Siete bendiciones para la reina


Si puedes encontrar un camino sin obstáculos, es probable que no lleve a ninguna parte.

Frank. A. Clark.

El auténtico amigo es que lo sabe todo sobre ti y sigue siendo tu amigo.

Kurt Cobain.

Las tormentas hacen que los árboles tengan raíces más profundas.

Franklin D. Roosevelt.



Alicent Hightower siempre se consideró como una buena persona, devota de los dioses.


Sabía que como una cachorra Beta hija de Lord Mano del Rey tendría cierto futuro no precisamente elegido por ella, pero tampoco se desanimó por ello, después de todo, los cachorros de padres nobles no estaban sino para cumplir sus deberes hacia sus respectivas casas. Por ello obedeció cuando Otto, su padre, la envió con el viejo rey Jaehaeris a leerle cada noche, ganándose la confianza de los Targaryen con tal gesto aparentemente noble. Si tuvo una decisión propia en su vida, fue cuando conoció a la reina Aemma y su hija, la princesa Rhaenyra Targaryen.



Rhaenyra fue su primer amor.

O el único.



Se hicieron amigas tan pronto se conocieron al ser de la misma edad, correteando por la fortaleza, llenándose de las tartitas de limón que tanto le encantaban a Rhaenyra. Alicent podía pasar horas contemplando el rostro sonriente de la princesa, cepillar su largo cabello platinado, olfatear de cerca su aroma cuando ella le abrazaba tan contenta por haber hecho otra travesura. Más de una ocasión quiso decirle lo que sentía, no entendía muy bien cómo estaba funcionando su corazón necio que palpitaba de solo escuchar su voz, pero le ganó la cobardía, el miedo a perderla pues como muchos, Alicent pronto se dio cuenta de que Rhaenyra era la máxima expresión de la Sangre Valyria: rebelde, indomable, libre.



Sobre todo libre.



Oró con fuerza a los dioses para que la guiaran, terminando siempre en su cama tocándose, imaginando que era Rhaenyra quien lo hacía, su voz pronunciando su nombre como lo hacían los amantes. Luego lloraba sintiéndose pecadora hasta quedarse dormida, abriendo los ojos a un nuevo día con su padre ordenándole que dejara sus vestidos de cachorra para que usara los de su madre y fuese a pasar horas junto al nuevo rey Viserys, el padre de su amada princesa. Alicent se sentía más sucia, entonces, vilmente un juguete de las ambiciones de su padre, sin tener a quién decirle porque tampoco era que deseaba ver la cabeza de su progenitor en una pica. Lo amaba como su padre y lo respetaba por ello, aun estando en desacuerdo con varios de sus pensamientos.

—Me casaré con Alicent Hightower —anunció un día el rey ante el concilio.

Ella lloró cuando estuvo a solas, porque la expresión de traición en Rhaenyra le rompió el corazón. Luego más tarde, a medianoche fue a escondidas por los pasillos ocultos a la recámara de la princesa como cuando más cachorras. Se arrodilló ante ella, besó sus manos por los dorsos y le pidió perdón una y otra vez hasta que le pareció su pecado había sido expiado. Sería de las pocas veces en que Alicent se expresó con libertad.

—No me quiero casar con él —afirmó con los ojos llenos de lágrimas, mordiéndose la lengua para no decir que deseaba casarse con ella.

Imposible, Rhaenyra era la heredera al trono, ¿qué se supone que iba a pasar? No había algo como eso en los libros ni en las leyes de los dioses. Alicent dejó a Rhaenyra confundida al despedirse abruptamente luego de eso, evadiéndola los días siguientes. Entonces apareció Daemon Targaryen de nuevo, revoloteando alrededor de la princesa, siempre queriendo su atención y algo más. Cuando se marcharon juntos en sus dragones, Alicent se sintió traicionada, despechada. O tal vez olvidada por la única persona que llegó a verla como una mujer y no como una pieza de juego. Aceptó el cortejo del rey Viserys, su mano, su traje de boda, sus votos ante los Siete, su miembro dentro de ella en la noche de bodas. Lo que debía ser para Rhaenyra estaba tomándolo su padre.

