Capítulo 14 {2ª Parte}

Son las 13:20h, y el sol ha comenzado a despuntar entre las nubes grises que cubren el cielo. Sus rayos de sol iluminan con brillantez y calidez el entorno de la casa de la familia Latimer. Beth y Chloe están en la cocina, con la primera ayudando a su hija con unos deberes del instituto. Aún recuerda cómo hacerlos, pues tampoco ha pasado tanto tiempo desde su época de estudiante. La castaña contempla de reojo a Mark, quien juega con Lizzie en la pequeña mesa de la sala de estar. Tras unos segundos, dejando que una sonrisa llegue a sus labios por la actitud de Mark, y el hecho de que haga un esfuerzo por intentar ser parte de la familia, alegrándose por haberle dicho que sí a su pregunta de esta mañana, Beth desvía sus ojos al calendario que tiene en la pared. Se acerca y lo revisa, comprobando que el viernes por la mañana ha quedado con su jefa para una reunión semanal de evaluación.

—¿Te quedas con Lizzie el viernes por la mañana? —cuestiona en voz alta, dirigiéndole la pregunta a Mark, quien continúa jugando con Lizzie con una sonrisa en el rostro, realmente feliz por pasar tiempo con ella—. Tengo trabajo.

—Sí, no hay problema —afirma el fontanero rápidamente, antes de entregarle un rotulador a la pequeña de sus hijas, quien está dibujando animadamente en una hoja de papel blanca.

—Vaya, ha sido fácil —bromea la matriarca de la familia, provocando una ligera respuesta indignada por parte de su todavía marido, aunque advierte al momento que no se encuentra realmente molesto.

—¡Soy fácil! —asevera, antes de posar sus ojos azules en su hijita, sonriéndole—. ¿Verdad, cariño? —Lizzie responde a su pregunta con una carcajada típica de una niña de tres años—. Lo pongo fácil... —en ese momento, el timbre de la puerta principal suena de manera estruendosa, rompiendo por completo la calma y la armonía que se ha instalado en la vivienda. Mark se levanta de la silla de la sala como un resorte, apresurándose en ir hacia la puerta—. ¡Ya voy yo! —comunica a Beth y Chloe, quienes continúan en la cocina, y seguramente, se disponen a abrir la puerta.

Decide ahorrarles la tediosa tarea de caminar hasta la puerta desde allí, pues estando él más cerca, sería una tontería no hacerlo personalmente. De hecho, es menester que sea él quien ha de abrir la puerta, a fin de que, aquello que ha planificado desde esta mañana, cuando se ha topado con Beth en su carrera matutina, pueda desarrollarse correctamente.

Como si hubiera advertido en su marido un ademán distinto al habitual estas últimas semanas, Beth arquea una de sus cejas, confusa y curiosa a partes iguales. Vienen a la mente sus pensamientos al momento de realizar su carrera matutina, donde ha imaginado multitud de escenarios en los que Mark continúa con su obsesión con Joe Miller, arrastrándola a las niñas y a ella a ese infierno nuevamente. Espera equivocarse, y que el instinto visceral de su estómago solo sea una gastroenteritis sin importancia.

—¿Qué estará tramando...? —se pregunta en voz alta la madre de las chicas, recibiendo al momento una mirada llena de reproche por parte de la mayor.

—No seas desconfiada.

En ese preciso momento, mientras Beth escucha cómo Mark recibe y saluda a su inesperado visitante, reconoce el timbre de voz en su interlocutor. Hacía tres años que no lo escuchaba, desde aquel fatídico juicio en el que perdieron toda su fe en la justicia. Sintiendo que el estómago se le ha hundido, como si acabase de bajar la cuesta de una montaña rusa, la castaña de ojos pardos se levanta del asiento en la cocina, comenzando a dar pasos cortos en dirección a la entrada de la casa. Espera equivocarse con su instinto, pero el haber escuchado esa voz que reconocería en cualquier parte, cree que no es así. Sus sospechas se ven confirmadas a los pocos segundos, cuando Ben Haywood, el abogado que trabajó junto con Jocelyn Knight en el juicio de Joe Miller, aparece en su sala de estar. Apenas ha cambiado en estos tres años: sigue vistiendo de traje, sonríe de oreja a oreja con una expresión en extremo amable, y en su cabello rubio apenas se divisan las canas.

