Fotografía

Las noticias frescas están a la orden del día, pero las que a mí me interesan siguen sin aparecer. 

Encerrada en esta habitación llamada soledad, sentada en mi cama deteriorada por la humedad del abandono, veo como se cae a pedazos la pintura barata de mi felicidad. Inmóvil e impotente, como la Venus de Miguel Ángel, contemplo el espectáculo. Quiero sentir algo en conmemoración y no puedo, no me sale. Solo atino a asomarme por la ventana y veo el show de colores que me muestra el mundo. 

Volteo la mirada y veo como soy parte de una fotografía ancestral, en donde todo es quieto y sin color. Porque irónicamente, la habitación es blanca y mis ropas son negras. Toda esta situación me hace pensar en el proceso que me condujo a esto. De repente me doy cuenta de que lentamente comienzo a sentir, descubro aquellos sentimientos escondidos que no podía divisar cuando era parte de ese mundo technicolor del que ahora no soy partícipe. 

Descubrí que eso que sentí y que siento no es amor, sino un cóctel de cariño, querer y deseo. A la vez, descubro en el baúl de mi mente una caja de colores con la que supe colorear esta fotografía cuando todo terminó, cuando sí o sí debía adaptarme a este nuevo mundo. Ahora entiendo por qué la sonrisa es un ejercicio que no me sale tan bien como antes. 

No soy feliz, pero tampoco soy infeliz. Simplemente soy una persona que a pesar de vivir en un mundo monocromo, siento. Por mis venas corre sangre bombeada por un órgano llamado corazón. Ese baúl cargado de recuerdos es mi cerebro, quien envía a mis suburbios del sur las imágenes y las sensaciones de tu piel desnuda jugueteando con mi cuerpo. Y eso me devuelve el color real. 

Me expulsa a empujones de esta mediocre fotografía y me lleva al mundo de color en donde estás. Me dice que esas noticias jamás llegarán y me obliga a buscarte para saciar este deseo que crece a pasos agigantados, y cuando todo termine, cuando ya te haya hecho el amor hasta dejarte sin fuerzas, volveré a mi mundo, con las manos en los bolsillos, recordando aquellos versos de Neruda que tanto me gustan: "Ya no lo quiero, es cierto, pero cuanto lo quise", para anestesiar el dolor que me provoca volver a esta situación de mierda en la que vivo, que hasta el día de hoy, desconozco como se inició.

Buenos Aires, Jueves 17 de Junio de 2004.

Recuerdo que escribí esto en una clínica. Venía de una ruptura amorosa y estaba cuidando a mi papá internado. Durante ese mes que estuvo hospitalizado, llevaba en mi mochila mi Discman, alguna novelita de Harlequin comprada en Parque Rivadavia para matar las horas, y mi Gloria liso por si pintaba la inspiración. Y salió esto que acabo de encontrar en mi OneDrive.

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