Capítulo 29 {2ª Parte}
Aproximadamente cinco minutos después, Alec Hardy conduce el coche de su querida protegida por el verde fiordo inglés, recorriendo el camino que los lleva desde Broadchurch a Axehampton. A lo lejos divisa la edificación en la que se organizó la fiesta del 50 cumpleaños de Cath Atwood. A diferencia de los viajes anteriores, la pelirroja de ojos celestes ha ocupado el asiento del copiloto, acompañando así a su prometido a pesar de sus ligeras protestas. Sin embargo, Ellie ha decidido quedarse en la comisaría, puesto que sus dos amigos deberán dirigirse allí, una vez recojan del dueño de la Casa Axehampton lo que necesitan. Esa es la razón de que ahora los inspectores vayan solos en su coche. Una vez atraviesan con el vehículo la valla que separa la propiedad del resto del fiordo, Alec estaciona el vehículo en la calzada de gravilla cercana a la casa. El escocés de cabello y vello facial castaño se apea del vehículo tras detener el motor. Tras cerrar la puerta del conductor, se apresura en abrirle la puerta a su pareja, quien corresponde ese gesto con una sonrisa encantadora, antes de brindarle un beso fugaz en los labios. Alec cierra la puerta del coche después de que la analista del comportamiento se agencie una bolsa de pruebas. Gracias a ella, podrán custodiar de manera fácil y efectiva la prueba que Arthur haya encontrado. La pareja intercambia una mirada antes de comenzar a caminar hacia la Casa Axehampton. A lo lejos ven a su propietario salir a su encuentro. En su mano derecha lleva lo que parece ser una prenda de ropa pequeña. Probablemente, a juzgar por su tamaño, se trate de un calcetín. Tras entregarle la bolsa de pruebas a su escocés, éste la abre, dejando que Tamworth introduzca en ella el calcetín de hilo color marino, con franjas blancas en la parte superior.
—Vi que Pedro lo tenía en la boca —les cuenta el dueño en un tono intrigado—. No sé dónde lo habrá encontrado, ni hace cuánto que lo tiene —el inspector de carácter taciturno cierra la bolsa, dejando la prueba asegurada, para así llevarla al laboratorio forense de Brian Young para su posterior análisis—. Pensé que debía llamarles, aunque solo sea un calcetín viejo... Uno nunca sabe cómo acertar con su trabajo.
—Gracias —sentencia Alec, antes de asentir con la cabeza—. Estaremos en contacto —le asegura, antes de dirigirse hacia el coche con su pareja. Cuando se asegura de que están lo suficientemente lejos de su campo de audición, el escocés se dirige a su persona amada—. De modo que un calcetín viejo... —comenta, desviando su mirada momentáneamente a la bolsa de pruebas que tiene en sus manos, antes de entregársela, habiéndose internado ambos en el vehículo.
—No es una coincidencia que a Laura Benson también la amordazasen con un calcetín viejo.
—Eso es exactamente lo que estaba pensando —confirma el Inspector Hardy tras asentir, arrancando el motor del coche de su prometida—. No es un hecho aislado, sino que es concreto. Demasiado concreto como para descartarlo —comienza a desaparcar, habiéndose girado hacia la parte trasera del vehículo, al fin de tener un mejor campo visual—. Mismo modus operandi en las tres agresiones, y ahora, en dos de ellas a la superviviente se la amordazó con un calcetín viejo —comienza a hilar los hechos mientras conduce de vuelta a Broadchurch, con el propósito de dirigirse a la comisaría.
—Está claro que estamos hablando del mismo agresor —concuerda la mentalista de ojos celestes mientras asiente, desviando la mirada hacia su protector y confidente—. Es alguien organizado, Alec: fue preparado a cada fiesta o evento que se celebró, porque tenía la intención de agredir a alguien. Tenía la cuerda y la mordaza preparadas, a diferencia del arma con el que las dejó inconscientes, que fue lo único improvisado en todo el plan —esboza con rapidez—. Tenemos que buscar a alguien que coincida en esos eventos, además, debe ser capaz de desplazarse libremente por todo el territorio durante estas fechas de periodo vacacional —suspira con pesadez al cabo de unos segundos, antes de frotarse el entrecejo con la mano derecha.
