Fiesta de dulces y dragones
Los grandes corazones se contentan con pequeños detalles.
Hernán Sabio.
Lo que realmente da forma a nuestra vida es el significado que damos a las cosas.
Tony Robbins.
Somos aquello en lo que creemos, aún sin darnos cuenta.
Carlos Monsiváis.
Clement despertó lentamente, su mente hizo un rápido recorrido de los últimos recuerdos que tenía presente: su enfrentamiento con Vhagar, la cabalgata de vuelta sintiéndose cada vez más cansado de repente, sintiendo que todo a su alrededor se iba haciendo difuso, tanto que tropezó al bajar del caballo, porque de pronto su cuerpo pareció caer en aceite hirviendo. Solo vio el rostro de su madre y eso fue todo. Y fue el rostro de su madre lo primero que vio al volver en sí.
—¿Mami?
—¡Mi bebé! —Lady Samara besó su frente varias veces, cepillando sus cabellos— Los dioses se apiadan de nosotros, has despertado al fin. ¿Cómo te sientes, amor mío?
—Cansado —el jovencito frunció su ceño— Me duele mucho mi cuerpo.
—Eso es porque tuviste tu primer Celo, cariño.
—¿Qué? ¿Mi Celo?
—Sí, pero fue muy súbito y con una fiebre alta, ni siquiera podías estar consciente. El Maestre Lordos dijo que fue por el exceso de esfuerzo que hiciste con la dragona.
—Oh... lo siento, mami, tenía que...
—Sshh, yo lo entiendo, hijo mío. Has aprendido de tu padre a proteger a los más débiles, solo me angustié por ti y tu corazón, pero gracias a los Siete, los dos resistieron bien este trance.
Iba a decirle algo más, pero notó la palidez en su madre, esas ojeras que contaron las noches sin dormir que pasó a su lado pues no habría nada en Poniente que la apartara de su lado, cuidándolo tan celosamente como solo ella podía hacerlo. Clement alcanzó una mano de Lady Samara que besó por la palma, poniéndola en su mejilla.
—Te quiero mucho, mami.
—Y yo, mi cielo, con todo mi ser —otro beso vino a su sien— Quiero que hablemos en serio. Ahora que ya tuviste tu Celo, las cosas van a cambiar, Clement, porque tu aroma por más débil que sea ha cambiado de cachorro a adulto y eso implica que debemos cuidarte mejor.
—Pero...
—Hazlo por tu madre que no resistiría si alguien te hiciera daño.
—Bueno.
—¡Mi niño! —Lord Herwell entró, sonriendo aliviado al encontrar charlando a su hijo con su madre— Bendito sean los dioses.
—Papi —sonrió no tan feliz porque su padre también estaba cansado, ojeroso. Ambos lo habían estado cuidando quien sabe cuánto tiempo.
—¿Cómo te sientes?
—Estoy bien, aunque hambriento.
—Eso es algo que bien podemos remediar —el Alfa le mostró lo que traía tras la espalda, un ramo de lirios como su aroma— Felicidades, Clement, por tu primer Celo. Ahora eres más un Omega adulto que un cachorro.
—No, yo siempre quiero ser su cachorro —replicó frunciendo el ceño, pero aceptando el ramo que olfateó— Gracias, papá.
—¿Qué tienes, amor?
—Ustedes están cansados, eso no está bien.
—Tus padres siempre darán todo lo que tienen por ti, incluso si eso implica sus vidas.
—¡Ah, no! No me gusta cuando hablan así.
—Definitivamente está mejor —rió Lady Samara al escucharlo repelar.
