Un cachorro en un cielo de dragones
Hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad.
Albert Einstein.
Conocer el amor de lo que amamos es el fuego que alimenta la vida.
Pablo Neruda.
Gota a gota se crean los lagos.
Proverbio chino.
—¡Aldren! ¡Aldren!
—¡Clemens!
Clement sonrió agitando su brazo en alto al hijo menor de Lord Bartimos, un cachorro Beta quien le sonrió sujetando mejor los canastos que traía en la espalda al correr hacia el niño Omega en la orilla del bosque de donde había salido.
—¿Qué haces aquí? —Aldren miró hacia los árboles, olfateando.
—Vine por trufas —Clement le mostró su canastito lleno de ellas— Mamá las cocinará.
—¿Y te dejaron venir solo?
—Pues claro, no es que fuese a pasarme algo ¿o sí? ¿Tú por qué estás solo cargando esos canastos?
—Voy por cangrejos, ¿vienes?
—Bueno.
Los dos niños caminaron hacia la playa donde solían descansar los cangrejos que le daban su nombre a la bahía, el animal que además era parte del blasón familiar. Aldren dejó los canastos sobre unas rocas, viendo a lo lejos todo esa mancha carmesí moverse de un lado a otro con sus tenazas en alto buscando el mejor momento de las olas para meterse al mar.
—¿Por qué dos canastos tan grandes?
—Ah, mi padre quiere enviarle carne de cangrejo a Lord Corlys Velaryon, por eso de que anda celebrando el nacimiento de su tercer nieto.
—Mm.
—Madre dice que es una pérdida de tiempo, los Velaryon son los más ricos de Poniente, seguro tienen cangrejos mejores, pero como padre es amigo de Lord Baratheon y este de Lord Velaryon, pues es parte de las cosas que se hacen entre lores, me supongo.
—Te ayudaré —Clement dejó su canastito, arreglando mejor su manta que cubría sus cabellos y amarrando sus faldones de modo que se hicieran una suerte de pantalones aguados bajo la mirada divertida de Aldren— ¿Qué?
—¿Estás seguro? Luego pellizcan feo y tu piel suavecita se puede.... ¡aaaahhh!
Aldren salió disparado cuando Clement le gruñó dispuesto a meterle un duro coscorrón, los dos dirigiéndose hacia donde los cangrejos que huyeron de ellos, solo unos pocos amenazándolos con sus gruesas tenazas. Tenía su truco atraparlos, ya Lord Herwell le había enseñado a su cachorro como hacerlo, pues además era el platillo preferido de los Celtigar, no de Clement quien prefería más las carnes rojas. Los cachorros bailotearon alrededor de los cangrejos, riendo entre ellos al capturar los suficientes para llenar los canastos que luego el niño Beta cerró con cuerdas.
—¡Listo! Vaya, sí sirves de algo.
—Ja, pero ¿cómo te los vas a llevar? Pesan mucho.
—Traje una mula conmigo.
—Tú eres la mula.
—Uy, qué mala broma, Clemens, otro poco y te confundo con el Maestre Lordos.
Clement le sacó la lengua, a punto de pellizcarlo por insolente cuando algo pasó encima de ellos, agazapándose por instinto y alcanzando a ver una cola escamada pasar por los cielos.
—¡Un dragón!
—Debe ser de los salvajes que luego están en Rocadragón, a veces vienen aquí.
—¡Vamos! ¡Vamos!
—¡Hey! ¡Heeey! —Aldren sujetó de inmediato el brazo del Omega, deteniéndolo con algo de suavidad— No carreras, no queremos sustos.
—Puf, no tengo nada, nunca he tenido nada.
—Yo le prometí a Lady Samara siempre cuidarte.
—¡Quiero ver el dragón!
—Detrás de mí.
—¡Ya, vamos!
