cora!
—Eso parece, sí —afirma la pelirroja con piel de alabastro, reconociendo que, ahora sí, el modus operandi del violador está completo, habiendo una nueva coincidencia entre los tres casos. Ahora sí que pueden acusar, sea quien sea el agresor, de los tres crímenes sexuales—. Típico en los criminales en serie: se agarran a un sistema que saben que funciona, porque siempre les da ese mismo nivel de euforia, y son incapaces de dejar de escoger otro —ironiza con un ligero sentimiento de satisfacción, pues este hecho es el que, según su propia opinión, les permitirá atrapar al responsable de tanto horror—. Pero ha cometido un error al repetir ese modus operandi, porque ahora que nos estamos acercando, no tendrá dónde esconderse... —se levanta del sofá en el que se encuentra sentada, antes de posar sus ojos en su prometido, a quien ve tragar saliva—. Déjame adivinar: hay restos de ADN de uno de nuestros sospechosos en el calcetín.
—Exacto, Lina.
—¿Qué? —Ellie no sabe si está eufórica, sorprendida, o nerviosa—. ¿Con quién?
Katie Harford, que desde esta misma tarde no ha vuelto a ver a su padre, habiendo decidido recluirse en casa tras la aglomeración frente a la comisaría de policía, ha recibido una llamada perdida de su parte, junto con un mensaje urgente, indicándole que vaya a la tienda de Farm Shop, porque tiene que enseñarle algo importante. Una vez se ha cambiado de ropa, habiéndose aseado, colocándose unos vaqueros, deportivas, una camisa rosa chicle, y su habitual gabardina beige, la anteriormente agente de policía se ha apresurado en tomar su coche para reunirse con su padre. Ha decidido confiar en él una vez más, dándole un voto de confianza, al haberle revelado la verdad sobre lo sucedido aquella noche del sábado 28 de mayo. Sabe por qué su padre ha actuado así, intentando velar por Trish, y reconoce que, si ella hubiera estado en su situación, probablemente habría hecho lo mismo, llevada por la culpa. Cuando finalmente estaciona el vehículo en aparcamiento frente a la tienda de comestibles de su padre, apeándose de él, siente que el corazón le late con fuerza en el pecho. Camina con pasos lentos hacia la trastienda, donde ve a su padre, algo nervioso, con las manos en los bolsillos, junto a un montón de cajas de madera vacías, las cuales utiliza normalmente para apilar los productos.
—Hola Papá —lo saluda brevemente, antes de posar sus ojos en su rostro, arqueando una de sus cejas, pues aún no sabe qué diantres hace allí, a tales horas de la noche—. ¿Qué es lo que querías decirme? ¿Qué es tan urgente?
—Estaba limpiando, y he encontrado esto —señala con la cabeza una bolsa verde con un logotipo impreso en ella, dejada de cualquier manera junto a las cajas de apilar. Katie inmediatamente saca su teléfono móvil y unos guantes estériles. Tras enguantarse las manos, la joven oficial de policía se agacha, al tiempo que enciende la linterna del teléfono móvil—. Nunca lo había visto —añade, contemplando cómo su hija revuelve en la bolsa con su mano izquierda, antes de sujetar su contenido, sacándolo al exterior, a la luz de la linterna de su móvil.
—Papá... —la voz de Katie se entrecorta en ese preciso instante, sintiendo que la sangre se le hiela en las venas nada más contempla que es cuerda azul de pescador. El mismo tipo de cuerda con la que se ató a Trish Winterman. Y no solo eso, sino que esas manchas oscuras denotan que es exactamente la misma cuerda que se utilizó aquella noche—. Esto de aquí son manchas de sangre —revela con horror, contemplando las manchas casi marrones, antes de desviar los ojos hacia Ed, quien ha palidecido, negando con la cabeza—. Tranquilo, Papá —intenta calmarlo—. Sé que no has sido tú —le asegura, y su progenitor parece dejar escapar un suspiro aliviado, pues es reconfortante saber que su niña le cree, a pesar de haberle hecho perder su trabajo—. Pero tenemos que notificar a los inspectores de esto, o podrían pensar que has estado ocultando pruebas.
—Haz lo que consideres correcto, Katie —afirma el dueño de la tienda de comestibles con un tono de voz bajo—. Como siempre lo has hecho —la halaga, y la joven oficial, por primera vez se siente realmente cercana a su padre—. Estoy dispuesto a decir la verdad, en caso de que quieran hablar conmigo nuevamente... —afirma con confianza, antes de suspirar—. Pero en caso de que algo saliera mal, si decidieran que soy culpable... No me importaría, porque ahora sé que tú eres consciente de que no soy el responsable.
