Ser bueno es mejor que ser rencoroso
La alegría del alma crea los días más hermosos de la vida en cualquier momento.
Sócrates.
A veces las cosas no son como uno quisiera, pero siempre son como deben ser. Aprende a aceptar y deja fluir.
Bono.
Todos sabemos algo, todos ignoramos algo. Por eso aprendemos siempre.
Paulo Freire.
Clement había terminado de revisar las trampas para conejos, con su jaula de palos secos llena de las presas, buscando por sí había algo más de comer entre los arbustos rodeando los árboles cuando el cielo se oscureció. El sol simplemente desapareció, dejando el bosque en penumbras con un sonido extraño, seguido de un rugido ronco largo que escuchó antes de sentir que todo se movía bajo sus pies, perdiendo el equilibrio y rodando por una ladera con todo y conejos hasta terminar en una charca. El sabor de lodo y sangre inundó su lengua, escupiendo hojas secas, notando que se había roto un labio al golpearse con piedras en su caída. ¿Qué era lo que había pasado? No lo sabía, pero al levantar la mirada notó que algunos árboles, los más altos, estaban rebanados de sus puntas caídas entre ramas de otros árboles más pequeños.
—En nombre de los dioses, ¿qué...?
Se levantó, sobándose una rodilla, manchado de lodo, hojas, raíces y algo de pelo de conejo, rodando sus ojos al ver su jaula hecha trizas, un par de conejos flotaban sin vida sobre la charca, los demás escaparon despavoridos por aquel estruendo. De nuevo escuchó el rugido que sacudió los árboles, respingando asustado al no entender su origen. Puesto que los conejos ya estaban estropeados, los olvidó ahí, subiendo para ir a buscar el origen de semejante fenómeno incomprensible en su tierna mente. Un aroma inconfundible lo dejó quieto por unos momentos, ahí estaba de nuevo el fuego y sangre de los dragones, solo que este además estaba cargado de muerte, ceniza... muy raro para describirlo bien. Parpadeando, Clement echó a andar con más prisa hacia donde su nariz lo llevó.
Terminó en una de las playas más alejadas del castillo, más allá de la playa de cangrejos, donde había enormes rocas en donde chocaban furiosas las olas. Primero, no vio nada, pero el aroma estaba ahí, luego se dio cuenta de que estaba confundiendo riscos con el lomo de un dragón. El cachorro buscó donde refugiarse enseguida de solo ver un ala gigante extenderse y acomodarse, levantando muros de arena como si solo fuese polvo. Jamás había visto un dragón tan grande como ese, uno que además estaba de malas porque alzó su hocico y exhaló fuego al cielo, rugiendo con una larguísima cola azotándose contra la arena y rocas, algunas saltando al romperse por el impacto.
Estaba contemplando a Vhagar, la Reina de los Dragones.
Clement se quedó agazapado observándola, si desde lejos se veía tan alta, no quiso pensar ya de cerca. Esperó a que su jinete apareciera, hasta donde sabía aquella dragona le pertenecía a Lady Laena Velaryon, hija de Lord Corlys Velaryon. Pero el tiempo pasó y no hubo nadie bajando de su lomo que no alcanzaba a ver bien pues un acantilado estorbaba su vista. Frunció su ceño, desconcertado y un poco decepcionado pues había pensado en saludar a Lady Laena. Ningún dragón solía hacer eso, merodear por su gusto cuando tenía jinete, se quedaba a su lado y volaba a donde estuviera su jinente. ¿Por qué semejante dragona tan fiera y gigante andaría sola? No tenía sentido.
Todavía se quedó otro rato mirándola hasta que se percató de que Vhagar dormía ya, acomodada sobre la arena y rocas, una montaña más del paisaje si no se le prestaba atención. Con sumo cuidado de no hacer ruido, se alejó de ahí, corriendo a toda prisa para decirle a su madre que una dragona de los Velaryon estaba ahí pero sin su jinete. Sonrió, porque fue emocionante ver semejante criatura mítica, uno de los tres dragones de la Conquista, ella había volado sobre los Siete Reinos y los había aterrorizado bajo el comando de Visenya Targaryen. Había admirado a una leyenda viviente, con todo y el susto provocado por su vuelo tan bajo sobre la playa en la que descendió.
