Capítulo 13 {2ª Parte}

Alec Hardy y Ellie Miller no han tardado más que algunos minutos en llegar a la tienda de comestibles de Ed Burnett, a quien deben solicitarle un muestra de ADN, además de interrogarlo acerca de su paradero la noche de la fiesta, concretamente sobre las horas en las que Trish pudo haber sido agredida, como ha mencionado la mentalista en su rueda informativa. Entre la reunión y el trayecto han tardado más tiempo en llegar del que le gustaría al escocés, pero al menos, han conseguido hacerlo sin demasiados contratiempos. Una vez dejan estacionado el coche de Ellie cerca de la puerta que da al almacén de comestibles, contemplan que dicha persiana de metal se abre frente a ellos. Conveniente, sin duda, pues el hombre al que han venido a ver se encuentra en su interior.

—Imagino que querrán hablar conmigo —asevera Ed Burnett, como si los hubiera estado esperando, antes de suspirar al recibir el gesto afirmativo por parte de Alec. Tras unos segundos se levanta del asiento en el que se encontraba descansando—. Por favor, síganme —indica, comenzando a caminar hacia su despacho particular, donde realiza las gestiones pertinentes del negocio. Toma asiento en la silla giratoria de su despacho, esperando la inminente pregunta por parte de los inspectores a cargo del caso de Trish.

—¿Podría proporcionarnos una muestra de ADN? —cuestiona Ellie Miller a los pocos segundos, contemplando que su actual testigo no parece sorprendido. Está claro que esperaba esa clase de pregunta—. Aunque, es completamente voluntario —añade, tendiendo la misma red trampa como Cora y Alec han hecho con anterioridad.

—Sí, por supuesto —afirma al momento, decidido a cooperar con la investigación y sus pesquisas. Al momento ve cómo la inspectora de cabello castaño saca de su bolso un frotis bucal, por lo que sabe qué debe hacer. Abre la boca, notando cómo la agente frota el algodón contra sus encías superiores e inferiores, asegurándose de conseguir su ADN.

—Bien, estupendo —Ellie retira el frotis de la boca de Ed, guardándolo de forma segura en el frasco de pruebas, antes de precintarlo para guardarlo en su bolso. En cuanto lleguen a comisaria lo enviará al laboratorio forense—. Gracias —le agradece su colaboración y contempla como una mirada más amable aparece en el rostro del jefe de Trish, antes de que su expresión cambie en cuanto escucha la pregunta por parte del escoces de ojos pardos.

—¿Por qué se peleó con Jim Atwood en la fiesta? —el escocés va directamente al grano, percibiendo por la periferia de su visión cómo su amiga cierra la cremallera del bolso tras introducir en él la prueba de ADN de Burnett. La ve cruzarse de brazos a los pocos segundos.

El hombre negro de pronunciados rasgos faciales y corpulencia arquea sus cejas, reflexivo.

—Yo no lo llamaría pelea.

—Oh, así nos lo han descrito —asegura Alec en un tono sereno, observando en todo momento su lenguaje corporal. "Oh, cómo desearía que Lina estuviera con nosotros, pero en estas circunstancias está mejor trabajando junto a Harford", piensa para sí mismo, apoyándose en la puerta del despacho. Contempla cómo la mandíbula de Ed se tensa ligeramente ante sus siguientes palabras, lo que le indica que le acaba de sobrevenir una fuerte ira y resentimiento, probablemente hacia Jim Atwood—. Por varias personas, de hecho.

—¿Qué? ¿Creen que discutí con él y que luego fui a violar a Trish Winterman? —su tono altanero resuena en la estancia, creando un sentimiento de animadversión hacia él por parte de los dos inspectores del caso, a sabiendas de que no deberían dejar que sus emociones nublen su juicio.

Sin embargo, el hombre frente a ellos parece capaz de sacarlos de sus casillas con extrema facilidad. Su prepotencia no deja lugar a dudas acerca de su carácter. Y por lo que la mentalista ha descrito en su anterior conexión empática, el agresor es sin duda alguien obsesionado por el poder y la soberbia. Características que parecen definir a Ed Burnett, pero de momento es demasiado pronto como para sacar algo concluyente.

—¿Por qué se pelearon? —insiste Hardy con un punto de dureza en la voz, tomando nota de que su amiga de ojos pardos cruza sus brazos bajo el pecho con una mayor firmeza, dejando constancia de la molestia que le provocan los comentarios de este hombre.

