Los cangrejos no siempre caminan de lado
Una alegría compartida se transforma en doble alegría; una pena compartida, en media pena.
Proverbio sueco.
Si has construido castillos en el aire, tu trabajo no se pierde; ahora coloca las bases debajo de ellos.
Henry David Thoreau.
Aunque pudiera hacerme temible, preferiría hacerme amable.
Michel de Montaigne.
Lady Samara recorrió el cuerpo de su cachorro al bañarlo en agua caliente, respirando aliviada porque su piel no mostró ningún signo de quemadura o irritación por estar tan caliente. Todo lo contrario, su bebé estaba muy a gusto, gorgoteando en tanto era tallado con una suave esponja, sacudiendo sus manecitas y mirando a su madre haciendo burbujas de saliva. Le había tomado varios momentos desconcertantes a la dulce Beta el darse cuenta de que su hijo gustaba del agua casi hirviendo, en lugar de la tibia o fría como luego se les hacía a los cachorros Omega para no maltratar sus delicadas pieles. Clement no era así, él estaba más cómodo de esa forma, disfrutando de su baño en los brazos de su madre.
—Es extraño —comentó una doncella al tenderle el jabón— Los otros bebés suelen quejarse apenas las cosas están por encima de lo tibio, el tierno amo prefiere el fuego por decirlo de una manera pese a ser Omega.
—Mi bebé es singular, los dioses le han dado fortaleza para compensar su corazón delicado. La toalla, por favor.
—Sí, milady.
Quitando su condición de nacimiento, Clement era un cachorro sano en toda la extensión de la palabra. Tenía un buen apetito y dormía cual tronco después de ser arrullado con una dulce canción de cuna de los Celtigar. Lady Samara siempre oraba diario en agradecimiento a los Siete porque su hijo continuara así, no le sería sencillo el vivir con un corazón que no resistía grandes esfuerzos si además tenía otros problemas. Jugó con esas piernas regordetas, besándolas por las plantas de los pies antes de vestirlas, besando sus deditos que acariciaron su rostro. Amaba a su pequeño al punto de no saber qué sería de ella si lo perdía, por eso siempre estaba al pendiente de él. Clement tenía vigilancia constante, de no poder estar a su lado, dejaba a una nodriza y una doncella a su cargo, lo mismo por las noches donde le hacían guardia para vigilar que no pasara nada.
—Ama, Lord Celtigar ha llegado.
—Oh, Clement, papá ya está aquí.
El Alfa apareció, entregando su capa y espada a su lacayo, sonriendo a su familia y extendiendo sus brazos para rodearlos cuando Lady Samara cargó al cachorro ya vestido, recibiendo un beso en sus labios, otro para Clement en su frentecita limpia y rosada.
—¿Cómo está nuestro hijo?
—Sano, gracias a los dioses, e inquieto.
—Es una buena señal. ¿Necesitan algo?
—Volverás en un par de días, no es para tanto, nos las arreglaremos.
—De todas formas, le he pedido a mi tío que esté al pendiente de ustedes.
—Navega tranquilo, esposo mío, vamos a estar bien.
Lord Herwell tomó al cachorro, meciéndolo entre sus brazos. Al menos la infusión estaba funcionando, ya no notaba su aroma real por más que lo olfateara, quedando solamente el de ellos por tanto contacto diario. Con el paso del tiempo estaría tan bien impregnado que nadie iba a sospechar que no sería su hijo, acaso llamaría la atención porque Clement mostraba una belleza hipnótica propia de la Sangre Valyria, más nada de que alarmarse. Fueron a la sala, sentándose frente al fuego para descansar un poco antes de la cena.
—¿Herwell?
—Dime.
—¿No estás decepcionado porque tu esposa solo pudo darte un cachorro Omega?
—En lo absoluto —negó aquel, mirando a su bebé— Tenemos un regalo como ninguno y estoy feliz por ello. No guardes esas dudas en tu interior, Sam, me siento orgulloso de ambos.