—¿Ben? —apela a él, incrédula y confusa por su presencia allí.

—¡Beth! —Ben se alegra de ver a la familia Latimer al completo, saludando a la matriarca con un ademán amigable y lleno de recuerdos, pues estrecharon sus lazos debido al juicio—. ¡Chloe! —en cuanto la hija mayor de Beth y Mark aparece por el umbral de la puerta de la cocina, pues ha escuchado a su madre pronunciar el nombre del abogado, éste también la saluda animadamente—. Me alegro de veros tan bien: no os veía desde el juicio —admite con educación, manteniendo las distancias, como es habitual en él—. ¿Cómo lo lleváis?

—Perdona que te lo pregunte, Ben, ¿pero qué haces aquí? —a pesar de la pregunta que realiza, Beth inconscientemente desvía sus ojos pardos a su marido, taladrando su cráneo con la mirada. No puede ser cierto lo que está viendo. No puede creer que Mark siga empeñado en revivir el fantasma de su hijo de esta forma tan cruel.

—¿N-no sabíais que iba a venir? —Haywood está tan sorprendido como Beth y Chloe.

—No, no lo sabíamos —reafirma Chloe en un tono tirante, pues comienza a comprender las sospechas de su madre respecto al carácter demasiado complaciente de su padre, y aunque ella adora que se comporte así, no soporta que las manipule de esta forma para actuar a sus espaldas.

—He pensado en los próximos pasos... Sobre Dan.

—No, Mark, vamos —Beth intenta detenerlo. Hacerlo entrar en razón.

—Escucha, solo escucha...

—Esto no es justo para nosotras —rebate ella con firmeza—. Puede que sea lo que tú necesitas, pero no es lo que nosotras necesitamos...

—Diez minutos, solo te pido eso —Mark es incombustible al desaliento, e insiste nuevamente.

—Si es más fácil, puedo marcharme y volver cuando hayáis... Hablado de ello —intercede el abogado, claramente incómodo, sintiéndose en extremo violento en esta situación.

No esperaba encontrarse con Beth antagonizando a Mark de esta manera, ni con la negativa flagrante a hablar sobre Danny. Lo comprende, claro que sí, como comprende el deseo del fontanero de ojos claros de continuar su lucha, pero si no son capaces de ponerse de acuerdo... Poco hay que se pueda hacer al respecto.

—Lo siento mucho, Ben —se disculpa la madre de Danny con él—. Esto es tan humillante...

—En serio, puedo marcharme y volver más tarde.

—Quédate —la voz de Mark resuena algo temblorosa en el ambiente, pero lo bastante firme como para acallarlos a todos momentáneamente—. Quédate, ¿vale? —suspira, antes de posar sus ojos celestes en su mujer e hija mayor—. Sabemos que no se puede volver a juzgar a Joe Miller, ¿correcto?

—No, a menos que salgan a la luz nuevas pruebas convincentes.

—¿De verdad vas a obligarnos a hablar sobre esto? —inquiere Beth con ironía, claramente escandalizada y mortificada a partes iguales, tras haber escuchado las palabras de Ben Haywood.

—¡Nunca hemos comentado la opción de la acusación particular!

—¡Por Dios, Mark! —la madre de Danny estalla finalmente, elevando su voz varios tonos. Como respuesta, la pequeña Lizzie se sobresalta, pero continúa dibujando, como si dichas discusiones fueran habituales, algo que, en cierta parte, es así. Cuando Mark aún vivía en la casa, no dejaban de discutir por su afán de llevar a Joe Miller nuevamente a los tribunales—. ¡Deja de hacernos esto! —le exige, aunque está dispuesta a escuchar a Ben—. ¡La respuesta es no!