—A Jim le gusta decirme cuándo puede trabajar Cath y cuándo no —decide sincerarse con ellos acerca del motivo que los llevó a discutir en la fiesta. Cuando habla mantiene la vista fija y apenas parpadea, dejando claro que dice la verdad respecto a ello—. Me acusó de adjudicarle turnos que le venían mal a él.

—¿Y se pelearon por eso? —quiere saber el escocés, quien no concibe que sea una razón suficiente como para iniciar una trifulca. Más bien parece el típico enfrentamiento entre dos hombres que adoran tener el control de la situación, y por tanto, estar en una posición de poder. Algo que, también encaja con el perfil del agresor según su pareja.

—No le soporto —deja constancia clara de su aversión por el anfitrión de la fiesta—. Tiene un pequeño taller roñoso al que, por cierto, le quedan dos melodías, pero se cree de la realeza —sus prejuicios y opiniones dejan constancia de que, para bien o para mal, su autoconcepto está por encima de las nubes—. Le oí hacer algún comentario, y me harté, así que me acerqué, le invité a salir... Y la cosa se complicó —concluye en un tono sereno, desprovisto enteramente de remordimiento por la pelea—. A veces hay que poner límites.

—¿Y el 50 cumpleaños de su mujer le pareció el momento para hacerlo?

—Verá, Inspectora Miller, sabía lo que pensaba —intenta justificar sus acciones incluso cuando no hay una justificación plausible para una pelea de esa magnitud, y menos en mitad de una fiesta, que además es de una de sus empleadas—. Fui incapaz de contenerme.

—¿Y cómo acabó la pelea? —pregunta el hombre trajeado con pelo lacio, pues para él está claro que Ed Burnett tiene un comportamiento sospechoso. Por si fuera poco además, según puede advertir, tiene poco aguante y es muy fácil provocarle con unas pocas palabras. "Problemas de control de la ira, posiblemente", diagnostica, habiendo sido testigo de eventos similares anteriormente.

—Solo fueron cuatro puñetazos —Ed se pone al momento a la defensiva—. Por eso les digo que no fue nada —se encoge de hombros, restándole importancia al asunto. Sin duda, ha dejado al descubierto que considera lícito el tomarse la justicia por su mano, por muy inmoral que resulte.

—¿Y qué pasó después? —inquiere Ellie, quien hasta ese momento se ha mantenido silenciosa, escuchando sus respuestas.

—Me fui a casa.

—¿Y cómo se marchó? —la madre de Tom Miller continúa por esa línea de interrogatorio. Cuantos más datos tengan sobre sus idas y venidas de aquella noche, antes podrán dar con el culpable. Si asegura que se fue en el taxi de Lucas, pero no encuentran su nombre en su registro de viajes, tendrán una pista.

—En mi coche.

—¿No había bebido? —indaga Hardy con una ceja arqueada, pues según parece, todos bebieron un poco durante la fiesta, y el que decidiera conducir su vehículo a tales horas de la noche, no parece para nada sensato.

—Yo no bebo —asevera con un tono de hierro el jefe de Trish Winterman.

—¿Estaba sobrio cuando se peleó con Jim Atwood?

—Sí —Ed responde afirmativamente a la pregunta del Inspector Hardy.

La idea de que provocara una pelea a sabiendas, y con plenas capacidades físicas y mentales, deja a Alec con un evidente mal sabor de boca. Si este hombre busca pelea estando sobrio, ¿de qué podría ser capaz en un estado mental diferente? No quiere ni pensarlo, pues un involuntario escalofrío lo recorre de arriba-abajo.

—¿Había alguien en casa cuando volvió?

—Vivo solo —asevera Ed, desviando sus ojos arriba a la izquierda, realizando un gesto que los detectives conocen bien. Como bien dice Lina al analizar el comportamiento, significa que está accediendo a la memoria visual, y por tanto, recordando. Dice la verdad—. Mi mujer murió hace 13 años, antes de mudarme aquí.

—¿Cuánto tiempo lleva Trish trabajando aquí?

