Capítulo 2 {1ª Parte}
El coche de Ellie Miller atraviesa las calles iluminadas por el sol con suavidad. Siguiendo las indicaciones que Patricia le va dando desde la parte trasera del vehículo, nuevamente sujetando la mano de su compañera pelirroja, la inspectora de cabello castaño tuerce a la derecha en una intersección, llegando a West Flintcombe. Queda entonces a la vista una calle que se pierde en el mar azul, llena de entradas de garaje y casas vecinales. Está claro que, aunque esté alejado del centro de Broadchurch, la zona es pequeña y bulliciosa. Seguramente todos los vecinos se conocen. No tardará en extenderse el rumor de que algo ha sucedido en cuanto empiecen a hacer preguntas.
Ellie enfila la calle, y estaciona el automóvil en la segunda vivienda que queda a mano derecha, en la entrada de coches dispuesta para ello. Han llegado a su destino: la casa de Trish es de piedra blanca, con un techo lleno de baldosas oscuras, casi grises. Las ventanas son anchas, dejando que la luz natural entre desde el exterior. Hay una alarma antirrobo conectada y cámaras de vigilancia en las puertas delantera y trasera. En resumidas cuentas, es un lugar seguro, por lo que no necesitará protección policial.
Cuando el coche es detenido por la inspectora de cabello castaño, Alec Hardy se apea de él, y tras cerrar la puerta del copiloto, abre la trasera que queda tras ella. De esta forma, permite que Patricia salga del vehículo. Coraline también se apea del vehículo entonces, siguiendo el ejemplo de su jefe y su buena amiga, dispuesta a acompañar a la mujer hasta su vivienda. Se acerca a la mujer de cabello moreno, preguntándole si tiene llaves de la puerta principal. La de cabello oscuro hace lo posible por recordar dónde las ha dejado, pues aunque no es habitual, recuerda vagamente el haberlas colocado bajo la alfombra que hay frente a la puerta. Ellie es quien se agacha para recoger el manojo de llaves, para así, abrir la puerta y entrar a la vivienda.
El inspector escocés por su parte, se ha alejado un poco de la casa, hacia la calle vecinal, examinando sus alrededores con una mirada crítica: el violador de Trish podría ser perfectamente uno de sus vecinos. Sus ojos castaños se detienen entonces en un taxi estacionado a pocos metros de la vivienda de Patricia. El conductor del servicio de transporte público lo contempla con una mirada ciertamente desafiante, antes de dejar entrar en el asiento del copiloto a la que parece ser una estudiante universitaria, a quien saluda con un «buenos días, cariño». El taxi conduce entonces por el vecindario hacia la carretera principal, con la mirada afilada y suspicaz de Alec siguiéndolo hasta que desaparece de su vista.
En el interior de la vivienda, más concretamente en la sala de estar, Patricia está observando todo lo que la rodea, como si no fuera del todo consciente de que se encuentra en su propio hogar. Claro que, después de una experiencia tan traumática como la que le ha tocado vivir, no es de extrañar que la mujer esté algo entumecida emocionalmente hablando. La mirada marina de la analista del comportamiento se posa en algunos libros en la estantería cercana, comprobando que hay libros infantiles, por lo que, deduce que Patricia tiene familia.
—¿Vives sola, Trish? —cuestiona, intentando que se sienta lo más cómoda posible.
—Leah, mi hija, está en Londres con unos amigos —responde la mujer de pelo corto—. Vuelve mañana —hay terror y vergüenza en sus palabras nada más salen de su boca, pues no quiere ni plantearse la idea de afrontar una conversación así con su hija adolescente.
—Vale, de momento no te preocupes por eso —le sonríe Ellie con calidez, sobresaltándose en cuanto escucha la voz de su jefe a su espalda, quien ha entrado en la casa como una sigilosa pantera.
—¿Dónde está el padre de Leah?
La pregunta no es tan inocente como parece, ya que, dependiendo de la respuesta por parte de Patricia, éste pasará a ser uno de los sospechosos. Si la relación no es cordial, podría darle un móvil para la agresión sexual, y como su novia ha dicho anteriormente, las probabilidades han demostrado que normalmente el agresor es algún conocido de la víctima.