—¡Al menos, vamos a hablarlo!

—Perdonad que interceda —dice Ben, tragando saliva—, pero cuando hablas de la acusación particular, no es algo que podáis hacer solo vosotros, puesto que el caso acabó en manos de un jurado y decidieron absolverlo.

—¿Y qué podemos hacer entonces? —quiere saber Mark, quien no está dispuesto a rendirse. Todavía no. No, mientras aún le quede aliento—. He leído sobre casos similares, y a veces requiere varios años, pero la gente no se da por vencida.

—Si lo que pretendéis es hacer responsable al Sr. Miller de la muerte de Danny...

—Eso es exactamente lo que pretendo.

—...Podéis interponer una demanda civil contra él. Es complejo, y es posible, cierto —afirma con convicción, antes de dar su opinión al respecto—. No obstante, os aviso de que estos casos tardan mucho en empezar a rodar.

—No nos rendiremos.

—¡Mark! —exclama su mujer, llamándolo al orden, pues él no tiene la potestad de tomar las decisiones en nombre de todos los miembros de la familia, en especial Chloe y ella, que tan abiertamente se oponen a este posible escenario. El solo hecho de pensar en enfrentarse nuevamente a un juicio, el estar a merced de los periodistas... Es asfixiante.

—¿Qué? —Mark responde a su tono escandalizado y molesto con uno equivalente—. ¿Estás ocupada? ¿Tienes mejores cosas que hacer? —le espeta, y la mirada parda de Beth se torna apenada: ya apenas reconoce al hombre que tiene delante. Está consumido por la pena y la depresión y apenas es capaz de ver que, si bien ese curso de acción podría satisfacerle a él, ayudarlo en algo, no lo haría para Chloe y para ella. En su caso, solo removería recuerdos y echaría a perder la felicidad y sosiego del que disponen actualmente.

—¿Podemos hablar primero de esto entre nosotros? —intercede Chloe, nerviosa por cómo se está comportando su padre, pues no es habitual. Entiende que aún no ha pasado página, que el dolor sigue encasquetado en su interior como una melodía machacona, incapaz de deshacerse de ella, pero no puede pensar en serio en arrastrarlas nuevamente a un proceso así de traumático y doloroso—. ¿Cómo una familia?

—¿Por qué crees que estoy haciendo esto, Chlo? —le pregunta, y su hija se mantiene silenciosa, pues sabe la respuesta—. Lo estoy haciendo por nosotros, por la familia.

—¿Ah, sí? Porque no lo queremos, ni mamá ni yo —le responde su hija en un tono desgarrado, pues ya sufrió demasiado al momento de enfrentar el juicio por la muerte de su querido hermano, y no necesita revivir ese dolor nuevamente—. ¡Estamos aquí, te lo estamos diciendo, y parece que no nos escuchas!

—Además, para interponer una demanda civil contra el Sr. Miller, necesitáis conocer su paradero... —intercede nuevamente Ben, quien solo quiere terminar cuanto antes esta incomoda charla para poder marcharse a casa—. Necesitamos su dirección.

—Se mudó —Beth se encoge de hombros—. Se cambió de nombre, y ahora nadie sabe dónde está —asevera, dejando que Chloe regrese a la cocina, desviando su mirada hacia ella momentáneamente, contemplando que se apoya en la encimera de mármol con un ánimo apenado.

—Entonces será muy difícil, casi imposible...

—Bueno, pues ya está —la joven madre suspira pesadamente, antes de dar unos pasos hacia Ben, estrechándole la mano amablemente—. Gracias por venir a vernos de todas formas.

—Gracias a vosotras por recibirme tan amablemente —se despide Ben antes de dirigirse a la puerta principal, la cual se abre y cierra a los pocos segundos con un leve chasquido, dejando la estancia en un completo y atronador silencio.

