Capítulo 15 {2ª Parte}
Katie se sorprende al entrar en la sala de observación. Por un momento se sobresalta, pues puede ver el interior de la sala de interrogatorios número uno sin problemas, quedándose petrificada en su sitio. Pero pronto, esa inquietud que la ha invadido desde los tuétanos, desaparece, comprendiendo que, si bien el cristal que los separa es traslúcido en su lado, en la sala de interrogatorios es totalmente opaco, casi como si se tratase de un decorado de película. Otro de los elementos que la desconcierta por un ínfimo segundo, es el hecho de que la sala, además de contar con unas encimeras, una nevera y un microondas, cuenta con una alacena llena de café y té. "Probablemente", se dice, "se deba al hecho de que, en ocasiones los interrogatorios son tan extensos que, los analistas del comportamiento, en este caso Coraline, deben pasar horas y horas aquí encerrados", deduce acertadamente, antes de pasear nuevamente su vista oscura por la estancia. Advierte que la estancia cuenta además con dos sillas colocadas frente a la ventana traslucida, entre las cuales hay una mesa. En dicha mesa, la Agente Harford contempla como Coraline Harper deposita su libreta electrónica, antes de presionar un pequeño botón que hay en un panel de control cercano, a la derecha de la silla. Al momento, por unos altavoces en el techo, se escucha el sonido de la sala de interrogatorios, de forma que, Katie es capaz de suponer que la sala está insonorizada.
—Vamos, acércate y siéntate —la insta la analista del comportamiento, y su subordinada novata hace exactamente lo que se le ha pedido—. Esta parte va a ser algo extraña para ti, pero voy a explicarte lo que vamos a hacer en esta sala, ¿de acuerdo? —la muchacha negra asiente, peinándose nuevamente el cabello oscuro en un moño—. El trabajo de un analista del comportamiento, radica, como su nombre dice, en contemplar y registrar cualquier indicación no verbal del sospechoso, para así contrastarlo posteriormente con sus declaraciones a los agentes de la sala de interrogatorios —hace un gesto a Ellie y Alec, quienes acaban de sentarse en las sillas frente a Lucas, cuya expresión facial parece nerviosa—. Una vez hecho esto, se han de interpretar las declaraciones. Cuando digo interpretar, me refiero principalmente a la comunicación verbal y no-verbal, tanto explícita como implícita —realiza una clarificación de sus palabras para que a Katie no le resulte difícil seguirle el ritmo—. ¿Necesitas que te aclare algo, o...?
—Te sigo.
—Bien —Cora asiente con alivio—. Cuando se han analizado e interpretado los datos de los que se disponen, el analista debe determinar qué posibles hipótesis encajan con esa interpretación, para dar posibles versiones a los agentes al otro lado del cristal —añade, antes de carraspear—. Por costumbre, dado que soy la única analista en la comisaría, suelo realizar los análisis en silencio, apuntando mis suposiciones y pesquisas en el cuaderno, pero si en algún momento quieres contrastar algo conmigo en voz alta, eres libre de hacerlo.
—¿Puedo apuntar cualquier cosa que advierta en el testigo?
—Exactamente —Katie apunta dichos datos en su libreta, antes de posar su atención en el interrogatorio que está llevándose a cabo en la habitación colindante—. Pero ten en cuenta que, incluso el mejor de los analistas puede errar el tiro, de modo que, al momento de barajar varias hipótesis, tenemos que contrastarlos con los datos de la investigación de los que disponemos actualmente —la advierte, antes de tomar su bloc de notas electrónico, desviando su mirada marina a la sala de interrogatorios, dispuesta a comenzar su trabajo.
—Así que, te gusta que te llamen Lucas, pero tu nombre de pila es Clive —comienza Hardy en un tono sereno, habiendo entrelazado sus manos en su regazo, además de depositar sus gafas de cerca en la mesa de la sala de interrogatorios, en caso de ser necesario disponer de ellas.
—Sí —Clive sonríe con sorna—. No creo que eso sea ilegal, ¿verdad?
