Capítulo 7, Parte I
Ya había pasado una semana luego de que la policía se llevara el cadáver de Sarah. A pesar de los intentos de Amanda por saber qué había ocurrido a ciencia cierta, Edward se había mostrado reacio a preguntar, como si escondiera algo.
—¿Por qué solo tratan personas con Psicofobiasis? —había preguntado Amanda—Quiero decir, hay más trastornos, ¿no?
—Sí, hay más trastornos —le contestó Edward—, pero usualmente se pueden tratar en casa y los pacientes sólo vienen de vez en cuando. Los que necesitan están internados son mayoritariamente esquizofrénicos y psicofobiáticos —explicó, mientras preparaba aquel raro líquido verde que le inyectaban a Amanda y, suponía ella, a los demás pacientes—. Realmente, esas dos enfermedades son algo similares. Creo que es más por ello.
Después de su salida a la playa, ese era el momento más especial que habían tenido en los días siguientes. Amanda sentía a Edward algo extraño e... inquieto, pero decidió no molestarle. En cambio, optó por compartir más con los amigos que había hecho. Se había pasado los días conversando y riendo con Jason, aprendiendo a dibujar y a hacer manualidades con Rose y explorando los lugares más recónditos del hospital con Amber —lo que, afortunadamente, no volvió a pasar a mayores, sino que las lograban retener antes de llegar a ningún lado—. Aunque sabía que en el fondo todos ellos lamentaban la muerte de Sarah, e incluso ella, que deseó haber compartido un poco más de tiempo con la dulce mujer.
Y, cómo no, optó por convivir más con la pequeña Mary: aquella que se había ganado su corazón de a pocos; aquella que se había robado una bolsa de dulces de las oficinas el día en que Amanda conoció el exterior, a lo cual ella había respondido con una risa eufórica; aquella que era capaz de provocar ternura y medio al mismo tiempo, pero con un corazón noble. A Amanda no le tomó tiempo reconocer que se sentía muy identificada con ella.
Estaba sumida en sus pensamientos cuando Edward llegó. Le dedicó una sonrisa sincera a modo de saludo y luego le pidió que le acompañase.
—¿Vamos a salir de nuevo? —preguntó Amanda con un toque de inocencia y persuasión.
—Ehh, no —respondió él rascándose la nuca—. Hoy es el día de la prueba que te comenté. Creí que lo recordabas...
—Recordar no es algo fácil para mí —soltó ella, algo decepcionada.
—Lo sé —le dijo Edward—, pero si te portas bien volveremos a salir. Tenlo por seguro —declaró, guiñándole un ojo. Amanda sonrió encantada.
Recorrieron los largos pasillos del recinto hasta que llegaron a una parte del hospital que Amanda no conocía en lo absoluto. Subieron por un pequeño ascensor de paredes metálicas y llegaron a su destino. Era un pequeño cubículo divido a la mitad por una gruesa capa de vidrio. Hacia el lado donde se encontraban la habitación tenia la apariencia del resto del hospital. Había un monitor, varias cargas de equipo y un grupo de médicos que dialogaban mientras bebían café. Al otro lado del vidrio había una habitación blanca y acolchada, un par de lentes y más cantidades del líquido verde que le aplicaban a diario con un montón de jeringuillas.
—Ésta es, más o menos, la imagen que suelen tener las personas de los sanatorios mentales —empezó a relatar el médico—. Cuartos con paredes acolchadas, gente gritando por doquier. Te darás cuenta que no todos manifiestan su locura de ese modo, hay algunos que parecen normales y, eso, es mucho peor. —Suspiró—. Bueno, lo que menos quiero es ponerte nerviosa. Tan sólo que te hagas una idea de lo que vamos a hacerte ahí.
Amanda asintió serena, pero en el fondo su corazón latía con la fuerza de mil demonios. Lo bueno era que no quería ponerla nerviosa...
Una puerta al otro lado de la habitación se abrió, por la cual entró Rose junto a una parte del personal. Uno de ellos tomó los lentes y se los puso a la mujer. A cada lado de la montura emergieron unos pequeños trozos de alambre en forma de gancho, los cuales se conectaron a las sienes y los pómulos de Rose. Por otro lado, los médicos tomaron una de las jeringuillas y la llenaron con la sustancia verdosa, pero no se la aplicaron. En cambio, salieron de la habitación con el medicamento en la mano y cerraron la puerta. Rose se quedó parada en la mitad de la colcha sin siquiera inmutarse.
—Ven —le dijo Edward a Amanda, quien se había quedado perpleja frente a la capa de vidrio. Reaccionó y se puso en marcha junto a él. La manera en la que los demás médicos se retiraron para dejarlo pasar le demostró a Amanda que él era, realmente, la persona con mayor relevancia dentro de todo el establecimiento. El hecho de que Edward la tuviera como paciente la hizo sentir importante, o... peligrosa. En todo caso, sabía que no era como los demás. Era como si todos supieran algo que ella no. O, incluso, como si ella supiera algo de lo que nadie más tenía conocimiento.