—Nueve años, inspectora —el tono de voz del hombre de cabello ébano se dulcifica al momento de hablar de la mujer de ojos celestes, como si la apreciase más allá de lo que sería profesionalmente aceptable—. Es la empleada más antigua —concreta, dejando constancia de su profesionalidad y trabajo duro—. Estaría perdido sin ella: es estupenda —les sonríe, y los detectives notan en su ademán ciertas pausas, y en sus ojos cierto destello de admiración y cariño. Pero si Coraline estuviera con ellos, advertiría que no se trata del cariño que dispensa un jefe por una subordinada, sino algo mucho más intenso, que ha arraigado muy profundo en Burnett—. Espero que alguien les haya dicho que es imposible que ella provocara algo como esto. No es esa clase de mujer —inmediatamente, el mínimo sentimiento de amabilidad que pudieran haber sentido los detectives es reemplazado por la incredulidad y la molestia: ¿a qué se refiere con eso? No soportan esa forma tan despectiva de hablar.

—¿Y qué clase de mujer es esa? —cuestiona Ellie en un tono severo, tensando la mandíbula, trayendo a su mente de forma inconsciente el vídeo de su amiga pelirroja que se proyectó en el juzgado aquel día. "¿Acaso mi querida amiga sí es de esa clase de mujer que se merece que le suceda algo así? ¿A qué cojones se refiere este tío?", se exaspera en su mente, deseando reprenderlo allí mismo por sus palabras, pero sabe que no puede extralimitarse en el ejercicio de su deber. Aunque eso le encantaría, la verdad, y por cómo su amigo de cabello castaño lacio la observa de reojo, es evidente que comparte su opinión. No puede evitar sentir que Ed Burnett es alguien lleno de prejuicios, que además posee un cierto complejo de Dios, dispuesto a saltarse las normas para tomarse la justicia por su mano—. ¿Una mujer que viste de forma distinta a lo que es habitual? ¿Una mujer que sonríe con amabilidad a cualquiera que encuentra en su camino, porque así es ella? ¿Una mujer que decide recorrer un sendero distinto para llegar a su destino? —no puede evitar que sus palabras reflejen su amargura, pues tras todos estos años, no ha podido evitar que la culpa de lo que su exmarido, Joe, le hizo a Coraline, permanezca con ella en lo más profundo de su ser.

—Miller —la voz de Hardy llega entonces a sus oídos con un filo de hielo, instándola a mantener la boca cerrada, pues está permitiendo que sus sentimientos interfieran en su trabajo. Él también habría querido decirle cuatro cosas a Ed Burnett, pero no pueden excederse.

—Me he expresado mal —el hombre negro parece momentáneamente mortificado por sus palabras, percatándose de su posible malinterpretación, por lo que se apresura en rectificar—. Me refiero, a que no es la clase de mujer a la que le pasan estas cosas... Por eso es tan horrible.

—Hemos terminado por ahora —Alec está deseando largarse de allí lo antes posible. Dios sabe que no puede aguantar a este hombre por mucho más tiempo—. Gracias por su tiempo, Señor Burnett —agradece, estrechándole la mano efusivamente, antes de caminar hacia el coche de su compañera a paso vivo. Ellie lo sigue en silencio, con las palabras del dueño del establecimiento aún frescas en su mente.

Ed Burnett sale de la tienda, quedándose de pie en la entrada. Contempla con sus ojos negros cómo los dos detectives entran en el vehículo gris, antes de arrancar su motor, conduciendo lejos de allí. Por la periferia de su visión advierte que Cath Atwood sale de la tienda, quedándose de pie a su lado. Sus ojos también están fijos en el coche de la Inspectora Miller, que se aleja a cada segundo.

—¿Les contaste que discutí con Jim?

—No —Cath es rápida en negar esa acusación. No quiere ni imaginarse los turnos y trabajo extra que tendría que aguantar, si Ed llegara a saber que ha sido ella quien se lo ha comentado a los policías. Prefiere que piense que esa información ha salido de su marido. Lo menos que podrá pasar es que se enzarcen en una nueva pelea, nada nuevo a estas alturas.

—¿Sabes algo de Trish? —inquiere el hombre corpulento en un tono preocupado.

—No —niega la rubia en un tono apenado antes de suspirar—. Estaba pensando en ir a verla, pero... Dios, no sé si... —se frota el entrecejo, avergonzada y llena de remordimiento por lo sucedido. Aún sigue carcomiéndola por dentro el pensar que, en parte, la agresión es culpa suya. Ella la fomentó al invitar a tantas personas a la fiesta, incluso aunque Jim le pidió que no lo hiciera—. Me siento avergonzada, incluso responsable, ¿sabes? Era mi fiesta, ¿cómo se supone que voy a poder mirarla a los ojos? —se lamenta, antes de quedarse silenciosa por unos instantes, cavilando para sus adentros. Las pupilas de sus ojos se dilatan ligeramente—. ¿Qué te pasó después de la pelea, Ed? —inquiere en un tono suspicaz, rememorando los eventos que transcurrieron tras el encontronazo entre su marido y su jefe.