—¿Te encuentras bien? —cuestiona el escocés, deteniendo el vehículo en un semáforo. Desvía la mirada hacia la derecha, percatándose de como su prometida coloca su mano izquierda sobre su vientre.
—El agresor me tiene desconcertada —se sincera Lina—. Normalmente ya debería haber esbozado alguna teoría respecto a su identidad, haber hecho un perfil que encaje mínimamente con alguno de nuestros sospechosos, pero de momento... No tengo nada.
—Eh —Alec coloca su mano en su mejilla izquierda, acariciándosela con dulzura—. No te preocupes por eso ahora, cielo... —le pide en un tono suave—. El taciturno soy yo, ¿recuerdas? —bromea, logrando hacerla sonreír—. Vamos a atraparlo, ya lo verás... Pero necesito que no te sobrecargues, por favor —le expresa en un tono preocupado, antes de posar su mano derecha sobre la que ella tiene en su vientre. Acaricia su dorso con cuidado, con la mujer de piel de alabastro sonriendo al ver su preocupación por su bebé y ella. En cuanto su prometida asiente para tranquilizar sus preocupaciones, el escoces retira la mano y retoma su conducción.
Aproximadamente a las 20:05h, Ed Burnett se encuentra en su tienda de comestibles, sentado en su despacho. No para de pensar en las palabras que Cath le ha dirigido. La verdad que le ha confesado. Cómo Jim Atwood se acostó con Trish la mañana de la fiesta del sábado 28 de mayo. El solo pensar en ello hace que le hierva la sangre. No puede olvidarlo, aunque le gustaría hacerlo. Trish, que es alguien a quien él tiene en tan alta estima... No puede haberse acostado con Jim Atwood por propia voluntad. No es lógico. Además, la mujer que él conoce jamás habría traicionado de esta manera tan ruin la confianza de Cath. Tiene que haber gato encerrado ahí. Seguro que la obligó a hacerlo... Y probablemente, fuera él quien la violó esa misma noche. Puede que Trish no quisiera seguir con la aventura, y él se lo hiciera pagar. Sí, eso es. En cuanto esos pensamientos desquiciantes y paranoicos aparecen en su mente, dándose una justificación de porqué la mujer que admira y aprecia habría aceptado acostarse con Jim, Ed Burnett se levanta de la silla de su despacho. Con el ceño fruncido, toma el manojo de llaves para cerrar la tienda, antes de salir de la estancia. Empieza a caminar hacia el taller del marido de su empleada. Tiene muy claro lo que piensa decirle, no solo por haber herido de una forma tan profunda a Cath, sino por el hecho de haber obligado a Trish a acostarse con él.
No tarda demasiado en llegar hasta el taller. Apenas necesita varios minutos andando por la Calle Mayor para ver el establecimiento a lo lejos. Jim está terminando de hacer el inventario del taller, a juzgar por lo rápido que escribe y revisa un archivo. Ed siente que acelera el paso de manera inconsciente, pues desea llegar al taller lo antes posible para cantarle las cuarenta al mecánico. Lo ve dar la vuelta a una de las hojas, antes de continuar escribiendo. Camina aún más rápido, de modo que sus pasos resuenan en la calzada, logrando, en última instancia, captar la atención de Atwood. Éste gira la cabeza al exterior de su taller en cuanto escucha los pasos que se acercan en su dirección. Da una leve ojeada al dueño de la tienda de comestibles antes de volver a posar su mirada en su cuaderno.
—Está cerrado —sentencia en un tono indiferente, no percatándose de que Ed continua caminando hacia él, sin indicios de que vaya a detenerse en algún momento—. ¿Estás sordo? —cuestiona al volver a girar el rostro hacia el vendedor de comestibles—. ¡Está cerrado! —exclama en un tono autoritario, indicándole así que debe abandonar su establecimiento de inmediato.