—Cuando hablamos contigo nos dijiste que tu radio estuvo rota el sábado por la noche.
—Sí —Clive hace un gesto de asentimiento con la cabeza, pero tensa la mandíbula y los labios en una delgada línea, siendo advertido tanto por Coraline como por Harford al otro lado del cristal.
"De modo que, según su respuesta, la radio estuvo rota toda la noche, pero sin embargo, la tensión que ha dejado ver por una milésima de segundo en sus labios y mandíbula, dice lo contrario", analiza Katie, contemplando que su compañera y jefa apunta ese dato también en su libreta, añadiendo las siguientes palabras: «¿Radio rota? Respuesta en forma de tensión en mandíbula y labios. Mirada esquiva por unos segundos. Intento de disimularlo. Posible tergiversación de la verdad. ¿Conclusión? Omisión de la verdad. La radio no estaba rota». "Vaya, ¡sí que es rápida!", se sorprende la novata oficial de policía, admirando su profesionalidad. "Ha captado cosas que yo no, aunque imagino que es la diferencia de experiencia, y el hecho de que ella lleva haciendo esto mucho antes que yo".
—Y Trish Winterman, que había reservado la vuelta contigo, no se presentó.
—Correcto.
"Sus ojos apenas han parpadeado en esa respuesta, y ha mantenido fija la mirada en Alec. Está diciendo la verdad en este caso, de modo que, cuando él debía recogerla para llevarla a casa, no apareció, probablemente porque para ese momento, la agresión estaba teniendo lugar, o bien ya había tenido lugar", analiza la mentalista del cuerpo de policía, apuntando en su libreta con rapidez dichas deducciones.
—La llamaste al móvil, y no contestó.
—Así es —afirma Clive, respondiendo a la pregunta que realiza el inspector Hardy.
—¿Y fuiste a buscarla? —quiere saber, pues de haberlo hecho, quizás podría darles información sobre el asaltante de Trish, pero para su mala suerte, el taxista niega con la cabeza casi al momento.
—No.
Alec se coloca sus gafas de cerca antes de continuar, tomando en sus manos un fichero en el que aparece recogido el testimonio que les dio el hombre frente a él, el día anterior. Ellie por su parte entrelaza los dedos sobre la superficie de la mesa de la sala de interrogatorios.
—Te quedaste en el aparcamiento de Axehampton con la luz del taxi encendida, y llevaste y trajiste a varias personas durante la noche —parafrasea la declaración que les dio, antes de carraspear—. Eso nos dijiste.
—Eso fue lo que hice.
—¿Y con algunos de esos clientes, tenías reservada la vuelta como con Trish? —inquiere el hombre con acento escocés, retirándose las gafas de cerca, guardándolas en el bolsillo pectoral izquierdo de la chaqueta.
—Con algunos.
—¿Cuántos? —insiste Hardy con un punto de dureza en la voz, pues cuantos más datos tengan, más avanzaran en la investigación, pero según el ademan de Clive, este no parece estar muy por la labor de ayudarlos.
"Preguntar al testigo sobre eventos concretos es una buena forma de comprobar sus reacciones y respuestas ante situaciones con mucha presión. Los eventos concretos estimulan la memoria a largo plazo, y probablemente, haga que sea mucho más fácil detectar una mentira en el testigo", reflexiona para sus adentros la Agente Harford, apuntando en su libreta dichas impresiones, como bien le ha aconsejado su compañera y amiga.
—No sabría decirlo.
—Aquí tengo una lista de tu controladora, con las reservas —intercede Ellie de pronto, abriendo su propio fichero. Clive traga saliva al momento en el que sus ojos castaños contemplan la lista de personas que allí aparecen—. Si pudieras echarle un vistazo, y decirnos a quiénes llevaste... —le pide, a sabiendas de que Katie y Cora han comprobado dichas reservas con los clientes cuyos nombres aparecen escritos en ella.
