Capitulo 8


—Buenas noches, Renata. —se acercó a mí con un sobre, me la iba a entregar cuando sus ojos se encontraron con los de Gil. El tenso ambiente hizo que mis vellos se erizaran. Nada bueno parecía salir de este encuentro.

Parpadeando estúpidamente, alcé la vista para encontrarme con Leo deslizándose hacía mí. Aunque estaba vestido implacablemente, ni siquiera la elegancia de su traje podía ocultar su aspecto desalineado típico de un hombre trabajador, pero en lugar de parecer menos apuesto: sus cabellos despeinado su ropa arrugada, lo hacían extremadamente tentador. Aunque había que admitir que el que fuera él era más encantador.

—¿Q. Qué haces aquí? —pregunté, pocas veces venía a mi casa y esperaba dentro como hoy. Como mi tutor el poseía un juego de llaves de mi casa, pero casi nunca las usaba, solo cuando había un asunto importante en medio.

—Renata, estaba esperándote. Tu amiga me mandó este sobre para ti. Dijo que era urgente. — su mirada se fijó en Gil y frunció el ceño. —¿Quién es tu amigo?

—Sólo estamos haciendo negocios. —lo corregí, evitando mirar al íncubo. Amigos, no podíamos definirnos así realmente. Un amigo no me manosearía ni usaría su poder follador conmigo. —Gracias por el favor.

—No hay de qué. —se encogió de hombros. —Sabes que puedes contar conmigo.

—Sí —mi mente se perdió en lo que había sucedido hoy en la tienda, pero decidí no comentarlo. No Valia la pena seguir mortificándome por un "padre" que no me quiere.—Así es.

—Así que, ¿quién es tu amigo de "sólo negocios"? —casi podía decir que Leo estaba escaneando a Gil con la mirada.

—¡Que grosera soy! —dije con sarcasmo. Por un momento estuve tentada a dejar las cosas así, pero no creo que eso cumpliera con los protocolos de modales. —Gil, éste es Leo Foster; mi tutor y profesor de inglés, éste es Gil... —mi voz se arrastró con incomodidad. —Gil, a secas, creo.


—Con el primer nombre basta, querida, ya está bien. —el profesor sonrió. Su sonrisa se desvaneció cuando vio el rostro de Gil. —¿Tienes algún problema?

Lo miré con sorpresa. Una oscura sombra atravesó el rostro del íncubo.

—¿Qué quieres cerca de Renata? —sus manos se dirigieron a mí, las puntas de sus dedos temblaban. Es la primera vez que veo este lado hostil de Gil.

—Cuidarla. —respondió Leo, su expresión indicaba que ni siquiera valía la pena preguntar. —Ella me necesita, no puedo dejarla sola. —me sorprendí ante sus palabras. Me miró con cariño, pero había cierta rigidez en sus ojos, adonde no llegaba su sonrisa.

Gil resopló cortadamente.

—Ella no te necesita cerca. No tienes suficiente alma para cuidarla. —miró al profesor amenazadoramente, los bordes de su piel se desdibujaron por un momento. Parpadeé. Estaba a punto de atacar.

Mierda. Yo no sabía cómo se veía un íncubo o que tan fuerte podría ser en realidad, pero, a juzgar por la oscuridad que escurría de su nuca, no era algo demasiado humano.

—Es suficiente. —solté con voz relajada y tranquila, como lo haría una entrenadora de bestias. Me interpuse entre ambos, apretando cautelosamente la protuberancia de la muñeca de Gil con un pulgar.

El íncubo dio un respingo por mi contacto, pero su atención permaneció fija en Leo.

—Tus sentimientos están vacíos. —masculló Gil, viendo al otro hombre como si hubiera encontrado los restos de algo muerto. Se desprendió de mi agarre con una sacudida; sus ojos volvieron a oscurecerse y las líneas de su cuerpo se prepararon para atacar. —¿Dónde está?

La cara de Leo permaneció impasible. Pero yo, a estas alturas de la conversación, no entendía nada.

—La última vez que la vi fue cuando huyó con tu hermano.

Gil gruñó, era obvio que no le creía.
Di un paso atrás sin entender. ¿De quienes estaban hablando?

De pronto, Gil se carcajeó.

—También estás haciendo un trabajo de mierda con Renata. Has perdido el talento que tenías. Ten un poco de dignidad y sigue con tu vida.