Los tres desayunaron ahí en su recámara, Clement asegurándose de que sus padres no dejaran nada en sus platos, muy decidido a recompensarlos por esas angustiosas horas creyendo que la fiebre lo enviaría con el Extraño. Sí, estaba cansado y sentía cosquillas en su vientre, pero nada más. No se sentía diferente, para el caso y le pareció muy exagerado los cuentos que escuchara sobre el primer Celo de los Omegas, según esas historias todo cambiaba. Sería ahí en esos chismes porque salvo el apetito salvaje que tuvo, todo el mundo continuó igual. En realidad sí hubo un detalle fastidioso, los muchos baños medicinales para retirar el aroma tan pestilente y con una sed como si hubiera estado maldecido. Le gustó montones saber que sus padres lo habían estado cuidando tan meticulosamente, pero no que eso costara dos noches enteras sin dormir.
Sobre los cambios ya no reclamó por lo mismo, aceptando la orden paterna de no salir del castillo a menos que tuviera escolta y nunca a sitios desconocidos, mucho menos a solas. Así que sus visitas a Vhagar estuvieron más contadas, porque ya no podía estar tanto tiempo ni ir tantos días. Lo bueno fue que Aldren le escribió más seguido, enviándole una daga muy bonita con un ciervo en la empuñadora como regalo por convertirse en un adulto al fin, deseándole que se convirtiera en un Omega decente a modo de broma. Lord Bartimos también envió obsequios muy bonitos, pero le gustó más los listones que su padre le dio porque como Omega con Celo ya presentado, ahora debía mantener sus cabellos trenzados al estilo de los Celtigar. Eran rojos como el blasón familiar, de bordes blancos y unos cangrejitos bordados en las orillas.
—Oh, mi hermoso hijo, tu pelo también ha cambiado, ahora es mucho más suave —comentó Lady Samara una mañana mientras lo cepillaba.
—¿Cómo no lo voy a tener suavecito si todo el tiempo lo traigo atado? Ya no hago nada para que se me maltrate.
—Siete, denme paciencia con este cachorro remilgoso.
Al aproximarse el Día de su Nombre, su emoción se volcó a su celebración. Casi siempre era una pequeña fiesta donde recibía todos los caprichos que días anteriores hubiera enlistado a sus padres, pero ese año fue diferente porque Lord Herwell quiso estrenar sus buenas y sanas piernas con un viaje en barco a uno de los puertos cercanos a las fronteras de Dorne donde había bazares por doquier y mucho qué comer. Para Clement fue lo máximo porque sería su primer viaje largo fuera de las islas usuales cercanas a casa, así que anduvo como loco haciendo sus preparativos, por supuesto, su Balerion iba por delante porque jamás salía sin él, dando una visita a Vhagar orando porque se comportara en su ausencia como si un mocoso Celtigar tuviera poder sobre una dragona de la Conquista.
—Pórtate bien, Vhagar —murmuró a lo lejos, despidiéndose.
El barco estuvo listo, todo el equipaje y Clement casi pidiendo que los vientos los hicieran llegar al día siguiente. Amó ver otros mares, sentir el aroma de las olas tan diferente conforme se alejaron de Bastión de Tormentas por donde cruzaron rumbo al Sur, más cálido, con un olor de especias llegando de lejos. Arena caliente y algo más. Toda la ruta estuvo corriendo con su Balerion, imaginando que iba en su lomo recorriendo esos horizontes de aguas cada vez más claras, demostrando con ello que aún seguía siendo un cachorro con todo y primer Celo. Clement anduvo haciendo preguntas a los marineros sobre Dorne, de su gente como de las guerras con ellos, a veces su madre lo jaloneaba de una oreja para que dejara de estar de impertinente, escabulléndose en cuanto se descuidaba para escuchar más historias.
Llegaron por fin al puerto enorme, muy largo lleno de tantos colores y aromas que Clement no pudo creer su buena suerte, esperando impaciente a que pusieran la rampa para correr tierra abajo, anhelando ver todo lo que la gente vendía entre gritos y bailes raros. Como estaban cerca de las fronteras de Dorne, había un sinnúmero de personas tan diferentes que a veces se quedaba boquiabierto observándolas, algunas mujeres usaban ropas que escandalizaron a su madre, cubriéndole los ojos. Otras le daban miedo por su aroma lleno de ceniza y algo raro, escondiéndose detrás de su padre al pasar cerca. Todo era vida y tan diversa que los días que estarían se le hicieron muy pocos para aprender de ese puerto.
