Capítulo 28 {1ª Parte}

Mark Latimer ha estado preparando las maletas prácticamente desde el momento en el que ha discutido con Paul en el puerto. Se le ha hecho bastante más tarde de lo que pensaba, con el sol empezando su descenso por el cielo. Mientras guarda las últimas camisas en la bolsa de viaje, escucha el inconfundible sonido del timbre. Una vez abre la puerta, se encuentra cara a cara con Maggie Radcliffe. Ésta, tras invitarse a entrar en su apartamento, camina hasta la sala de estar, donde Mark toma asiento en una de las sillas. Con algo de reticencia, y una voz contenida por las emociones, la periodista, ahora escritora eventual, saca de su bolso un manojo de sobres. En todos ellos hay cartas, y todos ellos tienen el mismo remitente: Danny. Le extiende el manojo de sobres al fontanero, que los contempla con una mirada llena de temor, melancolía y dolor.

—Nunca las he leído —confiesa con una voz en extremo suave, sintiendo que el nudo en su garganta se deshace lentamente—. No me parecía apropiado y, no era necesario para el libro, de modo que no las he tocado, y he pensado que lo mejor era devolvértelas.

—Gracias —el hombre corpulento con ojos azules casi parece susurrar—. Te lo agradezco.

—Será mejor que me vaya... Solo venía a entregártelas, al fin y al cabo —se carcajea, sintiendo que esta situación es más incómoda y violenta de lo que en un principio había anticipado. Mientras organizaba sus asuntos para poder despedirse de la editorial, para así trabajar libremente con Nadia Taylor-Harper, la periodista ha encontrado las cartas, guardadas como un tesoro escondido y secreto, en el fondo de uno de los cajones de su escritorio. Una vez contempla que Mark corresponde su sonrisa, traga saliva, procediendo a caminar hacia la entrada, por donde ha venido. Pasea su mirada por la estancia, deleitándose con los infantiles dibujos de Lizzie en las paredes de la estancia, pero antes siquiera de poner un pie fuera de ella, la mirada clara de la reportera del Eco de Broadchurch se queda fija en las bolsas y la maleta que Mark tiene sobre el pequeño sofá del apartamento. Están casi llenas de ropa y zapatos, por lo que no hay que ser muy avispado para entender lo que esto significa—. ¿Vas a algún sitio? —cuestiona, y Mark desvía la mirada al suelo, pues esperaba no tener que hablar de esto con ella, que lo conoce prácticamente desde que era un chaval. Es casi como su segunda madre, y ella lo sabe bien.

—Sí —el fontanero se levanta velozmente de la silla en la que se encuentra sentado, caminando hacia ella. Su cerebro trabaja a marchas forzadas para encontrar una excusa que Maggie pueda creer sin demasiados problemas—. He decidido darme un pequeño descanso... Ya sabes, para desconectar un poco —intenta hacerlo pasar como una decisión que lleva tomando desde hace tiempo, y no como algo que acaba de decidir recientemente, en su empeño por dar caza al monstruo que le arrebató la vida a su hijo.

—¿A algún sitio bonito? —inquiere Maggie, quien evidentemente, a pesar de la sonrisa sorprendida y amigable que le dirige, no las tiene todas consigo acerca de sus verdaderas intenciones.

—He pensado que Escocia estaría bien —no sabe por qué razón ha dicho eso en primer lugar, pero al pensar en Danny, no sabe exactamente cómo, el rostro del Inspector Hardy ha venido a su mente. De ahí que lo haya mencionado.

—Precioso.

—Sí...

—¿Y estarás allí mucho tiempo? —Maggie sabe que no debería interrogarlo como un perro de presa, pero hay algo, quizás su instinto de reportera veterana, que le dice que hay algo en el ademán de Mark que no encaja del todo. Hay algo que la escama. De ahí que aún no haya abandonado el piso, e insista en mantener esta conversación tan intransigente y algo incómoda.

—Solo un par de días —responde el padre de Danny—. Nige podrá ocuparse de todo —menciona a su amigo, con quien ha estado charlando y bebiendo cerveza las últimas noches. Se ha quedado en el pueblo desde que vino para el partido de fútbol en la playa, y el joven padre no puede evitar pensar que hay una razón para ello: por un lado, que está preocupado por él, como todos, y por otro, que quiere convencerlo de que conozca a su hermana.

—Es un viaje largo para un par de días.

La reportera lo ha calado de lleno. Si Mark piensa que va a poder esquivar sus preguntas mucho más, está muy equivocado: desde que era un chiquillo ha sabido perfectamente cuándo ha mentido, y cuándo no. Y ahora mismo se le nota a la legua que está mintiendo. Sus suposiciones solo se confirman aún más cuando Mark adopta una actitud defensiva ante sus numerosas preguntas. Esa es la actitud que en tantas ocasiones ha visto en sus entrevistados, cuando querían ocultar algo con gran ahínco.