"Se inclina hacia el papel en un ademán reflexivo y nervioso, a juzgar por como enarca las cejas y se muerde el labio inferior", analiza con rapidez la policía con piel de alabastro, apuntando en su libreta dichos datos. "Está nervioso porque sabe que lo hemos cazado en una mentira, ya que no llevó a ninguno de los pasajeros que aparece en la lista, pues Katie y yo lo hemos comprobado. Y reflexivo, porque está intentando mentirnos nuevamente, a juzgar por cómo desvía intermitentemente los ojos arriba a la derecha, accediendo al lado creativo del cerebro".
—Para que conste, la Inspectora Miller le está enseñando al Sr. Lucas el formulario EM43 —la voz de Hardy resuena en la estancia con eco, sobresaltando mínimamente al testigo, quien está evidentemente nervioso.
—Coraline —la voz de Katie, que habla en un susurro a pesar de que la sala está insonorizada, atrae su atención al momento. Está claro que quiere preguntarle algo—. ¿Cómo sabes que está a punto de inventarse una mentira? —cuestiona, habiéndole echado un vistazo a la libreta electrónica de su superiora, leyendo lo que ha captado de su análisis del comportamiento.
—Explicado de forma muy simple —la mentalista deja a un lado momentáneamente su bolígrafo, girando su rostro hacia su subordinada para explicarse—. Si una persona diestra mira arriba a la izquierda, está accediendo al lado racional del cerebro, a la memoria a largo plazo, a los recuerdos y vivencias, ergo, nos está diciendo la verdad —su compañera de trabajo asiente lentamente, apuntando dicha información en su bloc de notas con rapidez—. Y si por el contrario su mirada se dirige arriba a la derecha, sabemos que está accediendo al lado creativo del cerebro, y por tanto, a la imaginación, ergo, maquina una mentira.
—Y por tanto, si una zurda mira arriba a la izquierda, es que está mintiendo, mientras que si lo hace arriba a la derecha, dice la verdad.
—Una suposición correcta, en efecto —la alaba la Inspectora Harper, por lo que la novata de piel negra se siente en extremo orgullosa. "No está nada mal: empiezo a ver a una potencial pupila en ella...", piensa con orgullo, antes de volver sus ojos cerúleos a la sala de interrogatorios, donde ve claramente a Clive sudando. "Está nervioso y es fácil verlo. Es consciente de que está mintiendo y le vamos a pillar, pero no puede evitarlo".
—Es difícil, ¿saben? —hace un gesto a la lista con vaguedad—. No me sé los nombres de la gente, solo conozco sus caras.
—Esfuérzate —le pide la Inspectora Miller con una sonrisa suave.
—Vale... —nuevamente, Clive hace el ademán disimulado de que está intentando concentrarse en los nombres de sus clientes, antes de leer uno de los nombres al azar—. A Tony Bird, lo llevé —Alec y Ellie contemplan al taxista con una mirada de pocos amigos, pues saben que está mintiendo flagrantemente—, a los Slyme los llevé, y a Sam y Sophie Potter —finaliza la lectura de la lista rápidamente, antes de entregarles el documento—. Y creo que probablemente son todos.
—¿Por qué nos mientes, Lucas? —la sonrisa que, hace tan solo unos dos segundos había esbozado el taxista de cabello color ónix, se desaparece como por arte de magia ante las palabras de la policía de cabello castaño.
—¿Disculpe?
—Hemos llamado a todas las personas de la lista —asevera, dando a conocer el descomunal trabajo que han realizado las dos agentes de la sala contigua—. No llevó a ninguna —lo amonesta, y comprueba cómo las pupilas de los ojos de Clive se dilatan, nervioso— . ¿Creías que no lo comprobaríamos? —le pregunta con un tono irónico, antes de dejar escapar una risotada irónica. "Ahora entiendo cuando Alec dice que le encanta cuando a los sospechosos les entra miedo... Es genial pillar a un mentiroso y poder decirle a la cara que lo hemos cazado", se dice a sí misma mentalmente, antes de ser testigo de cómo empieza a mover el labio inferior en un gesto lleno de pánico.