Con sumo cuidado, dejaron la playa para ir a un risco donde estaba ese dragón salvaje, era pequeño en realidad, tenía el tamaño de un caballo, por eso no era peligroso acercarse a verlos, ellos no atacaban a menos que se les provocara o bien se sintieran en peligro por alguna razón. Dos cachorros nada representaban para el salvaje dragón, menos si estaban detrás de rocas observando a escondidas a la bestia que sacudió sus alas, al parecer, ocupado en remover algo de sus garras, probablemente su última comida. Clement sonrió emocionado, era la primera vez que veía a uno de ellos así en vivo, no queriendo perderse detalle alguno de sus escamas, la forma de sus alas o esa cola que se agitaba, chapoteando algo de agua salada.
—Es hermoso.
—Es feísimo.
—¡Tú eres el feo!
—Sshh, nos puede escuchar.
—Los dragones son hermosos, no hay nada como ellos.
—Cuando te quemen vas a pensar diferente. La otra vez una doncella de madre contó como un pastor sufrió unas quemaduras y se la pasó en cama agonizando con peste de carne quemada hasta que se pudrió con su familia solo viendo sin poder hacer nada.
—Debió meterse en su camino.
—Estás enamorado de los dragones, Clemens.
Este apretó sus labios, suspirando. —Son geniales, ellos no tienen un corazón inútil.
—No tienes un corazón inútil.
—Mm.
—Debemos volver, es peligroso estar cerca de ellos.
Con renuencia, Clement se alejó con un último vistazo al dragón acomodándose para tomar una siesta al sol, bostezando de tal suerte que pudo verle toda esa hilera de colmillos filosos. Aldren sujetó su mano, sonriéndole para darle ánimos, sabía que deseaba mucho verlos, pero era cierto que algo malo podía pasar y lo que menos quería era darle sustos a su pobre madre. Regresaron a la playa, uno esperando a que el otro trajera la mula para ambos así regresar, Aldren dejando a Clement en las puertas de su castillo como buen chico.
—Para mañana, el dragón ya no estará.
—Lo sé —el cachorro Omega se encogió de brazos— ¿Jugamos mañana?
—Bueno. Te veré entonces.
Despidió a su amigo, luego entrando al castillo, notando que estaba el caballo de Lord Herwell. Los ojos de Clement se llenaron de brillo, corriendo como loco a subir los escalones de piedra y cruzar el atrio rumbo al pasillo recibidor donde ya estaba su padre saludando con un beso a su madre.
—¡PAPÁ!
—¡Clement! ¿Cuántas veces he dicho que no corras así? —le reprendió su madre.
Ignoró el regaño por lanzarse a los brazos de Lord Herwell, alegre porque regresara una vez más con ellos. Ahora que el cachorro era mayor, su padre salía con mayor regularidad al mar, sirviendo en la flota de Lord Baratheon, siendo sus vasallos. Un beso cariñoso cayó en una de las mejillas del niño, rodeando el cuello del Alfa, feliz de olfatear su aroma de sal y especias.
—¿Cómo te has portado además de correr sin fijarte?
—Estoy bien, te extrañé mucho.
—Oh, y yo más, mi niño. Ya tu madre me contó lo que pasó en la villa.
—Ah... —Clement bajó su mirada, un dedo levantó su mentón.
—Mi amor, no hagas caso, recuerda que siempre lo único que importa es...
—¡Cuidar mi salud! —resopló el cachorro, dejando caer su cabeza sobre el hombro de su padre— Siempre es lo mismo. No tengo nada, yo me siento bien.
—Te sientes bien porque te hemos cuidado, y así debemos permanecer ¿de acuerdo?
—Te quiero, papi.
—Por cierto, tengo una sorpresa, Lord Baratheon nos ha invitado a la celebración por el día del nombre de su hija Cassandra.
—Qué rápido pasa el tiempo —comentó Lady Samara, quitando ramitas del vestido de su hijo y algo de arena atorada— Una fiesta es una fiesta, ¿no estás contento por eso, Clement?
—¿Habrá tarta de limón?
—Los dioses se apiaden de este glotón de tarta.
Mientras los adultos preparaban todo para el viaje, su hijo pasó la mañana siguiente en los campos jugando con Aldren al tiro al blanco, comiendo frutas en un intermedio necesario para llenar sus estómagos y luego yendo a revisar trampas para conejos. De todos los cachorros que Clement conociera, solo con Aldren estaba gusto, los demás o eran fastidiosos por estar cuidándolo por su corazón o bien eran groseros por el mismo tema, como los chicos de la villa a los que les vació una bandeja de orina en la cabeza por burlarse, huyendo a toda carrera de ellos. Semejante esfuerzo dejó sin aliento a Clement y su madre palideció de verlo respirar agitado, prohibiéndole salir de la cama en todo el resto del día.