—¿Ahora eres agente de viajes? —bromea el fontanero de manera pasivo-agresiva.

—Podría serlo, tal como van las cosas —responde ella sin dejar de observarlo. Advierte en su ademán, en esa sonrisa nerviosa que le dirige, esa misma expresión que de adolescente hacía, cuando tramaba alguna travesura, o cuando tenía un plan para reunirse con Beth a escondidas de sus padres—. ¿Tu familia sabe que te vas?

—Gracias por las cartas, Maggie.

La respuesta que le da a su pregunta hace que en el interior de la reportera del Eco de Broadchurch aparezca una leve sensación de miedo y dudas. Miedo porque su amigo vaya a abandonar a su familia sin decir ni una sola palabra acerca de sus auténticas intenciones. Dudas acerca de dichas intenciones, y de las consecuencias que provocarán, no solo en el propio Mark, sino en su familia.

—Cuídate mucho Mark —le dice con un tono amable y cariñoso. Espera, en el fondo de su corazón, que este pobre hombre, que tanto ha sufrido por la muerte de su hijo, no haga ninguna locura, y que, a donde sea que se dirija, encuentre la paz que tanto tiempo lleva buscando, y que tan difícil le está siendo conseguir.

—Siempre lo hago.

Tras despedirse de la redactora del periódico del pueblo, el fontanero de ojos azules como el mar suspira aliviado. Tras guardar la ropa restante en la bolsa de viaje que tiene preparada, introduciendo ésta a su vez en la maleta, Mark se arrodilla junto a su confiable equipo de herramientas. Las mismas herramientas con las cuales ha realizado todo tipo de trabajos y encargos en el pueblo. Escucha la puerta principal cerrándose y sabe que está a salvo. Ahora no hay nadie que le impida realizar sus planes: ni Paul, ni Beth... Ni Maggie. Ninguno puede entender realmente lo que necesita para pasar página. Tiene que verlo, hablar con él. Y dependiendo de cómo vaya esa charla... Saca un martillo y un cúter de la bolsa de herramientas, antes de cerrarla, guardando ambas en el bolsillo de su chaqueta.

Deja la maleta en el asiento del copiloto de su furgoneta de trabajo. Ha decidido ir con ella, porque no tiene motivos para esconderse de Joe. En todo caso, él debería tener motivos para querer esconderse. Tras arrancar el motor, toma la carretera que sale de Broadchurch. Al conducir por la carretera, atravesando el fiordo inglés, al fontanero ni siquiera le asalta la idea de qué podría ser de sus hijas si decidiera enfrentarse a Joe, y de qué pasaría si ese enfrentamiento tuviera nefastas consecuencias, tanto para él como para el asesino de Danny En este momento no se lo plantea. Lo único en lo que no deja de pensar, es en que piensa conseguir las pruebas que necesita para llevar a ese asesino, a ese violador, ante la justicia. Necesita oírle decir aquello que se negó a hacer en el juicio: cómo y por qué motivo acabó con la vida de su hijo. Necesita saber si fue un accidente, si fue intencionado... Y si Dan sufrió.

Como un plus, puede que consiga que admita la violación hacia Coraline, de modo que ella también pueda acusarlo formalmente de ello, contando con las pruebas necesarias para que la crean, a pesar de que hasta ahora, en muchas ocasiones, todos sus allegados le han dicho que la muchacha pelirroja ya ha pasado página.


Aproximadamente sobre las 19:15h, Lindsay acaba de preparar la cena. Sabe que es temprano, pero como sabe que Clive tiene que trabajar hasta tarde hoy también, en parte debido a que su controladora se ha puesto más estricta con él y su horario, ha decidido cocinar antes. De esta forma, pueden cenar todos en familia, como antaño hicieran. Michael ha vuelto a casa tras el castigo, habiéndola saludado con una brazo y un beso en la mejilla, siendo algo que desde hacía tiempo no hacía. A la que antaño estudiase magisterio la ha alegrado un montón ver que su hijo vuelve a demostrarle cariño, aunque solo sea un poco. No puede decir lo mismo de su marido, quien hace ya años que ni siquiera la besa o la toca de manera íntima. Y aunque parezca una masoquista al pensar esto, lo echa de menos terriblemente. Echa de menos al Clive que conoció en la universidad, tan amable, lleno de sonrisas y de sueños. No puede dejar de pensar que ella en parte ha sido la responsable de su cambio de actitud, y por ende de su infidelidad. De ahí que intente agasajarlo de todas las formas posibles. Pero parece que él ya ni siquiera repara en sus esfuerzos.

