Cap. 27: Vollbart Dunkelblau

Vollbart observaba el cuerpo inconsciente de Shirou con una mezcla de rabia y fascinación. Su respiración se había vuelto irregular, sus ojos brillaban con una gran emoción. Las armas que habían aparecido en las manos de Shirou le había provocado algo más que sorpresa. Lo había golpeado en lo más profundo de su memoria.

«Esa luz...», pensó, «imposible... pero... no hay duda. Es igual a ella... es... magia...»

Una punzada le atravesó la mente. Cerró los ojos con fuerza. No para controlar el dolor... sino para aferrarse al recuerdo.

Y entonces lo vio.

Todo regresó, el bosque, la casa de piedra, el aire seco de los veranos fuera de la ciudad.

Años antes – Fuera de la ciudad

Vollbart tenía apenas ocho años. Era un niño delgado, con cabello negro despeinado y una expresión curiosa que contrastaba con la seriedad de la mayoría de adultos en el pueblo. Vivía en una pequeña casa desordenda de dos pisos en la frontera del asentamiento, justo donde empezaba el bosque.

Vivía con su tío, un hombre alto, rígido, con ojos apagados y sin una pizca de ternura. Su presencia era intimidante que generaba desconfianza en los adultos del pueblo. Vollbart no sabía nada de sus padres, y cada vez que preguntaba, su tío desviaba la mirada o se iba de viaje por días.

—Te he dicho que no preguntes tonterías —fue todo lo que obtuvo una vez, acompañado de una mirada tan fría que se le heló la sangre.

Sin embargo, Vollbart no era infeliz. Jugaba con los niños del pueblo. Corría por el campo, atrapaba luciérnagas por las noches y soñaba con vivir aventuras. Siempre regresaba a casa antes del anochecer, justo como su tío le había ordenado. Sin embargo, en su interior sentía que le faltaba algo, una emoción.

Pero todo cambió una tarde.

Su tío había partido, como siempre, sin despedirse. Vollbart había preparado sopa para sí mismo, cuando escuchó un ruido en el bosque. Un quejido, un susurro de dolor.

Salió con cautela, temiendo que fuera un animal salvaje. Lo que encontró fue algo muy distinto.

Una chica. Ella tiene el pelo castaño recogido en un moño desordenado y ojos marrones. Lleva un vestido corto de color azul claro con detalles de puntadas blancas en el dobladillo. Debajo, viste una blusa blanca con un lazo azul en el cuello y un cinturón marrón con una hebilla metálica. Sobre el vestido tiene una capa oscura que le llega hasta los pies. Lleva también unos brazaletes oscuros en sus muñecas.

—No te acerques —advirtió la joven, apuntándole con su mano envuelta de luz amarilla.

Vollbart levantó las manos.

—No te haré daño. Vivo ahí —señaló la casa—. ¿Estás herida?

La chica dudó. Pero luego se desmayó.

Sin pensarlo, el pequeño la llevó como pudo hasta la casa y limpió sus heridas con agua caliente. Le vendó el brazo como había visto hacer a su tío.

El fuego ardía en la chimenea. Vollbart preparaba un guiso con hongos silvestres y raíces que había recogido en el bosque. Marci estaba sentada en un rincón de la habitación, envuelta en una manta. No decía nada. Sus ojos recorrían cada rincón de la cabaña como si esperara una emboscada.

—No te haré daño —dijo él sin mirarla—. Por si no quedó claro.

—Eso lo dicen todos.

Él se encogió de hombros. Sirvió dos platos humeantes y los puso sobre la mesa.

—Puedes comer si quieres o no, pero deberías. No has probado bocado desde que te encontré.

Ella se acercó con pasos lentos, como si cada movimiento doliera. Se sentó frente a él sin dejar de mirarlo. Tomó una cucharada del guiso, lo probó, y su expresión no cambió.

—¿Cómo te llamas? —preguntó él.

—Marci.

—Bonito nombre.

—¿Y tú?

—Vollbart. Nadie lo pronuncia bien la primera vez.

—No parece un nombre de por aquí.