Sin embargo, antes siquiera de que pueda preverlo o hacer algo para evitarlo, Ed le propina un derechazo en la mandíbula, seguido de dos puñetazos hacia la nariz. En uno de los impactos de los nudillos contra el tabique, se escucha un sonido quebradizo, dejando claro que el hueso se ha roto, o como mucho desviado de su posición original. Debido a la fuerza del segundo impacto, Jim Atwood cae al suelo de su taller, de espaldas. Se sujeta la nariz, intentando detener la hemorragia que se ha producido, provocando que la sangre le caiga por el rostro, cálida y con olor y sabor a hierro, en cuanto entra en contacto con sus labios. Ed vuelve a la carga entonces, preparándose para tomar impulso, antes de dirigir su pierna derecha conta el abdomen del mecánico. El impacto provoca que el hombre que se acostó con Trish intente tomar aire a la fuerza, sintiendo cómo le queman las entrañas al hacerlo. Empieza a toser entonces, y antes siquiera de poder tomar una bocanada de aire para volver a toser, siente cómo otra patada impacta contra su abdomen. Sin embargo, Ed continúa propinándole patadas con toda la fuerza de la que es capaz. La ira que lo recorre ahora es gasolina para su sistema, y piensa desquitarse con él por lo que les ha hecho a Trish y a Cath, pero especialmente a su empleada favorita. Sabe que ninguna le ha pedido que haga justicia en su nombre, pero ya es demasiado tarde como para detenerse ahora. Mientras intenta endurecer el abdomen para evitar que los golpes le provoquen hemorragias internas, Jim siente cómo el dueño de Farm Shop lo toma por las solapas, levantándolo momentáneamente del suelo, antes de propinarle otro puñetazo en la nariz, dejándolo prácticamente inconsciente. Empieza a toser de nuevo, sintiendo cómo le raspa la garganta, y cómo tomar aire es como si alguien hubiera encendido un fuego en su interior. Mientras parpadea, intentando ajustar su vista, pues ha empezado a ver puntos negros debido a la golpiza, es testigo de cómo el hombre negro y de complexión fuerte se sacude las manos. Instantes después, de camino al exterior de su taller, lo ve llevarse un trapo que tenía sobre uno de los bancos de trabajo, limpiándose las manos con él, con el fin de deshacerse de la sangre.
Ya ha caído la noche para cuando finaliza el partido de fútbol. Los equipos que visten la equipación y petos azules detienen la jugada en cuanto escuchan el pitido del silbato del árbitro, quien no es otro que Leo Humphries. Éste se despoja del peto azul, indicándoles a sus jugadores, a algunos de los cuales entrena personalmente, que se despojen de sus petos. Asimismo les insta a devolverle el uniforme de futbol en cuanto se cambien de ropa en las duchas. Lamentablemente, no todos los habituales han acudido al partido de esta noche: Ian Winterman, Jim Atwood y Clive Lucas son algunos de ellos. El joven estudiante universitario se dice que tendrán cosas que hacer, pero no es algo normal en ellos. De hecho, suelen ser los primeros en llegar al campo para los entrenamientos o partidos, ya que les encanta competir entre ellos.
Mientras va recibiendo el equipo de sus jugadores y compañeros, Leo sonríe: el partido no ha estado nada mal. Sí, es cierto que algunos de ellos están algo verdes todavía, pero la mayoría de ellos tienen potencial para convertirse en jugadores estrella de la selección. Pero claro, no es algo que vaya a decirles a la cara, porque se les subirán los humos prácticamente a la estratosfera, y lo último que necesita ahora son jugadores con un ego por las nubes. Una vez sus jugadores salen de las duchas, le entregan el equipo de futbol: los uniformes naranjas y los calcetines de hilo azul marino con franjas blancas en la parte superior. Lo introduce todo en una bolsa, dispuesto a llevarlo al centro de lavado. Normalmente le pediría un favor a Danielle, haciendo que lo llevase ella, pero al haberle pedido anteriormente que corrobore su coartada ante la policía, sabe que no puede pedirle que le eche una mano nuevamente. O al menos, tan pronto. Seguro que dentro de unas semanas podrá volver a pedirle que lave ella la ropa del equipo de fútbol, y estará más que encantada de hacerlo. Solo tiene que prometerle que la llevará a un sitio caro para cenar.
