3 | Tres
| Albinos por doquier |
Nakahara Chuuya estaba educado para obedecer a sus superiores, es decir, los alfas, en cualquier situación que pudiera enfrentar. Estaba acostumbrado viviendo en la mansión frecuentemente visitada por sus familiares, pero el extraño y molesto sentimiento que le abordó en ese asiento de copiloto era diferente a lo que antes había sentido.
—Es bueno ser un alfa en esta ciudad, hasta donde sé es una de las más apegadas a la jerarquía —platicaba al volante el albino con una sonrisa divertida—. ¿Ves los beneficios? Ni siquiera tengo edad para manejar, pero si me detiene un policía simplemente debo decirle cómo me apellido y saldrán corriendo. —Las carcajadas que llenaron el lujoso auto fueron altas y amargas, en contraste a su burla.
El pelirrojo no contestó, se mantuvo pegado a la piel del asiento y abrazó la mochila junto a su pecho. Seguía teniendo miedo de que compartiera su secreto, era una de las razones por las que le acompañaba.
—No seas así, Chuuya, ya me disculpé por lo de antes —pidió con el tono cansado y le miró de reojo—. Solo quería divertirme, no tengo mucho que hacer desde que me mudé a la ciudad, además, fue una coincidencia que conociera tu secreto —mintió. Él le había seguido los pasos más de una vez, guiado por su infinita curiosidad.
—No sé cómo quieres que actúe con un desconocido. No suelo tener mucha interacción con mis compañeros de clase —contó tranquilo, observando por la ventana.
—¡Seamos amigos! —propuso el albino con alegría, orillando el auto para detenerlo en la calle vacía—. No tengo ninguno y me enamoré del único que tuve en mi infancia, ahora ya no puedo verlo, ¿no te parece triste?
Chuuya se puso nervioso de inmediato. No podía tener amigos cercanos, era una de las reglas, ni siquiera conocidos, pero como ello era inevitable no había mucho por hacer.
—No puedo —simple respondió negando—. No sé que tanto sepas de mi situación, no puedo arriesgarme aunque seas un alfa —aclaró, siendo asertivo.
Nikolai bufó con molestia y se recargó de manera descuidada en su asiento.
—Ser un hijo no reconocido por su propia familia debe ser duro, y más si es un omega entre alfas. —Parpadeó un par de veces con aburrimiento.
A su lado, Chuuya muy impresionado por sus palabras le miró con sus azulinos orbes muy abiertos.
—¿Cómo sabes que soy un o-omega? —preguntó asustado, encajando sus cortas uñas en la tela de la mochila.
El alfa le miró entonces, también sorprendido por ciertas razones, luego sonrió con ganas.
—Hueles a vino tinto, cariño, uno muy amargo, por cierto, pero es agradable para mi. ¿No lo sabías? —Comenzaba a tomarle la mano a la situación, más al verle el rostro impasible a su acompañante—. Bueno, por tu reacción, no lo sabías, pero no te preocupes, dudo que alguien en esa escuela lo note...
—¿¡Se supone que las razas ya no existen!? —exclamó el de la figura delagada y baja, acercándose al alto en el asiento. Se le veía nervioso.
Nikolai rio al escucharlo y Chuuya retrocedió al saber que se estaba riendo de él. De toda su ignorancia; aunque no era su culpa, le habían obligado a vivir bajo ella hasta esa edad.
—Es una larga historia, Chuuya, puedo contartela en otra ocasión si gustas, por ahora te llevaré a casa antes de que sea más tarde y recibas un regaño por mi culpa —tras decir, encendió de nuevo el auto con un aura despreocupada.
Sin poder objetar o alegar por una respuesta, el pelirrojo se recargó de nuevo en su lugar pareciendo más asustado que de costumbre.
Despues de dejarlo dos manzanas atrás como había prometido Nikolai, Chuuya entró por la puerta trasera de la casona tradicional con las manos temblorosas, y lo primero que observaron sus ojos fue a dos infantes corriendo de un lado hacia otro, que no tardaron en ponerle la mirada encima.
Aunque no fuese más importante que la plática del albino, tenía algo más importante que atender por el momento.
—¡Ah, Chuuya, que bien que llegaste! —llamó el rubio con una sonrisa alargada.
—¡Ven a jugar con nosotros! —pidió el castaño con alegría.