—No lo es. Según mi tío vinimos desde el norte, solo somos él y yo. Suele cazar «Grimms» para sobrevivir.

Ella lo miró con desconfianza, pero sus ojos mostraron un atisbo de curiosidad.

—¿Y ahora qué vas a hacer conmigo?

—Nada. Te quedas hasta que estés mejor. Luego haces lo que quieras. Por cierto, ¿qué es eso que usaste la otra vez? —le preguntó.

—No deberías saberlo —respondió ella, apartando la mirada—. No está permitido que la gente como tú sepa.

—¿Gente como yo?

Marci solo sonrió. Pero sus ojos ocultaban dolor. Ella venía huyendo de algo. De alguien. Vollbart lo entendía, aunque ella nunca lo explicó.

El silencio se adueñó de la habitación.

El amanecer llegó, Marci se colocó su lanza al hombro.

—Voy a ir a cazar «Grimms». Quédate en la cabaña —le había dicho a Vollbart esa mañana.

Pero, como muchas veces, Vollbart no obedeció.

Desde atrás de un arbusto, el niño de cabello revuelto observaba cómo Marci ajustaba su lanza–rifle, probando mecanismos. Admiraba su concentración, la forma en que sus ojos escaneaban el entorno como si esperaran algo.

Un chillido agudo quebró el aire. Marci alzó la vista de inmediato. De entre las nubes, descendiendo como una sombra maldita, apareció un «Nevermore». Enorme, oscuro, con ojos rojos como brasas y un chillido que hacía vibrar los huesos.

El «Nevermore» descendió en picada, alas abiertas como cuchillas negras. Marci rodó hacia un lado y arrojó su lanza. El «Grimm» se desvió, graznando. La lanza de Marci giró en el aire y regresó a sus manos

—¡Tsk! —Marci giró el rifle y disparó al instante.

La ráfaga impactó en el ala del «Grimm», que se sacudió, pero no cayó. Bajó con furia, garras abiertas, apuntando directo a ella.

Vollbart se cubrió con ambas manos, conteniendo un grito. Respirando con dificultad, se giró hacia ella.

—¡Marci! —alcanzó a gritar.

Ella rodó a un lado justo antes de ser aplastada por las garras del Nevermore. Disparó de nuevo, pero el «Grimm» giró con habilidad y lanzó una de sus plumas negras como proyectil. El filo atravesó el muslo de Marci, que cayó con un gruñido de dolor.

—¡No...! —intentó levantarse, pero su pierna cedió.

El «Nevermore» se elevó en espiral para dar la estocada final. Marci buscó una granada en su cinturón, pero no la encontró. Estaba atrapada. Y sola.

—¡¡Marci!! —Vollbart irrumpió entre los arbustos, jadeando, con una antorcha encendida en una mano y una cuerda en la otra.

—¡¿Qué estás haciendo aquí?! —chilló Marci—. ¡Vuelve a la cabaña!

—¡No puedo dejarte morir!

El «Nevermore» descendió de nuevo. Vollbart no pensó. Corrió directo hacia la base del risco, donde una formación de rocas formaba una especie de saliente.

—¡Oye, plumas negras! —gritó, agitando la antorcha.

El «Grimm» lo vio. Cambió de rumbo.

Marci intentó ponerse en pie, desesperada.

—¡No, idiota! ¡Aléjate!

Pero Vollbart tenía un plan. Sujetó la cuerda a una raíz y trepó parte del saliente, hasta quedar justo debajo del «Nevermore». Cuando la criatura bajó en picada, él lanzó la cuerda con todas sus fuerzas, atrapando un ala.

El impulso fue suficiente para desviarla.

El «Nevermore» perdió el equilibrio y cayó en picado, estrellándose contra las rocas. Marci, con esfuerzo, se incorporó y apuntó.

—¡Ahora! —gritó Vollbart.

El disparo atravesó la cabeza del «Grimm». Un chillido final, y el monstruo se disolvió en sombras negras.

Sólo el viento volvió a soplar.

