EL INTERCAMBIO


Los problemas más difíciles tienen las soluciones más simples.

Anónimo.

Las tres cosas más difíciles de esta vida son: guardar un secreto, perdonar un agravio y aprovechar el tiempo.

Benjamín Franklin.

Lo que está hecho no se puede deshacer.

William Shakespeare.



Isla Zarpa

Bahía de los Cangrejos

Casa Celtigar



Los gritos de Lady Samara Celtigar llenaron el castillo, con las doncellas entrando con bandejas de agua limpia y sábanas blancas, saliendo con agua carmesí y sábanas manchadas. Lord Herwell Celtigar, su esposo, se paseaba de un lado a otro intentando que sus feromonas Alfa no alteraran más a sus sirvientes de por sí alterados por el dolor de su señora quien llevaba varias horas en labor de parto con dos parteras y el Maestre atendiéndola. No faltaba mucho para que la noche cayera y el cachorro en el vientre de la delicada mujer no daba señales de salir, pese a las terribles contracciones. Era su primer hijo, que habían esperado tanto luego de dos abortos. Lord Herwell era el sobrino de Lord Bartimos Celtigar, había hecho carrera al lado de los Velaryon, ganando su propia fortuna para desposar a Samara Payke, viviendo en un castillo cercano al de su tío, esperando formar una familia.

—¡Vamos, mi señora, un poco más!

—¡Ya viene!

Herwell contuvo el aliento, apretando sus puños al escuchar eso. Un suave, débil llanto de bebé se dejó escuchar con el alarido de Lady Samara. Pese a estar en el pasillo, pudo olfatear a su cachorro, era un bebé Omega. Sonrió emocionado, a punto de abrirse paso de una buena vez cuando el Maestre Lordos salió con su hijo en brazos, no tan alegre como hubiera esperado.

—Milord, vengan conmigo.

Dejando a su esposa en las buenas manos de las parteras, siguió al Maestre hasta sus habitaciones con una inquietud creciente en su corazón, despidiendo al resto de los sirvientes para que no miraran cuando Lordos descubrió a su cachorro el cual respiraba muy lentamente, cada vez menos.

—Mi señor, lo siento mucho, no sobrevivirá. Lo he traído aquí para que Lady Samara no lo vea morir, sería fatal para ella.

—¿Cómo está mi esposa? —Herwell tragó saliva, acercándose a su cachorro.

—Sobrevivirá, milord, aunque me temo que ya no podrá darle más descendencia.

—¿Por qué no puede respirar?

—Su corazón, Lord Celtigar, ha nacido con un corazón débil, es algo usual en los cachorros Omegas el tener algún defecto. De verdad que lo siento. ¿Desea que me retire?

—No, no... Lordos, por favor, acompáñame.

Nunca había enfrentado algo tan duro como sostener esa manecita de su bebé y sentir como su calidez iba desapareciendo más rápido de lo que su corazón de padre hubiera deseado, ese suave pecho dejando de moverse hasta que su hijo emitió un frágil quejido, quedándose inmóvil por fin con la mirada fija en el techo, perdiendo ese brillo de una vida que no alcanzó siquiera a conocer a sus padres. El Maestre Lordos lo revisó, asintiendo con una reverencia. Lord Herwell sollozó, envolviéndolo mejor y meciéndolo a modo de despedida.

—¿Cómo le voy a decir, Lordos? ¿Cómo?

—Milord, yo... —el Maestre pareció dudar, apretando sus manos entre sí.

—¿Qué pasa?

—Bueno... puede haber una solución, pero es una muy atrevida, mi señor.

—Habla ya que no tengo el corazón para misterios.

—Ser Arkon Festo vino apenas ayer, milord... a pedirme un favor. Quería que revisara un recién nacido que trajo consigo, me pidió que le buscara un hogar donde lo aceptaran.

Lord Celtigar rugió ofendido. —¿Quieres que haga pasar un bastardo por mi hijo? ¿Estás loco? ¿Crees que no sería demasiado obvio?

—Perdone milord, es que... el cachorro en cuestión posee Sangre Valyria.

—¿Qué?

—También es un Omega, y bueno, tiene acaso un par de días de nacido. Le encontré nodriza, pero sin duda una madre le vendría mejor, nadie lo notaría milord.

—¿De dónde sacó ser Arkon un cachorro así, Lordos?

—Hizo un juramento de silencio, milord. Como yo lo haría con su señoría.

