Capítulo 16 {1ª Parte}

La analista del comportamiento conduce su Mercedes Benz Vegar C 220 BT azul brillante por las calles de Broadchurch, buscando el apartamento en el que viven Clive Lucas y su mujer, Lindsay. Mientras conduce observa el exterior, lleno de luz solar y chicharras cantando. "Para ser el primer día de junio, hace demasiado calor", piensa la taheña, antes de negar con la cabeza, concentrándose en seguir la dirección del GPS de su coche. Habiéndose agenciado la dirección gracias a la controladora de tráfico del taxista, la pelirroja no tarda en encontrar la vivienda. Por el camino pone al día a su pareja y a su buena amiga acerca de cómo han trabajado Katie y ella esta mañana, sorprendiéndolos por la dedicación y profesionalidad de la joven, a pesar de sus, en ocasiones, desacertados y puntuales comentarios. Deciden darle una oportunidad para demostrar su valía, intentando en la medida de lo posible, el no juzgarla de antemano por sus errores más insignificantes. Una vez estaciona el vehículo en el aparcamiento cercano a la calzada en la que se encuentra el pequeño apartamento, los detectives se apean de él. Comienzan a caminar hacia el complejo de apartamentos, percatándose de que deben subir varias escaleras para llegar al que ocupan el taxista mentiroso y su mujer, siendo éste el número 5.

Disimuladamente, con Ellie a la cabeza, Alec entrelaza los dedos de su mano derecha con los de la izquierda de la mujer que ama, pues estaba deseando reunirse con ella desde esta mañana. La echaba de menos, y tras su charla con la castaña antes de llevar a Clive a comisaría para declarar, ahora sus sentimientos son incluso más intensos que antes. Lleva tiempo pensando en prepararle una sorpresa mediante una cita, pues llevan mucho tiempo sin tener una —y no, sus encuentros esporádicos en Sandbrook no cuentan para nada—, aunque de momento no ha elegido la fecha. Sin embargo, mientras caminan lado a lado, con sus dedos entrelazados, el escocés piensa que, quizás, pasado mañana sería una buena noche para salir a cenar por ahí. Puede confiar en que Daisy estará tranquila en casa, y está seguro de que después de la reunión con Nadia y Aidan, su querida Lina agradecerá el poder relajarse un poco, dejando de lado el estrés del trabajo y los secretos.

La Inspectora Miller, que en ningún momento ha obviado el hecho de que sus amigos están coqueteando entre ellos, sonríe para sus adentros, vitoreando en su fuero interno ante la acertada suposición que se ha convertido en certeza: si ambos son pareja... ¡Va a ganar la porra! Resiste el impulso de carcajearse ante sus pensamientos, llegando a la puerta del apartamento en el que Clive Lucas vive con su familia. Una vez allí, echa una mirada de reojo a sus amigos y compañeros, percatándose rápidamente de que Alec continúa entrelazando sus dedos con los de su querida analista del comportamiento. Toca la puerta del apartamento entonces, esperando a que la mujer de Clive la abra.

—¿Lindsay? —cuestiona, apelando a la mujer joven que abre la puerta: tiene el cabello castaño y corto en suaves ondas, ojos castaños, y viste de forma sencilla, con una camiseta holgada a cuadros, una falda azul marina hasta las rodillas, un jersey verde y zapatillas de andar por casa de color rosa chicle—. Inspectores Miller, Hardy y Harper, policía de Wessex —los presenta, sacando cada uno sus placas policiales, para que la joven mujer pueda echarles un vistazo. Para este momento, la pelirroja y su querido protector ya han desenlazado sus dedos—. ¿Podemos hablar unos minutos? Se trata de su marido, Clive.

—Claro, por supuesto —Lindsay asiente nada más escucha que son policías, haciéndose a un lado para dejarlos entrar. Además, por si fuera poco, todos en Broadchurch conocen esos apellidos y, pues tras los casos de Danny Latimer y Sandbrook, han ganado un gran prestigio y notoriedad—. Están en su casa —les indica, contemplando que pasan hacia la sala de estar, habiéndole dado unas amigables sonrisas por su generosidad. Cierra la puerta entonces, siguiendo a los policías hasta el salón—. Por favor, siéntense.

—Gracias, Sra. Lucas —aprecia la taheña con piel de alabastro, habiéndose desabrochado los botones de su chaqueta, pues el calor del interior la ha cogido momentáneamente por sorpresa, aunque es probable que se deba también al hecho de que, con las hormonas revolucionadas, los cambios bruscos de temperatura la afecten más de lo habitual—. Imagino que sabrá que su marido ha venido hoy a comisaría a prestar declaración de forma voluntaria, en relación con una investigación, y por ello, nos gustaría corroborar algunos detalles, si le parece bien.