—¿A qué te refieres? —Ed siente que un escalofrío lo recorre de arriba-abajo, dejando sus manos heladas al tacto con sus propios dedos. Si lo que está intentando dar a entender Cath es que lo considera un sospechoso, las cosas podrían torcerse bastante...

—Bueno, no volví a verte después —la rubia de ojos pardos se encoge de hombros, como si el tema de conversación fuera intrascendente, a pesar de que ambos saben que no es así—. Nadie te vio.

—Di una vuelta y me fui a casa —sentencia con un tono de voz que indica claramente que desea dejar estar el tema. Solo espera que Cath no revele esa información a la policía, pues la justificación de sus acciones sería larga y tediosa, y no quiere hacerles perder el tiempo. Especialmente, ahora que un agresor sexual anda suelto por ahí—. Venga, volvamos al trabajo —la exhorta, dando por terminada la charla—. Hay mucho que hacer —añade, antes de desaparecer en el interior de la tienda de comestibles, con Atwood siguiéndolo a los pocos segundos.


Coraline Harper acaba de estacionar su Mercedes Benz Vegar C 220 BT azul brillante en la entrada de la Casa Axehampton. Tras detener los motores, ella y Katie se apean del vehículo, examinando sus alrededores. Nada más llegar a la entrada, ambas intercambian una mirada rápida: hay una cámara de seguridad justo sobre sus cabezas, por lo que, con total seguridad, estuvo grabando las idas y venidas de los invitados a la fiesta. Ahora solo deben esperar a que el dueño del lugar les entregue las copias de dichas grabaciones. La detective de cabello carmesí le hace un gesto a su subordinada, indicándole que toque la puerta.

—Buenas tardes —la mujer con ojos color ónix saluda al momento al dueño de la edificación, quien ha abierto la puerta al tercer toque que le ha propinado a la superficie—. Somos la Inspectora Harper y la Oficial Harford —las presenta, sacando amabas sus placas policiales—. Hemos hablado por teléfono antes de venir aquí.

—Ah, sí —el dueño asiente, recordando la conversación que ha mantenido hace algunos minutos con la novata frente a él—. Me alegra verlas aquí, agentes —añade, estrechándoles las manos de forma efusiva—. Imagino que vienen a pedirme las copias de las cámaras de seguridad.

—Supone correctamente —asevera la analista del comportamiento en un tono firme—. Necesitamos las grabaciones de entre las 23:00 y las 01:00 —expone su petición al momento, pues no quiere perder el tiempo—. Creemos que el ataque pudo producirse a dichas horas.

—Sí... —el hombre rebusca en los bolsillos de su pantalón—. He copiado todas las imágenes de las cámaras de seguridad aquí —finalmente logra sacar del bolsillo derecho de su pantalón un pequeño pendrive, entregándoselo a la mentalista taheña—. Nos dirá quién entró y salió, al menos por aquí...

—¿No hay cámaras de seguridad en las otras salidas? —cuestiona la mentalista, comenzando a caminar por el exterior de la propiedad, rodeándola cual cazador a su presa. Recibe un gesto negativo por parte del dueño del lugar, lo que la hace arquear una ceja en señal de reprobación: es evidente que, de desearlo Trish, podría demandar al dueño por daños y perjuicios debido a la poca, o más bien ineficaz, seguridad del lugar—. Con lo que cuesta alquilar este lugar, me extraña que el nivel de seguridad sea tan pobre...

—Bueno, nunca pensamos que algo así... Pudiera ocurrir.

—Ya, imagino que no... —sentencia la joven de treinta y dos años en un tono afilado. "Puede dar las justificaciones que quiera, pero eso no soslaya el hecho de que una mujer ha sido atacada en su propiedad, y en parte, se ha permitido gracias a las ineficaces medidas de seguridad", reflexiona para sus adentros, antes de suspirar pesadamente. Sabe que no debería sermonearlo, pero debido a su propia experiencia no puede evitarlo—. Pero por desgracia, siempre deberíamos asegurarnos de rebajar las posibilidades de que suceda algo así, por inconcebible que nos parezca, ¿no cree? —le recrimina, y Katie, que camina a su lado, asiente imperceptiblemente, pues está de acuerdo con sus palabras.

