La Sangre de los Dioses
La probabilidad de hacer mal se encuentra cien veces al día; la de hacer bien una vez al año.
Refrán.
Es extraña la ligereza con que los malvados creen que todo les saldrá bien.
Victor Hugo.
Se puede confiar en las malas personas, no cambian jamás.
William Faulkner.
—Creo que será todo por hoy.
Clement solo bufó, dejándose caer sobre el pasto muerto de cansancio, soltando su espada al cerrar los ojos estirándose a todo lo largo con un ligero quejido. Sí que era pesado aprender la técnica que tenía el comandante de Braavos, pero valía la pena aunque terminara con el cuerpo molido. Sohol lo observó con una sonrisa, sentándose a su lado, limpiándose el sudor con un brazo.
—Me parece que lo haces bien, ya solo quedará que entrenes, has aprendido lo necesario.
El Omega abrió sus ojos. —¿Te irás tan pronto?
—No me puedo retrasar más, he estado holgazaneando lo suficiente, el deber llama.
—Pero la Triarquía todavía está atacando.
—Ya solo es tema de los Siete Reinos, me temo.
—No quiero que te vayas —murmuró Clement, sentándose, dejando caer sus hombros— Mis días serán aburridos.
—Eso lo dudo, según me cuenta tu padre, te las arreglas para mantenerte en problemas.
—Hm.
—¿De verdad me extrañarás?
No hubo respuesta inmediata, salvo las mejillas del chico mostrando un lindo tono rosado. Esos días conviviendo con el comandante habían sido increíbles, no solo por todo lo que escuchaba de él, Clement disfrutaba mucho estar a su lado, sentir esas manos firmes sujetándolo al mostrarle cómo tener una mejor postura de combate, su voz susurrándole al oído al guiarlo con el manejo de la espada, ese aroma que invitaba a la aventura. Incluso se vio en la necesidad de esconderse de su madre porque de pronto sus pensamientos desembocaban en cosas que provocaban reacciones de su cuerpo, buscando la pileta de agua fría más próxima para enfriar ese calor súbito.
—Sí te extrañaré.
Sohol le sonrió al ponerse en cuclillas ladeando su rostro y Clement le dio por hacer un movimiento temerario, inclinándose hacia el Alfa con sus manos sujetando su rostro, estampando sus labios en los ajenos, apretando sus párpados para no perder ese coraje. Un brazo rodeó su cintura, una mano acarició sus cabellos. El comandante empujó su rostro, entreabriendo sus labios por los que coló su lengua, probando y jugando primero antes de atraerlo hacia su regazo al ahora él sentarse, robándole el aliento en un beso más largo. Clement rodeó el cuello de Sohol, gimiendo al querer un poco más, gruñendo porque fue separado casi a la fuerza, todavía buscando los labios que habían hecho volar su mente.
—¿Te ha gustado?
Otro beso fue su respuesta, escuchando esa risita, envuelto entre esos fuertes brazos hasta que el aire le hizo falta, quedando mareado, ruborizado y con una mirada perdida pero una sonrisa de oreja a oreja. Eso sí que eran buenos besos. Se relamió sus labios, saboreando el rastro Alfa en ellos.
—¿Clement?
—¿Uh?
—¿A dónde fuiste?
—Al paraíso —ronroneó, acomodándose mejor en el regazo del Braavosi— Ya tengo algo con qué consolarme cuando te marches.
—Resistirás, eres más fuerte de lo que imaginas.
Solo se encogió de hombros, recostándose en aquel pecho. —¿Cómo obtuviste tus espadas?
—Sencillo, me las obsequiaron los Hombres sin Rostro.
—¿Los que adoran al Dios de Muchos Rostros?
—Así es.
—¿Por qué te las regalaron?
—Los ayudé con una misión peligrosa.
—Todo lo que haces es peligroso.
—¿Estás diciéndome que eres peligroso? —Sohol alzó sus cejas, sonriendo.
—Mucho.
—Deberé andarme con cuidado.
—El que debe andarse con cuidado es Cebolla, un día de estos me las cobraré todas.
