Un cangrejo a prueba de fuego
"Cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros."
Hermann Hesse.
"Creo que el odio es un sentimiento que sólo puede existir en ausencia de toda inteligencia."
Tennessee Williams.
"Cuanto más pequeño es el corazón, más odio alberga."
Victor Hugo.
Clement jamás había sentido un dolor y miedo combinados como esa mañana al ver el sol despuntar por un costado, rojo como los últimos acontecimientos mientras volaba a toda prisa hacia Desembarco del Rey para lo que sería la batalla final. Había llegado un mensaje falso, diciendo que Daeron y Tessarion estaban atacando Isla Zarpa, antes de pensar en si era cierto, salió volando de inmediato al rescate de su madre y los demás Celtigar. Un mensaje similar llegó a Rocadragón, provocando que la reina montara a Syrax para defenderse. Ambos fueron una trampa, una para que Clement estuviera lejos y otra para que mercenarios se infiltraran en Rocadragón, robándose a Lady Rhaena con el pequeño Viserys a quien se negó a entregar.
El príncipe Joffrey había muerto al tratar de detenerlos con su dragón, mientras que la princesa Rhaenys y Lady Baela se enfrentaron a Sunfyre con barcos atacándolas. La primera cayó, la segunda cobró venganza aunque su dragona murió al hacerlo antes de que pudieran recibir auxilio. Ahora debían ir a Desembarco a donde habían llevado a los prisioneros con la intención de obligar a Rhaenyra a renunciar al trono. Todos marchaban ya para la capital pues el tiempo apremiaba, los dragones volaban hacia la Fortaleza Roja en un último embate.
Desembarco estaba en llamas para cuando Vhagar alcanzó a los demás, luego de haberse asegurado de que su madre sí estuviera a salvo, prometiendo cuidar de su padre quien luchaba por entrar en la puerta norte de la ciudad donde había más resistencia. Clement llevó a su dragona hacia allá, con un coletazo volando la pesada entrada con parte del muro, antes de elevarse para el encuentro con Daeron y su rey Usurpador. El hermano del rey era letal, su dragona era muy veloz como inteligente para evadir las llamas o las garras, hasta Caraxes tuvo problemas para seguirla. Clement prefirió quedarse al lado de la reina y enfrentar a Aegon, siendo su escudo al tener un dragón más grande que pudiera protegerla.
—¡AEGON, BASTA, ESTO YA ES UNA LOCURA! —todavía trató de razonar con él, una inocencia que se rehusaba a creer que fuera tan perverso.
Solo escuchó una carcajada en burla, pese a las heridas recibidas, Sunfyre parecía hecho de Acero Valyrio, bien dispuesto para otro embate. Los dos reyes chocaron sus miradas, Rhaenyra adolorida por la muerte de sus hijos, Aegon orgulloso de semejante matanza. El primer encuentro fue entre Syrax y Sunfyre, ambos dragones enredándose en el aire cuando un aguijón salió de la fortaleza, hiriendo una ala de Syrax, derribándola y siendo arrastrada por el dragón dorado hacia el patio frontal. El joven Omega rugió, lanzándose contra la torre en la que estaban apostadas las enormes ballestas ocultas que incineró. La reina y su dragona cayeron con un ruido sordo, volando una buena parte del muro al hacerlo, Sunfyre no perdió tiempo en abrir a Syrax al caerle encima hasta que Vhagar le quemó un costado.
—¡BASTA! ¡BASTA, AEGON!
—¡TODOS USTEDES VAN A MORIR!
No pudo ver si Rhaenyra estaba a salvo, Sunfyre se les fue encima, mordiendo el cuello de Vhagar cerca de su cabeza y arañándola con sus patas. Alrededor solo hubo caos porque los ejércitos de la reina se abrían paso entre las capas doradas de la ciudad. Sunfyre se aferró a una ala de la dragona, Clement gruñó, ordenando a esta volar para irse unos techos para quitárselo de encima en un golpe que rasgó su montura, lanzándolo bajo Vhagar que terminó estampada contra un muro de la fortaleza a duras penas, derribando más paredes alrededor al no querer estampar su espalda de la que el joven Omega bajó lo mejor que pudo, casi rodando al suelo. Sunfyre se había fracturado las patas y un ala, solo arrastrándose hacia donde el Omega con una rabia que solamente estaba superada por su jinete.