El Alfa jaló aire, mirando ese bultito en sus brazos ya sin vida. Pensó en su esposa, su felicidad al saber que lograba un embarazo. Con un parto tan trabajoso, ella no podía más, esperaba por ese bebé. Si le presentaba ese cuerpecito sin vida, la perdería. Ya era horrible el tener que decirle la mala noticia de que nunca más volvería a tener hijos, mostrarle un cachorro muerto sería fatal. No iba a perder dos seres amados esa noche, no lo haría. Herwell cerró sus ojos por unos instantes, la decisión que iba a tomar era para toda la vida, cambiaría todo y tendría que vivir con las consecuencias.

—Tráelo.

Se quedó ahí, de pie con su bebé en brazos pidiéndole perdón a los dioses por lo que estaba por hacer, convenciéndose con la idea de que un huérfano necesitaba una madre y si la suerte había querido darle rasgos Valyrios ¿qué más podía pedir? Besó esa frentecita fría, también disculpándose una vez más con su hijo por ocultarlo, esperando hasta que el Maestre Lordos apareció trayendo consigo varios morrales a modo de distracción para los sirvientes. Una canastilla venía oculta en uno de ellos, sacando al tierno Omega en su interior, despertando al ser movido por esos brazos temblorosos.

—Milord.

Hicieron el intercambio en un respetuoso silencio, Lord Herwell entregando a su primogénito y recibiendo aquel bastardo que acunó entre sus brazos, olfateándolo y mirando consternado al Maestre.

—Lordos, este cachorro es Targaryen.

—No lo sé, mi señor. Ser Arkon afirma que no tiene padres y es todo lo que su boca dirá. Me encargaré del tierno amo, si le parece, mientras lleva al bebé con Lady Samara. Ya debe estar despierta.

—¿Ser Arkon...?

—Su juramento es real, milord, él mismo se ha cortado la lengua luego de que me entregó al niño.

Lord Celtigar respiró hondo al escuchar eso, asintiendo y saliendo cada uno por una puerta diferente. Contarían que el bebé al nacer con el corazón débil requirió atenciones para no perderlo, motivo por el cual había sido apartado de su madre en lugar de dejárselo. El Alfa miró al cachorro y las puertas detrás de las cuales estaba su esposa, una última oportunidad para arrepentirse. Negó, tragando saliva y empujando una de las puertas. Lady Samara estaba pálida y exhausta, pero con las energías suficientes con que esperar a su hijo, llorando al ver a su esposo y Alfa traerlo en brazos, queriendo cargarlo.

—Mi bebé, mi bebé. Herwell, debe tener hambre, dámelo que su madre lo alimentará.

Con cuidado puso al cachorro en los brazos de su esposa, ella como toda madre, lo revisó de pies a cabeza antes de besar su frente. Debido al cansancio y los medicamentos para el dolor bien no pudo distinguir nada, además de que ella poco o nada sabía de la Sangre Valyria más allá de que la familia de su esposo tenía esa herencia aunque no el estatus de los gobernantes Targaryen. Amorosa, Lady Celtigar descubrió su pecho, ofreciendo su leche al bebé, este primero negándose al olfatearla extraña, pero luego cediendo al hambre. Hubo un fugaz momento de enfado en el Alfa porque un bastardo estaba bebiendo la leche que le pertenecía a su hijo muerto, pero cuando Herwell vio el rostro lleno de lágrimas de felicidad en Samara, ese despecho se esfumó, abrazándola y besando sus cabellos.

—Es nuestro hijo, Sam. Nuestro cachorro.

—Clement, se llamará Clement.

Los dos miraron al pequeño cuando terminó, este también observándolos, un breve momento de reconocimiento que desencadenó el vínculo entre ellos. Lord Celtigar no pudo negar que ese tierno Omega era hermoso, y al tener rasgos similares nadie preguntaría nada. El Maestre Lordos ya había pensado en la solución a largo plazo, tomando el pretexto de su corazón débil para darle un tratamiento de por vida con el que apagarían su aroma para que nadie olfateara ese fuego y sangre Targaryen, con el paso del tiempo, ellos impregnarían de su esencia al pequeño cuya suerte pudo ser igual a la de su hijo muerto. Si ese era el designio de los dioses, entonces así lo harían. Clement Celtigar el cachorro Omega de los Señores Celtigar, crecería en su nuevo hogar, lejos de la peligrosa herencia que corría por sus venas.

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