—¿Por qué no pueden estar sin pelear un solo día?
—No me quiere.
—Claro que sí... a su manera.
—¿Por qué Anvere es tan callado?
—Siente que no debe gastar palabras a menos que sea necesario.
—Tienes una tripulación muy rara, pero interesante.
—Lo dice quien vuela sobre un dragón gigantesco.
—Sohol, te voy a extrañar demasiado.
Casi se le salieron las lágrimas al despedirlo en el puerto, sujetando una de sus manos casi rasguñándolo porque no quiso que se marchara. Si él estaba, todo se sentía mejor, no temía peligros y se divertían mucho, su ausencia iba a golpearlo más de lo que imaginaba. Y no solo eran esas razones, con su presencia todos ahí se comportaban, nadie le faltaba al respeto a sus padres ni tampoco hablaban mal de él. Había respeto aunque fuera por miedo, tenía la sensación de que con Sohol ahí presente, nada grave podría suceder porque él lo impediría. El comandante debió percibir su angustia, porque tomó sus manos que besó por los dorsos, viéndolo a los ojos.
—Recuerda que tienes a Vhagar, si me necesitas, búscame.
—¿Sohol?
—¿Qué pasa?
—... ¿yo te gusto?
El comandante sonrió cariñoso, tomando su mentón y depositando un beso en su frente.
—Lo suficiente para dedicarte todos los días mis pensamientos.
—Tenemos que irnos o no alcanzaremos buenos vientos —interrumpió Cebolla como siempre, Clement le gruñó con ojos entrecerrados, soltando al fin al Alfa.
—Hasta pronto.
—Nos veremos luego, Clement.
Los siguientes días ya no fueron iguales, algo faltaba para el joven Omega quien suspiraba una y otra vez, sus padres mirándose entre sorprendidos y celosos porque ahora su pequeño tenía otro interés, ya estaba dejando los juegos de cachorro y comenzaba a ser más maduro. Clement se distrajo con vuelos largos, tan solo admirando el cielo raso, preguntándose qué estaría haciendo Sohol o si Cebolla estaría al pendiente de su salud. A veces, iba con su padre a refugiarse en sus brazos, sin decirle nada ni hablar nada, o con su madre, tumbándose en su regazo buscando que le mimara. Ese sentimiento no duró mucho, porque una tarde luego del almuerzo, vino un cuervo con un mensaje extraño.
Otto Hightower, Lord Mano del Rey, llegaba a Isla Zarpa.
Nadie supo la razón, el mensaje no lo decía, tan solo se prepararon para recibirlo, desconcertados pues la presencia de la mano derecha del Señor de los Siete Reinos debía tener razones de suma importancia que en el castillo no adivinaron. ¿Qué podía querer un Alfa de su rango con una casa vasalla? No tenía sentido, por un lado, por el otro... pues tampoco tenía sentido. Gente como Lord Hightower no se ocupaban de familias como los Celtigar, para eso estaban los demás lores. Clement se mantuvo detrás de sus padres cuando el hombre llegó, haciendo las reverencias y saludos antes de escuchar su orden.
—Deben prepararse, vienen conmigo a la Fortaleza Roja.
—Milord, ¿hemos cometido alguna falta? —quiso saber Lord Herwell.
—El rey quiere verlos.
—¿Se nos acusa de algo?
—El rey quiere verlos, Lord Celtigar.
Claro que no era costumbre que eso pasara, de solo ver la cara de su madre, el Omega notó la mentira en aquella respuesta, pero no podían negarse, subiendo al barco de Lord Mano para viajar hacia Desembarco en un trayecto tenso y silencioso, parecía que no podían hablar entre ellos. No insistió para no meter en problemas a sus padres, solo obedeciendo en silencio, manteniendo su cabeza inclinada y manos cruzadas delante al bajar del barco, rodeados de Capas Blancas que los escoltaron hasta la fortaleza una vez que tocaron el puerto como si fueran criminales, llevados hasta donde serían sus habitaciones. Por lo menos no fueron llevados a las mazmorras, pensó el Omega, olfateando alrededor ese aroma de madera antigua y roca vieja.