Su sonrisa se esfumó cuando vio que guardias y sirvientes cargaban cuerpos o ayudaban a marineros a entrar al castillo entre gritos de Alfas haciéndose obedecer por el caos de tanta gente abarrotando la entrada. Doncellas lloraban porque había sangre por todos lados. No entendió lo que estaba viendo, pero sí experimentando algo de temor. No preguntó la razón de tal escena porque vio a lo lejos una camilla que llevaban los hombres de confianza de su padre, este envuelto en una capa que ya escurría sangre, inconsciente, con una mano colgando, dejando gotas carmesí sobre el suelo de piedra. Clement abrió sus ojos de par en par, sintiendo que el corazón se le detenía en esos instantes.
—¡PAPÁ! ¡NO, PAPÁ! ¡PAPÁ! ¡PAAAPÁ! ¡PAPITO, NO, NO!
Uno de sus pies tropezó, cayendo de bruces y levantándose aprisa para alcanzar esa camilla, tomando la mano de su padre entre alaridos con sus lágrimas cayendo por su rostro pálido. Su madre salió, gritando igual y despejando el camino, llamando al Maestre Lordos. El cuerpo de su padre tenía clavadas algunas astillas de barco, un golpe serio en la cabeza lo había dejado inconsciente. Clement besó la mano de Lord Herwell, temblando entre pasos hacia la recámara de este.
—No, amito, no puedes entrar —su nodriza lo sujetó por la cintura, separándolo.
—¡NO, MI PAPITO NO! ¡QUIERO ESTAR CON ÉL! ¡PAPÁ!
Fue arrastrado a su propia recámara, retorciéndose entre los brazos de su nodriza y una doncella que lo empujaron dentro, tratando de que se calmara pero fue imposible. Clement insistió en ir a ver a su padre, necesitaba saber que iba a vivir, que estaba vivo, había sentido su mano muy fría. La nodriza tuvo que darle leche de amapola porque no hubo manera de tranquilizarlo y que permaneciera ahí hasta que Lady Samara diera otras órdenes. Cuando despertó era ya tarde, respingando en su cama de la que saltó apenas recordó lo sucedido, corriendo despedido hacia la recámara de Lord Herwell. Su madre estaba ahí, agotaba y con los párpados hinchados por el llanto, descansando en una silla junto a la cama.
—¿M-Mami...?
Lady Samara le sonrió, extendiendo un brazo. —Ven, bebé.
El cachorro la abrazó asustado, mirando a su padre dormir entre almohadas con vendajes, algunas partes de su piel estaban amoratadas ya, pero respiraba y eso fue de momento un alivio para el niño. Una mano cariñosa de su madre cepilló sus cabellos, notando su desastre con el lodo ya seco en ellos.
—Mira nada más, necesitas un baño.
—¿Papá...? —sus ojos se llenaron de lágrimas, estrujando las ropas de su madre.
—Está bien, mi amor, los dioses no lo llamarán a su lado. Ven, tienes que asearte, ¿por qué estás así?
Se le había olvidado el tema de la dragona, contándole a Lady Samara mientras ella lo desvestía y preparaban su tina con agua caliente. Como también tenía algunos raspones y cortes ligeros, su madre los atendió primero con suma calma antes de meterlo al agua, mojando sus cabellos platinados, escuchando su relato con una expresión cansada, aunque sorprendida.
—¿En la playa dices?
—Sí, ¿qué le pasó a papá? ¿Atacaron mercenarios?
—Fue la dragona, mi amor.
—¿Qué?