—¿Estarás en la fiesta de la hija de Lord Baratheon?
—Sí, tú también estarás ahí ¿no?
—Ajam.
—Estarán otras casas vasallas e invitados importantes, escuché a padre decir.
Clement se encogió de hombros. —Me buscas.
—O tú me buscas ¿por qué siempre tengo que ser yo el que te busque?
—Porque sí y te callas.
Le gustaba los viajes en barco, era lo más parecido a volar sobre un dragón, o eso se decía. Cuando su madre no estaba mirando, asomaba la cabeza para ver el mar abrirse, su rugido marino y se imaginaba que iba sobre el lomo de Balerion volando sobre las olas. Era con mucho, el único Celtigar obsesionado con los dragones, también había tenido sus riñas con otros niños Omega que lo tacharon de vanidoso al creer que podía saber más solo por estar aprendiendo Valyrio, pero el Maestre Lordos lo había felicitado, halagando su talento natural para hablarlo. No le gustaba mucho Bastión de Tormentas, se le antojaba un sitio algo lúgubre, casi siempre llovía en ese lugar y era de esos castillos oscuros por su piedra aunque era enorme, mucho más que el castillo de Lord Bartimos.
Cassandra Baratheon era una chica hermosa, en edad ya de comenzar a ser cortejada. Era sonriente y educada como el resto de sus hermanas, recibiendo con elogios sus obsequios, saludando a todos junto a su orgulloso padre. Clement miró a Lord Borros Baratheon detrás de su padre, se le antojaba un Alfa algo bruto, hablaba muy fuerte y casi siempre tenía una copa en mano. Los demás invitados eran de las casas vasallas como dijo Aldren, a quien encontró del otro lado del enorme salón de piedra maciza, había músicos y sirvientes de un lado a otro con charolas llenas de muchas cosas.
—No te alejes, cariño.
—No, mami.
Fue a la mesa que tenía los postres, luego de que les ofrecieran un banquete más de su gusto porque Lord Baratheon también era amante de los jabalíes y ciervos. Al encontrar sus amadas tartas de limón, sonrió animado, tomando una para probarla. Otro cachorro, uno Alfa, se acercó. Tenía un aroma de mar diferente, como de coral y un poco de fuego.
—Hola —lo saludó, tomando un pastelito.
—Hola.
—¿Cómo te llamas?
Clement estuvo a punto de gruñirle por ser tan directo, pero se acordó de todo el sermón en el barco que su madre le dio porque no debía ser grosero con los invitados ya que ahí no era la isla Zarpa. Masticó su tarta antes de responderle lentamente al muchachito vestido muy elegante.
—Clement Celtigar, hijo de Lord Herwell y Lady Samara Celtigar.
—Oh —el chico sonrió, haciendo una reverencia— Yo soy Daemion Valeryon, hijo de Lord Vaemond Valeryon de Marcaderiva.
Se quedó quieto, pensando en que tenía que ser más cortés porque estaba ante un miembro de esa Manada de gente importantísima. Ofreció una pequeña sonrisa, haciendo una reverencia de saludo.
—Mucho gusto en conocerlo, Lord Daemion.
—Yo no te había visto por aquí.
—Porque estamos trabajando, sirviendo al reino —repitió bien su lección aprendida de memoria.
—Daemion, no andes por ahí —alguien interrumpió su charla.
Clement se giró, encontrándose con una mujer Beta de mirada filosa con los rasgos similares a Daemion, solo que su aroma gritaba más a fuego. Ella también lo inspeccionó, ladeando su rostro como si encontrara algo raro en él. Si era una Velaryon, de seguro podía olfatear su corazón débil, eso fue lo que pensó el cachorro al hacer una nueva reverencia.
—Milady, me retiro.