—A veces olvido que tiene un corazón débil, es tan fuerte y curioso, he visto otros bebés en igual condiciones y son más taciturnos.
—Bueno, tiene la sangre de su padre ¿no es así?
—Para su fortuna —asintió ella, acariciando la cabecita de Clement.
Lady Samara era más bien trigueña, de una piel clara, ojos azules, cabellos castaño claro muy lacios y un cuerpo curvilíneo acentuado por el embarazo, diferente a Lord Herwell quien era más como los Targaryen, pero sin ese fuego en la sangre ni tampoco el don de ser jinetes de dragón. Clement parecía haber heredado todo de su progenitor, quizás un poco más si se le observaba un poco de cerca. El Maestre Lordos les había dicho que podía mostrar más rasgos de esa índole pues en ese cuerpecito corría la Sangre Valyria aunque fuese de la Casa Celtigar, por lo que la mujer esperó que así sucediera para ayudarlo con su corazón. Todos sabían que los Targaryen, por ejemplo, eran inmunes a muchas enfermedades y entre recién nacidos había un sinfín de ellas por vencer antes de llegar a la madurez.
Clement se quejó hambriento, juntando esas cejitas blanquecinas, trayendo una risa en sus padres. Era un glotón, ya no le bastaba la leche de su madre, necesitaba más y al igual que su baño, casi hirviendo. Lady Samara lo alimentó, sonriéndole con el amor que le inspiraba. Una vez que cenó, se quedó dormido en brazos maternos con un largo bostezo, contento en donde estaba. Lord Herwell observó a su esposa cantarle una canción de cuna rumbo a su camita mecedora, había adoptado bien al pequeño, tenían ya un vínculo auténtico, una sanaba del parto y el otro crecía sanamente bajo sus cuidados. Estaba hecho. No había arrepentimientos de ahora en adelante. La acompañó, ayudándola a abrigarlo con un beso de buenas noches.
Al matrimonio no le faltaron las felicitaciones por el nuevo miembro de la familia, sabiendo los antecedentes de Lady Samara, el lograr un cachorro era motivo de alegría. Regalos y cartas con buenos deseos llegaron para el bebé creciendo día con día bajo amorosos cuidados. Cuando su padre no estaba, Clement solía necesitar el mirar por un balcón hacia el mar como si supiera que Lord Herwell volvería en un barco, agitándose jubiloso cuando lo veía llegar, esperando a que lo cargara como siempre, uno de sus sitios favoritos: en brazos de papá. Lady Samara ya decía para el tiempo en que su hijo empezó a dar sus primeros pasos que era un consentido por tantos mimos paternos.
—Es hora de presentarlo ante tu tío ¿no te parece, Herwell? —opinó Lady Samara, cuando Clement cumplió su primer Día de su Nombre, el tiempo usual para afirmar que un cachorro sobreviviría— Debe estar ansioso por conocerlo.
—Le escribiré para avisarle de nuestra visita.
—Sirve que conoce a sus primos.
—Prepárate porque no veremos a nuestro hijo en buen tiempo.
Herwell estuvo nervioso, era una prueba de fuego el presentar al cachorro con su tío, Lord Bartimos uno de esos Alfas tan raros de encontrar por su nobleza y apego a las leyes que poseía unos sentidos bien desarrollados. Si él lograba detectar la trampa en su cachorro, estarían en problemas. Buscó no parecer alterado al viajar con su esposa e hijo al castillo de la Casa Celtigar, una edificación principal en lo alto de una colina que miraba al embravecido mar. Su tío tenía ya sus propios cachorros, hijos e hijas de una variedad de edades, el más pequeño era apenas unas lunas mayor que Clement.
—Bienvenidos —saludó un lacayo con una reverencia— Lord Bartimos los espera.
El Alfa era alto, fornido pese a los años con sus cabellos blancos algo grises por la edad, y una barba blanca que recortaba porque con todo y las arrugas era un hombre que aún podía derribar fuertes soldados, pero sin ser agresivo, sino más bien un hombre paciente. Al entrar a su salón, fueron recibidos por toda la familia, con su tío en el medio sonriéndoles.