Taro y Min de diez años, eran de los familiares más jóvenes que los Inoue tenían. Hijos de Tadashi y Ryounosuke, respectivamente. Sin embargo, que fuesen pequeños no quería decir que fuesen tolerantes con la educación que sus tíos habían impartido en sus hijos.
—A-ahora no tengo tiempo. Tengo mucha tarea —justificó el pelirrojo, caminando lentamente hasta la entrada de la casa, pisando el césped con cautela.
—No mientas, Chuuya, ¿que podrían enseñarle a los fracasados como tú en esa escuela pobre? —atacó Taro, haciendo reír a Min a carcajadas.
—Mi papá dice que no debo juntarme contigo, pero también dice que soy una persona amable, así que te estoy haciendo una favor —alegó el que reía a gana suelta.
Repetían, repetían y repetían los insultos que antes habían escuchado por los pasillos de esa casa.
Huyó, como nunca antes, sabiendo que si se lo decían a su abuela su padre sería castigado, no obstante, lo hizo sin pensar afectado por las palabras de su compañero alfa.
Entró a la casa y corrió con los zapatos puestos, mientras los pequeños le seguían entre risas como si fuese un juego. El que lo alcanzara lo molestaría primero, esas eran las habituales reglas.
Su habitación estaba en un lugar recóndito de la casa y la de su padre a un extremo; siempre que sucedía aquello tras todos esos años iba en busca de su padre, porque este no se guardaba las palabras y no le importaba, regañaba a los chiquillos de la peor forma que encontraba, mas, por esa ocasión, huyó directo a su habitación en busca de que nadie lo observara más.
Sus pies no se detuvieron, los pasillos estaban a su favor y pronto perdió a sus primos, pero en el momento menos preciso, se chocó con una persona y tanto ella como él cayeron al suelo por el impacto, junto con ellos, un par de objetos también lo hicieron.
—Lo siento, lo siento... —Lo primero que hizo fue disculparse poniendo la frente pegada al tatami.
—No, no, yo lo siento tanto, no te vi y... De verdad lo siento...
Al escuchar que la otra persona también se disculpaba levantó la cabeza enseguida. No conocía la voz de ningúna parte y le fue extraño.
Tenía algún imán con los albinos en aquel día, porque el muchacho de heterocromáticos orbes también lo era como el ruso transferido.
—Lo lamento tanto, es mi primer día y estoy perdido...
Chuuya negó. Al verle las ropas blancas comprendió que era el sustituto de alguna otra enfermera que su tío había hechado como un perro al ofender a la abuela, aunque poco le tomó para entrar en pánico al escuchar las vocecillas de Taro y Min acercarse, y como si fuese una película de terror, miró al enfermero para concluir:
—Eres un omega.
Casi al instante, le tomó de la mano sin decirle nada y comenzó a correr está vez en compañía del otro que no entendió, pero debido a su estatus y las reglas de esa casa, se dejó llevar.
Al llegar a la habitación que estaba buscando, abrió la puerta corrediza enseguida y se metió dentro, soltó al enfermero y cerró poniéndole el seguro como un rayo, luego, se alejó con la respiración herratica y ocupo lugar en el suelo al dejarse caer.
—D-disculpa, ¿qué está sucediendo? —cuestionó el otro nervioso y también cansado.
—Lo siento tanto, pero debías esconderte o te molestarían. De verdad, trata de evitar a la familia o te harán crueldades —advirtió, recordando caída humillación hacia él. Definitivamente no deseaba que alguien más lo viviera.
—También me lo dijeron afuera, pero necesito el dinero para mi familia —contó de repente, avergonzado, y con calma se sentó también sobre el tatami junto a Chuuya—. Gracias.
—Cuidarás de la abuela, ¿cierto? ¿Cuál es tu nombre? —amable quiso saber recuperando el aliento.
—Nakajima Atsushi, y sí, a partir de hoy soy el enfermero de Inoue-sama. —No hacia más que ponerse nervioso desde que llegó a esa casona.
—Soy Chuuya, lamento que nos hubiéramos conocido de esta manera. Cada que tengas un problema o desees esconderte, puedes venir a verme y utilizar esta habitación, nadie viene a esta parte de la casa —dijo, para ayudar al joven al menos con su estadía que sabía, no sería fácil.