—Oh, no pequeño, solo venía por este travieso. ¿Daemion? ¿No vas a presentarnos?
—¡Ah! Tía Rhaenys, él es Clement Celtigar.
—¿Celtigar? —hubo algo en la pregunta que incomodó a Clement, como si no lo creyera o algo así, deseando ya regresar con sus padres— Bueno, joven Celtigar, me disculpo si mi sobrino lo ha incomodado, es muy dado a entablar charlas con desconocidos.
—Está bien, ha sido un honor, debo ir con mis padres, milady.
—Adelante.
El cachorro se había sentido igual que cuando había visto aquel dragón salvaje en el risco, una sensación de peligro y admiración al mismo tiempo bajo la mirada de nada menos que Rhaenys Velaryon, Señora de Marcaderiva, pariente de Lord Baratheon y quien había ido con algunos de los suyos a la fiesta. Hasta donde sabía, ella tenía un dragón, uno de los más hermosos y de los más veloces en todo el reino, la Reina Roja Meleys. Pero salir a buscarlo no era opción, menos cuando no conocía del todo el castillo. Ser reprendido bajo techo ajeno no fue algo que Clement deseara en esos momentos, perdiéndose entre tanto invitado para ir donde Aldren, sin encontrarlo tampoco, al parecer otros niños lo habían acaparado antes.
—Oh... —dejó caer sus hombros, decepcionado.
—¿Me permite esta pieza, Lord Clement?
Su padre apareció, sonriéndole cuando los músicos comenzaron a tocar para el baile. Le sonrió, asintiendo y caminando con él junto a su madre, le gustaba cuando bailaban los tres, fuese donde fuese. Cuando su padre lo cargó, notó entre tantos rostros desconocidos el de la princesa Rhaenys, todavía con esos ojos de dragón fijos en él. ¿Por qué lo miraba? Lo dejó para después, porque Lord Baratheon los invitó a ver fuegos artificiales afuera. En los brazos de su padre, salió a admirarlos, jugando a cuantos podía contar cuando explotaban en el cielo.
—Herwell —Lord Baratheon se acercó, con sus risotadas y gestos bruscos— Te ando buscando, muchacho.
—A sus órdenes, milord.
—Ven, Lord Vaemond y yo queremos planear algo.
—Si puedo ayudar a mi señor, soy su más fiel vasallo.
Clement pasó a los brazos de Lady Samara, suspirando un poco al ver perderse a su padre. Eso solo significaba que otra vez partiría al mar por varias lunas.
—No pongas esa carita, mi cielo, sabes que tu padre siempre regresará a casa.
—Yo quiero aprender a navegar y ser marinero para estar con él.
—Clement...
Este apretó sus labios, sus ojos se rozaron. —No puedo, ya sé.
—Hijo, yo daría mi vida si pudiese para cambiar las cosas, pero los dioses así lo han querido. No es tan malo ¿o sí? Puedes hacer muchas cosas.
—Pero las que quiero no.
—Es mi culpa, tu madre no te hizo bien, perdóname.
—No, no —Clement sacudió su cabeza enseguida, tallándose un ojo y abrazando a su madre con un beso en su mejilla— Tú no tienes la culpa, mami.
—Ya verás que lograrás muchas cosas a pesar de todo, mi bebé.
—Contigo, mami, y con papá. Solito no.
—¡Clement, mira!
Sonriendo, Lady Samara apuntó al cielo. Como un regalo para los Baratheon, la princesa Rhaenys había montado a su dragona y surcado ese cielo oscureciéndose, dejando estelas de fuego por Meleys que rugió con fuerza, sacudiendo sus alas con tal fuerza que incluso las nubes despejaron. El cachorro jadeó, viendo el tamaño de semejante animal, que su jinete se veía pequeña en su lomo. Rió, mirando a su madre quien asintió con él, aplaudiendo al espectáculo improvisado que desató comentarios sobre lo poderosos que eran esas dos casas, los Velaryon y los Targaryen, con sus dragones que dominaban los cielos. Clement bostezó, la fiesta ya había durado mucho para él, así que Lady Samara lo fue a recostar a su cama, poniéndole su pijama y besando su frente.