Cuando está dejando los platos de ensalada y patatas cocidas en la mesa, bajo la atenta y cariñosa mirada de su hijo, Lindsay de pronto se percata de que su marido ha aparecido tras ella, con la ropa de trabajo puesta. Está a punto de decirle que no tiene por qué ponerse la ropa aún, ya que van a cenar antes para que pueda ir tranquilamente al trabajo, cuando Clive sujeta su chaqueta en sus manos, al igual que sus llaves, encaminándose a la puerta de la vivienda.

—¿A dónde vas? —le pregunta, confusa, pues se supone que iban a cenar todos juntos.

—¿A dónde crees que voy? —replica Clive mientras se pone la chaqueta—. A trabajar.

—¡Pero vamos a cenar! —espeta ella, señalando la comida que ha preparado con tanto esmero.

—No tengo hambre.

—Joder... —masculla Michael, claramente molesto porque su padre no se limite siquiera a apreciar el esfuerzo que ha hecho su madre por cocinar la cena, antes siquiera de que fuera su hora para ir al trabajo. Está harto de que no aprecie a su madre, y de que los trate a ambos como basura. Sabe que no debería decirle esto a la cara, y mucho menos por todo lo que le debe, pero no puede evitar sentirse decepcionado con él.

Como respuesta al gesto de su hijo de hundir la cara en las manos, así como a su expresión, Clive termina de colocarse la chaqueta de trabajo con un movimiento tenso, antes de posar sus ojos en su hijo. Su mandíbula se tensa, recordando entre otras cosas, el motivo de que lo hayan castigado con la expulsión en el colegio. Siente que le hierve la sangre solo de pensar en todo lo que han tenido que pasar ambos estos días.

—¿Tienes algo que decir? —le pregunta, y el adolescente le mantiene la mirada, pero guarda silencio. Como respuesta a su incapacidad para hacerle frente, para no decir las cosas claro, Clive deja escapar una sonrisa de superioridad.

Sin embargo, Lindsay sí que tiene los arrestos necesarios para enfrentarlo. Ya está harta.

—He estado cocinando durante varias horas. Tú mismo me has visto cocinar.

—No te he visto —niega el taxista con indiferencia—. No presto atención a lo que haces.

Tras decir estas palabras, esperando provocar una mínima reacción en su hijo, Clive Lucas da media vuelta y camina con pasos firmes y rápidos hasta la puerta principal, antes de salir por ella, dando un sonoro portazo, que retumba en toda la casa. Ni siquiera repara en los ruegos de su mujer para que se quede y cene con ellos. Hace tiempo ya que ha dejado de reparar en ella, y no sabe en qué momento dejó de hacerlo. Antes eran felices, es cierto, es lo que se dice mientras arranca su coche. Pero el tiempo lo corroe todo, incluso las relaciones. Quizás si Lindsay no hubiera tenido a Michael...

En el mismo instante en el que ese pensamiento aparece en su mente, Clive clava el freno en el semáforo que precede a la carretera que o lleva a su estación de taxis. No puede creer que haya pensado eso. Michael es su hijo. Sí, puede que él no sea su padre, pero no piensa desear que no hubiera existido. Tiene muchos recuerdos felices con él... ¿Pero cómo ha llegado a torcerse todo tanto? ¿Cómo ha llegado al punto de no mirar a su mujer dos veces? Él mismo dijo que cuidaría de ella, y no para de serle infiel. Y Lindsay, a pesar de todo, a pesar de saberlo de buena tinta, sigue con él. Porque ella realmente se tomó en serio sus votos. El amor que le tenía. Y él lo ha desperdiciado todo con cada estupidez.


Alec Hardy y Coraline Harper llegan a su casa tras dejar todos los asuntos del caso en orden. Por el camino, la prometida del escocés ha estado cavilando sobre cómo sacar el tema de la fotografía de Daisy difundida en el instituto, pero no ha encontrado el momento oportuno para hacerlo, pues su pareja ha estado prácticamente todo el viaje hablando acerca del caso. No es algo que le reproche, pues este caso es harto complicado y los está haciendo tener muchos quebraderos de cabeza, necesitando tiempo para cavilar sobre ello. Ella misma ha contribuido a ello durante el viaje. Pero además de esto, una vez ha terminado de hablar del trabajo, el inspector trajeado no ha podido evitar hablar acerca del bebé, reflexionando acerca de posibles nombres, su género, incluso la forma de anunciárselo a Nadia y Aidan. El solo ver la sonrisa enternecida y feliz de su prometido al hablar de su bebé, ha provocado que Cora no sea capaz de interrumpirlo. Su dulzura la ha conmovido, llegando al punto de hacer que las lágrimas se le agolpen en los ojos. Pero ahora que están en casa, apeándose del vehículo, con Alec apresurándose en abrir la puerta principal, la mentalista de piel de alabastro no puede esperar más. Sin embargo, nada más atravesar la puerta de la entrada, es interrumpida, aunque en esta ocasión no lo hace su pareja.