Son las 22:20h. Alec Hardy está paseando por la planta en la que se encuentra su despacho y las mesas de sus subordinados desde hace poco menos de media hora. No para de dar vueltas en círculos intermitentemente, algo que empieza a poner de los nervios a Ellie, quien lleva en la comisaría bastantes horas, y está deseando marcharse a casa para poder descansar un poco. La castaña contempla cómo su buen amigo y jefe sale nuevamente de su despacho, y pone los ojos en blanco, antes de posarlos en Coraline, quien está sentada en su mesa, junto a la suya, consultando varias coartadas de personas aún sin descartar. La pelirroja nota al momento cómo una mirada penetrante se ha posado en ella, de modo que alza el rostro, percatándose de que es la castaña de cabello rizado quien la observa. Ésta le hace un gesto con la cabeza hacia su protector, y la analista del comportamiento suspira pesadamente, desviando su atención hacia él.
—Bien, la Inspectora Jefe va a venir a nuestra reunión del lunes a primera hora, y quiero asegurarme de que lo tenemos todo preparado —ante sus palabras, Ellie hunde su cabeza entre sus manos, claramente exasperada, pues es la decimoquinta vez esta noche que las hace repasar el caso que tienen entre manos, así como los perfiles de los distintos sospechosos, muchos de los cuales no cuentan con una coartada estable—. Antes de enterarnos de esas otras agresiones, ¿quiénes eran nuestros principales sospechosos en el caso de Trish Winterman? —cuestiona en un tono profesional, posando su mirada en la pizarra blanca en la que Katie Harford y Lina dibujaron una lista entera de sospechosos.
Sin que su pareja sea consciente de ello, la mujer de treinta y dos años se ha levantado de su asiento, apoyándose en la mesa de la veterana inspectora de ojos pardos.
—Identificamos a 65 hombres que estuvieron en la fiesta —comienza a enumerar la pelirroja de memoria, pues como su querido escocés lleva toda la noche preocupado por la visita de la Inspectora Jefe, ya ha memorizado todas aquellas preguntas que les ha realizado al momento de repasar la información de la que disponen hasta el momento—. Gracias a la comprobación de coartadas y al análisis del comportamiento, hemos logrado descartar a 52, así que nos quedan sospechosos como Ian Winterman, su exmarido, con quien tiene una mala relación...
—Jim Atwood, que se acostó con ella la misma mañana de la fiesta, y podría estar preocupado por si su mujer se enteraba de ello en plena celebración —añade Ellie, metiendo baza en la conversación tras frotarse el entrecejo, agotada de repasar lo mismo una y otra vez, a pesar de comprender que su jefe necesita tenerlo todo controlado, para así no cometer errores en la reunión del lunes.
El inspector escocés, que se ha despojado de su chaqueta, se gira hacia ellas, observándolas.
—¿Y por eso la agredió? —indaga Alec tras cruzarse de brazos—. No creo que tenga sentido.
—Cora y yo estamos haciendo una lista —le recuerda la mujer de cabello rizado recogido en una coleta baja, antes de suspirar con pesadez, consultando el papel que tiene entre manos, en el que figuran los nombres de sus principales sospechosos—. Nos has dicho que la hagamos, ¿no? Pues no va a ser perfecta —le recrimina su intransigencia y su ánimo abrumador, pues éstas no son las horas idóneas para seguir en la comisaría trabajando a destajo.