—Entendiendo lo que me has contado, parece que tenía la idea de venir aquí —observó Lady Samara, tallando con cuidado su piel para no tocar donde sus raspones— Solo que estaba furiosa y en su camino dio un coletazo contra los barcos que estaban por tocar puerto, entre ellos los de tu padre. Por eso terminó tan malherido, su barco fue de los que recibió el golpe directo. ¿Ahora entiendes porque te digo que no debes acercarte? Son peligrosos, Clement, mira lo que pueden hacer en un abrir y cerrar de ojos.
No repeló como era su costumbre al defender a los dragones, el que Lord Herwell hubiera sido herido lo tenía enfadado por más amor que le tuviera a esas criaturas. Se quedó meditando eso, terminando de bañarse, con su camisón y bata encima cuando el Maestre Lordos les avisó que su padre estaba despierto. Descalzo y sin cepillar sus cabellos, fue corriendo a verlo con su madre detrás, esta vez sin detenerlo porque igual corrió con él.
—¡Papá!
—Clement, mi cachorro —le saludó con una voz ronca y débil como su aroma.
—¡Papá!
Subió a la cama de un brinco para abrazarlo, llorándole en su hombro una vez más mientras un brazo lo rodeaba y recibía un beso cariñoso en su frente.
—No llores, mi amor.
—Papi... no te mueras, por favor...
—Tranquilo.
—Clement, bájate, vas a lastimarlo.
—Sam, déjalo, estoy bien.
Lady Samara suspiró, sentándose del otro lado de la cama, tomando la mano de su esposo que besó por el dorso, ella llorando en silencio al llevarse esa palma a su mejilla para besar ahora la palma.
—Doy gracias a los dioses por salvarte.
—¿Por qué tantas lágrimas? Solo fueron unos raspones.
—¡Papi!
—Sshh, ya, ya, no tengas miedo. Tu padre estará contigo un rato más —sonrió el Alfa, volviéndose a su esposa— ¿Cómo están los demás?
—Tenemos muertos y algunos heridos extrañarán una parte de su cuerpo.
La mano de Lord Herwell apretó la de su esposa, negando para dar a entender que hablarían del tema más adelante cuando su cachorro no estuviera presente ni tan inquieto.
—Hey, hijo, ya no llores —Clement solo se escondió en el cuello de su padre, quien rió, besando sus cabellos húmedos— Sshh, no pasa nada, mi tesoro, voy a estar bien ¿de acuerdo? Así que quiero que te portes muy bien.
—Sí, papi —hipeó el cachorro, abrazado a él.
—Mis señores, lamento interrumpir —el Maestre Lordos entró con un papel en mano— Ha llegado un cuervo desde Marcaderiva, trae un mensaje.
—¿Qué es, Lordos? —preguntó Lord Herwell.
—El Señor de las Mareas y amo del Trono de Pecios vendrá al castillo a ofrecer una disculpa personalmente por lo ocurrido con la dragona Vhagar —el Maestre miró a Clement como pensando si continuaba o no, Herwell asintió, palmeando apenas la espalda de su hijo— Parece que fue un... accidente.
—¿Accidente? —Lady Samara casi explotó, jalando aire— Tenemos barcos destruidos y mi esposo...
—Sam.
—¿Envío la respuesta, Lord Celtigar?
—Sí, diles que lo esperamos con gusto.
—Me retiro, mis señores.
El Alfa casi rió al ver la cara de ofensa en su esposa, estaba débil pero de todas formas usó sus feromonas para calmar a sus dos preciadas joyas. Lady Samara también se recostó a su lado, con más cuidado, mirándolo como una chiquilla mimada.
—Accidente. Le llaman accidente.
—Lo fue, querida.
—¿Para qué quieren bestias que no pueden controlar?
—Eso lo sabremos luego, ahora, ¿no podremos cenar algo? Ya que estamos los tres juntos, sería bueno una cena en familia.