—Por supuesto, Inspectora Harper —afirma Lindsay tras servirles unas tazas de té helado con una sonrisa y un ademán servicial, antes de sentarse en el pequeño diván frente al sofá, en el que los policías han tomado asiento. Se dirige a la más joven de los agentes, quien ha quedado en medio de los más veteranos—. Estaré encantada de ayudarlos en lo que sea posible —se sincera con ellos, y los tres compañeros agradecen su colaboración. Ojalá todos sus testigos fueran así de serviciales. Ahorraría mucho tiempo y papeleo innecesario.

—Espero no pecar de indiscreta, pero... —la pelirroja traga saliva—. ¿Cuánto tiempo llevan casados? —inquiere con curiosidad, pues si como ha notado en su análisis en la comisaria, Clive es infiel por naturaleza, la pobre mujer que tiene delante podría no estar al tanto de ello. "Pero a juzgar por el ademán sereno y firme que demuestra en sus expresiones faciales, algo me dice que lleva aguantando mucho tiempo una situación cada vez más insostenible", analiza rápidamente, habiéndose percatado de cómo aprieta los dedos que tiene entrelazados, además de la casi imperceptible tensión en su mandíbula y labios.

—No se preocupe, inspectora, no es indiscreta —le sonríe con amabilidad, y para Cora, es como si esa sonrisa reflejase la inocencia y la amabilidad propia de un niño. Lindsay es una persona en extremo amable y compasiva, llena de cariño y buenas intenciones, las cuales se traslucen en su ademan y comportamiento, esto está claro—. Clive y yo llevamos casados 16 años.

—De modo que, teniendo actualmente 35 años, se casó a los 19, ¿correcto? —Lindsay asiente, sorprendida porque haya conseguido averiguarlo con tanta facilidad, pues la mayoría de las personas suelen echarle más edad de la que tiene realmente—. Era usted muy joven... Apenas acababa de empezar su carrera universitaria en magisterio.

—¿Cómo lo ha sabido?

—Los libros de educación y psicología infantil en la estantería a su espalda: son libros universitarios, pero apenas llegan al segundo año, lo que me indica que abandonó la carrera por motivos personales; ese leve hundimiento en el dedo corazón de sujetar un bolígrafo con mucha presión para corregir u apuntar con rapidez, aunque debido a esto último muchos podrían haber pensado que estudió para ser secretaria; el revelador hecho de su caligrafía en el bloc de notas junto al teléfono, donde apunta los recados que le llegan o hace notas mentales para no olvidarse de nada, deja entrever que traza las letras como lo haría un maestro de educación infantil o primaria; y por último, el tono de su voz, siendo capaz de proyectarla incluso en un susurro y hacer que todos la escuchen sin esfuerzo... —Coraline decide abreviar en su explicación sobre el análisis realizado a la mujer del taxista, dejándola estupefacta a cada palabra que sale de su boca, al igual que a sus compañeros, quienes a pesar de estar acostumbrados a sus análisis del comportamiento, están asombrados de su rapidez en esta ocasión—. Lo lamento, en ocasiones no puedo evitarlo —se disculpa con Lindsay, quien le ofrece una sonrisa amigable llena de admiración como respuesta.

—Es usted extraordinaria: ha dado en el clavo con todo —asevera, con un brillo lleno de intriga y fascinación en sus ojos pardos, antes de volver al quid de la cuestión—. Clive y yo nos conocimos y nos enamoramos en la universidad: yo quería ser profesora, y él médico.

—¿Y fue eso lo que estudió? —inquiere Ellie, tomando parte en la conversación.

—Era su sueño... Aún lo es, de hecho.

—¿Y qué se lo impidió?

—Fui yo, Inspector Hardy —responde la Sra. Lucas con un tono apenado, antes de suspirar, posando sus ojos pardos en la mentalista tan avispada que la ha sorprendido con sus habilidades analíticas—. Imagino que ya se habrá hecho una idea acerca de qué me hizo dejar la carrera, Inspectora Harper —la aludida asiente en silencio con una sonrisa compasiva sin juicio alguno—. Verán, empezamos a salir... Un amor de juventud muy intenso, pero entonces descubrí que estaba embarazada de un chico con el que estuve saliendo antes de conocer a Clive —agacha el rostro, claramente afectada aún por los estigmas de haberse quedado embarazada estando soltera y en la universidad—. Cuando se enteró, Clive dijo: «si ese tío no hace lo correcto, lo haré yo».

—Vaya, eso no es moco de pavo —se sorprende Ellie, pues dichas acciones no concuerdan para nada con el hombre que han interrogado en la comisaría, que tan abiertamente está dispuesto a mantener una aventura estando casado. Es como hacer encajar dos piezas de dos puzles distintos: no hay forma de hacerlo—. Tuvo que ser un hermoso detalle...