El monitor se encendió mostrando la imagen de un bosque solitario. Edward le explicó que lo que estaban viendo en el monitor era justo lo que Rose estaba observando en ese momento. Primero mostraban algunos miedos comunes, como el miedo a la oscuridad o a los payasos. De ese modo, los lentes lograban entrar en contacto con el ADN de los pacientes. Una vez lo hacían, la persona podía vislumbrar sus miedos más profundos, que son precisamente con los que jugaba la Psicofobiasis.
Como aquellos pacientes eran antiguos, ya tenían conocimiento previo de sus temores, por lo que Edward simplemente tomó una carpeta, movió un par de veces el teclado y el mouse y presionó un par de botones. De ese modo la imagen del pacífico bosque empezó a cambiar y a mostrar escenarios oscuros, espacios cerrados, amplios mares, entre otros. En todos ellos Rose se mostró intranquila, casi a punto de gritar. Pero los médicos lo tenían lo suficientemente controlado como para cambiar de escenario segundos antes de que a Rose le diera un ataque de pánico.
De cierto modo era cómico ver a una mujer desplazarse con impaciencia por una habitación blanca con un par de lentes puestos, lo que le recordó a Amanda sobre algunos videojuegos de los que había leído: las personas se ponían un visor y, entonces, se movían como idiotas a lo largo de sus hogares tratando de derrotar al malévolo monstruo que había raptado a la princesa, o de huir de un ejército de ninjas que querían atraparlos. La imagen de Rose no se distanciaba mucho de ello, pero la diferencia era que no disfrutaba, porque trataban con cosas que realmente la afectaban y que podía evidenciarse en el monitor: eran tétricas, nauseabundas, hostiles.
Entonces, Amanda comprendió que la vida misma era un juego: una partida ridícula en la que muchos podían vencer, pero muchos otros podían agotar sus oportunidades y acabar en el intento. ¡Sí que eran imbéciles los humanos! Pues estos actuaban como lobos que huían despavoridos de los cazadores, pero que al mismo tiempo iban a dar caza a aquellos que consideraban débiles; pues se quejaban cuando alguien les hacía daño, pero no les importaba pasar por encima de otros para lograr sus cometidos. Si había una fuerza que mantuviera a todas las personas sujetas al mundo ésta no era la gravedad, sino la hipocresía.
Y fue por andar sumida en sus pensamientos que no se dio cuenta del momento en el que Rose empezó a gritar mientras arañaba la capa de vidrio, o lo que Amanda creía que era vidrio. Edward apagó el monitor de golpe sin darle tiempo a ver que había ocurrido. El mismo personal que había salido anteriormente entró con Rose y la empezaron a tranquilizar. Uno de ellos le aplicó la sustancia extraña en el brazo derecho y, pasados unos minutos, volvieron a salir.
—¿Qué sucedió? —dijo Amanda con nerviosismo.
—Pues, la última imagen que viste en el monitor es... básicamente... la razón por la que Rose entró aquí. —Amanda asintió, pero en su interior se preguntaba: ¿Cuál imagen?—. Eso es lo malo de esto, los lentes hacen contacto en cualquier momento y usualmente nos toma por improvisto. La idea es no alterar a los pacientes, así que cuando entramos en contacto lo dejamos unos segundos y retiramos la transmisión. Ahora, lo que hacemos es aplicar el medicamento, ponemos un tiempo fijo y la persona debe ver completamente borroso, e incluso nada. Eso es básicamente lo que hace el levevoxcimarahyquetam. —Ahora que ya sabía que era, Amanda prefería seguirlo llamando "líquido verde"—. Inhibe los neurotransmisores que envían las señales de ataque, ansiedad, temor y cosas por el estilo.
Después, Edward le preguntó a los demás y decidieron ponerlo por un minuto. Programó el monitor y entonces la imagen volvió a surgir. Esta vez era una playa, la cual ante los ojos de Amanda se veía increíble. El cielo era azul, tal como Edward le había contado. La viveza de la imagen era tan genial que parecía real. Pero esto, definitivamente no era algo bueno, porque los médicos se acercaron al instante con caras de preocupación.
—No puede ser... —dijo uno de ellos.
—¿Qué pasa? —inquirió Amanda. El contador iba en cincuenta y dos.
—Lo que te dije —soltó Edward—. La imagen debería verse borrosa. ¿Están seguros de que aplicaron bien el medicamento?
Amanda escuchó que los médicos asentían, mientras que en el monitor se formaba la imagen de un pequeño niño jugando cerca a las olas
—¿Billy? —dijo Rose, casi llorando.
—Déjalo un poco. A veces tarda en hacer efecto... —exclamó una de las enfermeras, pero Amanda pudo notar en el rostro de Edward que él ya sabía algo.