—Hola —Chloe Latimer, que está sentada en el sofá de la sala de estar, los saluda con una sonrisa amigable y una inclinación de la cabeza, antes de levantarse rápidamente. Hasta ese mismo momento, estaba sujetando las manos de Daisy en las suyas en lo que era claramente un gesto reconfortante y de apoyo.

—Oh, hola —Alec parece sorprendido de verla allí, pero le alivia saber que su hija y la de los Latimer mantienen una relación cordial. Aunque según lo que tiene ahora frente a él, parece que más que cordialidad es una amistad. Juguetea con las llaves en su mano derecha mientras observa a las adolescentes, quienes intercambian una rápida mirada llena de confianza.

—Hola Chloe —la saluda la mentalista con una sonrisa, y al momento, con tan solo observar el ademán de ambas muchachas, sabe perfectamente de qué estaban hablando. Y por la mirada nerviosa pero decidida de Daisy, sabe que está preparada para abordar el tema que llevan ambas ocultando por largo tiempo ya.

—Hola... —la hermana de Danny parece nerviosa de pronto con la llegada de los progenitores de su amiga. No es que le infundan temor, pero esta situación en concreto, con aquello de lo que Daisy debe hablar con ellos, es bastante violenta. Y no quiere estar en medio cuando empiece a hablarles de ello, siendo totalmente ignorante al hecho de que Coraline ya lo sabe—. Me... Me iba ya —se excusa, desviando la mirada al suelo por unos segundos, contemplando que el escocés se acerca a ellas, igual que la taheña de ojos celestes.

—Por mí, no lo hagas... —comenta el inspector de cabello castaño, nervioso ante la idea de que haya interrumpido una reunión de chicas, o que estuvieran haciéndose confidencias secretas de adolescentes. Prefiere no pensar en ello, a decir verdad.

—No se preocupe: tengo que volver a casa de todas formas, o mi madre se preocupará —razona la estudiante de cabellera rubia con una sonrisa suave, antes de girar su rostro hacia su nueva amiga, a quien le dedica un apretón en el hombro izquierdo, infundiéndole ánimos—. Buena suerte —le desea, pues no es nada fácil lo que va a hacer. Hablar con tu madre o tu padre de un asunto así, con la vergüenza y la culpa que te embargan por ello, es mortificante, y se necesita mucho valor para afrontarlo—. Todo irá bien.

Las últimas palabras de Chloe, dirigidas a su hija logran efectivamente mortificar y preocupar al momento al inspector de origen escocés, quien intercambia una rápida mirada con su prometida.

—¿Va todo bien? —Alec frunce el ceño mientras habla con un tono nervioso.

—Sí —afirma Chloe, habiéndose quedado frente al inspector que resolviera el caso de su hermano, manteniéndole la mirada—. No sea muy duro con ella: es una buena chica —le pide con un tono preocupado, pues también ella está nerviosa por la reacción del padre de Daisy. Sabe por experiencia, y por rumores, lo taciturno y cascarrabias que puede ser, de modo que se toma la pequeña libertad de aconsejarlo antes de que hable con ella.

Coraline se mantiene en silencio, antes de pasar junto al hombre que ama, propinándole un abrazo cariñoso a la hija de Beth, musitándole un «gracias», el cual la estudiante interpreta al momento como el «gracias por apoyarla y estar con ella» que es. Una vez rompe el abrazo, sintiendo los ojos pardos de Alec en su espalda, se sienta a la izquierda de Daisy en el sofá, estrechándola contra su seno. Su hija inmediatamente se acurruca contra ella, pues sabe que esto que sigue a las palabras de su amiga no es fácil, y necesitará todo el apoyo posible para poder decírselo a su padre.

—¿Qué? —Alec sigue con la mirada a Chloe Latimer, que abandona su casa tan rápida y misteriosamente como ha aparecido allí. Inmediatamente, las alarmas de su mente se encienden no solo por las palabras enigmáticas que le ha dirigido la hija de Beth, sino por la forma tan maternal en la que su pelirroja de ojos celestes se ha sentado junto a Daisy—. ¿Hay algún problema? —pregunta en una voz firme. El escocés entra en modo «padre protector», apresurándose en acercarse a su hija y a Lina. Aunque sus pasos parecen ser calmados, en realidad, en su fuero interno se muere de miedo y preocupación por lo que sea que vaya a decirle. Ni siquiera se ha sentado a la derecha de Daisy cuando su cerebro empieza a elucubrar teorías: ¿le hacen bullying? ¿no está a gusto en clase? ¿se ha echado novio? ¿ha roto con el novio? ¿no tiene novio, pero sí una novia, y tiene miedo de cómo reaccione? No sabe qué pensar, pero sea lo que sea, quiere que Daisy se sienta arropada y apoyada. Nada de lo que le diga o cuente cambiará su percepción de ella. ¿Y qué si tiene novia? Lo importante es que sea feliz—. ¿Estás bien, cielo? —le pregunta, una vez queda frente a su hija, quien finalmente ha roto el abrazo con Lina, habiendo alzado el rostro para mirarlo a los ojos.