Vollbart, temblando, descendió del saliente. Tenía las manos raspadas y el rostro lleno de polvo.

—¿Estás... bien?

Marci lo miró largo rato. Luego soltó una risa extraña, casi rota.

—Estoy... viva. Gracias a ti.

—Lo siento por desobedecerte —dijo, bajando la cabeza.

—Olvídalo —respondió ella, bajando el arma y dejándose caer sentada sobre una roca—. Salvaste mi vida, niño.

—No fue nada. Solo... pensé rápido. Y tuve suerte.

Marci sacó una venda de su mochila y comenzó a rodear su pierna herida.

Ella lo miró de reojo.

—Eres más listo de lo que pareces.

Vollbart sonrió.

—¿Entonces ya no me vas a dejar en la cabaña todo el día?

—No prometo nada... —dijo ella, y luego, con tono más suave—. Pero quizás podríamos entrenar un poco juntos. Siempre que me prometas una cosa.

—¿Cuál?

—Que, si vas a seguir salvándome la vida, al menos avísame antes.

Ambos rieron.

Esa noche, de regreso en la cabaña, Vollbart preparó la cena. Marci, con la pierna vendada, bebía un té caliente y lo observaba.

Marci veía a un compañero inesperado, uno valiente, uno que, en el momento más oscuro, le tendió la luz.

Días después

El sol brillaba débil pero constante. La nieve comenzaba a retirarse de los senderos, dejando ver la tierra húmeda debajo.

Vollbart sostenía una taza de té, sentado en la entrada. Marci ajustaba su mochila, revisando por última vez el contenido.

—Entonces... ¿te vas hoy? —preguntó el niño, sin mirarla.

—Sí. Estoy segura que me deben estar buscando... me necesitan. No puedo quedarme más tiempo.

—Claro —dijo él, bajando la vista—. Supongo que ya sabías que esto pasaría.

Marci se acercó y se agachó frente a él. Le quitó la taza de las manos y la dejó a un lado.

—Vollbart, lo que pasamos este invierno... no fue poca cosa. Sobreviviste. Me ayudaste. Me salvaste. ¿Sabes cuántos «huntsman» confiarían en un niño después de eso?

—¿Entonces confías en mí?

—Con los ojos cerrados.

Él sonrió, pero no por completo.

—¿Volverás?

Marci se lo pensó. Luego le revolvió el cabello con suavidad.

—No prometo volver pronto. Pero sí prometo que este no es el final.

Del bolso sacó un pequeño comunicador.

—¿Esto es para mí?

—Para cuando estés listo para una aventura más grande. O... cuando me necesites.

Vollbart lo apretó en el pecho.

—Gracias, Marci.

De pronto, el chirrido de la puerta lo sacó de su ensimismamiento.

—¿Marci? —preguntó, girándose.

La puerta se abrió de golpe. Era su tío, al que no veía desde antes del invierno.

—¡Tío! —exclamó Vollbart, poniéndose de pie.

Pero el hombre no respondió. Sus ojos se clavaron en Marci, que justo había vuelto para despedirse una vez más. Sin mediar palabra, desenvainó un machete corto y se lanzó hacia ella con un rugido.

—¡¿Qué estás haciendo?! —gritó Vollbart, horrorizado.

Marci rodó hacia un lado, esquivando por centímetros el golpe.

—¡TÍO, DETENTE! —Vollbart se interpuso, brazos extendidos—. ¡Ella me salvó la vida! ¡No es una enemiga!

Pero su tío ni siquiera le respondió.

Marci despertó sobresaltada. Apenas tuvo tiempo de tomar su lanza antes de que su tío arrojara una lanza de energía oscura en su dirección.

La sala estalló en luz y estruendo.

—¡Tío, no! ¡Ella no es una enemiga!

—¡Aléjate de ella! ¡No entiendes lo que es! —rugió su tío, liberando una energía que nunca antes había mostrado. Su cuerpo estaba envuelto en una sombra roja, sus ojos eran dos carbones encendidos.

Marci contraatacó, y por un momento, la casa se convirtió en un campo de batalla.