—Sí, lo fue —afirma Lindsay antes de suspirar pesadamente—. Hizo un parón en sus estudios de medicina para ganar dinero, dijo que lo retomaría algún día, pero nada ha salido como esperaba —su voz, hace unos segundos añorante y viva, se torna pesimista y negativa, llena de autocomplacencia—. Ninguno hemos conseguido continuar con nuestros sueños de juventud, pero imagino que es lo que suele pasar... La vida no deja a nadie impune a sus caprichos.

—¿A qué hora volvió Clive el sábado por la noche? —cuestiona Alec en el tono más sereno y amable que le es posible, habiéndole dirigido a su novia una mirada algo severa, indicándole que disminuya sus análisis por el momento y no pierda de vista su objetivo: comprobar la veracidad de la coartada del taxista esa noche.

—Volvió de madrugada, pasada la 1:00h —Lindsay está segura, pues el ruido de la puerta principal abriéndose y cerrándose con un leve golpe la despertó de sopetón—. Él duerme ahí —hace un gesto al sofá en el que los inspectores están sentados—. Yo duermo en la cama ——añade, lo que provoca que los detectives examinen al momento el mueble bajo otros ojos: si están durmiendo separados, en este matrimonio hay algo que va muy pero que muy mal.

—Debe ser difícil, teniendo en cuenta que tiene turno de noche... —intenta justificarlo Ellie.

—No solo cuando trabaja hasta tarde... Ahora duerme siempre ahí —Lindsay no quiere que la amable inspectora de cabello castaño intente justificar su situación matrimonial, pues a ella no le avergüenza decir que no es una relación idílica. De hecho, se aleja cada vez mas de ese calificativo.

—¿Y eso por qué?

—Me engaña, inspector —responde la desdichada mujer, ganándose una leve mirada llena de simpatía por parte del escocés, quien comprende de primera mano su dolor—. Hace diez años que me engaña —efectivamente, como sospechaba la de ojos cerúleos, este matrimonio hace tiempo que se ha ido a pique por las acciones de Clive, y como bien ha analizado, Lindsay no es tan corta de entendederas como quiere hacer ver—. Se cree que miente bien, pero no es así: es fácil pillarle y nunca duran mucho —deja escapar una risotada irónica, pues ella mejor que nadie puede averiguar cuando miente su marido, lo que, en un futuro próximo, podría venirles de perlas a los inspectores, en caso de tener que interrogar nuevamente al taxista mentiroso.

—Y es consciente de que usted lo sabe, ¿verdad?

—Así es, Inspectora Harper —la compasiva mujer asiente lentamente, con sus rizos cortos meciéndose con suavidad en su cabeza—. Cada vez que le pillo, siempre se disculpa con lágrimas en los ojos... Me dice que será la última vez, que no volverá a hacerlo, pero nunca cambia —expresa cómo de resquebrajada se encuentra su relación de pareja, y Ellie Miller no puede siquiera comprender cómo es que no ha abandonado a semejante despropósito de hombre. Ella lo habría hecho, por descontado—. Y así seguimos viviendo: en una rueda que gira y gira, sin cambiar.

Alec mantiene su mirada parda fija en esta desdichada mujer, sintiendo una honda compasión por ella, pues de estar en su situación, él no habría podido soportarlo por tantos años, y probablemente, habría cogido portante, y se habría marchado de casa con su hija. O habría echado de casa a su pareja en caso de descubrir sus reiteradas infidelidades, pidiéndole el divorcio a posteriori. Claro que, él ha vivido esa situación desde otro prisma completamente diferente: la que cometió adulterio fue Tess, quien se marchó de la casa fue él, y quien lo perdió todo también fue él. Pero gracias a ello también encontró una nueva oportunidad en Broadchurch, que ahora le ha dado a la mejor pareja imaginable para él.

Desvía momentáneamente su vista a su querida Lina, posando disimuladamente una mano en su espalda. Al momento, siente que los ojos azules de ella se posan en su rostro, sonriéndole con infinito cariño. Ahora las tornas han cambiado: Daisy está con él, vive con su pareja, y se ha divorciado de Tess. Querría decirle a Lindsay que siempre hay una salida para esta clase de situaciones, pero no es el momento ni la persona adecuada para hacerlo. Sin embargo, parece que Ellie tiene otra idea en mente, pues cuando habla, su confusión y crítica es en extremo evidente en sus palabras.

—Entonces, si no le importa que se lo pregunte, ¿por qué siguen juntos? —no advierte la mirada taladradora de Hardy en su nuca, quien no desea que incomode a su actual testigo, pues esta pregunta podría considerarse algo intrusiva y personal, y no desea tener que deshacerse de una demanda por abuso de autoridad policial en contra de Miller—. Después de todo el daño que debe hacerle... ¿Por qué seguir a su lado? ¿Por qué no pedirle el divorcio?