—¿Sabes? Ya no te guardo rencor —la princesa le buscó un día, con el aroma de Daemon encima que fue una daga en su corazón porque aunque no le mencionó nada, Alicent supo qué habían hecho.

—Debí decirte algo.

—Está bien, sé cómo es Otto. Me alegra que papá tenga compañía.

—Lo siento.

Rhaenyra la abrazó con ternura, besó su mejilla y cepilló sus cabellos, sonriéndole como solamente lo hacía con ella.

—Yo te quiero.

Los dragones no eran esclavos, Rhaenyra podía amar de muchas formas a muchas personas, aceptaría su forma de ser pues eso también era demostrar que su cariño era sincero. Su padre vino con la noticia de que Daemon había llevado a la princesa a ese espantoso lugar de prostitución y ladrones, se habían perdido entre los burdeles para hacer quien sabe qué cosas en plena calle. Fuesen puras habladurías para calumniar a la princesa o no, Alicent quedó rabiosa contra el Príncipe Canalla, no le habló a Rhaenyra cuando volvió por una luna entera, ofendida de que se hubiera comportado de tan vergonzosa manera, luego viéndose en el espejo y cayendo de rodillas pidiendo perdón a los dioses pues sus pensamientos estaban dirigidos por la envidia, no por la justicia honesta. Una noche, la princesa se coló a su recámara, despertándola entre desesperadas sacudidas con lágrimas en los ojos.

—¡Ali! ¡Ali! ¡Ayúdame!

—¿N-Nyra?

—¡Por favor, ayúdame!

Limpió esas lágrimas, abrazándola al sentirla temblar. Algo andaba mal, una vez que el llanto cesó gracias a sus mimos, Alicent la miró angustiada.

—¿Qué tienes?

—Daemon... él y yo... lo hicimos, Ali, lo hicimos —hipeó la princesa entre sus brazos— Mi padre me dio Té de Luna pero no lo bebí, fingí tomarlo porque... creí que no lo necesitaba, solo fue una vez.

—Rhaenyra... —Alicent contuvo la respiración.

—Estoy embarazada.

Otto había sido despedido como Mano del Rey por haber insinuado que la princesa heredera se había acostado con su tío Daemon, resultando ser cierto. Alicent no tuvo ni un gramo de enojo por ello, así era de loco e insensato su amor por Rhaenyra, prometiéndole entre besos a su frente que la protegería. Porque se trataba de ella, solo por su princesa haría a un lado incluso sus propios principios. Su mente pronto buscó una solución adecuada, algo que cubriera esa falta.

—Tu padre te concede todo, dile que quieres llevar de paseo a Aegon y Helaena hasta Antigua. Estaremos un rato ahí. No te lo negará.

—¿Ali?

—Yo te ayudaré, confía en mí.

—No sé qué haría sin ti.

—Tranquila, lo lograrás, ahí estaré siempre para ti, Nyra.

Verla sonreír fue todo para Alicent, quien solo se llevó a Ser Criston Cole y una dama de confianza consigo, porque necesitaba el menor número de gente posible enterándose del gran secreto a cubrir. Antes de que el olfato del rey y de Alfas alrededor se enteraran, se marcharon con sus cachorros hacia su hogar natal, eligiendo un fuerte lejos de la torre Hightower donde quedarse. Fueron las lunas más dichosas en la vida de la reina, como si fueran una pareja, estuvieron con su pequeño Aegon y la bebé Helaena, cuidándolos mientras el vientre de Rhaenyra crecía cada día. Incluso dormían juntas bajo el pretexto de que necesitaba vigilarla siempre para que nada pasara, a veces quedándose despierta observando el hermoso rostro de su princesa tan indómita y única, sonriendo porque solo confiaba en ella y eso era como amarla.