—¿Por qué nos mientes sobre lo que hiciste la noche que violaron a una mujer? —el tono de voz del Inspector Hardy se torna en extremo demandante y severo, con su acento escocés pronunciándose aún más en cada palabra. Logra achantar levemente a Lucas por su ademán, quien traga saliva, antes de inclinarse sobre la mesa, con las manos entrelazadas sobre su superficie.
—Miren, es absurdo, pero recogí a un cliente en la carretera, fuera de ruta.
—¿Qué? —el hombre trajeado con delgada complexión parece no dar crédito a lo que oye.
—No debemos hacerlo: es ilegal —se sincera con ellos en un tono suave—. Pensé que me buscaría un problema, pero me pararon, y fue una buena carrera —su tono de voz tiembla ligeramente mientras habla, y para cualquiera podría parecer que es por la presión del interrogatorio, pero para la brillante analista del comportamiento, queda claro que no es así. Hay algo más detrás de esto—. Cobré 40 libras. Y no se lo dije a Ange, la controladora de mi oficina... —momentáneamente agacha el rostro, avergonzado, pero pronto, ese sentimiento desaparece con sus siguientes palabras—. Me quedé con el dinero.
"Interesante... Su voz ha temblado al momento de decirnos lo que hizo esa noche, lo que me hace pensar que oculta algo. Sí, por su ademán, los ojos fijos y la voz serena hasta cierto punto, es verdad que recogió a un pasajero fuera de ruta, pero el temblor en su voz me dice que sospecha, o sabe quién es ese pasajero", analiza la novia del escocés con carácter taciturno, intercambiando dicha hipótesis con su compañera de cabello ónix, quien también ha llegado a la conclusión de que Clive Lucas oculta algo.
—¿A qué hora fue eso? —el hombre de cabello castaño se inclina ligeramente sobre la mesa, cruzándose de brazos, pues está dispuesto a darle una oportunidad a Clive. Puede que no esté diciéndoles la verdad ahora, claro, pero dilucidar eso es trabajo de su pareja.
—21:30h o 22h —responde rápidamente Clive, antes de añadir de manera concisa—. Lo recuerdo porque tuve que llevar a una mujer llamada Sarah a su casa, pues se marchó pronto de la fiesta. Estaba volviendo a Axehampton, salí por la carretera de Dorchester, y ahí fue donde él me paró.
—¿Y qué edad tenía ese hombre?
—Unos 30 aproximadamente, inspector —responde Clive, cerrando los ojos por un segundo.
—Miente —sentencia Katie en un susurro, desviando su mirada oscura a su superiora, quien al momento le presta toda su atención, pues también ha captado ese detalle—. Que cierre los ojos es un indicativo evidente de que está intentando no mirar a su interlocutor para salirse con la suya.
—Por tanto, como acertadamente has supuesto, el hombre que recogió puede que fuera mayor o menor de 30 años —afirma Coraline sin el menor atisbo de duda—. Probablemente menor a juzgar por el ademán protector que desprende Lucas en este instante... Fíjate: brazos cruzados sobre el pecho, espalda rígida, mandíbula tensa... —explica lo que ha notado en el trabajador público, y Katie asiente, sorprendida y maravillada a partes iguales con su rapidez mental.
—¿En qué dirección iba caminando? —el escocés ha encontrado un punto sobre el que presionar y no piensa dejarlo estar.
—Contraria a Axehampton, hacia el giro de incorporación a la A35.
—¿De qué humor estaba la subirse al taxi? —interviene Miller con un tono sereno.
—Agradecido.
—¿Y a qué dirección lo llevaste?
—A la colina, en Lyme, una de las calles a la derecha —responde con concisión, apenas sin titubear, dándoles una importante pista a las analistas del comportamiento tras el cristal: este dato es verídico, de manera que sí llevo a alguien esa noche a Lyme, aunque se resiste a revelar quién es—. Me fue indicando.