—Bueno, él cuidó de mí cuando yo cometí un error —la mujer de inocente mirada e intenciones se encoge de hombros por unos segundos, habiendo reflexionado su respuesta—. E hicimos un juramento ante los ojos de Dios —si el crucifijo del alfeizar de su ventana no ha dejado claro al entrar su fe inquebrantable en la Iglesia y su Santo Padre, sus palabras acaban de hacerlo en este momento—. Para mí, ese juramento significa algo... Nos hicimos una promesa, y si él quiere romper sus votos matrimoniales, es cosa suya, pero yo sigo y seguiré respetando los míos —la energía y la bondad que desprende esta mujer es inconcebible para los agentes de la ley, quienes aún están ligeramente estupefactos ante el aguante y la amabilidad que demuestra con su marido, incluso cuando le provoca tal ingente cantidad de daño con sus acciones—. Puedo criar a mi hijo, y darle todo mi amor... No necesito mucho más.

—Muchas gracias por su sinceridad, Sra. Lucas —le dice la mentalista con piel de alabastro, levantándose del sofá al mismo tiempo que sus compañeros, pues ya han acabado allí por el momento—. Nos pondremos en contacto con usted si en algún momento necesitamos que nos clarifique algo más, ¿le parece bien? —la amable joven asiente con una sonrisa, antes de acompañarlos a la puerta, contemplándolos descender las escaleras hasta el Mercedes Benz de la pelirroja. Bueno, es testigo de cómo los veteranos bajan las escaleras, pues Coraline se queda rezagada, antes de brindarle una sonrisa llena de esperanza y admiración, pues ese ánimo inquebrantable le recuerda a su querida madre, Tara, que soportó la infidelidad de su padre y con todos sus arrestos, siguió haciéndose cargo de los hijos nacidos de dicha infidelidad, porque sabía que ellos no eran responsables de los errores de sus padres—. Siempre hay luz al final de túnel, Lindsay, nunca deje de buscarla —se despide de ella con esas cripticas palabras, antes de reunirse rápidamente con su novio y su buena amiga, quienes la esperan en la parte baja de las escaleras.

—¿Sabéis lo que más me molesta del caso? —la voz de Hardy suena rabiosa mientras camina, sintiendo que la bilis le ha subido a la garganta mientras escuchaba la confesión de Lindsay acerca de la infidelidad de su marido. Sus compañeras lo observan en silencio, esperando sus siguientes palabras—. Que me avergüenzo de ser un hombre —asevera, abriendo la puerta del copiloto, mientras que su querida protegida, que se dirige al asiento del conductor, le da una leve caricia sobre los omóplatos para intentar consolarlo, comprendiendo cómo sus propias vivencias han marcado su vida y su visión de este tipo de situaciones y personas. "No solo se trata de Tess, sino de Curtis. ¿Cómo puede un hombre, o mujer en cualquier caso, estando casado con una persona a la que asegura amar por encima de todo, arriesgar su felicidad y su familia por una aventura? No puedo entenderlo... Soy simplemente incapaz", reflexiona, ingresando al vehículo, antes de cerrar la puerta y atarse el cinturón de seguridad, asegurándose de que su Lina hace lo propio.

Ellie, que ha abierto la puerta del pasajero en la parte trasera del coche de su amiga, da una última mirada a Lindsay Lucas, que ha salido al balcón de su casa para despedirse de ellos. Los contempla con esa misma mirada y sonrisa amables y cálidas con las cuales los ha recibido y dejado entrar en su hogar. Alza la mano a modo de despedida, reciprocando la exmujer de Joe ese gesto, preguntándose cómo es posible que exista un ser humano tan lleno de bondad como esa mujer, y que sea capaz de perdonar hasta ese punto a una persona que la ha marcado y herido tan profundamente, y en tantas ocasiones.

El coche de la analista del comportamiento de cabello carmesí arranca después de que Ellie ingrese a su interior, dirigiéndose rápidamente a la comisaría, pues deben dar por finalizado su trabajo por hoy y recoger las mesas. Además, deben comprobar que Katie ha completado la lista.


Cath Atwood acaba de terminar su turno en la tienda de comestibles Farm Shop. Ed ha decidido dejar que se marche antes del trabajo por las actuales circunstancias con Trish, ya que él también se encuentra en extremo preocupado por su estado mental y físico. Ambos han estado cavilando en sus mentes durante todo el día que pueden hacer para ayudarla a sobreponerse poco a poco a este terrible suceso, pero ninguno ha dado con una solución o idea satisfactoria. Una vez cambia su ropa de trabajo estándar por su atuendo de calle, Cath echa un vistazo por la ventana: está lloviendo a cántaros. "Apropiado", piensa ella con ironía, "es como si Dios estuviera intentando mandarnos un mensaje acerca de lo desgarrador e injusto que es todo esto". Suspira con pesadez, antes de negar con la cabeza: le mandará un mensaje a Trish en cuanto llegue a casa, pero por el momento, debe concentrarse en llegar a ella sin mojarse, pues con las prisas de prepararse hoy, ha olvidado coger un paraguas. Además, el pronóstico del tiempo no mencionaba lluvias torrenciales, por lo que no esperaba tener que usarlo en ningún momento.