—¡AEGON! —Clement se llevó una mano a la cabeza, estaba sangrando y algunas partes de su armadura mostraban su ropa debajo— ¡TÚ SABES QUE ESTO NO ES LO CORRECTO! ¡LO SABES! ¡DEJA DE...!
—¡HE ACABADO CON TODOS LOS BASTARDOS! —gruñó el rey, usando su dominio Alfa contra él— ¡SOLO ME FALTAS TÚ! ¡SUNFYRE, DRACARYS!
Rhaenyra gritó cuando vio las llamas envolver a Clement quien solo pudo encogerse, protegiendo con un brazo el rostro, cerrado los ojos y preparándose para la muerte. O eso creyeron todos. Aegon jadeó, abriendo sus ojos de par en par, bajando del agonizante Sunfyre al notar una figura emerger de las llamas extinguiéndose. El joven Omega se miró incrédulo, buena parte de su armadura, sobre todo las partes más delgadas caían como hojas secas derritiéndose, otras se fracturaban y algunos trozos de la tela debajo descubrían su piel amoratada, rojiza y con heridas, pero ninguna quemadura más allá de esos manchones carmesí que iban aclarándose. Las tiras de cuero que Sohol había trenzado con su cabello también se esfumaron, soltando sus cabellos.
—¿Qué...? —Aegon frunció su ceño, tragando saliva— ¿Qué hechicería es esta?
Clement parpadeó asombrado, rió algo contrariado pues no había esperado semejante milagro. Tenía una explicación que entendió al acto, observando sus manos libres de todo daño, levantando una mirada rojiza hacia el atónito rey.
—Yo soy un auténtico dragón, un dragón no puede ser dañado por el fuego.
El rugido de un Alfa saltando de los escombros los hizo girar el rostro, el Tigre de Hielo llegaba con dos largas lanzas de acero que clavó en uno de los ojos de Sunfyre, usando el peso de sus piernas para separarlas junto con sus brazos y así abrirle el cráneo, terminando con la miseria de ese dragón de una vez por todas a una velocidad imposible para Aegon de detener.
—¡SUNFYRE, NO!
Sonrió al ver a su esposo llegar para salvarlo, jadeando un poco. Buscó a la reina a quien vio no muy lejos, aparentemente con vida. Levantó sus manos en alto, todavía no creyendo que hubiera sobrevivido al fuego, pero ahora que Aegon sí tuviera la intención de asesinarlo, demostrándole cuan negro era su corazón, que no se detendría hasta destruirlo todo. Gruñó, entrecerrando sus ojos al plantarse frente al Usurpador con esos ojos rojizos.
—Y pensar que una vez creí en ti —así se despidió Clement— ¡VHAGAR, DRACARYS!
La enorme sombra de la dragona volviendo a ellos se cernió sobre el rey a quien hizo arder en llamas con tal fuerza que el cuerpo fue empujado contra un muro, la corona rodando hasta los pies de una malherida Rhaenyra, la reina cojeando al llegar a Clement luego de haberse librado de la montura.
—¡Majestad! —el Omega la sujetó, recostándola lo mejor que pudo en el suelo con ayuda de Sohol, este ofreciendo su capa a modo de almohada.
—Gracias... perdona... perdona por esto...
—Se acabó, Su Gracia, hemos ganado —asintió el joven, mirando a su Alfa— ¡Lady Rhaena y el príncipe Viserys! ¡Aún están prisioneros!
—Iré por ellos, ¿estarán bien?
—Vhagar nos cuida.
El comandante se marchó, dejándolos solos luego de asegurarse de que su Omega en verdad no tenía ninguna herida grave. Rhaenyra le sonrió, tocando su rostro como para comprobar que en verdad el fuego no lo había quemado. Unas lágrimas asomaron en esos ojos adoloridos ya por tantas pérdidas.
—Un dragón... no tenías por qué hacerlo...
—Hice una promesa a la reina, debía cumplirla —Clement le sonrió, apretando una de sus manos— Y no podía permitir que quien me dio la vida se ensuciara de más sangre.