—Nos separamos hace seis meses.
—¿Y vive cerca? —Alec, que quiere contar con cuantos más datos mejor, no repara en las miradas llenas de reproche e incredulidad que sus dos subordinadas le dirigen en cuanto formula su pregunta, puesto que no consideran que sea apropiado el interrogarla de esta manera tan directa—. Necesitamos sus datos.
El escocés comienza a sacar su libreta del interior de su chaqueta de trabajo, cuando un carraspeo lo detiene en seco: Miller. Ésta lo observa con una mirada incrédula, pues Trish acaba de pasar por una experiencia terrible, y ahora mismo lo último que necesita es que se la presione más de la cuenta.
—¿Nos prepara una taza de té, señor? —la castaña de cabello rizado, ahora recogido en una coleta, utiliza un código que ya es habitual entre ellos.
—Claro.
El hombre de cabello lacio y vello facial castaño se retira a la cocina de la vivienda, con su pareja tras él. Si bien es cierto que va a prepararles un té, también es cierto que gracias a ese código tan discreto, Ellie le está indicando que debe examinar la casa en busca de pruebas y pistas. La veterana inspectora se va a encargar de hablar con Patricia mientras tanto. Es por eso por lo que Coraline también acompaña a su inspector a la cocina, pues dos pares de ojos ven mejor que uno solo, y está segura de que no se les escapará ni un solo detalle.
Habiéndose personado en la cocina de la casa, lo primero que llama la atención de la taheña es una invitación a la fiesta del 50 cumpleaños de Cathy, el sábado 28 de mayo a las 20 horas, en la Casa Axehampton, pegada en la puerta de la nevera con un imán.
Rápidamente, la analista del comportamiento apunta ese dato en su libreta electrónica, antes de pasar una compasiva mirada por las fotografías junto a la invitación, también imantadas a la puerta de la nevera: en ellas se ve a Trish acompañada por sus amigos y familiares, con una sonrisa que le iluminaba el rostro. Una sonrisa que ahora ha perdido por completo. Mientras contempla dichas fotografías, la pelirroja se pregunta si ella también se veía así de feliz antes de su propio trauma, y si habrá recuperado la misma sonrisa que antaño tuviera... La mano de Alec se posa entonces en su hombro izquierdo, habiéndose percatado de que se encuentra perdida en sus pensamientos.
—¿Estás bien? —cuestiona en un tono preocupado.
—Sí, lo siento —la muchacha de treinta y dos años continúa examinando su entorno.
El hombre trajeado, a pesar de sentirse ligeramente preocupado por ese ademán distraído tan poco característico en ella, continúa también con sus pesquisas, llegando a encontrar un pequeño calendario en el que figuran la rotación y el horario del personal en la tienda Farm Shop: por lo visto, su víctima trabaja de cajera allí.
—Alec —la voz queda de su subinspectora atrae su atención. Está señalando unos sobres que hay encima de la encimera de mármol—. Ya tenemos su nombre —asevera, apuntándolo en su libreta electrónica—: Patricia "Trish" Winterman.
—Bien hecho, Lina —le indica con evidente orgullo.
Coraline corresponde esas palabras con una sonrisa llena de afecto, provocando que el hombre con marcapasos sienta que el corazón le da un vuelco en el pecho.
En caso de que la pelirroja le preguntase a su pareja si ha recuperado esa sonrisa de antaño, tan llena de alegría, y que conseguía levantar el ánimo a todos, iluminándosele el rostro en el proceso, el escocés respondería afirmativamente. La joven contempla cómo su protector y confidente comprueba las medidas de seguridad de la casa: hay un pestillo de seguridad en la puerta que da al jardín trasero, y hay un mecanismo de cierre de seguridad en la ventana de la cocina. La casa está protegida ante la intrusión de cualquier extraño. Una vez se ha asegurado de esto, el Inspector Hardy coloca la tetera en la pequeña base eléctrica, dispuesta para calentar el agua en su interior. Entonces empieza a curiosear en los armarios en busca del té.