—Samara, qué alegría verte. ¿Ese es Clement?
—Milord, te presentamos a tu sobrino —habló Lord Herwell ofreciendo una sonrisa.
La cabeza de la familia asintió, adelantándose hacia la pareja. Tomó al cachorro, cargándolo en alto para mesurarlo, olfateándolo no tan de cerca, solamente como era la costumbre bajo la mirada alegre de los demás, excepto la de Herwell. Clement gorgoteó sin inquietarse, agitando una manecita al Alfa que lo sostenía, golpeteando un poco su barba. Fueron los instantes más largos para su joven padre, quien respiró aliviado cuando lo devolvió a su esposa, satisfecho con la inspección.
—Es tan hermoso, casi diría que no es de ustedes —bromeó, haciendo reír al resto.
Cenaron con los hijos de Lord Bartimos peleándose por cargar al bebé, atraídos por su aroma Omega que siempre resultaba tranquilizador, sorprendidos de lo bien que se comportaba el bebé, nada intimidado por los rostros nuevos. Lady Samara miró a su Alfa, compartiendo en esa expresión de complicidad sobre un mismo pensamiento pues ya habían adivinado que eso pasaría. Se pondría más interesante cuando fuese mayor. En el desayuno, les dieron unos regalos, la mayoría para su cachorro además de consejos.
—Tienen que venir seguido, me gustaría verlo crecer.
—Claro, tío.
Si Lord Bartimos ya lo aceptaba, no tenía nada de qué preocuparse más. Los siguientes días fueron más relajados para Herwell, ayudando con los cuidados de su hijo, un tanto para que Lady Samara no exagerara tanto en su vigilancia, siendo casi siempre él quien hablara con el Maestre Lordos cuando lo revisaba periódicamente.
—¿Cómo está?
—Tiene una salud de dragón, milord. Contrario a la norma de su casta, el cachorro no enferma ni creo que enferme nunca.
—Me preocupa cuando llegue el tiempo de sus Celos.
—He pensado en ello, mi señor, nada que temer, tendré preparada su receta de Supresores, me aseguraré de que su aroma siga como ahora.
—Te debo esto, Lordos.
—No, Lord Herwell, solo he actuado acorde a las leyes de los dioses.
El castillo pronto tuvo esa actividad propia cuando un cachorro inquieto comienza a deambular por todas partes huyendo de su madre y nodrizas. Clement pronto aprendió a caminar, y peor aún, a trepar con una agilidad inquietante. Había que tener los dos ojos encima de él porque en un parpadeo ya desaparecía para husmear por los rincones, queriendo averiguar lo que el mundo tenía reservado para él. Su padre decidió llevarlo de paseo al bazar de uno de los muelles, donde había una buena cantidad de frutas y golosinas de todos sabores y colores pues era donde los barcos Velaryon solían llegar con mercancías frescas. El cachorro se emocionó de solo ver cosas nuevas, balbuceando a su madre para que le bajara y así correr a olfatear todo.
—Ojalá esto lo canse —sonrió su madre— Tiene más energías que todos los sirvientes juntos.
—Es que lo alimentas bien.
—Oh, claro, no creas que no me doy cuenta de que le das frutas a escondidas.
—Bueno, son frutas, Sam, no le hacen daño.
—Lo pondrás redondo y no debe ser, su corazón no debe esforzarse tanto.
—Pero velo, está lozano, gracias a su buen apetito.
—¡Clement!
Exploraron con él todo el bazar, comprando algunas cosas para el castillo, otras para ellos siempre al pendiente de los pasos temerarios de su pequeño. Se toparon con un puesto que vendía juguetes, entre ellos, dragones de tela con la forma de aquellos conocidos en el reino. El cachorro apenas los vio, salió disparado de la mano de su nodriza hacia donde los juguetes, estirándose tanto como pudo sobre sus piececitos intentando alcanzar uno. Lady Samara negó, alcanzándolo para levantarlo en brazos.