Andaban de la mano casi todo el tiempo y Alicent la sujetó más fuerte cuando llegó el momento doloroso del parto, limpiando el sudor en Rhaenyra, sus lágrimas de terror por ser su primer alumbramiento. Siendo tan joven, apenas el cachorro salió, su princesa cayó desmayada entre sus brazos. Elinda, la dama de confianza de su princesa, levantó en una manta manchada de sangre al bebé, con lágrimas en los ojos al mostrar un fuerte, lozano y rosado bebé Targaryen de sangre pura.

—Es un Omega, Majestad.

Alicent supo que el momento decisivo había llegado, lunas antes se había debatido con lo que tenía que suceder ahora. De permitir a Rhaenyra tener ese bastardo, le traería serios problemas a ella, por más protección paterna, dándole a Daemon lo que siempre deseó, estar cerca del trono. Quizás era algo bueno después de todo, ella no lo sabía, tan solo podía aferrarse a las enseñanzas recibidas como guía para conducir sus acciones. Pero tampoco podía ordenar algo más inhumano como apagar esa vida recién nacida, pues se trataba de la sangre de su princesa. La reina recostó a Rhaenyra, besando su frente con un silencioso perdón en su mente antes de tomar el cachorro tan lindo como peligroso por su herencia de sangre.

—Elinda, jura por tu vida y la de la princesa heredera que nunca dirás lo que está a punto de pasar.

—Reina Alicent...

—Si le tienes cariño a la princesa, callarás.

La dama lloró al verla salir de la recámara, Alicent misma temblaba cuando le entregó el bultito a Ser Cole, con la orden de deshacerse de él. No especificó ni dio más instrucciones, no pudo hacerlo, girándose para volver con Rhaenyra y atenderla, iba a necesitar de ella al despertar y se enterara de que su cachorro no se había logrado, naciendo muerto. La consolaría, volvería a mimarla e incluso dejaría que cuidara de Helaena como si fuese su propio bebé con tal de apartarle semejante tristeza de sus ojos al tiempo que Ser Criston desaparecía con un inocente cuya suerte no supo más.

Volvieron a Desembarco, Rhaenyra aceptó casarse con Laenor más por decepción que otra cosa, pues Daemon como siempre había desaparecido exiliado de la Corte. Pero algo cambió en ella desde ese día, solo Alicent lo notaría. Una herida que no sanaría nunca, quizás por ello Rhaenyra en lugar de seguir intentando seducir a un joven Beta quien tenía inclinaciones por embarrarse perfume que lo hiciera pasar por Omega para que Alfas lo tomaran, decidió buscarse un Alfa propio en la figura de Ser Harwin Strong. Muchos en la Corte comenzaron a difamar su nombre, la reina nunca se pronunció, incluso animando al rey Viserys a que ordenara callar las lenguas malintencionadas, estando en los partos de los tres cachorros que tuviera del Comandante de las Capas Doradas, su amante secreto.

Y en cada uno, Alicent veía el miedo de Rhaenyra, la melancolía y la culpa por ese cachorro que no supo mantener vivo allá en Antigua y que ella entregó al designio de los dioses. Cuando nació Joffrey, este pareció no reaccionar por unos angustiosos instantes, llorando después para alivio de su madre quien lo colmó de besos entre lágrimas, recostándose sobre el hombro de la reina, su lugar favorito.

—Sé lo que debes pensar, Ali, soy una decepción ¿no?

—¿Por qué hablas de esa manera, Nyra? Contempla tu hermoso cachorro, es tan lindo y fuerte.

—Tengo hijos bastardos, no amo a mi esposo, no soy una buena heredera.

—Nyra, qué cosas dices, anda, quita esa cara que tu bebé necesita alimento.

Claro que le dieron celos de que Harwin Strong le robara el cariño que sentía le pertenecía, pero luego se decía que era por el bien de su princesa. Lo entendía siendo ella madre también, educando a sus cachorros bajo el pensamiento de nunca intentar nada contra Rhaenyra, pese a que su abuelo ya movía hilos desde lejos porque Aegon era un Alfa y todos querían un rey Alfa no una reina Beta. Pero su niño no era para estar sentado en un trono, ni tampoco Helaena o Daeron. La muerte de Harwin y su padre Lyonel fueron un golpe inesperado, corriendo a donde su princesa porque sabía que iba a necesitarla una vez más para llorar con la única persona que compartía todos sus secretos.