—Lucas, el taxista que salió a tomar una copa con Trish, nos mintió en el interrogatorio sobre lo que hizo la noche de la agresión —el hombre con delgada complexión continúa con el listado, habiéndolo memorizado también gracias a las veces que han repasado los nombres de los sospechosos.
—Pero no encaja con el perfil psicológico del agresor: no demostró señales de narcisismo límite y control maniático —añade Coraline en un tono factual, revisando sus notas mentales acerca de ese individuo concreto—. No nos olvidemos de Leo Humphries —en cuanto ese nombre sale de sus labios, la taheña no puede evitar chasquear la lengua, recordando sus anteriores encuentros con él, no siendo nada agradables.
—Ah, sí —Hardy asiente al momento con un ceño fruncido, volviéndose hacia su prometida y su amiga—. Vuestro amigo, el fabricante de las cuerdas... —recuerda vagamente el interrogatorio al que lo sometieron, pero la sensación de incomodidad y aversión hacia el muchacho y su ademán con respecto a la madre de su bebé, siguen latentes en su mente y reacción.
—Su coartada es inconsistente, su análisis psicológico y de personalidad se asemeja en ciertos aspectos con los del agresor, tiene relación con muchos de los invitados a la fiesta, y fabrica cuerdas azules para varios negocios locales —sentencia Ellie, leyendo el informe de su querida amiga y subordinada, además de los datos de los que disponen sobre el estudiante universitario.
—No tiene ninguna conexión con Trish, ni con Cath, ni Jim. No estuvo presente en la fiesta, que nosotros sepamos... —el hombre de cabello lacio y castaño se cruza de brazos antes de suspirar pesadamente—. Su novia le está encubriendo, pero eso no quiere decir que estuviera en Axehampton.
En ese preciso momento, el teléfono de la pelirroja con piel de alabastro y ojos azules empieza a vibrar. Tras carraspear, Cora musita un breve «lo siento» antes de sacar su teléfono móvil del interior del bolsillo de la chaqueta del trabajo. Una vez tiene el smartphone en las manos, la mentalista trajeada desbloquea la pantalla, contemplando el remitente del mensaje que acaba de recibir. Parpadea rápidamente al mismo tiempo que abre los ojos con ligero pasmo, puesto que los contenidos del mensaje la sorprenden.
—Escuchad —capta la atención de sus superiores, quienes posan su mirada parda en ella, preguntándose qué hay detrás de la interrupción imprevista del mensaje—. Acaba de llegarme un mensaje de Bob Daniels —los informa, antes de comenzar a leer el mensaje en voz alta, con un tono profesional—: «Ha habido un altercado en el taller de Jim Atwood. Le han dado una paliza» —relata, y como ella esperaba que sucediera, los ojos de sus superiores se abren con pasmo al escucharla—. ¿Esto puede interesarnos? —cuestiona con un tono ligeramente irónico y bromista, alzando el rostro de su smartphone, para posarlo en los rostros de sus compañeros de profesión.
Nada más ha leído mentalmente el mensaje al llegar a su teléfono, ha adivinado de antemano la respuesta de su pareja, a quien, como esperaba, le falta tiempo para ponerse en marcha.
—Sí, claro —Alec responde a la pregunta con un tono interesado, pasando a su lado para dirigirse a su despacho, antes de contemplar cómo Lina deja de apoyarse en la mesa de su amiga castaña, a quien dirige sus próximas palabras—. ¡Miller, coge tu chaqueta! —le ordena mientras entra en su despacho, tomando en sus manos su chaqueta, colocándosela. Una vez hecho esto, se agencia su placa policial, saliendo de su despacho. Es testigo de cómo su subordinada con veteranía toma su chaqueta en sus manos antes de ataviarse con ella, de modo que se acerca a su pareja—. Permíteme, querida —le dice en un tono bajo, rozando el susurro, sujetándole la chaqueta para ayudarla a ponérsela, de modo que solo tenga que meter los brazos por las aperturas.
—Gracias —susurra ella con cariño, agradeciendo en extremo su gesto y consideración.