—No mucho —se sincera Daisy. Estas son las primeras palabras que le dirige a su padre sobre el incidente, y al menos de momento, son calmadas. Sentir la presencia de su madre a su espalda, apoyándola, es lo que necesita para sentirse fuerte. Para no sentirse avergonzada. Suspira con pesadez, buscando la forma de abordar el tema desde cualquier ángulo—. Odio este sitio, Papá —no es una mentira, pero tampoco es la verdad. Básicamente, es una verdad a medias.

El pulso de Alec se acelera en cuanto la escucha hablar así. No quiere que empiece a odiar Broadchurch. Que él lo odie es una cosa, porque tiene sus manías, pero que ella lo haga, es terrible. Al fin y al cabo, Broadchurch es donde ahora el escocés tiene a su familia. Donde siente que puede tener una vida plena. La idea de que Daisy no comparta esa opinión, de que quiera marcharse lejos de allí, le parece asfixiante. Se sienta en el sofá, intentando aparentar calma, cuando en realidad le sudan las manos.

—Bueno, ya te acostumbrarás... —intenta convencerla, notando al instante cómo Lina no lo mira a los ojos, como si fuera incapaz de hacerlo. Está totalmente centrada en su hija, y se mantiene en silencio, como un figura protectora y de apoyo. El escocés no entiende por qué razón parece mantenerse en esa postura rígida en el sofá, con la espalda recta, y sujetando las manos de la adolescente, como si le infundiera ánimos.

—No, no lo haré... Ahora no —la rubia sabe perfectamente que está yéndose por las ramas, pero necesita un momento para poner en orden sus ideas y pensamientos. Quiere explicárselo de la mejor manera posible, y es consciente de que, de no poder hacerlo, su madre la ayudará. Pero ante todo, quiere ser ella quien lo haga.

—¿A qué te refieres? —en cuanto formula esa pregunta, contempla cómo Daisy intercambia una mirada preocupada con su prometida, con la pelirroja de ojos celestes asintiendo en silencio.

—Primero prométeme que no te enfadarás —pide la estudiante, mordiéndose el labio inferior.

—Cariño, no puedo prometértelo si no sé lo que pasa.

—Por favor... —ruega en un tono suave, utilizando ese tono de niña pequeña que sabe que su padre no puede resistir. Tras exhalar un hondo suspiro, lo contempla asentir en silencio, dándole su tacita palaba de no entrar en cólera—. Verás, ¿recuerdas cuando te dije que iba a casa de unos compañeros de colegio?

—Claro que sí —el tono de Hardy, aunque continúa sereno, ahora está impregnado inequívocamente de miedo y nerviosismo. La tensión irradia de su cuerpo, especialmente por la petición de su hija de mantenerse calmado y no enfadarse por aquello que vaya a revelarle.

—Alguien me quitó el móvil... Y cotillearon mis fotos —su voz tiembla ligeramente, haciendo interrupciones mientras habla, pues se siente incómoda y mortificada. Tiene que hacer honor al acuerdo al que llegó con su madre, pero el hecho de hacerlo es mucho más difícil que decirlo de palabra—. Y entre ellas —traga saliva—, había una que le han enviado a todo el mundo.

"No, por favor, no...", Alec, que no es precisamente que se chupe el dedo, empieza a encajar las piezas del puzle que su hija está entregándole. Y no le gusta nada. No le gusta nada de nada lo que está pensando ahora mismo. Siente que el pulso se le acelera, y que las manos frías del miedo le estrujan el corazón, amenazando con rompérselo. El miedo de que le hayan hecho algo a su hija es equiparable al miedo de sufrir un paro cardíaco, lo que en su experiencia personal, es algo fatal.

—¿Cómo era esa foto, Dais? —cuestiona el Inspector Hardy en un tono equivalente en preocupación y nerviosismo al de su hija, con la única diferencia de que su voz no tiembla.

—Por favor, no... —la adolescente se refugia en brazos de su madre, quien acaricia su cabello y espalda en gestos reconfortantes—. Por favor, no me obligues a enseñártela —consigue acabar su petición, sintiendo que las lágrimas se agolpan en sus ojos.

Alec no necesita que Daisy diga nada más para comprender qué clase de foto es la que han distribuido por todo el instituto. Se le cae el alma a los pies solo con comprender qué es lo que tiene en jaque y tan preocupada a su querida niña. Y pensar que ha estado tan centrado en el trabajo como para no advertir los sutiles cambios en su carácter y ademán, hacen que quiera abofetearse una y otra vez sin parar.