—Es mi castigo, Ali.

—No, claro que no.

—¿Por qué sigues a mi lado cuando estoy tan manchada?

—Tú no tienes pecados, Nyra, deja eso. Acaso la pecadora soy yo.

Rhaenyra negó con sus ojos hinchados de llanto. —Si estoy viva y he llegado hasta aquí, es solo porque tú sostienes mi mano.

Las cosas se calmaron, o eso quiso pensar pues la Corte ya hervía en chismes peligrosos que amenazaban la sucesión de su princesa, azuzados por supuesto por las palabras ocultas en los pasillos que gente pagada por su padre se encargaba de esparcir muy a tiempo cuando Otto regresó para ser de nuevo Lord Mano del Rey. Rhaenyra prefirió marcharse a Rocadragón, para evitar más habladurías, prometiendo visitarlos con regularidad, sobre todo a Helaena a quien adoraba y siempre estaba colmándola de regalos. Su dulce hermana como le decía. Alicent sufrió mucho, aceptando el nuevo designio de los dioses, corriendo al patio cuando un lacayo anunciaba el avistamiento de Syrax, recibiendo de brazos abiertos a su princesa.

Otro dolor vino para la familia real, cuando Laena Velaryon murió al dar a luz a su tercer cachorro. Fueron los funerales más tensos e incómodos, Viserys estaba enfadado con Daemon al creer que de nuevo no había sabido cuidar de su pareja como con Lady Royce, ordenando que las gemelas se quedaran bajo custodia de su abuela Rhaenys al desconfiar de su padre. Alicent notó el interés de ese príncipe en Rhaenyra, solo que esta supo mantenerse ecuánime, teniendo ojos solo para sus cachorros y esposo, quien estaba inconsolable, tanto que se perdió en la cama de un guardia Alfa.

—Vaya, parece que la sangre de Daemon solo trae problemas —informó su padre en el concilio, ya retomando su viejo puesto como si no hubieran transcurrido lunas sin él— Intentaron un reclamo a la fuerza por parte de la princesa Rhaena a Vhagar y esta escapó de Marcaderiva, ha destruido parte de la flota Celtigar a cargo del sobrino de Lord Bartimos. La bestia ha elegido esa isla para su descanso.

—Lord Velaryon debe responder —opinó el Gran Maestre.

—Lo haremos responder.

Rhaenyra en una visita se lo confirmaría, si bien nadie se explicaba por qué la vieja dragona no había volado hacia Rocadragón, su hogar natal, en lugar de semejante isla llena de cangrejos en la que nada tenía que ver. Tyland Lannister dijo en broma que se había cansado del menú, prefiriendo esos animalitos en lugar de cabras o gruesos bueyes. Una tontería que terminó en desastre, al menos Corlys aceptó abrir sus bolsos para los heridos y muertos, entre ellos el sobrino del jefe de la casa, un tal Lord Herwell Celtigar.

—¿Cómo está mi padre, Ali?

—Peor, Nyra, hice lo que me aconsejaste y apenas si hubo mejoría. Me preocupa mucho.

—A veces tengo la sensación de que mi padre está consumiéndose en culpas y remordimientos. La vez pasada que hablé con él me pidió perdón por haberme dado Té de Luna en aquella ocasión.

—Oh —Alicent forzó una sonrisa, palmeando su mano— ¿Qué le respondiste?

—Que no nos debíamos nada. Es verdad. Ahora me doy cuenta de que él hubiera ordenado la muerte de mi cachorro, o lo hubiera vendido a Essos que era algo mucho peor. Perderlo fue una bendición de los dioses, además de que no me apartaron de ti.