La joven de piel canela asiente en silencio, antes de dedicarle una sonrisa orgullosa y cariñosa a su padre, acercándose a él tras dejar la bolsa y su contenido tal cual la han encontrado. Se pone de puntillas debido a la diferencia de altura, y le brinda un beso lleno de afecto a su progenitor en la mejilla derecha. Por un momento, Ed parece a punto de llorar solo por el hecho de que Katie haya decidido demostrarle su cariño, pero consigue recomponerse, manteniendo las lágrimas a raya. A partir de ahora, no más secretos. Ni con ella, ni con nadie. La que hace unos días trabase de oficial de policía en la comisaría de Broadchurch, rápidamente empieza a marcar el número de la mejor inspectora que conoce, y reza porque le coja el teléfono. No pueden permitir que el agresor se escape, no, después de haber intentado inculpar a su padre por un delito que no ha cometido.
Lindsay Lucas ha vuelto a casa después de la macro congregación de personas frente a la comisaría de policía de Broadchurch. Ha preparado la cena, ha cenado con Michael, y ha visto como Clive, como es ya costumbre, se ha marchado a trabajar en su turno de noche sin apenas probar bocado. Ahora que se ha asegurado de que Clive está viendo la televisión, sale de la vivienda con la excusa de ir a tirar la basura. Por suerte, su niño no dice nada al respecto, encontrándolo normal, gracias a que ella es siempre quien se encarga de sacar la basura. Una vez cierra la puerta de casa a su espalda, habiéndose asegurado de coger la bolsa de basura de la cocina, y las llaves del colgador de la entrada, Lindsay baja las escaleras del apartamento hasta la calzada. Tras arrojar la bolsa al contenedor, da unos veloces pasos hasta el garaje de Clive, asegurándose de que nadie pueda verla. Dadas las circunstancias actuales, a saber lo que la gente podría pensar de ella si la vieran moverse de manera tan sospechosa por la noche, entrando a su garaje como si de un ladrón se tratase. Además, ha visto la hora en el reloj de la cocina, y Clive podría no tardar en volver. No quiere que la descubra.
Abre la puerta del garaje tras varios intentos con las llaves, antes de alzar la puerta por encima de su cabeza. Las sospechas que ha comenzado a tener desde su conversación de este mediodía la han dejado sin poder pensar en otra cosa. Además, la pornografía que ha encontrado en su ordenador no ayuda a disipar sus dudas. Si Clive consume ese tipo de contenidos, habiendo instruido a Michael a hacer lo mismo, ¿qué será capaz de hacer? No quiere ni planteárselo, y por eso ha decidido investigar el garaje. Solo su marido ha pasado tiempo aquí, y no suele dejar que ni Michael ni ella entren. Pues esto se acaba hoy. Se adentra en el oscuro garaje, antes de tirar de la cuerda de una bombilla cercana para encender la luz. Las bicicletas de montaña siguen colgadas en la pared, con el polvo acumulándose en ellas desde que las dejaron allí, en su última excursión, hace más de diez años. Hay un montón de herramientas y trapos para arreglar y hacer el mantenimiento del coche, algo nada fuera de lo común en un garaje. Y sin embargo, debe haber algo que destaque. Algo que no se supone que deba estar ahí. De pronto, Lindsay se percata de que, el cajón de la encimera de trabajo tiene un candado. Intenta abrirlo, pero se percata al momento de que necesita una llave para hacerlo. Maldita sea. Clive seguro que tiene la única copia de la llave, y probablemente la tiene en su propio llavero. No puede abrirla con ninguna de las llaves de las que dispone. No le queda otra: debe forzar el cajón. Tiene que encontrar respuestas, y piensa conseguirlas, cueste lo que cueste. Empieza a rebuscar en las cajas de herramientas en busca de una que la ayude a hacer palanca, y de pronto, encuentra lo que estaba buscando: un destornillador de medida media, con punta fina.
Inmediatamente se pone manos a la obra. Introduce el destornillador por el hueco que separa el tope del cerrojo y el cajón, y empieza a hacer palanca. Como esperaba, dado que Clive no es una manitas, el tope y el cerrojo no tardan en ceder, pues no están bien atornillados. Caen al suelo con un ruido seco, y Lindsay deja el destornillador en la mesa e trabajo. Abre el cajón. Dentro encuentra relojes, gafas de sol, carteras, teléfonos móviles... Y ninguno es de su marido, porque en su mayoría, tienen aspecto de ser para un público femenino. Tampoco cree que sen un regalo para ella, pues hace años desde que no le regala nada, ni un polvo, de hecho. Lo que significa, que todas estas pertenencias tienen que ser, o bien de sus múltiples amantes, algo que la asquearía pero la dejaría tranquila, o bien de sus clientes, lo que la horrorizaría y pondría aún mas alerta. No tiene tiempo de pensar en cuál de las dos posibilidades es, porque de inmediato, encuentra un montón de manojos de llaves junto a una de las carteras. Y uno de esos manojos de llaves tiene un corazón con una fotografía. Reconoce al momento a Trish y Leah Winterman, a quienes ha visto de pasada esta misma noche, en la reunión multitudinaria.