—Sin duda —asevera la mujer negra en un susurro—: si hubieran elevado el nivel de vigilancia o hubieran contratado a un equipo de seguridad, las posibilidades de dar con el agresor aumentarían exponencialmente, por no hablar de que, quizás se habría podido prevenir —añade, y para su alivio, comprueba que su jefa está de acuerdo con ella, pues hace un sonido de confirmación—. ¿Por qué crees que no lo hicieron? —inquiere, deseosa de escuchar la opinión de su superiora, aprovechando para tutearla al encontrarse lejos de la comisaría.

—Bueno, es evidente que cuando eres rico y poderoso, o al menos dispones de una mínima liquidez económica, te crees por encima de todo y de todos: básicamente, te crees intocable... En todos los sentidos —las palabras de la joven taheña reflejan amargura, pues sabe que, da igual lo preparado que hubiera estado el lugar o los efectivos de seguridad que se hubieran desplegado: cuando un agresor sexual tiene una víctima en mente, es casi imposible detenerlo—. Pero incluso debido a su ignorancia y soberbia, me temo que no habrían podido evitar la agresión, Katie —se detiene, posando su vista azulada en la pequeña cascada donde encontraron los restos de sangre. El lugar de la agresión—. Este agresor sexual en concreto, dentro de las categorías para clasificarlo, entra dentro de la organizada, es decir que venía preparado: llevaba la cuerda, el objeto contundente para dejarla incapacitada y tenía la intención de violarla —describe las mismas hipótesis que ha barajado esta madrugada, y Katie toma nota de ellas al momento—. Si una mente trastornada está así de enfocada en su víctima... No hay nada que hacer —se exaspera momentáneamente, cerrando sus ojos debido al cansancio. Sin duda, su estado ha hecho algo de mella en su resistencia—. Salvo atraparlo —cuando dice estas palabras, la energía parece haberle vuelto de pronto, como si la acabaran de sacudir—. Interroguemos al dueño acerca de su paradero: cuantos más sospechosos descartemos mejor.

—Entendido —afirma Harford en un susurro, pues su conversación se ha mantenido en ese tono a fin de que el aludido no pueda entenderlas—. Discúlpeme si sueno indiscreta, pero... ¿Usted no estuvo aquí esa noche? —finalmente alza la voz, caminando nuevamente por el exterior de la casa, con su compañera a su lado. El dueño las sigue con pasos lentos.

—No —niega al momento—. Estuve en casa, cuidando de los perros —la analista del comportamiento fija su mirada celeste en los ojos del dueño, comprobando que dice la verdad, pues desvía sus ojos arriba a la izquierda, accediendo a la memoria visual, a largo plazo—. Mi mujer además, había quedado a cenar con unas amigas —su tono de voz, hace escasos segundos algo animado y cooperativo, de pronto se torna esquivo, preocupado y nervioso—. ¿Cómo está? La mujer...

—Estamos cuidando de ella, no se preocupe —asevera Katie, manteniendo la confidencialidad acerca del estado de Trish Winterman, ganándose una mirada orgullosa por parte de Coraline por cómo se ha desenvuelto acertadamente ante esa pregunta algo capciosa.

—Estoy devastado por ella —el dueño continúa hablando, en lo que la detective pelirroja describiría como un intento de justificación de que aquello no es culpa suya—. Llevamos 23 años alquilando este sitio y nunca ha pasado nada —da una ligera mirada a la edificación, sin percatarse de las miradas llenas de reproche que le lanzan las mujeres que lo acompañan—. Cuando mi padre vivía, pasábamos los veranos aquí —comienza a relatarles los eventos de su infancia. Ni siquiera se percata de que esos detalles no son relevantes para las agentes de la ley, quienes están más interesadas en la estructura de la casa, así como de sus posibles entradas y salidas—. Junto a la cascada, bajo el árbol: ese era mi lugar —esas palabras finalmente parecen captar la atención de las agentes, quienes intercambian una mirada silenciosa: esa es exactamente la localización de la agresión. No parece ser una coincidencia, pero de momento no pueden estar seguras de nada—. Me sentaba, y nadie sabía que estaba allí —esa información provoca una ligera sensación heladora en las puntas de los dedos de la taheña, quien se esfuerza por repetirse que, según su análisis del agresor, el dueño no coincide con esa descripción—. No creo que volvamos a alquilarla: no después de esto... Un acto como ese, lo macilla todo, a todos —nuevamente, se gana una mirada llena de reproche por parte de las dos policías. Sí, es cierto que es una desgracia lo que ha sucedido, pero por Dios Bendito, ¡una mujer ha sido agredida sexualmente! Ambas creen que hay mejores momentos para preocuparse por esas cuestiones.