Vollbart temblaba, oculto tras una mesa destrozada. Veía a su tío y a Marci lanzándose contra el otro como bestias. Fuego, luz, oscuridad. Todo entrelazado.

Marci gritaba con cada golpe, cada herida. Pero no retrocedía.

Hasta que su tío ganó.

Una explosión final. Y luego, silencio.

Vollbart asomó la cabeza. Marci yacía en el suelo. Su arma hecha añicos. Su cuerpo cubierto de ceniza y sangre.

—No... —susurró.

La vio toser. Apenas con fuerzas, Marci intentó levantar la mano hacia él.

—Voll... bart...

Sus ojos... llenos de vida, de fuego... comenzaron a apagarse.

Y entonces ocurrió.

En lugar de correr hacia ella... Vollbart se quedó quieto.

Sintió algo... extraño.

No era tristeza... no era rabia.

Era... fascinación... placer...

Una sonrisa brotó en su rostro, involuntaria. Una sonrisa torcida. Enferma. Marci era su amiga... pero en ese momento, no pudo evitarlo.

Le encantó verla caer. Le encantó ver su luz apagarse.

Y cuando su tío volteó a verlo, no le dijo nada. Porque sabía que algo dentro de su sobrino se había roto... o revelado.

—Pensé que eras una falla, pero veo que me equivoqué —dijo serio.

—¿A qué te refieres? —Vollbart dijo con miedo.

—Esa chica mató a tus padres... acabó con toda la familia Dunkelblau, descubrió lo que hacíamos... lo que disfrutábamos e intentó detenernos... esta «doncella» ... su magia no era tan especial.

—¿«Doncella»?

—Dime, Vollbart. ¿Cuál es tu cuento favorito?

Presente

La imagen se desvaneció. Vollbart abrió los ojos y volvió al presente.

—Así que por eso me recuerdas a ella... —murmuró, mirando a Shirou—. El mismo fuego que ella. Qué trágico.

Acarició el mango de su espada negra, aún clavada en el piso de la nave.

—¿Me pregunto si tú también morirás igual de hermosa?

Rin le sostuvo la mirada sin temblar.

Lugar desconocido

El aire era denso en el interior de la antigua estructura subterránea donde Vollbart había llevado a sus prisioneros. El lugar no parecía improvisado, columnas de hierro sostenían una bóveda alta y opaca.

Rin estaba atada a un soporte metálico, con los brazos sujetos detrás de la espalda. Shirou permanecía inconsciente, acostado sobre una camilla flotante, conectado a cables finos como hilos de araña que absorbían lentamente algo desde su cuerpo.

Vollbart caminaba con calma por el salón, observando sus instrumentos. Su rostro, iluminado por el resplandor rojo, estaba deformado por una sonrisa sádica.

—Eres un monstruo —escupió Rin, luchando contra sus ataduras—. ¿Qué esperas lograr con todo esto?

—¿Lograr? —repitió él, girando lentamente hacia ella—. Oh, Rin Tohsaka... yo ya logré lo que muchos solo sueñan. He visto la luz.

Rin frunció el ceño.

—¿De qué estás hablando?

Vollbart la miró como si fuera una niña que no entendía algo evidente.

—Durante años recorrí pueblos, academias ocultas, incluso zonas prohibidas de Remnant... buscando esa chispa. Esa luz que vi cuando era un niño. Aquella que vi en los ojos de mi adorada Marci. Pero ninguna de esas cazadoras... ninguna la tenía. Hasta que apareció él.

Sus ojos se posaron en Shirou, y por un momento, su sonrisa pareció volverse... reverente.

—Shirou Emiya. El portador de la luz olvidada. La misma esencia que vi apagarse aquella vez, cuando aún tenía la inocencia de un niño. Ahora... puedo recuperarla.

Rin apretó los dientes. A pesar del miedo que le helaba el pecho, no pensaba ceder.

—No dejaré que lo lastimes. La profesora Goodwitch, Illya y Jeanne vendrán por nosotros. No te saldrás con la tuya.