"Oh, Dios mío... Tenía razón. Clive tiene algo que ver con la..." por un momento, Lindsay es incapaz de terminar sus propios pensamientos, habiendo tomado el llavero en sus manos, sintiendo que le tiemblan de manera incontrolable. "Está involucrado. No sé cómo, pero... Tiene algo que ver", se dice con un tono fatalista en su mente, decidida a confrontarlo al respecto, pues si sus sospechas son ciertas, no dudará en hablarle al a policía de lo que ha descubierto. No puede permitir que un violador ande suelto por el pueblo, y mucho menos si ha intentado corromper a su hijo. Nunca pensó que descubrir algo así de Clive... Esperaba cualquier cosa. Deseaba que fuera cualquier cosa, menos esto. "Ahora todo cobra sentido: tan obsesionado con las noticias del caso, su nulo interés en mí, sus continuas infidelidades, la pornografía, que Michael empezase a verla y la pasase en el instituto, el llavero... Está obsesionado". En ese preciso momento, el tren de pensamiento de su mente, que va ahora a toda velocidad, se detiene en seco al escuchar el sonido del motor del coche que tan bien conoce ahora. Alza el rostro del llavero que tiene en las manos, y posa sus ojos en el taxi de su marido, a quien ve palidecer visiblemente desde el interior. Detiene el motor entonces, y sale del coche, dispuesto a encararla, pero ella no va a retroceder. Esa vez no. "Esto se acaba aquí. No más mentiras. Esta vez, tiene que decirme la verdad", piensa Lindsay mientras lo ve caminar hacia ella.
Alec Hardy conduce con presteza el coche de su pareja por las calles nocturnas de Broadchurch. Deben arrestar al sospechoso cuyo ADN han encontrado en el calcetín que fue utilizado como mordaza para impedir que Trish pidiera auxilio. De ahí, que ahora se dirijan al apartamento en el que reside. Mientras conduce, el escocés trajeado contempla por la periferia de su visión a Lina, quien se ha colocado su chaqueta de trabajo, y quien no para de frotarse las manos. Se ve que, uno de los efectos del embarazo, al menos en su caso, es una reacción imprevista a los cambios bruscos de temperatura. Tras alargar su mano izquierda hacia ella, posándola sobre las suyas, nota que las tiene heladas, de modo que sin decir una sola palabra, modifica el nivel de calefacción del coche para que esté más cómoda. Algo que ella recompensa al dedicarle una de esas dulces sonrisas que él tanto adora.
"Oh, vamos, buscaros un hotel, parejita...", piensa Ellie, quien va sentada en la parte trasera del vehículo, antes de dejar escapar una carcajada que disimula como un aclaramiento de garganta. "Pero qué digo... Si ya lo han hecho, o ella no estaría embarazada", no puede evitar encontrar gracioso su propio chiste, aunque admite que, pese a lo que sus pensamientos irónicos digan, se alegra mucho por ellos. "Ahora que lo pienso, me pregunto cuándo y dónde... Porque claro, no creo que en la comisaría... Oh... ¡Oh! ¡No! ¡Por el amor de Dios! ¡No quiero ni imaginármelo!", había comenzado a preguntarse cómo y cuándo pudieron estos dos ponerse cariñosos, cuando la sola idea de que ambos estuvieran juntos, en el término indecoroso de la palabra, la ha hecho querer vomitar. En ese preciso momento, una llamada entrante corta sus pensamientos, y no puede estar más agradecida por ello. Cuando menos piense en ese asunto, mejor para todos, pero especialmente para ella. Inmediatamente se pone a revisar su bolso en busca de su teléfono, pero pronto se percata de que no es el suyo el que está sonando, sino el de su analista del comportamiento favorita.
—Es Katie —comenta Cora en un tono sorprendido, pues como bien le dijo en un momento a su subordinada de mente avispada, solo quería que la llamase si se trataba de algo realmente urgente, y parece que no ha olvidado esa orden. Además, es muy poco habitual que la joven oficial la llame a estas horas, de modo que suspira, posando su mirada en su prometido, a quien ve negar inmediatamente con la cabeza.
—No, no, no, no —no está nada convencido de que hablar con su antigua oficial sea exactamente lo que deban hacer ahora, pues sigue siendo una agente comprometida emocional y personalmente con uno de sus principales sospechosos, y podría mandar al carajo toda la investigación si se involucra de nuevo—. No es una buena idea.