Exhalando un suspiro lleno de alivio por la falta de su jefe, Ellie Miller se sienta junto con Trish Winterman en el sofá de la sala de estar. Ha advertido que las preguntas de su superior, demasiado directas en estos momentos, la ponían incómoda, de ahí que haya decidido pedirle a Hardy que se marche a preparar el té. Aunque conociéndolo, probablemente acabe husmeando por la vivienda sin llevárselo. Entrelaza las manos en el regazo, antes de proceder a hacerle una confidencia a su nueva testigo.
—Prepara un té muy fuerte —asevera—. Creo que fue fumador y eso ha provocado que sus papilas gustativas no funcionen adecuadamente —le sonríe con divertimento a Patricia, quien también parece encontrar cómica esa situación—. Aunque me gusta cómo lo prepara, pero no se lo digas, por favor —le pide en un tono ligeramente desesperado—: seguro que me lo recordaría lo que me queda de vida —gracias a su sentido del humor, logra arrancarle a Trish una sonrisa genuina—. A Cora también le gusta el té que prepara, pero claro, es su querida subordinada... —aunque no tiene pruebas pero sí certezas acerca de que mantienen una relación amorosa, decide utilizar un leve eufemismo para explicarle a Patricia la relación entre sus compañeros—. Menuda cruz que le ha tocado a la pobre.
Nuevamente, ambas intercambian una sonrisa divertida. Trish se pregunta si aquello que ha observado en la muchacha taheña será cierto: parecía contemplarla con evidente empatía, como si fuera capaz de ponerse en su lugar. Está tentada a preguntarle a Ellie sobre ello, pero se contiene, pues no es asunto suyo.
En la cocina, Coraline encuentra el teléfono de Trish sobre la encimera de la cocina, conectado a su cargador correspondiente. Después de colocarse unos guantes negros que siempre lleva consigo en caso de que la temperatura descienda más de lo saludable, toma en sus manos el pequeño dispositivo electrónico. Al desbloquearlo, encuentra multitud de llamadas perdidas, así como mensajes de voz, y un mensaje de texto, de Cath, la anfitriona de la fiesta, que pregunta: «¿Estás bien? ¿Dónde estás?». El reloj del teléfono marca las 07:20h, y por lo que puede ver, las llamadas y los mensajes se han efectuado hace catorce y doce minutos. El tiempo juega en su contra: cuantas más horas transcurran, menos tiempo tendrán para llevar el caso con la discreción que se merece. La gente empezará a hacerse peguntas y a chismorrear. Y no pueden permitirlo.
El hombre trajeado de vello facial castaño se despoja de sus gafas de cerca, las cuales ha usado para leer el contenido del teléfono móvil de Patricia por encima del hombro de su subordinada taheña. Decide dejarla a cargo de la tetera y el té, de manera que se dedica a investigar la casa.
Primero el dormitorio de Trish. Es pequeño pero lleno de luz natural, confiriéndole la ilusión de ser más espacioso de lo que parece. En el tocador hay multitud de collares y joyas. Encuentra una cama sin hacer, además de un vestido de flores, ropa interior azul y unas cuñas tiradas de cualquier manera en el suelo, junto a la cómoda frente a la cama, cerca del tocador.
"Toda la habitación está ordenada meticulosamente, casi de manera obsesiva, y ese montón de ropa y el calzado destacan demasiado como para ser una coincidencia", reflexiona para sus adentros el taciturno inspector de Wessex, antes de dirigirse a la cocina nuevamente, atravesando el umbral de la puerta trasera a los pocos segundos, a fin de contemplar la vivienda desde el exterior. Una vez fuera, respirando el aire limpio de la mañana, contempla los alrededores de la vivienda: un jardín extenso y bien cuidado, sistema de seguridad en puertas y ventanas...