Clement terminó dormido al lado de su padre, lo llevarían en brazos a su cama más tarde. Al día siguiente, ya estaba levantado temprano para auxiliar a su madre con los cuidados de su padre, ayudándolo a comer o acomodando sus almohadas igual que sus cobijas. Había que ver a los heridos, así que Lady Samara tuvo que ausentarse para resolver eso, dejando al cachorro con Lord Herwell quien lo miró bordar en silencio a su lado, como pasatiempo en su guardia. Era uno de esos intercambios que ambos acordaron, Clement recibía a escondidas de su madre lecciones de arquería, equitación y espada porque le gustaban esas peligrosas actividades, y él a cambio sería un devoto estudiante de Lady Samara educándolo para ser un buen Omega.
—¿Qué bordas?
—Es un dragón, Meraxes.
—No estés enojado, mi amor.
—¿Por qué tenía que volar hacia acá? ¿Qué le hicieron?
—Clement, los dragones son impredecibles. Como tú.
Este negó, mirando su bordado un poco antes de continuar. Lord Herwell tenía mejor color cuando Lord Corlys Velaryon apareció junto con su tío Lord Bartimos y Lord Baratheon. Mucho Alfa reunido de repente en su castillo, que le dolió un poco la cabeza al cachorro por tanto aroma pesado. La Serpiente Marina, como le llamaban al Señor de Marcaderiva, se le figuró un hombre noble, de esos que están dispuestos a explorar todo y que no se quedan callados. Como fuese, él solo dejó que su madre lo vistiera adecuadamente para recibir a tanto lord importante, quedándose detrás de Lady Samara cuando les dieron la bienvenida, llevándolos al saloncito donde su padre descansaba mejor ahora que podía salir de la cama.
—Lord Herwell, mis más sinceras disculpas a su persona como a su familia y la Casa Celtigar, esto sin duda, ha sido un desafortunado accidente del cual nos haremos cargo por completo. Permítame cubrir todos los gastos de las familias afectadas, comenzando por la suya.
Clement se aguantó un gruñido, mirando al techo para no dejar ver su ofensa. Su padre asintió apenas, siempre tan educado.
—Gracias, Lord Velaryon, aunque tengo que ser sincero, lo que más nos confunde es por qué la dragona de su hija está aquí.
—Me temo que en parte es mi culpa —Lord Corlys negó, mirando a todos— Como saben, perdí a mi Laena, mi cachorra... no es algo que deseo a ningún padre. Teníamos a Vhagar en las playas, bajo vigilancia y encadenada por si hace falta aclarar. Mi nieta Rhaena quería reclamarla ya que no poseía ningún dragón, cosa que intentaría luego de los funerales pues Su Gracia otorgó el permiso. Desafortunadamente, el primer intento no funcionó, fue extremadamente peligroso y fue su padre quien insistió en que probara suerte una vez más. Entonces yo ordené que la encadenaran mejor, para que no la ignorara como la primera vez. Mi Rhaena trató, de verdad que lo intentó con todas sus fuerzas, pero Vhagar no entendió, comenzó a desesperarse al verse encadenada, los cuidadores la tocaron con sus lanzas filosas y entonces enfureció, rompió sus cadenas y se marchó. Creímos que había volado a Rocadragón donde sería el refugio más natural, estoy tan sorprendido como ustedes de saber que está aquí, en la Isla Zarpa.
—¿Por qué no fue a su sitio natal, por decirlo de alguna manera? —preguntó cauteloso Lord Bartimos.
—He hablado con los cuidadores una vez que nos avisaron que estaba aquí, no tenemos una explicación, me temo. Suponemos que desea estar sola, tal vez aún le duele la partida de mi Laena.
—Su furia la hizo atacar los barcos —Lady Samara no se lo guardó— Necesitaba desquitarse, me supongo.
Lord Herwell le dedicó una mirada porque fue algo muy osado de decir frente a dos grandes señores de casas regentes, Clement sonrió orgulloso de su madre, había hecho justicia en su tierna mente. Afortunadamente Lord Corlys no hizo caso o bien ignoró el significado detrás de esas palabras.