La boca de Leo se aplanó en una línea de amargura ante sus palabras.

—Querida. —dijo pasando a un lado mío hacia la salida. —Volveré después para ver cómo te encuentras.

—Espera, ¿de qué estaban hablando? —lo tomé del brazo deteniéndolo.

—Te lo contaré después. —se safó de mi agarre y se fue.

Me encogí de hombros con impotencia cuando lo vi atravesar el umbral de mi puerta. Y luego jalé a Gil de la camisa con un gesto glacial hasta la sala. Él no se iba a escapar de esto. Necesitaba respuestas y él iba a darmelas.

—¿Qué acaba de suceder?

Él guardó silencio mientras lo guiaba hasta mi sillón azul, pero la furia que emanaba de él me hacía querer estar en mi cuarto escondida bajo las cobijas. De todos modos, el miedo no me impidió volver a abrir la boca, me atuve de aquello de "ya que estamos en el baile, bailemos"

—¿Conoces a Leo? —miré a Gil con la incomodidad arremolinando en mi vientre.

—Claro. —frunció el ceño, sus labios se curvaron por la risa. —¿Lo descubriste tu sola?

Mordí mi labio enojada. Me estaba tratando como una estúpida.

—Por supuesto Gil. Por cierto, la gente amable se deja de rodeos y dice las cosas directamente. Es diferente a mirar con lujuria desde una esquina, enojarse con mis conocidos y hacerse el misterioso.

—Tu primer error fue suponer que yo era amable. —gruñó, empujando un mechón de cabello que le cayó en la frente.

Me reí tratando de ocultar como me había afectado su hostilidad.

—Si, realmente venir e invadir mi mente y tratar de fornicarme hasta dejarme sin sentido no es amable.

Sus ojos se vaciaron de luz, volviéndose oscuros y sin vida. Repentinamente deseé haber permanecido callada. La anterior actitud de coqueteo y de bromas con la que habíamos estado conviviendo se desvanecieron, dejándolo frío e intocable. No importaba que tan hermoso fuera, tenía que recordar que la persona con la que estaba tratando no era humana.

—¿Qué pasa? —pregunté.

Si boca se perfiló, serpenteando cómo una apretada línea de enojo.

—Tú. Eres una maldita ignorante.

Parpadeé. El culpable de que fuera así era de ellos y eso me hacía enfurecer más. Al final, lo único que tendré por meterme en los asuntos de otros es una mierda llamada "abandono" "ingratitud"

—Tal vez, pero al menos no soy una idiota arrogante. Y no soy tan estúpida como crees. De cualquier modo, que tengas una linda velada. — di un paso atrás para que pudiera irse. Estaba harta de tratar de resolver su enigma que no me incumbía.

Se levantó de golpe, agarrándome la muñeca.

Su rostro no tenía ninguna expresión, como la parte lisa de una roca, pero su presencia se escurría sobre mi como una cadencia de peligro.

Retrocedí, acariciándome la muñeca donde sus dedos habían dejado un cálido cosquilleo.

Me miró con furia, pero yo me negué a desviar la mirada ignorando el repentino temblor de mis rodillas.

—Por amor a todos los demonios, ¿por qué eres tan curiosa, Renata?

—¿Por qué tú me planteas dudas que quiero resolver? —respondí. —Después de todo yo solo soy una simple mortal.

Sus fosas nasales destellaron.

—Estoy harto de jugar, Renata. Esto acabó aquí.

—Si, quieres acabar con esto porque tu original magia de seducción no funciono, ¿o sí? —dije, tratando de poner las piezas en orden lentamente. Pero, era algo imposible, realmente no poseía ninguna pieza de este puzzle.

—Oh, si funciono. —murmuró —A lo mejor demasiado bien.

Me pasé una hebra de cabello suelto detrás de la oreja.

—Bueno, no estoy segura de ello. Evidentemente no me tienes a tus pies, si eso era lo que querías. ¿Eso es lo que te tiene tan encabronado? Tu encanto... —moví mis dedos frente a él —no funcionó y ahora estas parloteando.

Me hizo a un lado los dedos con un golpe seco.

—Eres más idiota de lo que pensaba. Me sorprende que hayas vivido tanto tiempo.

—Jódete. —canturreé con fingida dulzura. —Dé-ja-me-ir.