Es entonces cuando, un toque en el cristal que separa la pequeña entrada que precede a la habitación y la cocina, lo sobresalta mínimamente. Desvía su mirada hacia el artífice, encontrándose con Ellie allí, con cara de pocos amigos, indicándole con unos rápidos gestos de las manos, que debía estar preparando el té. Entra nuevamente a la cocina, notando al momento que su querida protegida de cabello carmesí intenta no reírse a carcajadas.
—¡Siempre igual! —lo amonesta la castaña trajeada en un tono bajo—. Primero haz el té, y luego, si es lo que quieres, ponte a cotillear —lo alecciona, intentando retener la evidente sonrisa divertida que amenaza con aparecer en sus labios—. ¡Pero no dejes a Cora a cargo de todo!
—Tranquila Ell —la muchacha de piel de alabastro no parece para nada molesta.
—Se apellida Winterman —asevera Hardy antes de tomar en su mano derecha la tetera, comenzado a servir el té en las tres tazas que ha preparado su protegida de ojos azules—. Su móvil está ahí —añade, haciendo un gesto con la cabeza hacia el dispositivo electrónico que Lina ha consultado anteriormente, habiéndolo dejado de nuevo donde lo ha encontrado—. Varios mensajes y llamadas —le comenta, contemplando por el rabillo del ojo que su amiga de pelo rizado se acerca al teléfono—. Parece que ni lo ha mirado.
—Ni la puerta ni las ventanas están forzadas; tiene un sensor de movimiento y una alarma antirrobo —esta vez es la taheña de ojos celestes quien interviene—. No corre peligro aquí, a menos, claro, que su agresor tenga una llave —se cruza de brazos momentáneamente, antes de tomar en sus manos la taza de té que su querido escocés le entrega—. Gracias.
—¿Cómo está? —cuestiona el hombre trajeado en un tono ansioso, tomando también en sus manos su propia taza de té, antes de entregarle a su subordinada veterana la suya—. ¿Te ha dicho algo más?
—No, aún no.
—¿Crees que no se acuerda, o que no quiere decírnoslo?
—Sigue en estado de shock —le recuerda la joven analista del comportamiento en un tono firme—. Aún está intentando hacerse a la idea de lo que le ha pasado... Tenemos que darle más tiempo —intenta argumentar, pero su novio parece tener otros planes en mente.
—No tenemos tiempo, Cora —niega factualmente—. Si la atacó un desconocido, más gente podría correr peligro —añade, y ve cómo en los ojos azules de su pareja se remueve una pequeña tormenta que amenaza con estallar, pero logra mantenerla bajo control.
—¿Crees que no lo sé? —se exaspera la muchacha de piel de alabastro en un tono lo más sereno posible, pues es consciente de las consecuencias en caso de que Patricia decida no hablar—. Ell, échale un vistazo a ese calendario de ahí —señala la pared que queda frente a la entrada de la cocina, donde está colgado. Su compañera hace lo que le ha pedido, observando el calendario, en donde hay varias fechas con anotaciones, siendo la del 28 de mayo la que más destaca entre ellas por ser aquella en la que se celebró una fiesta de cumpleaños—. Si las lesiones son de hace dos días, estaríamos hablando del sábado, como he especulado antes.
—El 50 cumpleaños de su amiga.
—Sí —afirma Alec—. Eso explicaría por qué es tan reticente a hablar de ello.
—Concuerdo en que probablemente sea recia a hablar de ello por las circunstancias: una fiesta, bebida, comida... —la taheña empieza a asentir con la cabeza antes de tomar la taza que Hardy ha preparado para Trish en su mano izquierda—. Muchos dirían que se lo estaba buscando, y ese pensamiento, el qué dirán, puede ser aterrador para una víctima de agresión sexual —añade, empatizando de nueva cuenta con su situación—. Aunque también es posible que no quiera hablar de ello por estar aún afectada —rebate en un tono ligeramente férreo, pues la insistencia que está demostrando el escocés, a pesar de comprender que lo hace por evitar que algo así suceda de nuevo, empieza a sacarla de quicio.