Pero no pudo dormir, en su mente esa figura de Meleys lo había hipnotizado. ¿Qué tan grande sería si la veía de frente? Dio tantas vueltas en su cama hasta que al fin se hartó, sentándose y mirando a su nodriza quien se había quedado dormida por el vino. Mordiéndose un labio, Clement bajó de puntillas, escabulléndose fuera de la recámara hacia los patios, el único sitio donde podría estar una dragona de semejante tamaño. Tuvo que esconderse tras columnas y muros de los guardias, sintiendo el frío de la noche porque cayó una ligera llovizna, arrepintiéndose de no haberse puesto una bata al menos. Se robó una mantita que vio olvidada sobre algo de paja, poniéndola sobre sus hombros al dar con los patios, abriendo sus ojos de par en par al olfatear el inconfundible aroma de un dragón.
Fuego y sangre.
Con muchísimo cuidado, se deslizó entre las sombras, asomando su cabeza al ver a la dragona ya descansando, respirando ronco como una montaña viviente. Aún en la noche, sus escamas rojas parecían rubíes para él. Notando que los guardias no rondaban por ahí, el cachorro se atrevió a salir de su escondite, bajando las escalerillas y pisando el suelo frío del patio, quedándose en cuclillas detrás de una pileta de agua, admirando a la Reina Roja tomar una siesta.
—¿Te gusta?
—¡Ah! —se tapó la boca al escucharse gritar, una mano lo había hecho respingar, girándose para ver a la princesa Rhaenys— Y-Yo... l-lo siento... lo siento...
—Ven.
Ella tomó su mano con firmeza, llevándolo a donde Meleys. Clement se asustó, tragando saliva y mirando a la princesa, negando un poco, pero Lady Rhaenys le animó con un guiñó, acercándose al enorme hocico de la dragona, que abrió sus ojos al olfatearlos.
—Son hermosos ¿no es así?
—S-Sí... milady.
—¿Quieres tocarla?
Clement negó aprisa. —Está prohibido.
—Yo te estoy dando permiso. Anda, dame tu mano.
El cachorro contuvo su aliento cuando su mano pequeña tocó esas escamas rojizas que halló tibias, sintiendo el ronroneo de la respiración de Meleys. La princesa retiró su mano sobre la suya, dejando que disfrutara del contacto, tomando nota de la reacción en ambos. Clement sonrió con los ojos húmedos, viendo ese enorme hocico frente a él, la Reina Roja olfateándolo y rugiendo bajito, juró que parpadeó como si le confundiera, lo cual podía ser cierto. ¿Qué hacía un cachorro Omega de sangre impura tocando a una criatura sagrada como ella? Retiró su mano que miró, sintiéndose temblar y volviéndose a la princesa Rhaenys con una reverencia.
—Gracias, milady, muchas gracias.
—Buenas noches, Lord Clement.
—Buenas noches, Alteza.
Su nodriza ya estaba buscándolo cuando regresó al interior del castillo, todavía la fiesta seguía en su apogeo, los sonidos de risas y aplausos se escuchaban a lo lejos. No dijo nada a la reprimenda, todavía mirando su mano entre temblores. Había tocado un dragón, uno famoso de una princesa famosa. Se llevó una mano a su corazón demasiado alocado para controlarse, jadeando un poco.
—¡Amito! ¿Se siente bien? ¡Iré por un Maestre!
—¡No! Es que... tengo frío.
—¿Por qué salió, amito? Pudo perderse y no es prudente para un cachorro Omega andar solo en sitios ajenos a su hogar.
—Lo siento, quería aire fresco. No le digas a mis papás, por favor.
—Pero...
—Estoy bien, de verdad, solo quiero dormir.
—De acuerdo, solo por hoy.
Clement asintió, su mano preciosa acunada contra su pecho. Al estar de vuelta en la cama, la olfateó con el aroma débil de Meleys en ella. Fuego y sangre. Para otros cachorros, sería un aroma espantoso, que provocaría miedo, pero no para él. Tuvo el mejor sueño de toda su corta vida, imaginándose que estaba volando en lo alto en el lomo de su Balerion, con espada en mano y conquistando tierras para sus padres.
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