En el monitor, la imagen se empezó a acercar cada vez más al pequeño, y Amanda notó que esto era porque Rose había empezado a caminar por la habitación acolchada. El pequeño empezó a gatear en dirección al mar embravecido, a lo cual Rose reaccionó con un grito y salió corriendo hacia el cristal antes de comenzar a arañarlo, justo como había hecho hace unos minutos.
—Sáquenla —espetó Edward—. ¡Sáquenla ya!
En el monitor se apreciaba como Rose empezaba a correr detrás de Billy, pues la imagen empezó a agitarse arriba y abajo con brusquedad. Poco a poco, una ola se alzó por lo menos unos seis metros de altura, antes de cubrir a la mujer y al pequeño.
—¡No! ¡No! —empezó a gritar Rose desesperadamente— ¡Billy! ¡Billy! Por favor, Billy no. Ven aquí. No. Billy. No te vayas. ¡Billy! —terminó de gritar, alargando la última "y" con la voz desgarrada. Después, empezó a golpear su cabeza repetidas veces contra aquello que parecía vidrio y a hacer ruidos como si se ahogara, justo en el momento en que los médicos entraron a la habitación. Amanda contemplaba aterrada la escena mientras el cristal se teñía de sangre. Apartó la vista y la dirigió al monitor, pero fue mucho peor. En la imagen se podía ver a un pequeño de unos cuatro años en el fondo del océano siendo masacrado por un ejército de tiburones y un par de manos que se agitaban débilmente sin poder hacer nada: era Rose, tratando de salvar a, lo que Amanda suponía que era, su hijo.
Los médicos le quitaron a Rose los lentes en el momento en que el agua de la imagen se empezaba a difuminar de rojo. Sin embargo, ésta aún seguía atacando, gritando y estirando sus brazos como si nadara, mientras permanecía con los ojos cerrados. Con un par de arañazos y golpes bruscos logró zafarse del par de médicos que la sujetaban y volvió a dar contra la capa transparente que dividía el cuarto para quedar justo en frente de Amanda. Cuando lo hizo, abrió los ojos cubiertos de llanto y susurró:
—Billy.
Se quedó viendo a Amanda aún llorando. Entre otro par de médicos la sujetaron y le aplicaron un tranquilizante. Aún repetía inconsciente el nombre del infante mientras se la llevaban. Lo bueno era que no querían ponerla nerviosa, se repitió.
—¿Qué... —logró decir—. ¿Qué fue eso?
—Antes de que Rose ingresara aquí —relató Edward—, casi pierde a su hijo en un accidente. —Se relamió los labios—. Fue tal cual como lo viste: Un día de playa, felicidad... y luego, ¡zas! El pequeño Billy se adentró en las olas. Rose salió corriendo detrás de él y no pudo hacer nada. Afortunadamente los guardacostas si pudieron y los salvaron a ambos, pero desde entonces el mayor temor de Rose fue perder a su hijo. Lo protegía demasiado, lo encerraba en su habitación y nunca iba a ningún lado si no era con él... —continuó diciendo—. Llegó el punto que cada vez que lo veía se comportaba así y se aferraba a él con tanta fuerza que llegaba a hacerle daño y a dejarle las uñas marcadas en los antebrazos. Luego la internaron aquí. Aparentemente iba bien, pero... ya viste lo que ocurrió.
—¿A dónde se la llevan?
—A máxima seguridad —contestó y a Amanda le dio un pequeño vuelco en el corazón—. Para eso hacemos esto, cuando la persona no tiene reacción alguna del medicamento no hay nada que hacer. Es mejor mantener a Rose aquí que dejarla ir por las calles. Podría ir masacrando niños por doquier sin siquiera darse cuenta. —Suspiró—. No nos ocurre esto muy seguido, pero cada vez que pasa es terrible...
Amanda volteó a ver a los médicos que se llevaban a Rose. Mentalmente se despidió de una de las amigas que había hecho en su corta estancia en el hospital. No habían compartido mucho juntas, pero si lo suficiente para saber que Rose no merecía estar con todos aquellos de máxima seguridad. No la imaginaba pasando noches en vela mientras le pedía al cielo por su hijo, y mucho menos atacando a inocentes como el hombre calvo que se le abalanzó en antaño. Una nueva vida aguardaba a Rose, y no precisamente una muy agradable.
Siguieron pasando más pacientes que aprobaban el examen con éxito, pues luego de que les aplicaban la sustancia verdosa en el monitor se apreciaba una imagen tan borrosa que era imposible distinguir algo. Aunque a unos dos pacientes les ocurrió lo mismo de Rose, la mayoría pasaban sin problemas. Sin embargo, Amanda prefería no prestarles mucha atención. No era su obligación conocer los pasados oscuros de todas las personas si ni siquiera conocía el suyo propio.
Decidió evadir todas esas trágicas historias de vida, y así lo hizo, hasta que llegó el turno de la paciente Amber Reeve.
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