Capítulo 1: Regreso a la vida.
¿Alguien recuerda la primera vez que se ató los cordones? Mucha gente lo olvida, algo tan sencillo y simple, pero Isagi la recordaba bien. Fue su primer paso para convertirse en el mejor delantero, para emprender su gran sueño de llegar a la selección de Japón, lo primero que aprendió a atar fueron los cordones de sus zapatillas de tacos para entrar a ese campo de fútbol.
Hoy, sentado en la tarima del hall de su casa, se ataba unas zapatillas muy diferentes, las normales del día a día para ir a la universidad. En esos días calurosos, él solía ir siempre en pantalón corto, hoy llevaba uno largo para ocultar la cicatriz de su pierna. No era agradable de ver y lo peor de todo era que ni él podía verla. Cada vez que la miraba, lo único que veía era traición, sufrimiento y un sueño truncado.
Los médicos no paraban de repetirle que ya estaba bien, que podía regresar a su vida... ¿Su vida? Como si eso fuera tan fácil. Un año tuvo que estar en ese hospital, yendo todos los días para aprender a caminar de nuevo y ahora, decían de volver a su vida. ¿Qué vida? Su vida siempre había sido el fútbol y ahora no podía regresar, no como antes, no con ese dolor en su corazón por haber fracasado. Su sueño se había desvanecido y uno nuevo surgía: acabar la carrera y pasar desapercibido.
Al terminar de atarse los cordones, se puso en pie y salió de casa. Cambiarse de universidad había sido sólo el primer paso para su nueva vida, para el cambio de aires que necesitaba. Alejado de todo lo que conocía, de sus amigos, de su familia, había alquilado un pequeño apartamento a no mucha distancia y sólo deseaba terminar sus estudios en la mayor calma posible.
Muchos estudiantes caminaban con tranquilidad por la calle en dirección a la facultad. Él había estado el día de antes por allí para saberse la ruta, sin embargo, hoy parecía una ruta diferente. Ayer caminó en solitario prácticamente y hoy, todas las calles estaban llenas de estudiantes caminando en su mismo sentido sin percatarse de él: invisible, así se sentía y, por primera vez en su vida, le gustaba esa sensación.
Siempre había pasado desapercibido, no era el mejor delantero del mundo, de hecho, era bastante mediocre, pero todo cambió en el instituto cuando se unió al equipo y empezó a aprender de sus habilidades. Era un gran controlador del campo pero había alguien todavía mejor que él en su equipo y con mejor físico y base como para aguantar: Rin. De él aprendió a controlar su habilidad para ver todo el campo, para intuir las jugadas, para mandar en el campo sin tener que dar órdenes. Su anonimato desapareció ese día. Las chicas se juntaban en las vallas y gritaban tanto a Rin como a él, todas querían salir con ellos sin ser conscientes de que ya tenían una relación en secreto.
Muchas chicas le propusieron citas y él tuvo que rechazarlas de la forma más cordial que supo, también a Rin le dieron muchas cartas profesándole su amor, incluso más que a él, aunque Rin no era nada suave rechazando a la gente, lo hacía con dureza. Ni siquiera estaba muy seguro de cómo terminaron ellos dos siendo pareja. Ya ni podía recordarlo apenas, pero de una cosa estaba seguro: fue Rin el que inició aquella relación, él estaba acostumbrado a mandar y salirse con la suya. Ahora lo veía pero mientras estuvo en esa relación... estuvo demasiado ciego.
Los gritos eufóricos de las chicas llamó su atención. Él, que desde su lesión evitaba adentrarse por los campos de fútbol cuando había gente, había terminado caminando cerca del campo de la facultad. Las chicas, pegadas a la verja metálica, observaban y gritaban con entusiasmo al ver a los jugadores o más concretamente... al ver a un par de ellos.
Casi por instinto, Isagi se acercó un poco a la verja para ver a los jugadores. Había al menos tres realmente buenos. Uno con una alta velocidad, el otro un gran estratega con buen control pero... uno de ellos resaltaba entre todos por su control y dominio del balón. En su camiseta el número siete a la espalda con el apellido "Nagi" puesto encima del número.
Las chicas se volvían locas, casi todas estaban sonrojadas y hacían gestos a modo de saludo como intentando captar la atención de los jugadores que estaban entrenando. Eso lo vivió él en el instituto, pero ahora, todo había acabado.