Mark, quien se mantiene silencioso tras esta incómoda y violenta situación, decide abandonar el hogar familiar para calmar sus ánimos. Es perfectamente consciente de que Beth querrá hablar con él a lo largo de la tarde, y no la culpa, pues entiende que ha sido una jugarreta cruel y debería haberlo hablado antes con Chloe y ella. Le propina un afectuoso beso en la frente a Lizzie, antes de recoger su chaqueta y salir por la puerta principal.

Beth, que iba a detenerlo para hablar con él calmadamente, como bien le ha aconsejado Paul en tantas ocasiones, para sus pasos en cuanto escucha la puerta principal cerrándose de sopetón. Se lleva las manos al rostro, decidiendo hablar con él más tarde, cuando los ánimos se hayan calmado. Entiende que está sufriendo aún, que no consigue aceptar el veredicto de aquel juicio, pero por desgracia, nada de lo que hagan podrá cambiar las cosas. También comprende que su situación familiar es del todo menos agradable, pero es algo que se veía venir desde hacía tiempo, desde antes de su infidelidad con Becca Fisher. Han decidido tomar caminos y puntos de vista distintos, y por desgracia, estos no se alinean como deberían hacerlo para permitirles llevar una convivencia amena y armoniosa por las niñas. Él quiere seguir luchando por Danny, y hasta cierto punto la enternece, es verdad, pero ella y Chloe ya han seguido adelante con sus vidas, porque no pueden seguir ancladas en el pasado. Hacerlo sería dejar que el dolor las vuelva a consumir y las arrastre consigo a la oscuridad de la depresión. Y eso es exactamente lo que está pasándole a Mark. Suspira pesadamente, recibiendo un abrazo cariñoso por parte de Chloe, quien es de su misma opinión.


Por su parte, Alec Hardy y Ellie Miller acaban de llegar a The Balthouse, el animado local en el que toca el grupo que Jim Atwood contrató para tocar en la fiesta del 50 cumpleaños de su mujer, el sábado 28 de mayo. Tras presencial el final de una actuación en directo, los detectives, que han dejado el coche aparcado a pocos metros, se acercan al guitarrista y vocalista principal del grupo, quien está recogiendo sus bártulos y guardándolos en la furgoneta azul. Tiene el aspecto de un joven surfista rebelde, con cabello rubio recogido en una coleta corta, barba abundante, ropa desgastada y de cuero...

—Inspectores Miller y Hardy —los presenta Ellie con rapidez, acercándose al músico con sus placas al descubierto, a fin de hacerlo cooperar con mayor facilidad—. Estamos aquí para concretar unos datos que nos han entregado, con relación a la fiesta en la Casa Axehampton, el sábado 28 de mayo —el guitarrista los contempla con una sonrisa y mirada amables, esperando a que le brinden más datos, o que empiecen con sus preguntas—. Pero primero, me temo que tenemos que pedirte que nos entregues una muestra de ADN, también se lo pediremos a los de tu grupo —lo informa, y el joven parece momentáneamente sorprendido, pero ansioso de cooperar en todo lo que sea menester—. Aunque, es completamente voluntario.

—No hay problema: les daremos lo que necesiten —afirma el joven guitarrista con una sonrisa amable, antes de tomar en sus manos su guitarra enfundada, guardándola en la parte trasera de la furgoneta—. Nunca me habían pedido una muestra de ADN... Es muy guay —se expresa con emoción, dejando claro a ambos detectives que solo se trata de un joven guitarrista muy entusiasta, al menos de momento.

—¿Cómo conseguisteis el trabajo? —quiere saber el escocés, habiéndose cruzado de brazos.