—No, ya tienes demasiados de este tipo, tu cuna está llena de tantos muñecos.
Clement miró a su madre fijamente, un enorme puchero comenzó a nacer en esos labios rosados, con unos ojos que se abrieron grandes y se aguadaron por las lágrimas retenidas en ellos, acentuando su color violeta.
—Sam, solo uno.
—Herwell, no, no quiero que lo hagas así de caprichoso.
—Quiere un dragón. No tiene de esos.
—Es solo un muñeco.
—Pero es un dragón.
Hubo una pelea de miradas entre los esposos hasta que la mujer cedió, rodando sus ojos mientras Lord Herwell sonreía victorioso, alcanzando uno de los dragones de tela que le tendió a su hijo, era un dragón negro, la supuesta representación de Balerion, el Terror Negro aunque elaborada de forma que parecía chusca. Un gorgoteo feliz se hizo escuchar, el cachorrito abrazó el dragón con una enorme sonrisa, no lo soltaría y ciertamente no lo haría nunca, de todos sus juguetes preferidos, ese dragón que su padre le comprara acompañaría a Clement el resto de su vida aunque luego la tela se hiciera parda por el tiempo y el uso o perdiera esa firmeza del relleno debido a los constantes apretones cariñosos que recibiría de su dueño, siempre acompañándolo en su cuna y luego en su cama cuando estiró.
—¡Papa! ¡Papa! ¡Papapapapapapapapapa!
—Ya te oí, mi amor, ¿qué pasa?
—Aliba.
Negando entre risas, Lord Herwell cargó a su hijo, besando su mejilla. —¿Y bien? ¿Qué deseas ver ahora?
—¿No vendá dagón?
—Oh, cielo, no suelen venir por aquí. Tal vez un día.
—Beno.
—¿Te has portado bien? ¿Nada de esconder las verduras debajo de la mesa?
—... um, pokito.
—Clement, hicimos una promesa. No hay tartita de limón sin verduras primero.
El cachorro se quejó haciendo lindos mohines, abrazando con fuerza el cuello de su padre buscando ganarse su favor una vez más.
—¿No quieres a papá?
—¡Sí! ¡Mosho!
—Entonces debes comer verduras.
—¡Aw!
—Si no las comes vas a quedarte enanito y no podrás mirar por la ventana si un día llega un dragón.
—¡No! ¡No! ¡Como mosho!
Había un tema que siempre funcionaba con él y eran los dragones. Nadie pudo explicar de dónde provenía esa pasión por aquellas bestias que solo los Targaryen podían montar, pero Clement quedaba siempre fascinado de escuchar o ver algo relacionado a ellos. Un día sus padres tuvieron que mimarlo mucho cuando se desencantó al saber que él no era un jinete de dragón, porque los Celtigar no traían esa magia consigo, eran más bien vasallos de los Señores Dragón. El cachorro estuvo cabizbajo unos días, no queriendo comer de la decepción hasta que por fin un paseo por la playa le despejó la tristeza, volviendo a sus travesuras usuales.
—¿Mami?
—¿Qué pasa, cariño? —Lady Samara miró a su hijo por el reflejo del espejo mientras terminaba de enroscar esas trencitas en dos muñones altos sobre su cabeza.
—¿Si lo vamos a ir con tío Barti?
—Papá ya dio su permiso, así que iremos, nada de andar lanzándole piedras a los cuervos ¿eh?
—¡Aw!
Esa visita trajo un recuerdo diferente, hubo un banquete inesperado porque uno de los caballeros juramentados de Lord Bartimos ganó un torneo, invitando a su familia y amigos para celebrarle. Ya Lady Samara dejaba más libre a su pequeño, aunque siempre con una doncella que estuviera tras él pese a que luego hacía de las suyas con todo y los cuidados. Al haber más cachorros, Clement no perdió su oportunidad de conocerlos, averiguar si eran buenos compañeros de juegos. Desafortunadamente, hubo un par de niños Alfas que no estaban tan acostumbrados a escuchar de alguien más pequeño tener tanta iniciativa y menos siendo Omega. Las burlas vinieron junto con el rechazo que dejó al hijo de Lord Herwell contrariado, intentando volver con sus primos a jugar, pero estos fueron apartados por esos niños Alfas.