— ¿Te puedes creer que sólo lleva seis meses jugando?
Aquella afirmación que llegó a sus oídos hizo que Isagi volviera a mirar al chico que no parecía motivarle en absoluto ese deporte. Su rostro inexpresivo no mostraba ni siquiera que se divirtiera un poco. ¡Seis meses jugando! Era imposible, fue lo que pensó en ese momento. Ese control del balón, cómo mataba su impulso en pleno salto con un simple toque de su pie, los dribles que hacía... la potencia del disparo... ese chico no era normal, si sólo llevaba seis meses jugando y tenía esa precisión, es que era un genio, tenía un don único para ese deporte. ¡No se podía competir contra los genios! Eso lo aprendió él por las malas.
Subiéndose los cascos de música a sus oídos, volvió a caminar alejándose del lugar. Ya había visto suficiente del equipo de Osaka, no necesitaba volver para nada. Recordar sus viejas glorias no serviría, ya no era un jugador, no entraría en el equipo, su rodilla no se lo permitiría y su orgullo herido mucho menos. Perdió su oportunidad en una milésima de segundo hacía ya algo más de un año.
***
¡Desapercibido! Sí, por fin se sentía normal. Allí todos se conocían, hablaban en sus grupos de amigos y él, simplemente sentado en su silla, escuchaba la lección del profesor tomando sus apuntes. Por desgracia para él, el lugar asignado estaba junto a la ventana que daba al único lugar que quería evitar: el campo de fútbol.
Ahora estaba vacío, todos los estudiantes estarían en sus aulas y él no podía apartar la vista de ese maldito campo. Era contradictorio. Deseaba tanto jugar y, a la vez, le daba tanto miedo regresar... quería ver ese campo, sentir la hierba bajo sus pies pero hacerlo sólo le traía malos recuerdos.
Los entrenamientos con Rin eran un suplicio aunque aprendió, aprendió mucho pero... todo eso sólo le condujo a un camino: su lesión, la traición, abandonar sus sueños. Todo su esfuerzo no sirvió para nada.
Al finalizar las clases, volvió a caminar en solitario por los pasillos de la universidad. Observaba a la gente en su grupo de amigos, él no tenía en esa ciudad, pero verlos, le traía recuerdos de sus amigos en Tokio, de Bachira Meguru sobretodo. Con él siempre practicaba y le gustaba jugar a su lado. Él volvía fácil el fútbol. Verle regatear era algo casi hipnótico y divertido. Siempre sonreía en el campo, disfrutaba con el deporte.
Sentado en las gradas haciendo los deberes que habían mandado, esperaba sin mirar a que los del equipo de fútbol acabasen su entrenamiento. Trabajar era un requisito que necesitaba ahora que se quedaba solo en Osaka, no quería que sus padres mantuvieran su estancia allí, así que al ver que solicitaban un ayudante para mantener el campo de fútbol, lo solicitó. Por suerte, fue aceptado y ahora, le tocaba esperar para ordenar y limpiar el campo después de los entrenamientos. Quizá cuando acabase, podría practicar un poco en él cuando se quedase a solas.
***
Con todo el equipo recogido en el almacén, Isagi observó los conos y el cesto de las pelotas. ¿Cuántos entrenamientos hizo con eso? Muchos. Con una sonrisa melancólica y sabiendo que ya estaba a solas y sólo faltaba regar el césped, sacó de su mochilla el uniforme antiguo de su equipo y se vistió. No llevaba las zapatillas a mano, pero al menos, se subió los largos calcetines hasta cubrir la cicatriz de su rodilla y salió tal cual con un balón en su mano.
Puso los aspersores para regar y entonces, se quedó estático un segundo con el balón en su mano, sintiendo el césped humedecerse bajo sus calcetines. Olía a limpio, olía a césped recién cortado. Podía escuchar a la gente a su espalda aplaudiendo para que los jugadores entrasen al terreno de juego, pero todo eso sólo estaba en su memoria. La realidad era que estaba solo, a oscuras y con un campo lleno de aspersores.