—Conozco a Katie, Alec —le recuerda la analista del comportamiento en un tono severo—. Le di instrucciones claras y precisas de que no me llamase a menos que fuera estrictamente relevante y urgente, y hasta el momento en el que dejó de ser mi subordinada, lo cumplió al pie de la letra —le revela con un tono ligeramente molesto por la idea de que el hombre que ama no quiera que hable con la muchacha únicamente porque pueda ser complicado justificarlo ante la comisaria o la inspectora jefe. Además, ya han demostrado, y ella tiene argumentos de sobra para demostrar que Ed Burnett no es culpable, de modo que la investigación no se vería comprometida—. Así que perdona si pienso que está llamándome por algo importante, por no mencionar que, si no lo fuera, no estaría llamando a estas horas de la noche.
—No contestes, por favor.
—¿Katie? —la embarazada de treinta y dos años hace caso omiso a la advertencia de su prometido, provocando por un lado que Ellie se parta de risa con la cara de incredulidad y resignación de su amigo, porque, admitámoslo, verlo tener que aceptar que Cora siempre irá a su aire en ciertos momentos, es algo que adora; y por otro, que el inspector veterano de delgada complexión suspire con pesadez, poniendo los ojos en blanco—. ¿Qué es lo que ocurre?
—¡Por el amor de Dios, Lina...!
—Hola Cora —saluda a su superiora con un inequívoco tono aliviado, realmente dichosa porque, no solo haya conservado su número y no la haya bloqueado, sino porque ha sido más rápida de lo que esperaba en contestar a su llamada—. Siento molestarte, ¿pero podríais venir a Farm Shop, en Flintcombe?
—Ahora vamos de camino a otro sitio, pero me figuro que no me lo pedirías si no tuvieras una razón de peso, por no hablar de lo ligeramente nerviosa que te noto al hablar.
—Sí tienes razón —afirma Katie tras dar una mirada por encima del hombro a su padre, quien se mantiene a la espera de que termine su llamada—. El caso es, que creo que hemos encontrado la cuerda que utilizaron para atar a Trish Winterman.
—¿¡Qué!? —su grito hace sobresaltarse mínimamente a sus dos compañeros de profesión, quienes posan sus ojos en ella, preocupados al momento—. Alec, ¡para el coche ahora mismo! —le exige a su prometido, dirigiéndose a él incluso cando aún no ha colgado la llamada con su subordinada. Él la observa con los ojos ligeramente abiertos, aún sorprendido por su estallido—. ¡Que pares el maldito coche! —insiste nuevamente, y su pareja finalmente hace lo que le pide, estacionando en una gasolinera de paso—. Katie, nos vemos en unos minutos: llevaré refuerzos y un equipo para recoger las pruebas.
—Entendido —afirma la oficial al momento al otro lado de la línea telefónica, no habiendo podido resistir el impulso de sonreír al momento de escuchar cómo su superiora tan brillante le grita al escocés malhumorado. Sin duda, ahora empieza a comprender cómo hacen tan buena pareja. Quieran o no, se equilibran a la perfección—. Estoy con mi padre, de modo que me aseguraré de que no tocamos nada.
—Perfecto —asevera la pelirroja—. Hasta luego —se despide de ella antes de colgar la llamada, volviéndose hacia sus compañeros, quienes aún la contemplan, esperando a que los informe acerca de lo que ha sucedido. De ser en extremo importante, si ha provocado que reaccione así de visceralmente—. Tenemos que separarnos para ir a Farm Shop también —comienza a comunicarles, antes de sentir que le tiemblan las manos que sujetan su teléfono móvil—. Katie me ha dicho que cree que Ed y ella han encontrado la cuerda que se usó para atar a Trish la noche del sábado, cuando la violaron.
—¿¡Qué!? —Ellie reacciona tal y como lo ha hecho ella, expresando su incredulidad.
—Dime que es una broma, Lina...
—Me temo que no, cielo —niega ella al momento con un tono resignado, antes de suspirar con pesadez—. De modo que, tenemos que decidir quién de nosotros va a reunirse con Katie, y quién va a por nuestro sospechoso número dos... Y más nos vale darnos prisa, porque no podremos mantener retenido a Jim Atwood durante más tiempo.
Pone las cartas sobre la mesa, pues cuanto antes lo decidan, antes podrán desplazarse hasta los puntos de interés. Y algo le dice que, estas últimas horas de la noche y la madrugada, van a serles muy provechosas para avanzar en la investigación. Alec y Ellie intercambian una mirada significativa, conversando silenciosamente entre ellos, antes de que la castaña de cabello rizado suspire, pues si así están las cosas, prefiere ir a hablar con su antigua subordinada, quien, a pesar de que esté suspendida temporalmente, parece querer ayudarlos con la investigación. Una vez toman la decisión, Alec arranca nuevamente el coche de su futura mujer, comenzando a conducirlo hacia Broadchurch, con el fin de que la inspectora trajeada de ojos pardos se agencie su coche.
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