2 | Dos

| Cómo borregos al matadero |

El vientoso clima revolvía con insistencia la basura de un pequeño bote en aquella escuela media, mientras que los alumnos atendían sus clases dentro de la estancia, y Chuuya, estando junto a la ventana con la posibilidad de distraerse, no perdió la oportunidad en ese segundo piso.

—La historia de la jerarquización es muy basta, hay que comenzar a conocer mucho más de lo que se ve a simple vista —hablaba la profesora, caminando de un lado hacia el otro dando la clase que le correspondía: historia de la humanidad.

Desde muy jóvenes, los individuos recibían la disciplina necesaria para cohexistir en la sociedad, enseñándoles que mientras vivieran, no debían ser rezagados, sino apoyar su estilo de vida. Con mayor razón en su actualidad, mientras el mundo estuviera dividido en opiniones contrarias; el lema era, "educa a las nuevas generaciones".
Sí, siempre y cuando el sistema estuviera estructurado en base a la jerarquía, a las autoridades no les convenía que su contraparte les ganara el duelo, y con facilidad llevaban la educación en su conveniencia por mantenerse con el hueso en la mano.

—Alfas, betas y omegas vivimos en este basto mundo, debemos comenzar a aceptarlo como nuestros antecesores para vivir en armonía —seguía contando. Solo una cuarta parte de ello llegaba a los oídos de los desinteresados, mientras que los de la primera fila, anotaban con fervor cada palabra dicha.

Para la nueva generación, ¿que se suponía que era un alfa, un beta y omega? La única conclusión que podían derivar de todo aquello era la jerarquización que hacía más ricos a unos y más pobres a otros. Representaban únicamente mitos y leyendas que no podían tomar como su patrimonio, porque no había manera de comprobar su completa veracidad, sobre todo, les avergonzaba.

Historias sobre el triunfo de una raza sobre otra, anectodas asquerosas en donde el débil era privado de sus derechos y humillado por intentar convertirse en un ser humano.

Y a pesar de todo ello, la ideología marcaba cada pensamiento, que más que ser bueno o malo, pertenecía al pasado y al presente.

—Todos aquí somo betas, ¿no es cierto? —más que cuestionar, afirmó olvidando un dato importante—. Por ello, nuestros familiares nunca han experimentado un acercamiento más allá de lo laboral con un alfa y jamás se han encontrado omegas. Es decir, no nos combinamos con las otras dos razas...

—Es demasiado estúpido para ser verdad. —Una tranquila voz llegó a los oídos de los presentes, interrumpiendo así, las palabras de la mayor en edad.

Era un joven albino de orbes amarillentos y postura desinteresada, a quien no le importó haber sido escuchado. Nadie le miró, nadie renegó, ni siquiera la maestra, y por su parte Chuuya ni siquiera se interesó. Le dejaron estar a pesar de la falta de respeto que hizo a todas luces. Entonces la mujer siguió con su relato:

—No está en nuestras manos cambiar el rumbo de la sociedad. Nosotros debemos conocer nuestro lugar y respetar la historia. —Nerviosa, intentando no ver de reojo al que antes le había cortado las palabras, dio la media vuelta en su lugar y tomó un plumón para comenzar a escribir en el pizarrón.

A la par en que sus dedos se movieron, se mostraron tres palabras a lo largo, entonces el ojiazul observó por primera vez hacia el frente.

Inoue, Tsushima y Dostoyevsky.

—A lo largo del tiempo, en Tokio han existido familias muy importantes que han manejado el mercado laboral con mano dura para que el país no pierda su estatus en los primeros lugares de economía —explicaba, anotando más garabatos—. La primera y más importante, son los Inoue, más conocidos como los "Alfas de Yokohama" por ser originarios de estás tierras. Hoy vamos a hablar de cómo llegaron a ser lo que son actualmente.

La pizarra fue borrada con lentitud, y en silencio en base a un esquema que la maestra poseía, comenzó a traspasar la información en letras grandes y bien hechas, tomándose su tiempo.

Una escuela de betas con educación enfatizada en los alfas; cada día los alumnos escuchaban la misma cantaleta en donde sin dudar les hacía sentirse inferiores. La pintura gris, vieja y a punto descarapelado, la pizarra obsoleta, los mesabancos desiguales, el comedor sirviendo comida desagradable, las cercas a punto de tocar el suelo y el barrio en una zona de alto riesgo; eso y más tenían que soportar, mientras que a sus oídos llegaban con orgullo las increíbles condiciones en que los otros vivían. Por supuesto que desear ser un alfa era el sueño de la mayoría, mientras que ser un omega parecía una pesadilla, y... luego estaban ellos.