—¿Chuuya? —pronunció el mayor confundido—. Ahora que lo recuerdo, Inoue-sama me dijo que no me acercara a usted. —Decaido por su primer error, Atsushi se vio desanimado.
—Bueno, la abuela no tiene que saberlo. —Por primera vez en su vida, tenía la fuerza para ir en contra de su familia, aunque fuese con el pequeño detalle de ayudar al enfermero.
Era la primera vez que lo veía y por algún motivo sentía confianza. Posiblemente porque no pertenecía a la familia y no era un beta creyéndose un alfa de clase alta como sus compañeros.
El enfermero por su parte, estaba muy agradecido con el pelirrojo. Había aceptado el trabajo por necesidad y esa casa le hizo sentir insignificante. A sus veinticuatro años nunca había sentido tanta confianza con el que creía, era un alfa.
—Gracias —volvió a decir tras un momento.
Tras dos semanas transcurridas lentamente, Chuuya se encontraba en el mesabanco que siempre ocupaba en aula de clases en medio del receso. Movía sus dedos sobre la madera como acto involuntario y su mano en su mentón decían más cosas de las que podría haber dicho.
—...Y entonces la soda explotó en el auto del profesor... ¡Lo hubieras visto! Estaba tan asustado porque no sabía que estaba sucediendo y...
Nikolai hablaba como si fuese a acabarse el mundo con sus mil y un anécdotas extensas y casi sin fin. De esa manera había sido todo el tiempo junto al pelirrojo, mostrándose como en verdad era: un payaso que gustaba de hacer bromas.
El Nakahara no estaba harto, por fortuna era tolerante a los estúpidos y por extrañeza aceptaba que el transferido le caía bien. Su compañía era agradable, le hacía sentir menos solo y ese fue un aspecto que creyó, no le faltaba a su vida. De igual manera, no era como si pudiese alejarlo cuando los compañeros y la maestra estaban sorprendidos de su "amistad", porque seguía siendo un alfa, el único en esa escuela, y si por algún motivo le ofendia, la única persona afectada sería Chuuya, y no por Nikolai, sino por las reglas de la institución. Así que básicamente, estaba atado de manos.
—¿Tienes tiempo el sábado? —de pronto inquirió al terminar su graciosa y al mismo tiempo cruel historia—. Hay una fiesta...
—No puedo —enseguida interrumpió, recogiendo con calma lo que había quedado de su almuerzo para limpiar el mesabanco.
—Ni siquiera he terminado y siempre dices "no puedo". —Rio el ruso.
Había algo que Chuuya no entendía del albino, y era exactamente: ¿qué hacía él en una escuela para betas? Era un enigma que no se atrevía a cuestionar al no tener el derecho, sin embargo, además de su personalidad, su extrañeza llamaba su atención como nunca había hecho otra persona en lo que llevaba de vida. Nikolai ni siquiera había vuelto a tocar el tema de que era un omega ni la "larga historia" de porqué lo sabía, y mucho menos hablado de su situación personal.
—Solo digo la verdad —justificó el pelirrojo, levantándose para caminar en dirección de la puerta.
—Será divertido. Imagino que nunca has ido a una fiesta —siguió el otro, alcanzándole con sus mismos pasos.
Chuuya negó al salir del aula, el corredor de ese segundo piso de estaba vacío, así que se sintió más relajado al saber que nadie la pondría la mirada encima a casua de su peculiar y parlanchín acompañante.
—Será tu primera vez entonces, no es emocionante, además, necesito un acompañante para mí otro objetivo —soltó, viéndose incapaz de convencerlo si no le daba alguna pista que le motivara.
—No debo meterme en problemas —dijo, resignado. Una parte de él se sentía motivado, pues era joven e imposible que no le llamaran la atención ese tipo de eventos, pero la otra mayor parte se negaba con todas sus fuerzas, y esta última le ganaba todos los duelos.
—¿No quieres saber sobre mi segundo objetivo? —preguntó, acorralándolo junto al bote de basura cuando el menor en estatura dio la media vuelta—. Es por mi amigo, el chico del que me enamoré.
—Lo siento, pero no me incumben tus asuntos... —trató se seguir negándose.
—Te contaré porqué sé que eres un omega —ofreció, interrumpiendo y ganándose toda la atención del bastardo Inoue.
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