—Oh, cariño, no... —la voz del inspector escocés suena desesperada, impotente.

—Siento haberte decepcionado, Papá... —musita la muchacha entre lágrimas.

—Shh, tranquila, cielo —la voz de Lina suena suave en extremo en la estancia, rompiendo el silencio que se ha instalado entre ellos. Contempla cómo el rostro de su amado escocés se desencaja, cerrando los ojos con fuerza ante la idea de que le hayan hecho eso a su preciada hija. Comprende perfectamente cómo se siente, pues ella misma se sintió así cuando lo adivinó.

—Dais, no me has decepcionado —le asegura Alec, acercándose a ambas, antes de acariciar la mejilla de su pequeña niña con ternura—. ¿Me oyes? Tú nunca podrías hacerlo, cariño —le asegura con firmeza, pues no hay nada que ella pudiera hacer que lo hiciera pensar así. En cuanto intercambia una mirada con su prometida, cae en la cuenta al momento de que esta noticia no le es desconocida en absoluto—. ¿Lo sabías? —aunque su voz sigue suave, hay un casi indetectable todo de molestia en su voz, mezclado con traición. Normal, es evidente, pues no comprende por qué su prometida y madre de su bebé no ha dicho nada al respecto, tratándose de algo tan grave que concierne a Daisy.

—Sí... —responde la taheña con treinta y dos años en un tono sereno—. Lo siento mucho...

El Inspector Hardy inmediatamente cierra los ojos con fuerza, dominando sus emociones para no estallar en furia, haciendo honor a la promesa que le ha hecho a su hija de mantenerse calmado.

—Cuando le conté a Mamá que todos los chicos habían visto la foto en el colegio, habló con la directora y con mi tutora para que siguiera estudiando en casa, de modo que estos días, cuando te decíamos que iba a clase, era una media verdad: sí que iba a clase, pero solo a las de defensa personal —Alec respira hondo para calmarse. Sabe que no se lo han dicho por intentar manejar la situación por su cuenta, y porque sabían que, con el caso que tienen entre manos, no tendría tiempo para ocuparse de ello. Y eso es lo que más le duele—. Le hice prometer a Mamá que no te diría nada, porque quería decírtelo yo —añade Daisy en un tono apenado, luchando por contener las lágrimas que afloran sin parar de sus ojos. Como respuesta, Alec acaricia nuevamente su mejilla con cariño, indicándole que comprende por qué se lo hizo prometer—. Pero ahora todos los chicos me acosan, y siento que no puedo seguir aquí —se expresa con evidente lástima, secándose las lágrimas con la manga del jersey de punto.

—¿Cuándo fue esto?

—Casi hace una semana de ello —responde Lina en un tono severo, acariciando los antebrazos de la estudiante, sintiendo en su fuero interno que se ha encendido un fuego intenso. Un fuego intenso y justiciero que no va a descansar hasta que su hija se encuentre bien, haciéndoles pagar caro a los responsables todo el dolor que le están provocando ahora mismo.

—¿¡Una semana!? —Alec se escandaliza: no puede creer que su hija y su pareja hayan sido capaces de mantener un asunto así cerrado bajo llave, y de manera tan efectiva. ¡Por el amor de Dios! ¡Es un inspector! Debería haberse percatado de que pasaba algo. Pero claro, como es costumbre, siempre que pasa algo en su casa, él es el último en enterarse—. ¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque nunca estás aquí, no pasas tiempo conmigo, con nosotras... —le recrimina la rubia.

—Hay un caso...

—Siempre hay un caso —rebate la estudiante de instituto en un tono más severo, rememorando claramente cómo era la situación con su madre, en Sandbrook. Cómo priorizaba en todo momento la investigación antes que a ella. Y su padre está haciendo lo mismo. Bueno, no lo mismo, él es menos propenso a ignorarlas a ella y a Coraline, pero aún así, sigue centrado en su trabajo de inspector—. El caso siempre es más importante.

—Daisy, sé justa... —la reprende la taheña de ojos azules en un tono firme.

—Dijiste que aquí sería diferente.

—Lo es —asegura el escocés en un tono confiado.

—No: es peor —las palabras de su hija son lapidarias, pues Alec ahora comienza a ver, para su horror, lo que sus acciones y su adicción al trabajo están provocando: Daisy se siente desplazada, por él, no por Coraline, y esto la ha llevado a guardarle secretos. A confiar únicamente en la inspectora de treinta y dos años—. Sé que haces todo lo que está en tu mano para estar con nosotras, especialmente ahora que Mamá está embarazada, pero para mí no es suficiente... Te necesito aquí, Papá, no a veinte kilómetros resolviendo el caso del perro de Baskerville —expresa en un tono fatalista, realmente apenada por sus actuales circunstancias—. Mamá está igual de ocupada que tú, pero aun así, hace lo posible y más por estar presente... Y eso tampoco es justo para ella —los dos adultos se mantienen en silencio, dejando que la muchacha exprese sus opiniones—. No quiero irme... Quiero quedarme con vosotros, y con el Bebé Hardy, pero esta situación me está asfixiando, y no sé si quiero permanecer aquí más tiempo.