Vollbart rió. Una risa profunda, que vibró en las paredes de la sala.

—¡Eso espero! De verdad, lo deseo. Que vengan, que corran desesperadas por sus preciados compañeros. Me encantaría ver cómo sus esperanzas se rompen una a una. Después de todo, ellas también pueden tener algo útil que ofrecerme.

—Estás completamente loco —dijo Rin con asco—. ¿Qué clase de persona disfruta hacerle esto a otros?

—¿Loco? —Vollbart se detuvo frente a ella. Bajó el rostro, acercándose hasta que Rin pudo ver las pequeñas cicatrices que cubrían su piel, como fragmentos de batallas pasadas—. ¿Eso me hace loco? ¿Buscar lo que me fue arrebatado? ¿Perseguir una luz que una vez me salvó de la oscuridad?

—¡No! —Rin lo enfrentó con firmeza—. Lo que haces no es buscar la luz. Lo que haces es destruirla. ¡La estás corrompiendo!

Vollbart se incorporó, cerrando los ojos.

—Qué lástima. Eres valiente, lo admito. Pero estás equivocada.

Entonces alzó una mano, y una energía oscura empezó a danzar en sus dedos.

—¿Quieres saber cómo la voy a extraer? No basta con drenarla. Shirou necesita ser presionado, empujado hasta el borde. Solo entonces su verdadera luz se manifestará. Y cuando lo haga... yo la tomaré.

Rin palideció.

—¿Qué demonios piensas hacerle?

—Obligarlo a luchar, por supuesto —dijo con serenidad enferma—. Tengo los medios.

Y con eso, extendió ambos brazos. Un aura brillante se manifestó a su alrededor. Una explosión de energía recorrió la sala.

Rin lo sintió en el pecho. Era como si mil «semblanzas» hablaran a la vez. No una... ni dos... sino decenas, cientos de ecos que surgían del cuerpo de Vollbart.

—Mi «semblanza» —explicó él, como si hablara de algo trivial— me permite robar otras. Tomarlas... conservarlas... modificarlas. Cada «huntress» que enfrenté, cada alma que cayó ante mí, me dejó un regalo. Y ahora, Rin Tohsaka, soy la suma de todas ellas.

—Eres una abominación —susurró ella.

Vollbart sonrió con placer al oírlo.

—Esa palabra... me gusta. Tal vez deba usarla como título.

Rin intentó liberarse de sus ataduras. No podía permitir que Vollbart lo usara como conejillo de indias.

—¡No! ¡Él no peleará por ti! ¡No te dará esa «luz»!

—Quizá —admitió Vollbart—. Pero el resultado es lo que importa. Y no te preocupes... también tengo planes para ti.

Se acercó a ella lentamente, alzando la mano. La energía giraba a su alrededor como una tormenta.

—Quizá tú también tengas algo que ofrecer. Tu «semblanza» aún no me pertenece. Y si resulta compatible...

—¡No te acerques! —gritó Rin, tratando de activar su «semblanza», pero los grilletes la bloqueaban.

Un zumbido punzante fue lo primero que Shirou sintió. Luego, el dolor. Una presión palpitante le atravesaba el pecho y los músculos respondían con torpeza. El mundo estaba borroso, cuando abrió los ojos, apenas pudo distinguir las paredes oscuras de lo que parecía ser una cueva.

Pero no fue eso lo que hizo que su corazón se acelerara. Fue la imagen de Vollbart avanzando lentamente hacia Rin, que estaba atada.

—¡No te acerques a ella! —gritó Shirou con voz ronca, forzando a su cuerpo a incorporarse.

Vollbart se detuvo. Su rostro se iluminó con una emoción enfermiza y antinatural, mezcla de éxtasis y delirio. Luego giró, con pasos lentos y dramáticos, hasta encararlo.

—¡Ah...! ¡Despertaste! —dijo con una sonrisa grotesca—. Marci... siempre tan tenaz. Incluso después de todo este tiempo, aún tratas de proteger a otros. Qué admirable. Qué inútil.