Con una sonrisa, corrió hacia dentro sin importarle mojarse y lanzó el balón al aire para recogerlo con su pie. Un golpecito suave y otro, elevando el balón todo el rato e intentando controlarlo. A él no se le daba tan bien como a Bachira, él siempre controlaba el balón perfectamente para hacer sus regates, pero él... no, él no era tan bueno como su amigo, aun así, podía mantenerlo en el aire y ya era suficiente por ahora. Sus cualidades eran otras, el tiro directo y el control de campo, algo que ya jamás volvería hacer. Su control de campo requería jugar con personas y su tiro directo necesitaba de su lesionada rodilla. Elevó el balón con precisión y disparó a puerta.
— Para controlar un balón aéreo, debes hacerlo con la parte interior o exterior del pie, según te convenga mejor – escuchó a alguien no muy lejos de allí, lo que hizo que él parase en seco y observase al muchacho que acababa de llegar.
El cabello empapado de Isagi goteaba y sus ojos mostraban la incertidumbre de encontrarse con alguien a esas horas. Ese chico que había aparecido vestía con un pantalón vaquero, una camiseta negra y una sudadera de cremallera blanca con capucha.
— No debería haber nadie en el campo a estas horas.
— Soy el nuevo encargado de mantenimiento – comento Isagi al reconocer finalmente al chico. Pelo blanco, alto, con un físico trabajado, era sin duda uno de los del equipo de fútbol que vio esa mañana.
— ¿Comprobabas el balón? – preguntó entonces Nagi extrañado por verle allí jugando, más por el uniforme que llevaba, desde luego, no de la universidad de Osaka.
— Algo así.
— No se te da mal – comentó viendo el balón detenido en la portería – ha sido un buen tiro aunque débil. ¿En qué equipo juegas?
— Yo no juego – comentó.
— Llevas un uniforme de... ¿Dónde? ¿Kobe? – preguntó Nagi creyendo que vendría de alguna ciudad más o menos cercana –. ¿Himeji?
— Tokio – comentó Isagi entonces.
— Estás muy lejos de casa. ¿Qué haces aquí?
— Estudiar – dijo sin más –. ¿Qué haces tú en el campo a estas horas?
— Vi luces cuando me iba a casa. Me quedé dormido en el vestuario mientras entrenaban mis compañeros – sonrió ligeramente.
— Te saltaste el entrenamiento.
— Sí, creo que sí. Habían terminado cuando me desperté.
— No deberías saltarte los entrenamientos si quieres ser profesional.
— ¿Profesional? No tengo pensado algo así.
— ¿Y entonces por qué juegas? Todos aquí sueñan con ir a la selección de Japón.
— Juego porque me lo pidieron.
— ¿Y ya está?
— Sí. Reo quiere ganar la copa y yo puedo dársela.
— Suena muy egoísta – susurró Isagi – suena como...
¡Utilizarle! Sonaba a eso pero no pudo decirlo en voz alta. Por algún motivo, esas últimas palabras no salieron de su boca, quizá porque él también fue utilizado para un propósito y desechado como un trapo sucio y gastado cuando ya no hacía falta. A ese chico le harían daño si seguía así, pero no era su problema.
— Terminaré de regar y me iré a casa.
— ¿Pasas bien? – preguntó Nagi al ver que Isagi, empapado como estaba, iba de camino a buscar el balón en la portería.
— Supongo, no se me da mal.
— Entonces dame unos pases.
— ¿Qué?
— Que me des unos pases. Me he saltado el entrenamiento. Podrías ayudarme a mejorar mi control. Jugaste en Tokio, seguramente sabrás más cosas que yo de los equipos que hay allí. Cuéntame algo de ellos, algo con lo que poder ganarles.
— No sé tanto como crees – susurró Isagi – allí... son buenos, son muy buenos, casi genios, como tú. Te he visto esta mañana controlando el balón.
— Ya. Dicen que tengo un don para ello pero me aburre mucho entrenar, sobre todo con mi equipo. Quiero ver qué tienen los de Tokio. Juega conmigo – sonrió el chico.
— Ya te he dicho que yo ya no juego.
— Pero estás aquí, descalzo, en medio de los aspersores con un balón a tus pies. Claro que juegas... lo echas de menos. Juega conmigo – comentó quitándose la sudadera blanca y tirándola a un lado para entrar al campo.
— Ey... vas a...
¡Empaparte! Sí, esa era la palabra, pero al chico no pareció importarle cuando el agua llegó hasta su ropa y su cabello.
— Vamos, Tokio... enséñame qué tienen los de la capital.
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