Los tres inspectores vuelven entonces a la sala de estar, de donde Trish no se ha movido ni un ápice, aún sentada en el sofá, con las rodillas casi tocándole el pecho. Ellie se sienta a su lado con la intención de que su presencia y cercanía le ofrezca algo de apoyo y consuelo, mientras que el hombre trajeado y su protegida se sientan en los sillones frente al sofá. Han dejado las tazas de té en la mesa de café frente al sofá.
—¿Alguien más tiene llaves? —cuestiona el inspector de policía en un tono sereno.
—Annie, mi vecina, que vive dos casas más abajo —señala la dueña de la vivienda, notando cómo la alarma de pánico golpea su muñeca, pues es ahí donde la tiene enroscada—. Y también Cath, mi amiga.
—Hemos visto la invitación para la fiesta de Cath el sábado —las palabras del hombre taciturno y algo parco en palabras, caen levemente como una losa de cemento sobre los hombros de la mujer de mediana edad, quien parece achantarse—. ¿Fuiste a la fiesta, Trish? —su mirada se torna nerviosa, vagando por algunos de los rincones de la sala de estar, como si buscase una vía de escape—. ¿Fue ahí donde te agredieron? —la víctima de la agresión posa su mirada en la taheña de treinta y dos años, quien asiente con amabilidad, instándola a responder. Patricia asiente con la cabeza—. ¿Durante la fiesta o después? —ella no responde, sino que se limita a quedarse silenciosa, como si hablar de ello fuera a condenarla automáticamente—. ¿Fue algún invitado?
—Alec... —la voz de Harper apenas se eleva unas décimas, advirtiendo a su jefe acerca de que no debe presionar más de la cuenta a su testigo, o como analista del comportamiento, se verá obligada a intervenir.
—Está bien, Coraline —intercede Winterman en un tono amable, agradecida por la preocupación que está demostrando la jovencita con ella—. Fue fuera... Alguien me golpeó en la nuca y me dejó inconsciente.
—La fiesta de Cath fue el sábado por la noche —Hardy expone los datos de los que disponen actualmente—. Hoy es martes por la mañana, así que, ¿qué hiciste entre el sábado por la noche y tu denuncia de la agresión anoche?
—Volví a casa —tal y como la taheña esperaba, la pobre mujer no se vio capaz de aceptar lo que acababa de sucederle, y regresó a su vivienda en un intento por olvidarlo—. Creo que volví caminando... Me dolían mucho los pies.
—¿Desde donde te despertaste en la fiesta? —Winterman asiente ante la pregunta del inspector de la policía de Wessex—. Pero ¿no sabes dónde fue exactamente?
—Fue junto al agua —la respuesta llega tan rápida como un rayo. Ese detalle se ha quedado grabado a fuego en su mente. Aún puede escuchar cómo corría cerca de ella.
—¿Qué tipo de agua?
La presión de este interrogatorio inicial improvisado está comenzando a provocarle un leve ataque de ansiedad a la cajera de cabello corto y oscuro, quien desvía su mirada hacia la pelirroja de ojos celestes en busca de ayuda.
—¿Tenemos que hacer esto ahora? —cuestiona, mortificada y nerviosa.
—Tranquila, lo estás haciendo bien —la anima Cora en un tono amable, antes de intercambiar una mirada algo severa con su pareja, quien suspira pesadamente, indicándole con un simple gesto de sus ojos marrones que ella puede hacerse cargo de continuar con las preguntas—. Dime una cosa: al volver a casa, ¿qué hiciste?
—Me metí en la cama —responde Patricia algo más calmada, comprobando los agentes de cabello castaño lo fácil que parece resultarle a la mujer de pelo corto el hablar con la jovencita de piel de alabastro—. Pensé que si me quedaba ahí, quizás desaparecería.
—Trish, entonces, deduzco que la ropa que nos diste anoche no era la ropa que llevabas durante la agresión, ¿correcto? —la aludida niega con la cabeza al momento—. De acuerdo... —traga saliva con calma—. ¿Qué has hecho con esa ropa? —reza porque no la haya lavado, pues las posibles pruebas forenses habrían desaparecido de ella.
—La dejé tirada en el suelo de mi habitación.