—Dais —Coraline capta la atención de su hija, comprobando que el ánimo de su pareja se ha tornado melancólico, rozando lo depresivo. Está claro que las palabras de la estudiante han hecho gran mella en él, y ahora, apuesta lo que sea a que está cavilando internamente cómo diantres resolver todo este embrollo. Cómo recuperar la confianza de su pequeña, porque se siente culpable de todo lo sucedido, por no estar ahí—. Te voy a decir lo mismo que te dije entonces: no tomes decisiones precipitadas, ¿de acuerdo? —le acaricia el cabello, con la adolescente escuchándola atentamente.

—Cariño, ahora que lo sabemos podemos intentar cambiar las cosas, asegurarnos de que todo esto se quede en el pasado... —sentencia Alec con un tono claramente tembloroso, evidenciando su estado nervioso y culpable.

—Espero que sea así...

—Lo será —asevera la mentalista, besando su mejilla con afecto—. Pero ahora mismo, tu padre tiene que procesar todo esto, y necesita que le des tiempo, ¿me explico? —la muchacha asiente en silencio, contemplando a su padre con una mirada llena de compasión y lástima, pues es consciente de que algunas de las palabras que ha dicho lo han herido, y eso es lo último que quería—. ¿Por qué no vas arriba a darte un baño caliente? Te relajará —sugiere, y contempla para su alivio que la muchacha, si bien no parece querer cambiar de idea acerca de marcharse de Broadchurch, considera hacer lo que le propone.

Daisy asiente tras sonreír, antes de subir al piso de arriba, escuchándose el claro sonido de la puerta del baño cerrándose. A los pocos segundos el inconfundible sonido del agua corriente se escucha, dejando claro que la estudiante ha hecho caso a la analista, dándose una ducha.

Una vez la estancia queda en un completo silencio, Alec hunde la cabeza entre sus manos. A los pocos segundos, su cuerpo empieza a temblar, y Cora sabe perfectamente que está haciendo un esfuerzo consciente para que su llanto y desesperación no se escuche desde la parte superior de la vivienda. Es indudable que siente que es un fracaso como padre. Algo totalmente alejado de la realidad, al menos según la opinión de su pareja, quien se acerca a él al momento, colocando su mano derecha en su espalda, frotándola con afecto.

—Oh, Lina... —es lo único capaz de musitar el escocés, habiéndose despojado ya de las múltiples lágrimas, las cuales recorrían sus mejillas hasta hace escasos segundos—. ¿Cómo he podido estar tan ciego...? —se lamenta, pues siente que está fallando como padre: no está prestándole la atención suficiente a su hija, y en consecuencia, se está perdiendo lo que más le importa en el mundo, y eso es inaceptable. No puede permitirse dejar de lado a Daisy—. No puede ser... —aún es incapaz de creer que su querida niña haya estado sufriendo tanto, sin él saberlo.

Coraline no dice nada al respecto, pues sabe que ahora mismo el hombre que ama solo necesita desahogarse. Con movimientos tentativos, rodea su espalda con su brazo derecho, incorporándolo de su posición encorvada sobre las rodillas, acercándolo a ella. De inmediato, nada más sentir que quiere consolarlo, el hombre con cabello y vello facial castaño se abraza a ella con ternura y firmeza. La pelirroja acaricia su cabello en movimientos suaves, comprendiendo perfectamente todos y cada uno de los pensamientos que ahora fluyen por su mente.

—Lo siento mucho, Alec —se disculpa la de ojos celestes en un tono suave, aun abrazándolo con inconmensurable cariño, a pesar de comprender que tendría sobradas razones para rechazar sus palabras y consuelo, teniendo en cuenta que ha ayudado a Daisy a ocultarle todo—. Tendría que habértelo dicho antes, tendría que haberlo hecho... —se culpa en un tono apenado.