—Hemos llegado —anunció Lord Herwell, señalando una casa que había alquilado para su estancia.
Ese primer día, luego de descansar y arreglarse, pasearon por la zona de telas y joyas. A él no le gustaba mucho, desde la fiesta en Marcaderiva había quedado con un mal sabor de boca, asociando ese tipo de vanidad con lo groseros que habían sido con él. En cambio, cuando pasearon por donde las armas, los ojos de Clement casi se le salieron de querer tocar todo. Luego vino una cena de cumpleaños en la playa, con comida Dorniense para probar, con otros regalos claro y música de aquel reino que escuchó atento y asombrado, no hubo bailes porque Lady Samara afirmó que no eran apropiados.
—Feliz catorceavo Día de tu Nombre, hijo mío.
Su padre quiso comprar unas especias raras, porque esas no llegaban a Isla Zarpa, quedándose a negociar con el vendedor mientras Clement jugaba con su Balerion en un balcón de piedra, levantándolo en alto para verlo en ese cielo azul claro imaginando que estaba volando sobre los mares para conquistar territorios desconocidos. Olvidó la cantidad de gaviotas que rondaban el puerto, siempre atentas a cualquier bocado descuidado y un juguete como ese les pareció buena comida, más si estaban ofreciéndolo con un brazo en alto. Una de ellas le arrebató su dragón de tela, volando lejos.
—¡No! ¡Mi Balerion!
—Joven amo, no puede...
—¡Balerion! ¡Devuélvemelo!
Persiguió a la ladrona, pasando por puestos y personas sin quitarle la vista de encima, todo podía suceder excepto el perder a su Balerion. Llegaron a los amplios escalones que daban a un enorme mirador, del otro lado se extendía una de las playas, ahí fue donde la osada gaviota dejó caer su juguete al darse cuenta de que no era otra cosa sino tela maltrecha por el tiempo, soltándolo cerca del suelo donde rebotó el pobre dragón de juguete. Clement infló sus mejillas, ofendido de semejante desvergüenza, corriendo a recuperarlo. Le faltaban pocos metros para llegar cuando olfateó algo que lo hizo detenerse en seco.
Fuego y sangre.
Un enorme hocico carmesí se acercó, olfateando su dragón, como intentando tomarlo pero al ser demasiado pequeño para el enorme hocico, sacó su lengua en pos de probarlo. Saber que su Balerion iba a ser babeado fue suficiente para que la valentía de Clement saliera a flote, rescatando a su juguete de una larga lengua a la que le dio un manotazo, sujetando a tiempo su preciado tesoro que estrujó contra su pecho mirando con el ceño fruncido al dragón de larguísimo cuello que chilló cual delfín o así le pareció, luego rugiendo para mostrar sus colmillos al insolente cachorro que le había dado un manotazo a su lengua caliente como agua hirviendo.
—¡Es mío! —aclaró en Valyrio.
Caraxes lo olfateó, moviendo hacia un lado y luego el otro su cabeza como si estuviera meditando si valía la pena el esfuerzo de rostizarlo, aunque fue muy raro que no apareció fuego en sus fauces, solo otro extraño chillido más bajo, una suerte de queja o acaso una pregunta si los dragones se permitían esa clase de pensamientos. Clement se encogió de hombros, no entendía al dragón, menos uno de esos que tenía fama de ser peligroso a morir, motivo por el cual no debería estar discutiendo, pero ahí estaba como si el enfrentamiento con Vhagar no fuese experiencia más que suficiente para ya no hablar con el resto de su clase. El dragón alzó un poco su largo cuello de serpiente, meció su enorme cabeza, bajándola de nuevo para empujarlo sin más.
—¡Eres un grosero! ¡No me empujes! ¡Es mi Balerion y punto!