—¡Venga, pareja! —exclama Ellie desde la puerta de entrada, logrando sobresaltarlos—. ¡Ya tendréis tiempo luego para comeros a besos! —añade con un tono divertido, para vergüenza de los inspectores, y para alborozo de los pocos compañeros de trabajo que quedan en la comisaría.
—Como vuelva a hacer alguna broma sobre nosotros... —gruñe Alec por lo bajo mientras siguen a su compañera y amiga fuera de la comisaría, hacia el aparcamiento de esta, con el fin de tomar su coche y desplazarse hasta el taller de Atwood—. La degrado con efecto inmediato.
—Lo hará —asegura la pelirroja con un tono más relajado que el de su novio, siendo capaz de encontrar el lado humorístico de esta situación, y por ende, de las palabras de su superiora—. Y la perdonarás por ello, como siempre —asegura mientras ambos bajan las escaleras, ganándose una mirada algo molesta por parte de su protector—. Sabes tan bien como yo que no puedes estar mucho rato enfadado con ella, cariño... —susurra con dulzura antes de llegar a su vehículo.
—No se lo digas, o no parará de recordármelo —dice él, correspondiendo su tono de voz, antes de abrir la puerta del coche, al haberle entregado ella las llaves.
Una vez los tres investigadores del caso se hayan en el interior del coche, el escocés comienza a conducir hacia el taller de automóviles de Jim Atwood. Este día ha sido una montaña rusa de emociones y sucesos, de modo que no puede evitar preguntarse quién ha sido el autor de la paliza al mecánico. Aunque siendo sincero, teniendo en cuenta el talante de ese hombre, así como sus acciones, no le extraña demasiado que se haya peleado con alguien. Si se descuidan, puede haber tenido una pelea conyugal con Cath, puesto que podría haberse enterado de la aventura que ha mantenido con Trish hace días, decidiendo hacérselo pagar. De momento es una hipótesis, ya que no podrán averiguar nada al respecto hasta que se personen allí y hablen con la víctima.
Cuando llegan al taller del mecánico, lo encuentran en el interior, de pie, y respirando de manera agitada. Aunque en cada respiración hace una mueca de dolor, sujetándose el pecho. Esto no escapa a la atención de la analista del comportamiento, quien fija sus ojos azules en él, escaneándolo de pies a cabeza.
"La sangre seca en el surco del Filtrum, indica que tiene el tabique de la nariz desplazado, probablemente debido a varios golpes contundentes y fuertes contra él. A juzgar por la dirección del desplazamiento, está claro que lo han golpeado con saña, utilizando la parte posterior de la mano. Concretamente, los nudillos. Quienquiera que fuera debe tener una fuerte constitución y la fuerza correspondiente. Su agresor, no contento con desviar su tabique nasal, le ha propinado además una serie de golpes en los laterales de la sien: claramente, a pesar de intentar contenerse, puesto que la piel no está tan amoratada como la presente en la nariz, ha sabido exactamente dónde golpear para provocarle un traumatismo doloroso. Lo bastante como para mantenerlo incapacitado durante varias horas, incapaz de pedir ayuda o denunciar la agresión", deduce la mujer de cabello carmesí en apenas unos segundos, habiéndole bastado un simple vistazo para percatarse de dichos detalles.
—Señor Atwood, ¿qué...?
—¡Ha entrado y se ha abalanzado sobre mí! —el mecánico ni siquiera permite al inspector escocés terminar su pregunta, comenzando a hablar de manera atropellada, como un experimento de probeta que acaba de estallar.
—Más despacio, ¿quién? —quiere saber Alec, pues las lesiones de Jim parecen muy graves.