Enfundándose las botas de monte, y peinándose el cabello rubio en una coleta alta, Cath toma su bolso y selo cuelga del hombro izquierdo, antes de salir de su lugar de trabajo. Apenas da unos cuatro pasos cuando una solitaria figura llama su atención a su izquierda. Gira el rostro, contemplando a su querida amiga, a Patricia, que ha salido de casa, habiendo decidido reunirse con ella. Dios, incluso desde lejos puede verle en el rostro los hematomas que han resultado de la agresión. Siente que el estómago se la hunde, como esa familiar sensación al bajar la cuesta de una montaña rusa a toda velocidad. Traga saliva, contemplando a su querida amiga: bajo una chaqueta rosa chicle se ha ataviado con un vestido azul turquesa, unos pantalones de pana marrones y botas altas de color negro; asimismo, lleva al cuello un pañuelo azul cielo, el bolso colgado como si fuera una bandolera, y en su mano derecha sujeta su característico paraguas de flores monocromáticas. En otras circunstancias la contemplaría maravillada por su gran sentido de la moda, pero en esta ocasión, no es capaz de hacerlo sin traer a su mente los terribles sucesos del sábado 28 de mayo: el día de su cumpleaños, el día de la fiesta, el día en el que violaron a su mejor amiga...

Se acerca a su querida compañera de trabajo y amiga, antes de brindarle un cariñoso y cálido abrazo, el cual Trish corresponde y aprecia enormemente. Al recibir esa cálida sensación que la envuelve como una manta protectora, le alegra haber seguido el consejo de Beth y Coraline de buscar consuelo y apoyo en sus amigos y familia. Tras romper el abrazo, ambas deciden ir a dar un paseo por la playa de Broadchurch, a fin de hablar en privado entre ellas. Cath no quiere ser indiscreta, pero deja que su amiga se desahogue con ella como le plazca: ella escuchará en esta ocasión, como en tantas ocasiones antes lo ha hecho Patricia con ella.

—Pensé, mientras me ocurría, que me iba a matar —admite la cajera con el cabello teñido de carmesí, antes de suspirar pesadamente, pues sabe cómo debe sonar lo que acaba de decir. Al momento puede ver la expresión horrorizada de su amiga en su rostro—. Di por hecho que acabaría conmigo y que me mataría.

—¡Jesús...! —Cath está mortificada por sus palabras, temblando ligeramente ante la posibilidad de que la hubieran asesinado y ella no hubiera podido hacer nada por evitarlo, pues nadie fue consciente de que estaba pasando algo así a varios kilómetros del lugar de la fiesta—. ¿Y no tienes ni idea de quién fue? ¿Ninguna sospecha?

—¿Cuántos hombres fueron a tu fiesta? —Trish responde con otra pregunta, pues es consciente, gracias a los consejos de Beth, que no debe compartir con nadie los detalles de la investigación que la policía tiene en curso, a fin de mantener el secreto de sumario lo antes posible, así como para prevenir el pánico local por la posible existencia de un agresor sexual en serie.

—Demasiados —responde la mujer de Atwood en un tono hastiado, rememorando lo extasiada que se encontraba los días previos, invitando a una persona sí y a otra también, a pesar de las protestas de su marido, quien le decía que no podía invitar a medio pueblo. Pero ella no le hizo caso, y estas son as fatídicas consecuencias.

—¿A cuántos crees capaces de hacerlo?

—¿Después de unas copas? —inquiere la rubia con ironía—. A todos.

—La policía no deja de preguntarme si pudo ser alguien conocido —se expresa, pues sí le han indicado que puede hablar levemente de las preguntas más generales que suelen realizarse en estas investigaciones criminales—. Y al principio pensé: «no, alguien a quien conozco, no», pero ahora me preguntó «¿quizá?»... Ya no estoy tan segura —deja entrever cómo su punto de vista ha ido cambiando conforme han ido pasando las horas y los días desde la agresión. En un primer momento, debido al shock, la parte racional de la mente intenta encontrarle un sentido a lo sucedido, descartando cualquier posibilidad de que el responsable sea un conocido, pero a medida que empieza a aceptarse el shock y los hechos, ese pensamiento evoluciona, y las posibilidades emergen poco a poco, a cada cual más siniestra que la anterior—. Todos los hombres que acudieron a la fiesta son amigos vuestros...