—¿Marci...? —Shirou frunció el ceño—. No sé quién es. Mi nombre es Shirou Emiya... y si tienes algún problema, es conmigo. Déjala ir.

—¡NO! —rugió Vollbart con un repentino estallido de furia—. ¡No debes pensar en nadie más que en mí! ¡Solo en mí! ¿No lo ves? ¡Tú eres especial! ¡Tú eres lo que he estado buscando todos estos años!

Rin trató de moverse, la pierna vendada tras la emboscada en la nave, pero el dolor le hizo soltar un jadeo. Sus ojos se posaron en Shirou, quien apretó los dientes y proyectó a «Kanshou», la espada gemela negra.

—Rin... resiste, ¿sí? No voy a dejar que te toque.

—¡No te hagas el héroe! —gritó Vollbart con una carcajada aguda. Sus ojos se tornaron violetas y electricidad crepitó en su brazo. Con un movimiento veloz lanzó un rayo directo hacia Rin.

—¡No! —Shirou se interpuso en un instante, bloqueando el rayo con «Kanshou». La descarga le atravesó el cuerpo, pero resistió.

—¿Aún puedes levantarte? —Vollbart entrecerró los ojos—. ¡Entonces juega conmigo!

El combate estalló. Shirou se lanzó con ambas espadas, «Kanshou» y «Bakuya». Pero Vollbart era distinto a cualquier otro enemigo. Con cada movimiento, utilizaba una «semblanza» diferente, se desvanecía, volaba, se duplicaba, o arrojaba proyectiles de energía oscura.

—¡¿A cuántas personas eliminaste para tener ese poder?! —espetó Shirou mientras bloqueaba una ráfaga de cuchillas de viento.

—Soy la culminación de decenas... ¡no, cientos de «semblanzas»! ¡Cada «huntress» que derroté, cada alma que extinguí... me dio un fragmento más de poder! —exclamó, riendo como un maníaco—. ¡Y tú me darás la chispa final!

Shirou apenas podía mantenerse al día con los ataques. Una de las copias de Vollbart apareció a su espalda y atravesó su pecho con una garra envuelta en un aura púrpura. El dolor lo paralizó.

—Una gran dosis de veneno —susurró Vollbart al oído de Shirou—. Lo suficiente para dejarte indefenso... y mirar.

Shirou cayó de rodillas, con la respiración entrecortada. Pero cuando Vollbart generó una lanza de hielo, Shirou pensó que lo atacaría, pero luego la mirada de Vollbart se desvió de él y se dirigió a la presencia de la otra persona que estaba en ese lugar. Comprendió que no era para él. Sus ojos se dirigieron hacia Rin.

—Primero ella.

—¡No...!

La lanza fue disparada con fuerza devastadora. Shirou arrojó «Bakuya» con todas sus fuerzas, pero no fue suficiente.

La lanza impactó contra Rin, perforando su costado izquierdo y haciéndola gritar. Su cuerpo cayó de lado con violencia en un charco de sangre.

—¡Rin! —Shirou gritó, el mundo se detuvo.

Vollbart se llevó una mano al rostro y comenzó a reír. Era una risa descompuesta, rota, embriagada por el sufrimiento que causaba.

—¡Así es! ¡Déjame ver más de esa luz! ¡Desata lo que tienes dentro! ¡Hazlo, Marci! ¡HAZLO!

Pero Shirou ya no escuchaba. Sus ojos, antes encendidos, se habían oscurecido. Una lágrima recorrió su mejilla mientras murmuraba el nombre de Rin.

—Rin...

Su voz se volvió un susurro que vibró con algo más profundo.

—Rin... —repitió, más fuerte.

Y entonces gritó:

—¡¡Rin!!

Una oleada de luz pura brotó de su cuerpo. Primero fue un resplandor cálido en forma de esfera.

Vollbart retrocedió, cubriéndose con el brazo.

—¿Qué... es esto...?

Las paredes temblaron. La caverna se iluminó con una radiación blanca. Shirou se levantó, completamente envuelto en esa luz. Sus heridas se cerraban, y las espadas en sus manos vibraban con una energía salvaje.