Se dio media vuelta para dejarlo, no fuese que su jinete apareciera y entonces sí estaría en un lío. Caraxes no lo dejó, usando su cuello de barrera, mirándolo de nuevo con ese chillido agudo y sus ojos clavados en él, confundido de la misma forma que viera confundida a Meleys. Clement juntó sus cejas, abrazando bien a su Balerion, tentándose los bolsillos.
—¿Qué quieres? No tengo comida para dragones.
Lo empujó con una mano, pujando un poco debido a lo pesado, rodeándolo y echando a correr justo cuando ya aparecía su escolta buscándolo. El dragón alzó su rostro, parpadeando confundido. No sería el único. A lo lejos, Daemon Targaryen había atestiguado ese encuentro y hallado por demás inexplicable que un mocoso tuviera las agallas de hablarle así a su preciado dragón, peor aún, que este solamente pareciera un perrito faldero con él. Solo se comportaba así con el príncipe, todos los demás bien podían terminar aplastados o carbonizados. ¿Por qué ese Omega tierno y de pucheros había logrado tener esa familiaridad con Caraxes? Daemon no lo olvidaría. Tampoco Clement quien regresó con su padre, abrazándolo de solo verlo.
—¿A dónde fuiste?
—Una gaviota me robó a Balerion y lo rescaté.
—Pudiste decirme.
—Se iba a perder si la dejaba ir —el cachorro frunció su ceño.
—Ya, está bien. ¿Quieres alguna golosina?
—¡Sí!
El último día lo pasaron en los teatros abiertos, aplaudiendo a los bufones y actores que hacían cosas muy graciosas o, como afirmaba su madre abanicándose muy escandalosas, pero eran divertidas de todas formas. Con las compras atiborrando el barco, regresaron a casa. Un viaje sin problemas, salvo el avistamiento de Vhagar cuando pasaban por Bastión de Tormentas, volando por encima de su barco rumbo a Isla Zarpa también. Los cuidadores informarían que la dragona había estado tranquila, pero al día siguiente que ellos ya habían zarpado, despertó y se marchó volando. Por la dirección habían jurado que regresaba a Rocadragón, sin embargo, no lo hizo para sorpresa de todos los cuidadores. Anduvo merodeando las Tierras de la Corona al parecer, como buscando algo.
—Yo creo que ya está vieja y está teniendo alucinaciones —Lady Samara comentó.
—¡Mamá!
Llegó junto con ellos a tumbarse de nuevo en su sitio como si nada hubiera pasado. Clement solo pensó que igual estaba aburrida y buscó dónde entretenerse esos días, igual le faltaba algo de acción pues siempre fue una dragona de guerra. Él estuvo ocupado con sus dulces y regalos, acomodando todo en su recámara con ayuda de su madre. Durante la cena, llegaron unos mensajes para Lord Herwell, quien los leyó con el ceño fruncido, poniéndose de pie y echándolos al fuego sin más, con su aroma Alfa de repente oliendo a protección.
—¿Cariño? —llamó su madre con una media sonrisa.
—Nada.
—Oh, esa cara la conozco y no tiene relación alguna con la palabra nada.
Su padre se dejó caer en su silla, sobándose el mentón. Tanto el cachorro como Lady Samara esperaron curiosos a su respuesta.
—Eran... propuestas.
—¿Propuestas de qué?
Los ojos de Lord Herwell cayeron en Clement, quien jadeó sorprendido, sintiendo que sus mejillas se ponían calientes. Su madre rió divertida, palmeando el brazo de su esposo refunfuñando.
—¿Eso que huelo es un padre Alfa celoso?
—No.
—Que mal mentiroso eres, Herwell.
—No son dignos.
—Sí, me lo supongo.
—¿P-Por qué... por qué me quieren? —Clement fue asaltado por la duda— Se supone que tengo un corazón enfermo y eso.
—Presentando un Celo es señal de que tu condición no puede ser impedimento para solicitar tu mano a tu muy sobreprotector padre, hijo mío —explicó su madre, riéndose del refunfuño que escapó de los labios de Lord Herwell.