—¿Y serías capaz de volver allí si te lo pidiéramos?
—Creo que sí, inspectora.
—¿Quién es María Brady? —el tono de Ellie se torna severo, contemplando como Clive palidece mínimamente ante la mención de ese nombre en concreto.
—¿Angela les ha contado eso? —está mortificado porque la policía se haya enterado, y automáticamente se pone a la defensiva—. ¿Qué tiene que ver con esto? —exige saber, antes de que la voz ronca de Alec lo haga callar.
—Conteste a la pregunta.
—María era una clienta habitual —comienza Clive con una mirada perdida en la lejanía—. Presentó una queja disciplinaria contra mí, porque... —traga saliva, incómodo—. Malinterpreté algunas de sus señales —admite finalmente, sintiendo que, poco a poco, un gran peso se le quita de encima, a pesar de ser consciente de que no es una brillante idea confesar algo así a la policía, especialmente cuando están en mitad de una investigación criminal.
—¿Qué clase de señales?
—Le gustaba hablarme de su vida —explica, y los inspectores ruedan los ojos: que una clienta inicie una conversación con el taxista no es extraño, y mucho menos que decidiera romper el hielo si debía estar durante varias horas en el vehículo. No pueden creer que fuera capaz de confundir un intento de conversación como una señal de interés romántico—. La llevé un par de veces al aeropuerto, traía petacas, algo de comida... Nos entendíamos bien —suspira pesadamente, antes de revelarles la razón que hizo que María interpusiera una queja contra su persona—. Un día la llevé hasta su casa. Era tarde, y le pregunté si iba a invitarme a entrar... Y aquello la asustó —le tiembla el labio inferior, pero pronto, ese temblor incontrolable se traspasa a sus piernas, comenzando a moverlas nervioso bajo la mesa, ante la penetrante y severa mirada del escocés de cuarenta y siete años con ojos pardos—. Metí la pata al preguntar. Lo supe enseguida.
—¿Estás casado, Lucas? —inquiere Ellie, habiendo advertido la clara marca de una alianza en el dedo anular de su mano izquierda. Esa marca, que no está tan bronceada como el resto de su piel, destaca demasiado como para ignorarla, y la castaña la reconoce pues es la misma que aún perdura en su propia mano. "Es difícil que el dedo recupere la misma tensión en la piel, especialmente cuando ha habido un objeto aprisionando la piel y músculos desde hace tiempo", piensa para sí misma, esperando la obvia respuesta por parte del taxista.
—Sí.
"Relación duradera... Infiel por naturaleza, sin duda, pero hay algo que contrasta con ello: un ademán protector y honesto hacia ciertas personas", reflexiona la analista del comportamiento, antes de suspirar, posando sus ojos cerúleos en su pareja, cuya mandíbula advierte tensa, pues el hecho de tener frente a él a un adultero, lo hace recordar a Tess, y no es precisamente bueno.
—Trish nos dijo que un día salisteis a tomar algo —Alec logra controlar sus emociones para centrarse en el caso, pues no desea que sus experiencias pasadas condicionen de forma alguna su desenvoltura en el caso—. ¿Una cita? —cuestiona con ironía—. Dijiste que la conocías del trabajo —hace un leve gesto con la cabeza a la declaración que les dio el día anterior.
—Fue una vez.
—¿Por qué solo una?
—No encajamos —responde Clive, antes de dejar que una carcajada sarcástica llegue a su garganta—. Ella es algo mayor, ¿saben? Y a mí... No me interesan las mujeres así —añade en un tono despectivo, ganándose una mirada severa por parte de ambos agentes.
—¿En ningún momento, tras dejarla el sábado por la noche, volviste a ver a Trish Winterman?
—Correcto.
—¿Estás seguro de eso? —Alec ha advertido en su ademán que hay algo que oculta a sabiendas, y si bien es cierto que no ha dudado y ha respondido con claridad y concisión a la pregunta, y por tanto, pueden estar seguros de que no volvió a verla desde que la dejó en Axehampton, hay algo que calla. "Y pienso averiguar qué es", piensa para sí mismo el hombre con cabello y vello facial castaños.