Los dejaron ahí encerrados, con la Guardia Real vigilando la entrada, eso no era normal ni tampoco era la costumbre de la Corte, hasta el chico lo supo, asustado por aquella acción del hombre que una vez había pretendido lastimarlo. ¿Qué estaba pasando? Su padre logró convencer a uno de los guardias para dejarlo salir y saludar a un amigo de la Corte, dejándolos a su madre y a él en esas habitaciones. Lady Samara estaba pálida, haciendo un esfuerzo titánico para no alterarse pero su aroma gritaba otra cosa. Clement deseó que el comandante estuviera ahí, no los tratarían de esa forma con Sohol presente. Lord Herwell no tardó mucho en volver, con expresión confundida.
—Nada tiene sentido, lo poco que pude averiguar es que mañana hay una audiencia real, el rey va a escuchar una demanda de Lord Vaemond Velaryon.
—¿Y qué tenemos nosotros que ver ahí?
—Lo ignoro, a quienes pude preguntar, ninguno me dio razón sobre la necesidad de nuestra presencia, el problema es con un reclamo de herencia que hace Lord Vaemond.
Fue en la noche que recibieron la visita de la reina Alicent, la hermosa mujer entrando aprisa, observándolos con una respiración agitada, caminando hacia Clement a quien revisó.
—¿Están bien? ¿Han sido tratados respetuosamente?
—Sí, Majestad —respondió su padre— Tan solo es que no comprendemos esto o la razón del rey para vernos aquí.
Ella apretó una sonrisa, acariciando las mejillas del Omega con ojos asustados, despidiéndose tan abruptamente como entró. Para la mañana, escucharon todo el movimiento afuera al prepararse la Corte para la audiencia real, escuchándose trompetas que anunciaron la llegada de Lord Vaemond mientras ellos eran de nuevo escoltados hasta el gran salón donde lo vieron entrar. No llegaba solo, también estaba la princesa Rhaenys, quien al ver a Clement se detuvo un poco, caminando junto a sus dos nietas quienes no repararon en ellos. Detrás, escoltado por soldados Velaryon, venía el príncipe Lucerys con una expresión de indignación que no le cabía en el rostro. Había una cantidad increíble de gente, aquello no parecía una simple audiencia o lo que fuera.
—Herwell...
—Tranquila, Sam, pase lo que pase, no se separen de mí.
Clement sujetó la mano de su madre para tranquilizarla pese a que él estaba muriendo del miedo, sintiendo las miradas sobre ellos por unos instantes antes que anunciaran al rey. Todos se inclinaron, viendo pasar al enfermo monarca acompañado de la reina, Lord Mano y el príncipe Aegon, este girando un poco su rostro hacia donde el Omega, siguiendo su camino con una sonrisa burlona que jamás le había visto. Algo pasaba y no le gustó nada. Una vez que el rey estuvo sentado, se inició la audiencia, con Lord Vaemond tomando la palabra.
—Rey Viserys, Protector del Reino, vengo a ti solicitando justicia. Como Su Gracia debe saberlo, mi hermano, el Señor de Marcaderiva, agoniza en su cama. Tenemos una campaña contra la Triarquía, poderoso rey, sin la cabeza de la familia para dirigir, se necesita de otro líder que continúe la lucha contra esos mercenarios o nuestro patrimonio y nombre pueden perderse. He respetado que la esposa de mi hermano, la princesa Rhaenys, hubiera estado al frente de los asuntos, pero ella recién decidió que los Velaryon fueran dirigidos por el hijo de la princesa Rhaenyra, algo que desapruebo. Necesitamos un auténtico Velaryon controlando la flota lo más pronto posible porque la Triarquía no esperará.
—Acorde a las leyes, si desean un nuevo líder, solo deben poner al siguiente heredero al frente —replicó Lord Mano— ¿Cuál es el problema con el príncipe Lucerys, Lord Vaemond?
—Que es un bastardo.