Esa última declaración tiene sentido con lo que el Inspector Hardy ha encontrado en la habitación. La ropa y los zapatos tirados en el suelo de cualquier manera... Ahora sabe por qué. Tras recoger unas bolsas de muestras y unos guantes del coche de Miller, tanto él como su subordinada de cabello carmesí se encargan de introducir las prendas y el calzado en las bolsas de pruebas. Las sellan al momento para mantener su integridad forense. Una vez lo han hecho, Alec se mete la corbata por el interior de la camisa, para evitar que toque la ropa de cama, la cual deben llevarse también para ser analizada por los forenses.
—Cuando acabemos aquí iremos al sitio de la fiesta.
Sus dos compañeras concuerdan con sus palabras en silencio mientras doblan la ropa de cama, introduciéndola con cuidado en una bolsa de pruebas más grande, precintándola al momento. Las dos amigas cargan con las sábanas hasta el coche, mientras que el hombre trajeado, que ya se ha colocado correctamente la corbata, se queda rezagado, llevando el resto de las bolsas de pruebas. Cuando está a punto de salir por la puerta principal para dejar las bolsas en el coche de su subordinada de cabello castaño, una fotografía familiar llama su atención: en ella se puede ver a Patricia, Leah, y al que probablemente es su marido. Se cruza con Ellie en el exterior, quien vuelve al interior de la vivienda para asegurarse de que esta pobre mujer se encuentra bien.
Ellie entra nuevamente en la sala de estar, y para su sorpresa, su amiga de ojos cerúleos y piel de alabastro ya se encuentra allí, intentando tranquilizar a la morena, pues debido a su marcha, la ansiedad vuelve a invadirla de pies a cabeza.
—No te preocupes: nos pasaremos por Farm Shop para decirles que no te encuentras bien y que necesitas tomarte unos días —le asegura en un tono sereno, pero la morena niega con la cabeza, algo preocupada.
—No creo que sea buena idea, Cora —se sincera la dueña de la casa en un tono nervioso, algo esquivo—. Mi amiga también trabaja allí... Querrá saber lo que ha pasado.
—Nosotras nos ocupamos —intercede Ellie en un tono amigable, sonriendo—. Tranquila.
—¿Tendré protección policial?
—Me temo que no, lo siento —niega la analista del comportamiento, quien no puede sino empatizar con ella, pues debido al terror que la invade, sabe que se sentiría más segura si así fuera—. ¿Puedo llamar a alguien para que te haga compañía?
—No...
—¿Algún amigo o familiar? —insiste la castaña de cabello rizado.
—¿Es que no me ha oído? —la voz de Winterman parece cortar el aire debido a su negatividad—. No quiero que nadie se entere de lo que ha pasado...
—Trish, necesitas apoyo —le sugiere la muchacha con un gran grado de empatía—. No puedes pasar por esto tú sola... De hecho, no debes estar sola —intenta convencerla—. La soledad es la peor compañera en momentos así, créeme.
—Pero es que no tengo a nadie, Coraline —asevera la morena—. Estoy sola.
La mujer de treinta y dos años intercambia una mirada preocupada con su buena amiga trajeada. Ésta se muerde la lengua, y desvía la mirada rápidamente al exterior de la casa, comprobando que su jefe no esté rondando por la zona. En cuanto la observa hacer ese gesto, la analista del comportamiento sabe que está a punto de hacer algo con lo que su novio no está nada de acuerdo, pero no piensa impedírselo. No, cuando ella haría exactamente lo mismo en su posición. Y de hecho, también piensa hacerlo. A la porra el libro de normas... Este es un caso de fuerza mayor.
—No deberíamos hacer esto, pero... —comienza la pelirroja de ojos azules, antes de tomar un papel y un bolígrafo—. Te voy a apuntar aquí nuestros números de teléfono, ¿vale? —la expresión de la mujer de cabello corto pasa de negativa a una positiva, aliviada—. Si quieres hablar, o necesitas cualquier cosa, ya sea de día o de noche, llámanos —asevera, con Ellie asintiendo a cada palabra, antes de entregarle el papel a la mujer de mediana edad.