—Sí.
En los bancos de la playa, sobre las 16:00h, en el último lugar cercano en el que vio a Danny, aunque fuera en su imaginación, Beth espera a Mark para poder hablar con él. Ya se ha calmado lo suficiente como para hablar con él acerca de la encerrona que les ha preparado este mediodía. Tiene la mirada fija en las olas del mar, pero inconscientemente, ésta se posa en la arena de la playa, justo bajo los acantilados. Ese lugar en el que vio por primera vez el cuerpo sin vida de su pequeño Danny. Intenta deshacerse de esos pensamientos, pues no quiere que la tristeza la embargue nuevamente, pero sabe que, si quiere convencer a Mark de que no les haga pasar por todo un juicio nuevamente, deberá sincerarse y hablar claro. Porque puede que ella no lo haya expresado tan abiertamente como él, pero sigue dolida, sigue sufriendo. El dolor por la muerte de un hijo apenas se termina superando solo porque hayan pasado 3 años, casi 4. El dolor sigue ahí, y si bien es cierto que con el tiempo se hace soportable, no se olvida del todo. Ha hablado con Paul por teléfono, preguntándole qué debería hacer, y éste le ha aconsejado que lo escuche e intente que la comprenda. Ha aprovechado para preguntarle si ha escogido un nuevo empleo, ahora que está pensando en dejar el sacerdocio. Éste aún no tiene nada decidido, pero la joven madre le ha indicado que, no importa lo que suceda, va a apoyarlo en todo lo que decida.
Escucha unos pasos a su izquierda, y gira el rostro, encontrándose con que Mark ha llegado puntual, por una vez, a este encuentro. Lo observa sentarse en el banco a su izquierda, con las manos metidas en los bolsillos.
—Ahora es cuando me regañas por haber llamado a Ben, ¿verdad?
—¿A qué ha venido lo de hoy, Mark? —comienza ella en un tono confuso—. Comprendo que sigues sufriendo, que quieres conseguir justicia para Danny, créeme, yo también me siento así —Mark parece consternado y sorprendido de que esas palabras hayan salido de la boca de su mujer, pues a diferencia de él, ella siempre ha sido más hermética—. Pero la justicia me ha fallado, nos ha fallado en el momento en el que ese jurado absolvió a Joe Miller —expresa sus sentimientos de la forma más clara posible, y comprueba para su alivio, que su todavía marido la escucha en silencio—. Entiendo que el continuar con la acusación particular quizás podría darte las respuestas y el descanso mental que necesitas, pero no a Chloe y a mí. Nosotras ya nos hemos rendido con este asunto, y no deseamos pasar nuevamente por el tormento que supone un juicio de asesinato. No de nuevo —suspira pesadamente, tomando asiento en el banco adyacente, girándose para encararlo—. Ya sabes lo mucho que nos afectó aquello... Y no solo a nosotros, sino a Chloe, a Lizzie. No podemos permitir que la pena y la tristeza nos venzan, por muy culpables que nos sintamos por no haber podido proteger a Danny —expresa lo que ambos sienten, pues desde la muerte de su hijo, a ambos los ha sobrevenido en ciertos momentos la sensación de que podrían haber hecho algo para ayudarlo, para evitar este funesto desenlace, pero la castaña ahora sabe que no es posible—. El futuro es cambiante, pero no el pasado... ¿Lo entiendes? —le pregunta, y el hombre de cabello castaño y ojos azules asiente lentamente—. El pasado es inamovible, y debemos aprender a vivir con él.
—Pero no pude ayudarle, debería haber podido ayudarle... —se lamenta Mark, recibiendo un amable abrazo por parte de su mujer, quien comprende que la depresión crónica que arrastra desde la finalización del juicio lo ha llevado a un círculo vicioso del que es difícil salir—. Sé que no puedo recuperar a Danny, pero me estoy hundiendo, Beth, y no sé qué más puedo hacer...