—Lo sé, lo sé —afirma Cath, sintiéndose culpable por toda esta situación, desviando su mirada parda a las olas del mar, que chocan con la arena de la orilla—. No lo entiendo. No tiene ningún sentido. Nada de esto lo tiene —aún está intentando aceptar los hechos, pues a diferencia de la mente de su amiga, la suya aún está haciéndose a la idea de que ocurrió una agresión sexual en ese momento tan vulnerable para tantas personas—. Nadie podría haber previsto que sucedería. No en una fiesta. No así.

Las dos amigas caminan juntas, en un silencio íntimo y lleno de amabilidad. Se conocen desde que eran jóvenes, habiendo sido invitadas a la boda de la otra. Por Dios, es impensable que algo así pudiera pasarle a alguna de ellas, pero por desgracia, el destino y la mala suerte han decidido lanzar unos dados en su contra. Se dan la mano mientras caminan, ofreciéndose un apoyo implícito. Por un lado, para Trish es una forma de sentirse acompañada y comunicarle a la rubia que no la culpa por la cantidad de invitados que acudieron al evento. Por otro lado, para Cath es la oportunidad necesaria para prestarle su incondicional apoyo a su amiga, para disculparse con ella de alguna forma por no haber podido ayudarla, por no haberlo evitado. Si tan solo hubieran actuado o hecho algo de forma diferente, las cosas podrían haber sido muy distintas. Pero ya no tiene sentido pensar en el pasado, sino que deben concentrarse en mirar hacia el futuro.


Entretanto, aproximadamente a las 18:45h, los tres agentes de policía de Wessex han llegado a la comisaría de policía de Broadchurch. Una vez estacionado el vehículo de la pelirroja de ojos celestes, se apean de él, dirigiéndose al edificio circular que domina parcialmente parte del puerto. Suben las escaleras con decisión y rapidez, deseando dejar atrás un día agotador en extremo para todos ellos, y solo pueden hacerlo cuando reciban los resultados de las muestras capilares tomadas a Trish, y una vez comprueben que la Agente Harford ha hecho correctamente el encargo dado por la taheña de piel clara. Pasando el control identificativo de la entrada, se dirigen a la planta superior, donde se encuentran sus puestos de trabajo. Nada más entrar, Coraline comprueba que, si bien Katie lo tiene todo muy bien atado en la lista escrita en la pizarra, aún hay algunos nombres a completar. Decide alejarse de sus compañeros para echarle una mano.

Mientras caminan hacia el despacho del escocés de cabello lacio y complexión delgada, Ellie y él observan a su apreciada compañera acercarse a la novata oficial con una mirada orgullosa, rememorando cada uno de ellos cómo empezó ella su carrera en el cuerpo de policía de Broadchurch. Apenas era una novata, y tuvo la mala fortuna de darse de bruces con un caso de asesinato infantil. Sin embargo, demostró sus dotes como analista del comportamiento y agente de la ley, convirtiéndose en un efectivo valiosísimo para el cuerpo de policía, ganándose el respeto y el reconocimiento de muchos de sus compañeros, quienes anteriormente la envidiaban y despreciaban por sus altas capacidades intelectuales. De hecho, no pueden evitar sentir que ellos fueron los primeros en sorprenderse y valorar su especial talento y personalidad, claro que, la Inspectora Miller cree que ella fue quien tuvo más mérito al momento de prepararla para ser la brillante inspectora que es, ya que trabajó a su lado durante tres meses hasta la llegada del taciturno Inspector Hardy.

Siendo capaces de atisbar el compañerismo y buen talante que hay entre Harford y la taheña, no pueden evitar preguntarse si su antaño novata será capaz de hacer de la muchacha negra una gran profesional de los cuerpos de seguridad, como lo es ella misma. Evidentemente, la respuesta es afirmativa nada más se plantean esa posibilidad. Alec entra a su despacho entonces, indicándole a su amiga y subordinada trajeada de cabello rizado y castaño que se encargue de bajar a los laboratorios, a preguntarle a Brian Young acerca de los resultados de los análisis del cabello de Trish Winterman.

Al cabo de varios minutos, Ellie, que ha hablado animadamente con Brian, descubriendo que está comprometido en el proceso para su gran alborozo, sube las escaleras hasta el piso en el que se encuentra su mesa de trabajo. Nada más entrar, ve a su buena amiga taheña repasando los nombres de la lista de sospechosos que entregó a Katie, hablando rápidamente con ella. La jovencita de cabello moreno también rebate sus opiniones, y ambas llegan a rápidas conclusiones. La veterana policía apenas consigue escuchar algunas palabras cuando pasa junto a ambas, pero sí entiende las siguientes: «La hora de salida y la de entrada coinciden, de modo que la coartada se mantiene»; «Podemos descartarlo como sospechoso, sí, ¿pero qué hay de este otro? No tiene hora de salida, y nadie puede confirmar que estuviera en su casa a la hora que asegura haber llegado, cuando el ataque a Trish se produjo... ¿Qué opinas de eso, Katie?»; «Entonces debemos considerarlo sospechoso prioritario hasta que se demuestre lo contrario, o hasta que alguien pueda corroborar su coartada». Sonríe disimuladamente, alejándose de la conversación mientras se dirige al despacho de su jefe, quien está esperando el informe sobre el cabello de Patricia. Mientras se aleja, la conversación entre su amiga y su subordinada también lo hace, como si las voces se perdieran en el tiempo.