Los ojos de Rhaenyra temblaron al abrirse por la sorpresa de sus palabras, rompiendo a llorar con una sonrisa triste antes de caer inconsciente. Clement dejó sus heridas para después, tomándola en brazos para llevarla a la fortaleza, ordenando que la atendieran so pena de que los iba a matar si no lo hacía, aunque la entrada estrepitosa de su esposo ya había dejado en claro que todo había terminado. En el cielo Caraxes al fin venció a Tessarion, quemando el resto del ejército del Usurpador, permitiendo la libre entrada de los soldados por el resto de las puertas. Sohol encontró a su Omega más tarde, con la reina descansando en sus aposentos correspondientes, heridas atendidas y una leche de amapola haciendo efecto.
—El príncipe está a salvo, igual que Lady Rhaena. Por lo menos ese idiota tuvo la gentileza de no tocarlos. ¿Cómo está ella?
—Vivirá.
—Tú tienes heridas.
—Como tú, eso en el hombro no es un hueso.
—Ya sabes que colecciono flechas.
—¡Comandante! —Anvere corrió a ellos— Hay...
Por la mirada que le dio de solo encontrarlo, Clement supo que se trataba de su padre, levantándose en el acto con el rostro pálido y el corazón en la boca.
—¡¿Dónde?!
—Clement...
—¡Anvere, te hice una pregunta!
—Cerca de donde guardan los dragones, es...
—¡CLEMENT, ESPERA!
Antes de que el comandante pudiera reaccionar, su Omega ya salía disparado de la fortaleza, sintiendo que todo zumbaba y los colores se hacían más pálidos conforme se abría paso entre heridos, muertos, derrumbes, gritos, una que otra riña terminando con una peste de muerte, sangre, cenizas y Alfas gruñendo a todo mundo. Olfateando con desesperación, halló en todo ese caos el aroma de Lord Herwell con mucha sangre de por medio, corriendo de nuevo hasta una habitación sin una pared donde lo tenían tendido entre varios hombres, Cebolla era uno de ellos.
—¡PAPÁ!
—¡Hey! ¡Heey! —Cebolla casi lo tacleó, alejándolo— Deja que hagan su trabajo.
—¡No, yo quiero estar con él! ¡Quítate! ¡Quiero estar con mi papá! —sus lágrimas brotaron porque Lord Herwell estaba empapado en sangre y su brazo derecho no se veía nada bien.
—¡Solo vas a estorbarles! —el hombre no cedió, sujetándolo por la cintura para sacarlo de ahí entre los alaridos del Omega— ¡No morirá, tienes mi palabra!
—¡Papá! ¡Papá! ¡No! ¡Noooo!
—¡Qué necio! —Cebolla lo sacudió, obligándolo a mirarlo— ¡Tienen que atenderlo y tú no sabes de eso! ¡Solo lo empeorarías! ¡Ya deja de lloriquear!
Clement sollozó, ver el rostro pálido y esos cabellos ennegrecidos por la sangre le aterraron más que cuando Sunfyre le escupió fuego. Cebolla suspiró, negando apenas, sentándolo casi a la fuerza sobre un cajón de madera.
—Vamos a verte esas heridas, parecen selladas por fuego, pero deben coserse. Ya, límpiate esos mocos, Lord Herwell tiene el cuero muy duro, no va a morirse, tiene que pagar todos su pecados en vida por haberte criado.
No pudo seguir observando lo que hacían con su padre, Sohol por fin lo alcanzó, apartándolo de ahí con la promesa de volver cuando todo hubiera terminado, llevándolo a una posada donde pudieron comer algo mientras en la fortaleza Daemon ya ponía orden una vez que halló bajo buen cuidado a su esposa, comenzando por hacer rodar las cabezas de todos aquellos que habían sido los culpables de aquella guerra. Clement estuvo inquieto, sin poder disfrutar ese breve descanso o sus alimentos, pensando solamente en Lord Herwell a quien vieron al fin luego de un par de horas, cuando el sol ya pasaba de mediodía.
—Te dije que no iba a morirse —confirmó Cebolla con su usual humor.