—No es fácil, créeme, yo aún sigo pensando en él algunas noches, en cómo podrían haber cambiado las cosas si hubiera sido mejor madre —la castaña intenta razonar con él, alejarlo de esa espiral autodestructiva—. Pero no puedo dejar que esos pensamientos me dominen, porque Chloe y Lizzie me necesitan, al igual que te necesitan a ti, Mark —se separa de él, rompiendo el abrazo con evidente lastima y compasión, sorprendiéndose por la empatía que está demostrando, cuando en un principio, al llegar allí estaba decidida a cantarle las cuarenta y a echarle un rapapolvo intenso—. ¿Recuerdas lo feliz que estabas cuando nació Lizzie? —él asiente—. ¿Recuerdas lo que me dijiste? Que querías concentrarte en ella, vivir por y para ella, porque ya no se podía hacer nada por Danny... —el fontanero rememora de manera vívida ese momento en la colina, cuando sujetaba a su hija pequeña en brazos, cuando la depresión no había hecho presa de él—. Eso es lo que te aconsejo que hagas, Mark —él parece a punto de apostillar algo, pero la asesora en delitos sexuales se le adelanta—. No significa que no podamos mantener una relación de amistad por el bien de las niñas, porque claro que lo es posible —Mark asiente en silencio: puede confirmarse con su amistad—. Podemos hablar de Danny, o hablar de cómo nos sentimos respecto a su fallecimiento, porque es natural, y siento mucho no haberlo comprendido antes —se disculpa con él, pues en su dolor, en su afán por dejar atrás su propio dolor, ella no le ha permitido hablar de ello tanto como debería, y ahora es capaz de verlo—. Chloe y yo te ayudaremos en lo que sea necesario para que puedas salir de esta, pero necesitamos que también pongas de tu parte...
—Pero Danny...
—Danny no creo que quisiera ver a su padre hundido, sin disfrutar de la vida que él tanto adoraba, o de la familia que tanto quería —le dice ella en un tono amable—. Independientemente de cómo se encuentra nuestra relación ahora, por favor, ven a casa cuando quieras, incluso a comer y cenar durante varios días —le pide, antes de levantarse del banco—. Solo piensa en lo que te pedimos Chloe y yo, en lo que quizás podría ayudarte... Si lo crees necesario podemos ayudarte a encontrar una buena terapeuta con la que puedas hablar, si con nosotras no te es suficiente —su marido se mantiene en silencio, cavilando sus palabras—. Lo siento mucho, Mark, de verdad que sí —se disculpa con él, propinándole un amistoso y cariñoso beso en la frente a modo de despedida.
—También yo lo siento: por haberos hecho esta encerrona, por no haberme parado a pensar en lo que realmente necesitáis las niñas y tú —responde él con un tono lleno de emociones contenidas, antes de suspirar pesadamente, levantándose del banco también—. Sé que tienes razón, como siempre —deja escapar una pequeña sonrisa al decir esas palabras—. Lo pensaré, te lo prometo —eso parece bastarle a la castaña quien asiente con una sonrisa amable. Se despide de ella correspondiendo su sonrisa, dejándola caminar lejos de él. "Nunca volveremos a ser los que éramos antes de la muerte de Danny, lo sé... Hemos tomado caminos distintos, y nuestro amor se ha apagado desde hace tiempo. Ella merece ser feliz, igual que yo, pero primero debo recuperarme. Y creo saber cómo hacerlo", reflexiona para sus adentros, antes de comenzar a caminar hacia su apartamento.
A las 16:03, Coraline Harper y Katie Harford se reúnen con el Inspector Hardy y la Inspectora Miller en el exterior del despacho del escocés. Éste inmediatamente les pide que le comuniquen todo aquello que hayan captado en sus análisis del comportamiento sobre Clive Lucas, el taxista, a quien, por el momento, han dejado marchar.