Tras analizar el rostro del hombre que tiene delante, la joven posa sus ojos en su abdomen. "Por la forma en la que se sujeta el pecho al respirar, así como los intentos por disimular el dolor de cada inhalación, me queda claro que ha sufrido patadas en el abdomen, lo suficientemente fuertes además, como para dejar cardenales duraderos. A juzgar por su estado, con una respiración tan errática, cardenales que apenas empiezan a amoratarse y la sangre seca del surco del Filtrum, la agresión se ha cometido hace varias horas", finaliza sus deducciones, e inmediatamente, una imagen llega a su mente. La imagen de un rostro conocido. "Un rostro, cuyo dueño tiene serios problemas de control de la ira, además de ser alguien que se cree con derecho a tomarse la justicia por su mano... Ed Burnett".
—El maldito Ed Burnett —la respuesta por parte del mecánico confirma al momento las suposiciones de la pelirroja de ojos azules, quien cierra los ojos con pesadez: está claro que ha ocurrido algo al margen de su conocimiento, para provocar que el jefe de Trish haya incurrido en una espiral de violencia así—. Puñetazos, patadas... ¡Me dejó tirado en el suelo, incapacitado!
"Probablemente, haya sido resultado de su cariño por nuestra clienta. Como advertí en un primer momento, no habla ni se dirige a ella como lo haría un jefe a una subordinada. Lo hace desde un terreno mucho más personal... Desde el emocional incluso", rememora rápidamente sus primera impresiones sobre el jefe de su superviviente, y la conexión entre la agresión y el móvil queda clara. "Me atrevería a decir que Ed Burnett está enamorado de Trish, de ahí que, probablemente, al enterarse de lo sucedido entre ella y Jim Atwood, haya corrido hasta aquí para propinarle una paliza", piensa para sus adentros la pareja del hombre trajeado, quien intercambia una mirada con sus dos compañeras, claramente confuso a la par que intrigado porque el dueño de la tienda de comestibles haya agredido al hombre que tienen delante. Es evidente para Lina que su querido Alec aún no ha hecho la conexión.
—¿Le ha hecho esto sin venir a cuento? —Ellie parece igual de confusa que su jefe, desviando su mirada hacia su amiga, buscando la respuesta a su pregunta. No la encuentra en su colega de ojos azules, pero por el ademán que ésta exhibe ahora, con los brazos cruzados bajo el pecho y las comisuras de los labios levemente elevadas en un gesto de confianza disimulado, sabe que ha hecho algún tipo de conexión entre la agresión y el hecho de que sea Ed Burnett el responsable.
No puede esperar a preguntarle qué es lo que ha notado.
—Sí, sin venir a cuento —afirma el marido de Cath tras colocarse la mano bajo los orificios nasales, con el fin de evitar que la sangre continúe cayéndole por el surco del Filtrum, pues tiene una hemorragia interna de importancia por el desvío del tabique nasal—. Entró sin mediar palabra, me atizó y se largó —se encoge de hombros tras comprobar que no sangra de la nariz, metiendo sus manos en los bolsillos del pantalón en una actitud molesta y nerviosa. Sus ojos se desvían hacia los lados, temeroso de que vuelva a aparecer. Está claro que esta agresión lo ha pillado por completo desprevenido, y es una sensación que no le gusta—. Incluso se llevó un trapo para limpiarse las manos, el muy cabrón...
—¿Y cuál pudo ser el motivo? —inquiere el hombre trajeado, arqueando una de sus cejas.
—Dejen de interrogarme. yo soy la víctima aquí —ruega, o lo más justo sería decir que exige, en un tono que desciende conforme aumenta su nivel de molestia con los investigadores del caso. Sus ojos azules siguen fijos en ellos, centelleando de furia—. Detengan a Ed Burnett y encierren a ese puto psicópata, y cuando por fin averigüen a que ha venido todo esto, vuelvan y cuéntenmelo con un poquito más de simpatía.
Los inspectores de la policía de Broadchurch a cargo del caso de Trish Winterman simplemente lo observan con miradas sorprendidas por su desparpajo y prepotencia, antes de despedirse de él, indicándole que sería de gran ayuda que declarase al sargento que han llevado con ellos, lo sucedido, para poder interrogar sobre ello al autor de la agresión, una vez detenido.
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