—Cuide lo que dice, Vaemond —gruñó el rey— Está hablando de mi nieto.
—Nieto suyo por supuesto que lo es, es la sangre del padre la que se cuestiona y por el cual estoy aquí. Su Gracia, pues su nombre está de por medio como el apellido de mi casa. Sé cuál es el precio por semejante difamación, pero no lo hago de mala fe y sí con evidencia que no puede ser negada. Su Majestad, invoco un examen de la Sangre de los Dioses.
Las exclamaciones de asombro y miedo brotaron, Clement se giró a su padre porque fue algo de lo que jamás había escuchado o leído en los libros.
—¿Qué es eso, papá?
—Lord Vaemond está pidiendo que se compare una sangre con otra, solo alguien como el Gran Maestre puede hacerlo porque es muy difícil ejecutar la prueba. Un error puede costar vidas.
—He traído a las hijas de mi sobrina, Baela y Rhaena, como sangre Velaryon. Tengo mi propia sangre como evidencia —declaró Vaemond— Serán tres muestras más que suficientes.
—Para el examen se requiere la sangre verdadera y la sangre falsa, ¿cómo pretende hacer pasar la sangre real del príncipe Lucerys por sangre bastarda? —inquirió Lord Mano, su voz parecía guardar la alegría por lo que estaba a punto de suceder.
—Tengo una muestra de sangre bastarda.
Con una sonrisa triunfal, Lord Vaemond se giró hacia los Celtigar, señalando al Omega estupefacto entre ellos. Lucerys gruñó, la reina se adelantó evidentemente asustada.
—¡Lord Vaemond! ¡¿Es que pretende jugar con los decretos del rey?!
—No, reina Alicent, el joven lleva el apellido Celtigar, pero todos sabemos ya que es una Semilla de Dragón y su sangre, será la muestra que prueba mi reclamo.
—¡Esto es inaudito! ¡No lo permitiré!
—¿Acaso esconde algo, reina mía?
—¡Orden! —llamó Otto, claramente feliz por la situación— Su Gracia, si se niega el examen de la Sangre de los Dioses, puede considerarse un acto de encubrimiento. De todas formas, no parece haber un problema con el príncipe Lucerys, así Lord Vaemond quedará tranquilo y los Velaryon pueden ayudarnos contra la Triarquía con las cosas en orden.
—¡Viserys, no hagas caso! —casi gritó Alicent.
Clement levantó su mirada asustad al rey, quien no habló de inmediato, a punto de levantar una mano para decir algo cuando las puertas se abrieron, dejando entrar a la princesa Rhaenyra con su esposo, el príncipe Daemon y el resto de los hijos de ella junto con un recién nacido. El escándalo de los murmullos en la corte no se hizo esperar mientras la princesa caminaba rápidamente hacia donde el trono, saludando a su padre con una expresión de enfado, de ofensa que era claro.
—Yo no permitiré este examen que es un insulto a mi nombre y el nombre de mi casa.
—¡Usted solo quiere encubrir a sus bastardos! ¡Ha estado manchando al trono y a mi familia con sus obscenidades de ramera! —aulló Lord Vaemond, levantando un dedo que apuntó a Clement— ¡Y ahora quiere poner bastardos en el trono! ¡Quiere darles tesoros ajenos a sus malnacidos! ¡A todos ellos! ¡Ese...!
Una ola de gritos se dejó escuchar, Hermana Oscura silbó, cortando la cabeza de Vaemond quien cayó al suelo. Daemon bufó, limpiando su espada.
—Viserys, te creí suficientemente astuto para distinguir una trampa, este traidor solo secuestró gente inocente para manchar nuestros nombres sin que a nosotros se nos diera aviso para tener una oportunidad de réplica. Que vaya con el Extraño a intentarlo.
—Príncipe Daemon, el examen todavía debe realizarse, es una ley.
—Otto, vete al carajo. Nadie sangrará a mis hijas, ni a Lucerys ni a nadie.
—Su Gracia, padre, esto es un intento de arruinar la Casa Targaryen —declaró Rhaenyra.