—Los Omegas se van a bordar —se burlaron, el resto de los cachorros se carcajearon.
Clement frunció su ceño, mirando al suelo para encontrarse una piedra que cupo en su manecita y que fue su arma contra ellos, lanzándose cual fiera salvaje al enojarse por el desprecio. El alboroto no se hizo esperar, los adultos tuvieron que intervenir separando a los niños, un par con unos raspones por la piedra y otro empolvado con cabellos revueltos mostrando sus colmillitos a los insolentes que lo habían insultado. Lady Samara corrió hacia su hijo, levantándolo en brazos, sintiendo la mirada de los demás padres que no dieron crédito a semejante conducta. Lord Bartimos fue quien intervino, alzando sus manos en son de paz.
—Estos cachorros siempre ingeniándoselas para que no nos aburramos ¿cierto? Ya luego cuando crecen lo que queremos es que se separen.
Hubo risas quietas, cada uno retomando su charla. Dado que la mayoría sabía que ese pequeño tenía un problema con su corazón no quisieron hacer mayor escándalo, dejándolo pasar en un acto de lástima hacia el cachorro. Samara fue con Bartimos, apenada por el espectáculo que había dado su hijo a quien obligó a pedir disculpas.
—No, Samara, está bien. Fueron esos niños los que empezaron al ser así de groseros, ser Alfa no es que siempre tengas la razón o puedas humillar a los demás y Clement acaba de enseñárselos.
—Perdón, milord.
—No hay nada qué perdonar, todo lo contrario, este cachorro tiene unos bríos de admirarse.
Semejante anécdota la escucharía Lord Herwell, sorprendido de que su hijo se hubiera lanzado contra dos niños Alfas así nada más. Fue a la recámara de Clement, este sentadito en su cama ya esperando por el castigo paterno, pues los Omegas no peleaban y mucho menos echaban a perder el vestido que su madre había confeccionado para una fiesta. Ver al cachorro con sus manecitas todavía rozadas por los golpes cruzadas sobre su regazo con esos pies tallándose uno sobre el otro por los nervios, enterneció a su padre quien se sentó a su lado, tomando su mentón para que levantara el rostro.
—Tu madre ya me contó lo que hiciste en la fiesta del tío Barti.
—Me lo enojaron, papi —Clement parpadeó queriendo controlar sus lágrimas, con un puchero— Me lo dijeron cosas feas y me dolió.
—Lo sé, pero golpear no soluciona nada, hijo.
—Tío Barti dijo que todo estaba bueno.
—Sí, pero es tío Barti, él no puede estar todo el tiempo que pelees ni yo tampoco. Quedamos en algo ¿no? Cuidar a mamá cuando no estoy. ¿Eso fue cuidar a mamá?
—No...
Herwell sonrió, acariciando sus cabellos. —Estoy orgulloso porque eres valiente, solo hay que ser valiente cuando es necesario y no cada que alguien nos insulte ¿sí?
—Eso no lo sé.
—Lo aprenderás —rió el Alfa, besando la cabeza de su cachorro— Recuerda, siempre cuidar a mamá.
—Bueno —el pequeño suspiró, mirando a su padre— ¿Estoy castigado?
—Por esta vez nada más, no lo estás. Nada de sonreír, no es premio tampoco. Si vuelvo a enterarme de una pelea así, Balerion se va.
—¡NO! —Clement alcanzó su dragón de tela, apretujándolo en su pecho— ¡ME LO PORTO YA BUENO!
—¿Promesa?
—Promesa. Te quiero, papi.
—Y yo te quiero, mi niño.
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