—¡Esa luz! —gimió Vollbart, con deseo, pero luego se convirtió en horror—. ¡Esa es! ¡No es la misma luz! ¡¿Qué es esto?! ¡¿Quién demonios eres?!

Shirou se estaba transformando la piel pálida, con marcas rojas y líneas que parecen cicatrices que recorren su cuerpo, especialmente en su torso. Su cabello es corto, blanco y puntiagudo, y sus ojos son amarillos. Su expresión es seria y concentrada.

Viste una túnica oscura, con detalles rojos que recuerdan a líneas o patrones similares a los de su piel. Una faja roja atada alrededor de su cintura. También lleva guantes oscuros en sus manos.

Tiene dos marcas circulares oscuras y brillantes en su torso. La energía púrpura se extiende ligeramente más allá de su cuerpo, creando una atmósfera etérea que lo rodea. Detrás de su cabeza hay un adorno oscuro con forma de filamentos que se curva y se extiende.

Con velocidad sobrehumana, Shirou se lanzó contra Vollbart. El golpe resonó como un trueno, lanzando al villano contra una de las paredes. Cuando se levantó, parte de su rostro estaba cubierto de sangre, pero su sonrisa se mantenía intacta.

—No... ¡No más! ¡Por favor!

Shirou no respondió. Su mirada se volvió hacia Rin, que respiraba con dificultad, el cuerpo temblando.

Un grito lleno de locura se escuchó y, por primera vez, Vollbart tembló.

Glynda, Illyasviel y Jeanne avanzaban a través del bosque.

—No hay señales de ellos —comentó Jeanne, mirando su «scroll»—. Es como si simplemente se desvanecieran.

Glynda asintió sin decir palabra

—Podrían haber sido llevados a algún tipo de instalación oculta —dijo mientras apartaba unas ramas del camino.

Pero antes de que Jeanne pudiera agregar algo más, un estruendo sordo se sintió a la distancia. La tierra tembló bajo sus pies. Todas se detuvieron en seco. Un resplandor comenzó a emerger a través del bosque.

—¿Qué... es eso? —dijo Jeanne, entrecerrando los ojos.

Frente a ellas, a un kilómetro, una enorme esfera de luz explotó sobre lo que parecía ser una colina rocosa cubierta por el bosque. El estallido destruyó por completo una cueva escondida entre los árboles, levantando escombros y polvo hacia el cielo.

Las tres retrocedieron instintivamente por la onda de energía que les golpeó el rostro.

—¡Eso fue... magia! —exclamó Glynda en un descuido.

—¿Magia? —preguntó Jeanne.

—¡Debe ser Shirou! —Illya gritó.

En ese momento, una voz femenina se escuchó de la misma luz.

—No esperaba algo como esto...

La voz era suave.

—Usar la «Counter-Force» para esto...

—¿La «Counter-Force»? —Glynda frunció el ceño.

—Bien... será bueno para que se acostumbre.

La tensión subió. La luz brilló con más intensidad, y la voz habló una última vez, ahora con firmeza.

—Aceptado. El pedido fue aceptado.

—Libérate, Emiya Shirou... «Berserker».

Y entonces, un rugido estalló desde el centro del pilar de luz. No era humano. No era civilizado. Era un grito primitivo, animal y desgarrador.

—¡SHIROU! —Illya gritó con horror. No esperó más.

—¡Illya, espera! —intentó detenerla Glynda, pero fue inútil.

Illyasviel impulsó sus piernas con una fuerza sobrenatural y, en segundos, desapareció entre los árboles, avanzando como un relámpago hacia la fuente de la explosión.

Jeanne tragó saliva. Su instinto le decía que lo que acababan de presenciar no era natural.

—Profesora Glynda... esa voz... ¿qué era? ¿Y por qué dijo magia?

—Eso es un tema... —respondió Glynda, preocupada porque esa palabra se le escapó—. No es importante por el momento.

Glynda ajustó sus lentes, y con un movimiento de su fusta, se disparó también en dirección a la montaña destruida.

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