—No —niega el escocés al momento, logrando recuperar parte de su entereza—. Si lo hubieras hecho, habrías roto tu promesa, y sé lo mucho que las promesas significan para ti —hace alusión a la voluntad y la honradez de su pareja, comprendiendo los motivos que la llevaron a no mencionar este asunto en ningún momento, de modo que no está enfadado con ella—. Además, algo así debía contármelo Daisy en persona. Era lo más adecuado —interna racionalizarlo, pero incluso ahora le es difícil. Suspira con pesadez—. Debería haber estado aquí, debería haberlo estado... —se mortifica, culpabilizándose por ello, a pesar de ser algo que, a efectos prácticos, él no podía controlar ni prever—. Quizás entonces me habría contado lo que pasaba, y podría haber... Hecho algo —el Inspector Hardy sabe que su hija tiene razón. Su visión de túnel le impidió en el pasado el centrar su atención en su familia, provocando el declive de su matrimonio, y por desgracia, ahora está haciendo lo mismo. Está priorizando el caso por encima de su familia y sus necesidades. Estaba tan enfrascado en la investigación que ni siquiera se ha percatado de cómo su propia hija se alejaba de él, de ellos, cada vez más. No ha logrado captar cómo su actitud ha cambiado en el transcurso de varios días. No ha sido capaz de ver lo humillada y torturada que se ha sentido Daisy. Y el hecho de que su pequeña no sintiese que podía confiar en él para contárselo, porque sabía que estaba exclusivamente enfocado en su trabajo, es lo que lo mortifica.

Su trabajo como padre es cuidar de su hija. Velar porque viva feliz y tranquila. Si ni siquiera es capaz de hacer esto, está claro que es un fracaso como padre. Es por eso por lo que no puede evitar pensar que todo esto es culpa suya. Todo se reduce a su adicción al trabajo, y a la poca atención que les ha dispensado, no solo a su hija, sino a su pareja, durante los últimos meses. Todas sus acciones han precipitado de manera vertiginosa que Daisy decidiera mantener en secreto lo sucedido con la fotografía, confiando únicamente en Lina, y probablemente haciéndolo porque es una analista del comportamiento, siempre atenta a todo lo que hacen los demás. Ella sí que ha estado atenta a su familia, a pesar de que el trabajo ocupase también gran parte de su tiempo. Ella sí que ha estado junto a Daisy. Por eso ha confiado en ella.

Él es la causa de la infelicidad de su hija en este mismo instante. Él es la causa de que Daisy no confíe en él. Él es la causa de que su hija quiera marcharse de allí. Y eso lo destroza por dentro.

—¿En qué estás pensando, cielo? —pregunta la taheña en un tono sereno, contemplando cómo su amado rompe el abrazo antes de alzar el rostro, con una expresión seria y la mirada llena de determinación.

Nada más verlo así, la analista del comportamiento sabe que removerá cielo y tierra para ayudar a su hija, y ella hará todo cuanto sea necesario para ayudarlo.

—En cuanto pueda iré al instituto de Daisy —responde el escocés, sin dudarlo ni un solo segundo. No va a dejar que su pequeña siga siendo víctima de semejantes actos—. Voy a buscar a los responsables —asevera con un tono claramente vengativo, dispuesto a hacer todo lo que esté en su mano para arreglar todo este asunto. No va a descansar hasta que Daisy se sienta segura y feliz. Y hasta que comprenda que no hay nada más importante para él que ella, Lina y el bebé. Ni siquiera su trabajo—. No pienso permitir que se sienta de esa manera, amenazando con marcharse del pueblo, y posiblemente de nuestras vidas —añade, exponiendo su mayor temor ante la mujer que ama, quien lo escucha en silencio mientras asiente.

—¿Y después? —quiere saber Cora—. ¿Qué es lo que vas a hacer? —ella misma ha empezado a tomar cartas en el asunto, habiéndose puesto en contacto con la tutora y directora del centro para que puedan facilitarle los teléfonos de los chicos que acosan a su hija, y está actualmente esperando a que le confirmen sus identidades. Puede que esto les sirva para ayudar a Daisy.

—No lo sé —confiesa el inspector trajeado, reflexionando acerca de ello en profundidad—. Sinceramente, no lo sé —no sabe cómo abordará la situación, pero al igual que su prometida, tiene claro que, una vez encuentre a los responsables de difundir esa foto ínfima de su hija por el instituto, se lo hará pagar con creces—. Pero no pienso quedarme de brazos cruzados, Lina...

—No te preocupes —susurra ella suavemente—. Vamos a pensarlo y hacerlo juntos, ¿vale?

Alec asiente lentamente, antes acariciar su mejilla izquierda con suavidad.

—Gracias —musita, el corazón lleno de amor por la mujer que tiene frente a él.

—No me las des —susurra la analista de treinta y dos años, sonriéndole con una de sus características sonrisas, las cuales siempre son capaces de hacerle saber que el sol saldrá el día siguiente—. Siempre estaré a tu lado —le promete con un tono que expresa todo lo que él significa para ella. El aludido deja escapar una sonrisa ante estas palabras, sabiendo que la taheña no le fallará nunca, al igual que él tampoco lo hará con ella. Tras unos segundos, intercambia con ella un cariñoso beso, deseando, rogando, que esta situación se solucione para que su familia y él puedan vivir tranquilamente.

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