Esas palabras comenzaron a martirizarla, nunca le había preguntado a Ser Criston Cole qué había hecho del cachorro por miedo a ser débil y querer recuperarlo si acaso aún vivía. Pero las cosas habían cambiado, tal vez sería bueno, sin duda Rhaenyra se volvería loca de felicidad de ver a su hijo vivo aunque a ella la despreciara por mentirle. La felicidad de su princesa siempre estaría por encima de su vida. Alicent se debatió varios días, mientras cuidaba al rey en su cama, curando sus heridas pudriéndose. Al no poder con la inquietud, lo llamó a solas en sus aposentos para saber del paradero del inocente bebé.

—Hice lo que me ordenó, mi reina, se lo entregué a un caballero amigo mío que estuvo a mi lado como escudero en la guerra contra Dorne. No tema, pues él es más honorable que yo, fue el caballero más honorable que conocí y he conocido.

—¿Fue? —le llamó la atención esa palabra.

—Luego de que se deshizo de la criatura, se cortó la lengua, pero la herida se le infectó y murió por ello. Su secreto se fue a la tumba con él, como yo me llevaré el mío.

—Gracias, Ser Cole.

La reina se volvió más devota de la Fe de los Siete de ser posible, al sentirse responsable por la muerte de aquel pequeño, prometiendo a los dioses cuidar de Rhaenyra y sus cachorros en compensación. Solo que sus ruegos no parecieron agradar a los Siete, pues una mañana, el Gran Maestre la llamó de urgencia en su sala de trabajo, para hablar de un asunto a solas. Alicent se extrañó, porque eso solo lo hacía cuando había un tema importante que discutir, como el dominio Alfa de Aegon, que estaba aplacando para que los lores no comenzaran una vez más a decir que era un Targaryen que debía ser nombrado heredero al verlo tan dominante como podía serlo Daemon.

—¿Qué sucede, Gran Maestre?

El viejo Alfa, carraspeó, buscando con una mano temblorosa un pañuelo manchado con sangre que le tendió respetuosamente en silencio, no sabiendo a donde mirar. Alicent lo tomó con el ceño fruncido, sin comprender el significado.

—¿Qué es esto?

—Un problema, Majestad, esa sangre que ve ahí, es sangre pura Targaryen. La he revisado y hecho las pruebas pertinentes, no hablo mentiras.

—¿De quién es? ¿De Rhaenyra?

—Me temo que no, milady.

—Gran Maestre, hable de una vez, no entiendo esto.

—Ese pañuelo viene de la Isla Zarpa, si Su Gracia bien recuerda es donde está la dragona Vhagar. Ahora ya sé por qué ella se marchó a ese lugar en particular, como los buenos dragones, olfateó la magia Valyria donde podría estar a gusto ya que los dragones prefieren más a los portadores más fuertes. Esa sangre, reina Alicent, es del cachorro de Herwell y Samara Celtigar, un Omega llamado Clement. Sí, como escuchó, un Celtigar que tiene sangre Targaryen, tan pura y fuerte que detuvo el ataque de Vhagar con un Valyrio perfecto según me informa el Maestre Whaloris, que cuida de la Reina de los Dragones en la isla.

Alicent tembló sujetando el pañuelo, girándose para que el avispado Alfa no viera su expresión, controlando su respiración o se delataría porque sabía la explicación. Su mente pronto hiló los hechos, no hacía falta que le dieran detalles. Una vez más, estaba frente a una encrucijada, ¿qué hacer? ¿Ordenar la ejecución del cachorro alegando un delito inexistente o confesarle la verdad a su princesa so pena de que ella la odiara por mentirle así? No supo qué hacer, consternada, perdida, sintiéndose pequeña ante el enorme problema que tenía encima. Alguien llamó a la puerta, con insistencia, haciendo que el Gran Maestre gruñera, dejando pasar a un sirviente.

—Reina Alicent, le necesitan.

—¿Qué sucede? ¿Son mis hijos?

—No, Majestad. Laenor Velaryon está muerto, lo encontraron ahogado en la playa que da al Lecho de Pulgas.

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