Asoma la cabeza por la puerta, posando sus ojos castaños en su amigo y compañero de profesión, sorprendiéndose: parece estar mirando algo en la pantalla de su teléfono móvil con una gran sonrisa llena de alegría. Se pregunta qué será. Toca la puerta del despacho, y automáticamente, contempla cómo el escocés se sobresalta, guardando el teléfono móvil en el bolsillo interior de su chaqueta, como si intentase esconder algo privado. La castaña pretende actuar como si no lo hubiera notado, ¡pero ha sido demasiado obvio incluso para él! Alec parece ciertamente nervioso cuando se le acerca, hablando rápidamente.

—¿Y bien? ¿Alguna novedad?

—Ya tenemos los resultados de las muestras que cogieron del pelo de Trish —responde la madre de Fred con un tono animado, extendiéndole el fichero que Brian le ha entregado. Tras dárselo, la mujer trajeada lo observa en silencio, no pudiendo evitar el desviar su mirada hacia el bolsillo en el que Alec ha guardado su teléfono móvil. Está deseosa de averiguar qué se trae entre manos el habitualmente imperturbable escocés—. Han identificado un ADN que no es el suyo, aunque aún no hay coincidencia con nuestra base de datos.

—Eso es bueno —asevera con más optimismo el hombre con vello facial, quien por costumbre, se ha colocado las gafas de cerca para leer un documento—. Al menos tenemos algo con lo que empezar a trabajar.

La expresión serena y profesional del hombre con delgada complexión, cambia sutilmente en cuanto posa sus ojos en el dintel de la puerta de su despacho, y Ellie, que ha aprendido a detectar esos sutiles cambios en su expresión, sabe qué lo ha provocado: Coraline. Apuesta lo que sea a que está detrás de ella ahora mismo. Y efectivamente, obtiene su confirmación a los pocos segundos.

—¿Podéis venir a ver esto? —les ruega con un tono efectivamente agotado, haciendo un gesto al exterior del despacho, concretamente a la enorme pizarra que ella y Katie han decorado con columnas de datos. Sin esperar su respuesta, la brillante taheña comienza a caminar hacia la pizarra, siendo perfectamente consciente de que sus superiores la siguen—. Todos los hombres que estuvieron en esa fiesta —resume con un tono nervioso, girándose hacia sus compañeros, quedándose cerca de la pizarra, junto a Katie, quien también parece nerviosa, esperando a que valoren su trabajo duro.

Coraline contempla que tanto su querida pareja como su apreciada amiga palidecen al momento, pues en total hay 66 sospechosos, ordenados alfabéticamente según su apellido. En cada nombre se estipula su edad, su altura, su número de pie, su hora de entrada y salida de la fiesta, si se han negado a dar una muestra de ADN, y si alguien puede corroborar su coartada de aquella noche.

—Un trabajo excelente, Harper, Harford —finalmente, cuando parece recuperar el aliento tras el shock inicial por la cantidad de sospechosos que hay allí dispuestos, Alec es el primero en ofrecerles a ambas una felicitación por su dedicación—. Con esto podremos controlar con mayor facilidad a los sospechosos que barajemos... Y mañana nos será de gran ayuda para descartar a unos cuantos —añade, antes de posar sus ojos en su reloj de muñeca, el que la mujer que ama le regalase hace años ya—. Se está haciendo tarde: hemos acabado por hoy. Recoged las mesas y marcharos a casa —ordena, antes de volver a su despacho a paso vivo, con la intención de pasar a buscar a Daisy a su clase de defensa personal.

—Bien hecho, chicas —las alaba Ellie con una sonrisa amable, contemplando que Katie inmediatamente se anima, correspondiendo su sonrisa, y la castaña empieza a notar el leve cambio que está sufriendo la novata. Claro que, trabajando codo con codo con Cora, es casi imposible que no se vea influenciada en alguna forma, cambiando su forma de hablar u actuar—. Katie, ya puedes irte a casa por hoy —le dice con amabilidad, sorprendiéndola por unos segundos—. No te preocupes: nosotros recogeremos y cerraremos la oficina.

—Entendido —afirma la muchacha negra, comenzando a caminar hacia su puesto para recoger sus pertenencias, antes de acercarse a su superiora, brindándole un cariñoso y agradecido abrazo—. Muchas gracias por darme esta oportunidad, Coraline —susurra, de modo que ninguno de sus superiores la escuche romper esas barreras del protocolo con una agente de mayor rango que el suyo.