Los ojos de Gil centellaron oro, pero me soltó. Mi mirada se detuvo en él, algo me dolía mientras estudiaba su rostro. Sus asuntos, fueran los que fueran, no tenían nada que ver conmigo tanto como él los estaba manejando.

—Deberías de dejarte de rodeos y decirme que diablos estás hablando.

—Mi hermano está desaparecido. —dijo de golpe.

Exhalé lentamente. Ese ya era un comienzo.

—¿Cómo es que eso me incumbe?

—No te incumbe. —dijo con brusquedad e irguiéndose. — No del todo, pero eres la única opción que tengo.

Suspiré y retrocedí otro paso.

—¿Sabes qué? Estoy harta de tratar de adivinar de que estas hablando... Gil, si es que ese es tu verdadero nombre. Si necesitas ayuda pídela. Si quieres seguir pareciendo un personaje trágico, meditabundo y peligroso guardártelo, porque yo ahora mismo no tengo paciencia para esto.

Dio unos pasos hacia mí. Por un momento no dijo nada y después suavemente subió una mano por mi espalda baja, al mismo tiempo que su cuerpo se apretaba contra mí. Sus ojos capturaron los míos igual de hirvientes que el carbón en el fuego.

—Eres una soñadora, Renata. Yo podría beberme tus sueños como si fueran agua. —inhalo como para absorber mi esencia. —Te puedo poner más caliente de lo que nunca has estado. Te puedo hacer liquida y húmeda y saciarte por completo, para que cada suspiró sea de placer, para que cada centímetro de tu piel tiemble del gozo, para lo único que puedas hacer al despertar es agonizar de placer.

—¿No habíamos hecho ya esto anteriormente? —tragué saliva débilmente, pérdida en el halo de luz dorada de sus ojos. — ¿Qué quieres a cambio?

Acarició mi cara con su nariz, sus labios rozaron mi oreja.

—Tu ayuda para encontrar a mi hermano. Regálame tus sueños y los haré realidad. Todas las noches, por el resto de tu vida.

—Y en ese momento me matarías, no gracias. —lo empuje con las manos por la altura de la cintura de su Jeans.

De pronto un ataque de cordura me atacó. ¿En qué momento fui a permitir que mi relación avanzará tanto con un tipo como él? Normalmente toda la gente que se acercaba a mí era rechazada rotundamente. Así que, aunque odiaba admitirlo, Gil tenía razón, había caído en su hechizo.

—Nunca te haría nada, joder. No a ti. —sus palabras erizaron mi piel. No parecía mentir. Estaba diciendo la verdad y, sin embargo, sonaba tan intrigante. —Necesito encontrar a mi hermano antes de que... —hizo una pausa amarga —antes de que lo maten. Y tú estás más relacionada de lo que crees.

Suspiró. Casi sentí lástima de él. Casi. Eso no cambiaba el hecho de que no podía ayudarlo si no me decía lo que estaba pasando.

—¿Yo o la gente a mi alrededor? ¿Conoces a Leo? —recordé la breve charla que tenido y aproveché para interrogarlo ahora que se encontraba menos a la defensiva.

—Tu profesorcito fue la última persona que vio a mi hermano y él también lo está buscando para seguramente eliminarlo.

Contuve la respiración. Sus palabras no coincidían con la imagen del amable profesor que conocía.

—¿Por qué haría eso?

—Es nuestro trabajo. Y no diré más hasta que prometas que me ayudaras. Te necesito, Renata.

Abrí la boca, las palabras de negación se esfumaron bajo la dureza de su frase. Lo decía en serio. Y sus palabras me habían convencido, sobre todo el comportamiento anormal de Leo y sus palabras... Algo me decía que realmente estaba más relacionada en esto de lo que quisiera.

—Está bien. —dije con la voz quebrada. Me quedé ahí, indecisa entre pelar o volar, escuchaba en mis odios cada débil latido de mi corazón.
Tomó mi muñeca y sus fosas nasales aletearon. Tal vez detectaba mi debilidad; mis problemas para dormir, el límite podrido del hartazgo que experimentaba en mi día a día, el hecho de que estaba completa e irremediablemente perdida.

—¿Quién eres? —pregunté en voz alta.

Se estremeció, pero no contestó. Por hoy, es todo lo que pude saber de él. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top