—Bien, muchas gracias por su colaboración —la mentalista le estrecha la mano al dueño de la Casa Axehampton con rapidez. Cuanto antes salgan de allí, antes podrán ponerse a completar la lista con las grabaciones de seguridad, comparándolas con las coartadas que les han dado los interrogatorios—. Si en algún momento se acuerda de algo, o quiere propiciarnos información relevante para la investigación, póngase en contacto conmigo o con el Inspector Hardy, ¿de acuerdo? —el hombre asiente, antes de sonreírle, soltándole la mano a los pocos segundos.

Mientras camina de vuelta a su coche con Katie a su lado, siente como la bilis se le sube a la garganta: no puede concebir la idea de que haya gente tan perturbada en este mundo, a pesar de todo lo que ha vivido en sus propias carnes. Es simplemente incapaz de comprender hasta qué punto se puede fracturar el alma humana.

—¿Qué hacemos ahora, Coraline? —quiere saber Katie nada más ocupa el asiento del copiloto.

—De momento, volver a la comisaría —asevera la pareja del escocés, colocándose el cinturón de seguridad—. Una vez allí, compararemos las coartadas con las grabaciones de seguridad para descartar sospechosos, y una vez hecho esto, iremos disminuyendo la lista hasta quedarnos con aquellos en los que las coartadas no coincidan, o con aquellos que no tengan una hora fija de entrada y salida de la propiedad.

—Pero como solo hay una cámara de seguridad en toda la casa, será difícil cuadrar algunas coartadas, especialmente si salieron por otra puerta —supone acertadamente Katie, escuchando el característico sonido del motor del coche de su jefa arrancando.

—Exacto —le da la razón a su subordinada, contemplando que, para su buena suerte, empieza a soltarse más y a no ser tan inflexible en lo que a las normas se refiere—. Así que, me temo que tendremos un día lleno de trabajo por delante —suspira, conduciendo su brillante coche azul por la carretera que ha de llevarlas de vuelta a Broadchurch—. ¿Te apetece parar a por comida para llevar? —le pregunta, desviando momentáneamente su mirada hacia su izquierda, divertida ante la expresión ligeramente patidifusa de la muchacha negra.

—¿Hablas en serio? —a cada minuto que pasa con la Inspectora Harper, Katie se queda aún más sorprendida. A ningún inspector que ha conocido en su limitada carrera en el cuerpo se le habría pasado por la cabeza el ofrecerle a su oficial una comida para aliviar los ánimos.

—Pues claro —sonríe la joven con piel de alabastro, girando en una intersección—. Necesitamos quitarnos la tensión del cuerpo, y además, dos cerebros sin energía no trabajan tan bien como dos cerebros a tope de ella... —argumenta, provocando una leve carcajada en Harford, quien empieza a comprender su personalidad y sentido del humor, encontrándolo extremadamente humano y cálido—. Así que... ¿Qué prefieres? ¿Fish & Chips o una Pizza Barbacoa?

—No le diría que no a una pizza, la verdad...

—Una pizza entonces —ambas comparten una nueva carcajada—. ¡Allons-y!

—No paras de decir eso —se ríe la mujer negra—. ¿Qué significa?

—Significa «vamos» en francés —le clarifica rápidamente—. Un pequeño tic de mi infancia.

Al contemplar a su superiora conducir tan animadamente, con una sonrisa que incluso logra contagiarle, Katie Harford empieza a agradecer que la hayan destinado a Broadchurch, pero sobre todo, el haber tenido la suerte de conocer a Coraline Harper. Por un momento, rememora la visita a su padre, Ed Burnett, y considera el revelarle la verdad a la mentalista. Decide no hacerlo de momento, en caso de que otro sospechoso salga a la luz, aunque sabe perfectamente que quizás podría meterse en problemas. Pero está decidida a contárselo. Al menos a ella. Se lo debe, al fin y al cabo, y no quiere traicionar la confianza que ha depositado en ella.

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