—He traído cuidadores, intentaremos llevarla a Rocadragón que está cerca, pero si no es posible, por favor, de mi cuenta corre todo el dinero que se necesite para cuidarla aquí. Vhagar no es una dragona fácil, si quiere estar en esta isla, la dejaremos hasta que recupere su tranquilidad.
—Gracias, una vez más, Lord Velaryon.
Lo invitaron al almuerzo, despidiéndolo luego pues iría con Lord Baratheon a arreglarse con eso de los gastos, le correspondía a Borros el manejar el asunto por ser la casa regente. Clement bufó cuando todos se marcharon, sacando su lengua a esos puntitos en la distancia que fueron sus visitas, recibiendo un pellizco de Lady Samara.
—Ya te vi.
—¡Mami!
—Ya se disculparon.
—Como si sus palabras fueran a sanar mágicamente a papá.
—Clement...
—Son tan engreídos, un dragón no es un esclavo, no le puedes imponer nada. Si no quiso a la nieta de Lord Velaryon pues nunca la iba a querer así la amarraran de hocico a cola. Hasta yo me enojaría si quisieran ponerme alguien que no quiero.
—¿Ah, sí? —su madre alzó ambas cejas.
—No, mami, no me estoy refiriendo a...
—Lo sé, bebé, estoy bromeado —Lady Samara lo abrazó, besando sus cabellos peinados en trenzas con unos broches regalos de su padre— Sabes que no te impondremos nada, tú harás lo que desee tu corazón.
—Si es que me aguanta.
—Clement.
—No he tenido mi Celo.
—El Maestre...
—¡Ah! —el cachorro dio un manotazo en el aire— Siempre dice que estoy bien, pero ya muchos Omegas de mi edad presentaron su primer Celo y yo no. ¿Qué pasa si nunca viene?
—Pues nada, sigues siendo nuestro hijo.
—Nadie me querrá.
—Tus padres siempre van a amarte.
Clement suspiró hondo. —Seré como la Serpiente Marina, me convertiré en un caballero, conquistaré tierras y te traeré cofres llenos de tesoros.
—Oh, eso es bello —Lady Samara se inclinó para verlo a los ojos— Pero lo que más quiero es que tengas la vida que en verdad deseas y que te llene de dicha, cachorro mío. Solo eso y tu madre podrá ver de frente a los dioses cuando el Extraño la llame.
—No, no, eso no, todavía no.
—Sé feliz, Clement, no importan Celos, títulos o dragones.
—Pero quiero que estés ahí, si no estás con papá entonces nada.
—Dioses, eres tan necio —rió su madre, besando su frente y abrazándolo— Vamos con tu padre, hay que llevarlo a su recámara.
—¿Mami?
—¿Qué pasa ahora?
—Vhagar no tuvo la culpa, la hicieron enojar. No es un monstruo, solo... no tuvo la culpa.
—Anda, camina.
El cachorro miró hacia la playa, no alcanzaba a ver esa parte donde la dragona estaba, pero se la imaginó tumbada en la arena con gaviotas alrededor, tal vez dolida porque su jinete ya no estaba y una niña había querido reclamarla nada más así, a la fuerza cuando no tenía los ánimos o quizás no le agradó su persona. En eso se parecían, tenía solo a Aldren como amigo porque los demás no le agradaban y por más que se esforzaba terminaban disgustándole. Podía entender a la dragona pese a lo ocurrido con su padre, por eso la perdonaba aunque fuera algo muy loco el dejar pasar algo así solo por ser un ser mágico. Al menos nadie la molestaría ahí en la playa solitaria, tampoco él, sabía lo que era sentirse apartado y ser diferente, un tiempo a solas era lo mejor. Clement asintió para sí mismo, tomando la mano de su madre para ir al interior del castillo a cuidar a su padre.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top