—Oh...
—Tranquilo, mi niño, no habrá pretendientes hasta que tú quieras que haya.
—Voy a escribir esas palabras y te las haré firmar, Lord Celtigar.
—Sam.
—Herwell.
Clement fue a dormir sintiendo cosquillas en su estómago. Era raro. ¿Quién le habría pedido su mano a su padre? Solo un loco tendría esa idea. O un ciego, tal vez, también lo pensó, mirándose al espejo, pasando una mano por sus trenzas enredadas con los listones. Abrazó a su Balerion, arrugando su nariz porque se dio cuenta que Caraxes le dejó su aroma, tendría que lavarlo. Recordó ese encuentro, estremeciéndose al repasar los eventos y darse cuenta de lo muy imprudente de su actuar. No más actos valientes frente a dragones, definitivamente. Estaba quedándose dormido cuando escuchó el rugido de Vhagar muy cerca, abriendo los ojos asustado pensando que iba a comerse más cabritas como aquella vez.
Salió en pijama para asomarse a uno de los balcones exteriores, notando que solamente estaba paseándose, quizás necesitaba estirar las alas. Vhagar alzó su cuello, olfateando en el aire de un lado y del otro, de pronto se giró hacia el castillo, rodeándolo con su gigantesco cuerpo hasta dar con el balcón donde el cachorro estaba. Clement tragó saliva, apretando su Balerion por los nervios, diciéndose una y otra vez que ella no haría nada porque habían acordado respetar territorios, apostando porque recordaría ese acuerdo entre ambos. La dragona lo olfateó, rugiendo apenas con sus párpados cerrándose y abriéndose lentamente por unos largos instantes. Estaba tan cerca que si el Omega estiraba la mano, la podría tocar.
Lo hizo.
Otra vez.
—¿Te sientes sola? Quizás sería bueno si vas de visita con los tuyos. Yo no conozco lugares bonitos para dragones, lo siento —le habló en Valyrio, quien sabe por qué creyó que era bueno charlar así con ella.
Vhagar alzó su hocico y se alejó nada más, regresando a su playa andando tranquila por la arena, echándose de golpe con un poco de arena levantándose alrededor. Clement arqueó una ceja, respirando aliviado. Era rara. O él era el raro. Los dos eran un par de raros, mejor dicho. Primero Caraxes lo empujaba y olfateaba, ahora ella. ¿O había sido ella la primera que se comportaba así con él? Igual estaba enojada porque desairó al dragón carmesí que fue un tiempo su compañero. Pensando en eso no se dio cuenta de que el Maestre Lordos ya estaba ahí detrás suyo.
—¿Lord Clement?
—¡Maestre! —casi brincó al escucharlo, girándose rápidamente al buen hombre.
—Estas no son horas para un cachorro.
—Am, lo siento, solo miraba a Vhagar. Creo que le duele la panza.
—Posiblemente —rió el viejo Alfa— Regrese a sus aposentos, mi señor.
—Sí, sí —Clement se detuvo al pasar a su lado— Maestre Lordos, ¿es posible que alguien que no sea un Targaryen pueda reclamar un dragón?
—Solo la magia Valyria de la sangre Targaryen lo hace posible, Lord Clement, pero... no es que exista únicamente en la casa gobernante. Ellos han dejado cachorros por ahí perdidos, los bastardos conocidos como Semillas de Dragón.
—¿Un bastardo podría reclamar un dragón?
—Hay una muy remota posibilidad. Si entre los Targaryen es peligroso reclamar un dragón, lo es todavía más con una Semilla de Dragón.
—¿Entonces nada más ellos? ¿Ya no hay otras personas?
—Me temo que es así, mi señor.
Hubo cierta decepción en el rostro del jovencito, suspirando un par de veces, apretujando su dragón contra su pecho pensando en cosas prohibidas, antes de inclinar su cabeza al Maestre a modo de despedida.
—Buenas noches, Maestre.
—Buenas noches, Lord Clement.
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