—Gracias —Trish sujeta el papel como si fuera un tesoro que acaba de desenterrar.
—No le digas que te los hemos dado —ruega Miller en un tono bajo, claramente intentando evitar la posterior regañina que Hardy les tendría preparada, en caso de enterarse de lo que acaban de hacer.
Winterman asiente ante su petición, indicando que no piensa delatarlas ante su jefe.
—Estarás agotada... ¿Cómo te sientes?
—Sucia.
Tras escuchar esa respuesta a su pregunta, Cora Harper posa una mano en su hombro izquierdo a modo de consuelo, siendo un contacto físico inesperado para la morena, pero bien recibido de todas formas. Es la primera vez que alguien le ofrece algo de consuelo físico desde el ataque, y en cierta manera, que sea la pelirroja quien lo haga, hace que Winterman se sienta tranquila. Desde que la ha conocido, le ha inspirado una confianza y empatía tal, que consigue calmar sus ánimos, como si fuera capaz de ver a través de su dolor, comprendiéndola profundamente. Al igual que la mano que ha posado en su hombro izquierdo, la tímida sonrisa que le dirige la taheña es otra muestra más del apoyo incondicional que parece profesarle, y mientras caminan a la puerta principal para despedirse mutuamente, la cajera siente que le gustaría quedarse más tiempo en su compañía, pues se siente a salvo con ella.
Se reúnen con Alec Hardy en el exterior de la casa, quien se ha asegurado de que todas las pruebas precintadas estén dentro del maletero del coche de su subordinada de cabello rizado. Al verlas salir de la vivienda, el hombre de complexión delgada va a su encuentro, colocándose frente a Winterman, quien se ha detenido en el umbral de la puerta principal. Coraline y Miller también se quedan frente a ella para darle su último adiós por el momento.
—Necesitaremos que vengas a comisaría para tomarte declaración cuando estés lista —asevera el escocés, y por un momento, sin que él lo advierta, sus dos compañeras ruedan los ojos, pues no creen que Patricia esté preparada por el momento para asumir tal responsabilidad.
—Vale... —la mujer de pelo corto y oscuro asiente vehemente ante sus palabras, antes de contemplar que se aleja de ellas, hacia el vehículo, habiendo finalizado su trabajo allí.
Sin embargo, la subinspectora y la inspectora se quedan rezagadas, aún frente a Winterman.
—Pronto tendrás noticias de tu asesor, y tienes tu alarma de pánico —explica la mujer trajeada de cabello castaño en un tono amable, lleno de calidez y compasión—. La policía acudirá en seguida —le asegura, antes de ver un resquicio de duda en sus ojos, por lo que se apresura en ratificar sus palabras—. A nadie le importará que la uses.
—Bien, gracias —una genuina sonrisa aparece en los labios de la cajera—. A las dos.
—Nos vemos pronto.
La pelirroja se despide de su testigo con una fugaz sonrisa, antes de dirigirse hacia el coche de su mejor amiga, quien camina a su lado, intercambiando una mirada preocupada con ella: deben apresurarse en encontrar a su agresor pronto. La incertidumbre y el miedo pueden ser los peores adversarios de Trish ahora mismo. Llegan hasta el vehículo tras apenas dar unos siete pasos, pero antes siquiera de abrir las puertas para ingresar a él, ambas mujeres se giran momentáneamente hacia la vivienda, comprobando cómo la morena echa el cierre a puertas y ventanas, visiblemente aterrorizada ante la idea de que algo así vuelva a sucederle. Ellie entra en el coche, sentándose en el lugar del conductor, con su buena amiga de piel de alabastro ocupando el asiento del pasajero, en la parte trasera, como ya es costumbre, mientras que el hombre de cabello castaño y lacio ocupa el asiento del copiloto. El motor arranca, y comienzan a alejarse de ese barrio residencial, bajo la atenta mirada de la cajera, cuya mirada azul no se despega del coche hasta que pasa el umbral de su visión, perdiéndose a lo lejos.
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