—¿Princesa Rhaenys? —el rey se dirigió a su prima— Tú eres quien tiene la última palabra, es tu casa, eres la Señora de Marcaderiva.
Tanto la reina como Rhaenyra se giraron a la esposa de Lord Corlys, quien apretó una sonrisa, caminando al frente, junto al cuerpo de Lord Vaemond que miró unos instantes, luego hablando con suma tranquilidad.
—Yo, al contrario de Vaemond, no tengo dudas sobre la legitimidad de mi nieto. Pero todo esto no ha hecho más que plantar dudas que no ayudan en nada, debilitan nuestra casa, así que reitero el examen de la Sangre de los Dioses, si me lo permite Su Gracia, solo para mostrar mis palabras. Lucerys...
Hubo un silencio mortal en el salón mientras el príncipe avanzaba hacia su abuela, tragando saliva con una mirada asustada a su madre, quien no atinó a qué hacer, palideciendo cuando Rhaenys sonrió al girarse hacia los Celtigar.
—Clement, ven aquí.
Capas Blancas se acercaron al ver que ni Lord Herwell ni Lady Samara quisieron soltarlo. El joven Omega fue quien se deshizo de su agarre, tragando saliva, visiblemente nervioso al aproximarse a donde la princesa Rhaenys con Alicent y Rhaenyra haciendo un esfuerzo brutal por no mostrar su miedo.
—Aegon, querido, ayúdame por favor.
—Sí, princesa —asintió este, plantándose al lado de un extrañado Lucerys.
—Por la prueba de la Sangre de los Dioses, demuestro que los príncipes Lucerys y Aegon son familiares mientras que el joven Celtigar no. Rey Viserys, este es mi deseo.
—Y es concedido. Gran Maestre, adelante.
Rhaenyra se volvió hacia Daemon, este dedicándole una mirada a Rhaenys. Si bien la intención era buena y lógica por supuesto, ya que tanto Aegon como Lucerys eran familiares por ser tío y sobrino del lado materno, había un pequeño detalle con Clement. Era imposible repetir lo de Vaemond con Rhaenys, o con el Gran Maestre quien pidió una mesa y sus herramientas, así como la intervención del Septon Supremo ahí presente, invocando a los dioses al tomar las manos de los tres muchachos y hacer un corte pequeño en cada uno de sus pulgares, dejando caer gotas de sangre en recipientes preparados con mezclas. Clement ni siquiera entendía todo aquello, su mano temblando bajo el agarre del Gran Maestre.
—¡EL REY! ¡GUARDIAS! ¡EL REY!
Alicent salió disparada de su lugar al ver caer a Viserys de su trono, Daemon también lo hizo, empujando al Gran Maestre por estar en su camino, el anciano tirando las cosas de la mesa al querer sostenerse por perder el equilibrio, derramando todo incluyendo las muestras de sangre. El caos vino por asistir al Señor de los Siete Reinos pues comenzó a toser sangre oscura, la corte olvidando todo aquel asunto por su rey agonizando a los pies del trono, rodeado por la reina, su hija y su hermano. Solo Lord Mano fue quien miró el desastre de la mesa derribada, el príncipe Aegon regresó a su sitio con una sonrisa torva, el príncipe Lucerys fue con sus primas. Clement casi corrió a donde sus padres, Lady Samara estrujándolo entre sus brazos.
Un pie de Otto tocó aquellas muestras combinadas derramadas en el suelo, cuyo único color negro por la mezcla preparada mostró una cosa y solo una cosa: los tres eran parientes, muy cercanos entre sí. Tal vez demasiado cercanos. Alicent ordenó que llevaran a su esposo de vuelta a la recámara, con los demás abandonando ya el recinto para dar espacio. Lord Mano buscó con la mirada a Lord Larys Strong cuando todos ya casi habían salido, incluyendo a los Celtigar. El Señor de los Rumores entendió, saliendo detrás de la pequeña familia escoltada por Ser Criston Cole fuera de la fortaleza para que volvieran a casa.
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