Estaba pálido y tenía un fuerte aroma a ungüentos y otras cosas, pero vivía. Lo que le rompió el corazón al joven fue ver el muñón en su hombro derecho, sus lágrimas se avivaron, refugiándose en su costado izquierdo al recostarse a su lado, abrazándolo con cuidado entre sollozos quietos. Cebolla iba a decirle algo, pero el comandante negó, tirando de su brazo para dejarlos a solas, quedándose afuera. Sabía que su Omega necesitaba quedarse con su padre, sin nadie perturbándolos. Clement medio durmió, inquieto a cualquier movimiento de Lord Herwell, levantándose para darle agua cuando una fiebre lo atacó, ya le habían prevenido de ello por la intervención en su brazo.
Ya anochecía cuando Lord Herwell despertó, encontrándose con su hijo acurrucado a su lado con unos tiernos ojos bien hinchados de llanto que le recordó esos viejos tiempos cuando era un cachorro y él regresaba de un viaje largo. El Alfa sonrió, con una mano acariciando esos cabellos. Había pasado por terribles y sangrientas batallas, se había enfrentado nada menos que con el rey Aegon, pero ni así había llorado como en esos momentos.
—Clement... —carraspeó, llamándolo.
—¡Papá! —este respingó, irguiéndose para verlo, tocando su rostro— ¿Cómo estás? ¿Necesitas algo? ¿Te duele tu hombro? ¿Quieres que llame a...?
Un dedo de su padre sobre sus labios lo calló. —Mira esos ojos, pareces un sapito.
—Padre...
—¿No deberías estar descansando? Ese vendaje en la cabeza luce espantoso.
—Estoy bien, tú... —un labio de Clement tembló, una mano gentil sujetó su mentón.
—No llores, no me he muerto.
—Tu brazo.
—Los dioses son gentiles al haberme dado otro de repuesto.
—¡Es en serio!
Lord Herwell sonrió, picando su nariz amoratada. —Quiero que descanses y comas algo, todavía me sirven los oídos y alcanzo a escuchar tu estómago gruñendo.
—No me moveré de aquí.
—Sohol.
—Aquí —el otro Alfa apareció al acto como si estuviera espiando y esperado ese momento, cruzándose de brazos al ladear el rostro cuando examinó a su amigo— ¿Necesitas que te eche una mano?
A Clement no le hizo ninguna gracia la broma, pero a Lord Herwell sí, riendo divertido aunque quejándose por las suturas no solo de su brazo.
—Llévatelo, yo estoy bien así.
—Papá, pero...
—Ustedes deberían estar en la fortaleza, no aquí.
—Vamos —Sohol sujetó a su Omega con cuidado— Tu padre tiene razón.
—¿Papá?
—Ve, cariño.
—¡Ay, ya lárguense, yo lo cuido! —Cebolla entró dando de manotazos.
Muy renuente y soltando de mala gana la mano de su padre, Clement se marchó con su esposo, todavía mirando por encima de su hombro preocupado por esa fiebre que aún tenía. Pensó de forma muy fugaz en que si Aegon hubiese sido el causante de esa herida, seguramente habría hecho algo más que solamente quemarlo. El Omega apretó y soltó sus puños, andando con su Alfa todavía algo renuente a dejar a Lord Herwell con Cebolla. El comandante besó su cabeza vendada, abrazándole con cariño.
—Los Alfas tenemos un orgullo, hermoso, tienes que permitírselo.
—No está bien.
—Pero necesita sentir que sí para sanar, así funcionamos.
—Hm.
—¿Quieres ir a la fortaleza o prefieres quedarte cerca?
—Esa es una pregunta tonta.
—Yo solo quería asegurarme.
—Va a estar bien ¿verdad?
—Claro.
El Omega miró hacia la fortaleza, bien podían ir ahí, seguro que había ajetreo por remediar, solo pidió una disculpa en silencio por no estar con ellos. La verdad era que ahora todo era cosa de política y reclamos, que a él no le interesaban ni estaba involucrado. Su parte del juramento estaba cumplida, de cierta forma ya no tenía deuda con los reyes, quizás los vería una última vez, pero más adelante. Para Clement, la prioridad ahora era su pareja y padres, uno estaba de bufón así que no había por qué angustiarse, era a Lord Herwell a quien debía cuidar. Pensó en la reina, suspirando hondo, ella también estaba a salvo pese a las pérdidas. Ya luego hablarían, se hizo la promesa, mirando a su Alfa con un bostezo de cansancio.
—Se terminó.
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