—Te lo mereces: es lo menos que podía hacer —replica la mentalista en un tono equivalente, sonriendo mientras corresponde el abrazo—. Eres una gran profesional, y tu mente lógica es muy buena... Solo necesitas a alguien que te guie y un poco más de experiencia, pero pronto serás una analista del comportamiento que hasta pueda superarme a mí —la halaga, rompiendo el abrazo para poder mirarla a los ojos—. Puedes estar segura de ello.

—Haré lo posible por no fallarte —asevera Katie, en extremo agradecida por sus palabras y confianza, aunque ese orgullo que la ha sobrevenido ante el halago, pronto se convierte en una sensación de ansiedad que la hace temblar ligeramente. Sí, no quiere desaprovechar la confianza que ha depositado en ella, y sin embargo, les está ocultando una información crucial a sus superiores—. En realidad... Hay algo que me gustaría decirte —intenta ser valiente y decirle la verdad, pero sus palabras se ven interrumpidas por las de la propia taheña, quien la deja momentáneamente petrificada en su sitio.

—Si es sobre lo que ya sospecho desde hace días, deberías ser sincera y hablarlo con el Inspector Hardy, ¿queda claro? —aunque su voz suena serena, es evidente que en ella hay un inequívoco filo de hielo, dejando implícita una amenaza segundos después—. Eres consciente de que de no revelar esta información, en caso de descubrir que tiene algo que ver con la agresión, tu puesto de trabajo se vería comprometido, ¿verdad? —la muchacha traga saliva al escucharla, pues actuó inconscientemente, sin pensar demasiado en las consecuencias. La amenaza queda clara, y siente que la bilis le sube a la garganta—. Vete a casa y descansa: ha sido un día muy largo —concluye la conversación entonces, instándola a marcharse, y eso es precisamente lo que hace la novata agente de policía, desapareciendo de su lugar de trabajo a los pocos segundos—. Bueno —Coraline se apoya nuevamente en el dintel de la puerta del despacho de su novio una vez recoge sus pertenencias de su puesto de trabajo—, ¿vamos a buscar a Daisy? —pregunta, y recibe un gesto afirmativo por parte de su amado escocés, quien nada más salir del despacho, le da un casto y rápido beso en los labios, para evitar que alguien del departamento los vea.

No es consciente, sin embargo, de que Ellie lo ha visto hacer ese gesto y está sonriendo de oreja a oreja a sus espaldas. Y cuando la escucha hablar a su espalda, por poco pega un salto que lo hace atravesar el techo, pues no la había advertido en ningún momento.

—No sabéis lo mucho que me alegro por vosotros...

—¡Por Dios, Miller! —Alec se coloca una mano en el pecho, sintiendo que su corazón late desbocado por el sobresalto—. Deja de aparecer como por arte de magia, ¿quieres? Conseguirás que me dé un infarto algún día... —la amonesta amigablemente, observando que su compañera y amiga camina junto a su pareja, quedando ella entre ambos.

—Con el marcapasos creo que no —se carcajea la castaña, recibiendo dos miradas severas como respuesta—. Oh, vamos, es una broma —ambos relajan sus expresiones al momento, pues son conscientes de que no lo ha dicho con malas intenciones—. Pero lo que he dicho antes no es una broma: me alegro por vosotros.

—¿Se lo has contado? —cuestiona Cora, arqueado una de sus cejas, pues como bien acordaron cuando él se mudó con Daisy allí, mantendrían su relación en secreto hasta pasado un tiempo—. Creí que habíamos dicho...

—Sí, es cierto, pero no he tenido más remedio: es demasiado insistente.

—Por no hablar de que ya lo sospechaba desde hace un tiempo —apostilla la castaña, divertida.

—Ellie, por favor...

—No te preocupes: vuestro secreto está a salvo conmigo, os doy mi palabra —la exmujer de Joe Miller hace un gesto con su mano derecha en sus labios, como si los cerrase con una cremallera, antes de sacar una llave y cerrar un candado invisible, para después, lanzar la llave lejos de ella. "Aunque tampoco es que sea un secreto si lo sospecha todo el pueblo y la comisaría, la verdad", piensa para sí misma, recordando la porra que han montado para apostar sobre el futuro de su relación.

—Gracias —la taheña respira aliviada, habiendo caminado en el transcurso de su charla hasta el aparcamiento de la comisaría—. Nos vemos mañana —se despide de su buena amiga con un abrazo cariñoso, mientras que Alec le estrecha la mano porque, sí, Ellie aún no ha vuelto a abrazar a un hombre desde que supo que Joe era el asesino de Danny. Esas acciones han quedado manchadas desde entonces, y no sabe cuándo volverá a recuperar esa costumbre.

—Hasta mañana.

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