—Ambas hemos llegado a la conclusión de que está mintiendo, probablemente para proteger a alguien que conoce bien, pero no sabemos a quién, al menos de momento —comienza la taheña con piel de alabastro—. Pero sí que notamos algo importante en su declaración que concuerda mínimamente con su comportamiento no-verbal, ¿verdad, Katie?
—Así es —la aludida habla entonces, habiéndoselo permitido su superiora, antes de suspirar, contemplando los datos que ha apuntado en su libreta—. Al momento de explicar que recogió a un pasajero en la carretera y lo llevó a Lyme, estaba diciendo la verdad, de forma que, en ese punto, podemos estar seguros de que llevó a alguien, aunque a juzgar por cómo le temblaba la voz, aún oculta algo respecto a esa noche.
—Bien hecho —Alec Hardy alaba el trabajo de ambas, con su novata oficial sonriendo levemente. Es en este momento, cuando el hombre trajeado se percata de que, por un ínfimo instante, el rostro de Coraline, cuya mirada sigue fija en Katie, se torna levemente pálido, como si hubiera visto algo que la ha descolocado. Sin embargo se recupera prontamente.
—Sin embargo, hay una información de última hora que contradice su testimonio.
—En efecto —dice Katie, reafirmando las palabras de su jefa y supervisora—. He hablado con Alam Tomkins, uno de los invitados a la fiesta, y me ha dicho que conoce a Lucas porque trabajó para Budmouth Taxis hará unos años, y gracias a eso, también conoce los taxis —los informa, antes de tomar aliento para revelarles una jugosa información—. Dice que vio el coche de Lucas vacío, cerrado, con las luces apagadas, en el aparcamiento a medianoche... Lucas no estaba.
—Ese hombre nos está contando muchas mentiras —el hombre trajeado exhala un hondo suspiro, claramente contrariado por la actitud de este testigo en particular.
En ese preciso instante, el teléfono de Trish Winterman, que ha permanecido dentro de la bolsa de pruebas sobre la mesa de Ellie, comienza a vibrar incesantemente. Aunque la vibración apenas dura unos segundos, es suficiente como para que la atención de los agentes se centre en él.
—Oh, mierda... El móvil de Trish —maldice Miller por lo bajo, apresurándose en ver la pantalla a través de la bolsa, contemplando que ha llegado un nuevo mensaje anónimo—. Otra vez un número oculto —se queja la veterana inspectora con un ademán que indica que poco a poco está perdiendo la paciencia—. Un nuevo mensaje: «Lo siento» —lo lee en voz alta, antes de desviar la mirada hacia su jefe y buen amigo, quien parece tan confuso como ella—. ¿Qué significa esto?
—No lo sé, y no me gusta no saberlo, pero lo averiguaremos —asevera la joven de treinta y dos años con un ademán decidido, haciendo lo posible por disimular una nueva oleada de nauseas, antes de carraspear—. Deberíamos corroborar algunos datos con la mujer de Clive Lucas... Puede que consigamos más información sobre sus movimientos de aquella noche —sugiere la pelirroja con ojos celestes, antes de desviar su mirada hacia Katie—. ¿Serás capaz de finalizar la lista de sospechosos por tu cuenta? —decide darle un voto de confianza, y la oficial negra asiente al momento, dispuesta a demostrarle lo eficaz y profesional que es.
—No lo dude, Inspectora Harper.
—Bien —afirma la pareja del inspector escocés con una sonrisa, la cual flaquea momentáneamente, pues ha notado algo en el ademán de su oficial que le resulta extrañamente familiar, aunque por el momento, no puede estar segura de lo que es—. Te deseo suerte con eso —le indica, y ambas intercambian una mirada amigable, sorprendiendo a los veteranos detectives, quienes solo ahora se percatan del ademán tan cercano que demuestran ambas mujeres.
—Vámonos —dice Alec tras reponerse de la sorpresa, comenzando a caminar hacia el aparcamiento de la comisaría, seguido por sus dos compañeras más leales—. Cuanto antes hablemos con la mujer de Clive, antes podremos contrastar la veracidad de su declaración.
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