—Solemos tocar en pubs locales, ¿sabe? —comienza a explicarse el vocalista de la banda, agrupando algunos instrumentos musicales en la furgoneta, ordenándolos como si se tratara de las piezas de un Tetris—. Jim nos lo pidió después de vernos tocar en The Anglers... Nos dijo que nos había visto un par de veces, y que quería una lista de canciones especial para su mujer —si lo que dedujo su querida mentalista está mínimamente bien encarrilado, el hecho de que Jim se preocupe tanto por Cath contrasta bastante con la apariencia y actitud que desprende, llena de chulería y orgullo masculino tóxico—. Nuestra tarjeta —saca una pequeña tarjeta empresarial del bolsillo derecho del pantalón, entregándosela al hombre con cabello y vello facial castaño—. La página web está en el reverso.

—¿Y... Sois buenos? —cuestiona Alec, escaneando con sus ojos la tarjeta, habiéndosele ocurrido una ligera idea, aunque dadas las actuales circunstancias no está del todo seguro sobre si debería seguir ese curso de acción. Decide descartar la idea de momento, o al menos, hasta que se le presente la situación idónea.

—Sí —afirma el guitarrista con un tono amigable—. ¿Por qué? ¿Quiere contratarnos?

—No —a pesar de su negativa, el escocés se guarda la tarjeta en el bolsillo interior de la chaqueta, para divertimento del joven y su compañera, quienes esbozan unas sonrisas en extremo divertidas—. ¿Y a qué hora llegasteis para montarlo todo a la Casa Axehampton? —decide ignorar la mirada llena de picardía que le dirige Ellie, optando por concentrarse en su trabajo, continuando su interrogatorio.

—Sobre las 17:00 —el guitarrista se sienta sobre la caja de uno de los bafles de sonido, reflexivo. A los pocos segundos corrige sus palabras—. Bueno, yo llegué a las 17:00, los otros dos aparecieron sobre las 17:15, y Beefy se presentó pasadas las 18:30 —tras contestar comienza a liarse un cigarrillo, pues la nicotina lo ayuda a mantenerse calmado, aunque claro, es un efecto secundario de esa droga.

—¿Y quién más estaba mientras lo montabais todo?

—Los del catering, Cath y Jim... —hace memoria, alzando su mirada castaña para posarla en la del inspector que ha realizado la pregunta—. Bueno, ellos estaban discutiendo, ahora que lo recuerdo. También estaban algunos camareros del bar, y poco más.

—¿Y sobre qué discutieron Cath y Jim? —Ellie no sabe si esta discusión será crucial para la investigación, pero necesitan saber de qué trato, pues las constantes discusiones entre ambos, según los rumores que han oído, dejan claro que su matrimonio es conflictivo hasta cierto punto.

—Cosas de la fiesta: poca bebida, mucha comida... Ya saben, ese tipo de trivialidades —termina de liar el cigarrillo, antes de carraspear—. Ella dijo que no quería música en directo, pero él ya nos había contratado —suspira pesadamente, recordando con viveza la discusión entre ambos, acabando realmente malhumorados—. Al final le pareció bien... Hasta la vi bailando.

—¿Y qué hicisteis cuando acabasteis de tocar?

—Tomar algo, recoger y marcharnos.

—¿No visteis nada fuera de lo normal? —insiste Ellie, pues siendo los del grupo de las pocas personas que parece que no se movieron de la casa, puede que su testimonio sea clave para identificar algún comportamiento sospechoso entre los invitados.

—Ese tipo de Farm Shop, el negro alto... —identifica a Ed Burnett y los detectives intercambian una mirada al momento, pues empiezan a no extrañarse de encontrar a ese hombre metido en alguna situación complicada. Si se peleó con Jim Atwood estando sobrio... A saber de qué es capaz—. Estaba de malas, ¿saben? Nos miró como si quisiera matar a alguien —aún siente escalofríos al recordarlo, como si acabase de meterse de lleno en una ventisca—. Le vi dirigirse hacia los jardines.

—¿A qué hora fue eso? —cuestiona la veterana inspectora, pues ese dato es crucial para compararlo con su coartada y sus movimientos en la fiesta, si es que alguien puede corroborarlos.

—Sobre las 23:30.

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