Después de hablarles sobre el pasado de la familia, exactamente esa gran historia en donde la primera cabeza, Inoue Tadashi, hizo prosperar a toda la ciudad y luego estableció su sistema de "únicamente alfas", prosiguió con la actualidad.

—Inoue Michiko-sama es actualmente la cabeza de la familia, siendo está la primera mujer en liderarla después de que Inoue Ryo-sama muriera algunos meses atrás; según los rumores, sucedió porque al fallecer no dejó a ninguno de sus hijos al mando por falta de madurez. —Chuuya le colocó su aburrida mirada encima tras lo que dijo—. Existen siete herederos, del menor al mayor: Michizou, Sadachiko , Shintaro, Ryōnosuke, Naoko, Tadashi y Shūji, siendo el mayor el más apto para cuidar el legado.

Sorprendentemente, el muchacho que antes se había burlado de la información estaba poniendo atención. Tenía los codos sobre su libro de texto y miraba con los ojos entrecerrados, haciendo así a la maestra casi sudar de nerviosismo.

—Se dice que los hijos de Inoue-sama nacieron con un año de diferencia con preparaciones anticipadas, y uno de los objetivos era que nacieran el mismo día, sin embargo, la naturaleza no les concedió el deseo y solo comparten el mismo mes de nacimiento: noviembre. Es muy curioso, deberían anotar el dato —recomendó alegre, haciendo el ademan con sus manos.

Un rumor demasiado rebuscado que no era del todo mentira, pensó el joven de la nombrada familia.

—Como es evidente, los herederos también tuvieron la misión de procrear descendencia, teniendo trece herederos hasta la fecha, y por fortuna se dice que la mujer de Shintaro-sama está ahora en cinta.

Había que recalcar el "por fortuna", que no dejaba ver más que la adoración que la cuidad poseía por la insigne familia de alfas. En ese lugar, no había persona que alguna vez no hubiese deseado o siquiera pensado en como sería su vida, si solo pudieran emparentarse de alguna manera con los Inoue, o bien, cualquiera de las otras dos familia.

—El único heredero que no tiene una familia es el menor, Inoue Shūji-sama, que a pesar de sus treinta y cinco años, no se ha emparentado con otras familias y nunca se le ha visto después de sus diecisiete, hasta el día de hoy se desconoce su ocupación —aclaró, colocando un semblante casi desvastador, como si en verdad lo lamentara de corazón.

Chuuya mantuvo la vista fijada en la maestra, que siguió contando datos de la familia como si en verdad los conociese, y esa era la ironía, los ajenos decían conocer a los Inoue, tanto, que se veían con la capacidad de tomarlos como ejemplo para los jóvenes, mientras él, viviendo bajo el mismo techo no tenía derecho de conocerlos tan solo un poco.

La campana resonó segundos después.

—¡Que rápido pasa el tiempo con un tema tan interesante! —exclamó la mayor juntando sus palmas frente a ella para ver el reloj en la pared—. Bien, mañana hablaremos de las demás familias. Tengan una buena tarde y vayan con cuidado a casa —deseó, observando como los uniformados se levantaban sin más de sus pupitres.

El muchacho de cabellos pelirrojos comenzó a guardar todo con una envidiable calma, llamando la entera atención del muchacho alto que atravesó las filas desde el último sitio. Solo al observarlo con su sencillo porte, sonrió como nunca en años, y de esa manera, cuando el joven se colocó la mochila en la espalda con ayuda de las asas levantando la mirada, lo encontró.

—Es un placer —saludó el albino, levantando la mano en un divertido gesto al mover sus dedos de arriba para abajo.

—El placer es mío —devolvió Chuuya educado, bajando la cabeza levemente.

La profesora, aún detrás del escritorio, guardó silencio y dejó de mover las manos. 

—Está bien, levanta la cabeza —pidió señalando el movimiento, para después voltear la mano y con elegancia mover el dedo en un ademán para que se acercara.

—¿Necesitaba algo? Con gusto puedo hacerlo. —Hizo lo que le pidió antes, acercándose con la mirada fija en su pecho cubierto por el uniforme azul marino de la escuela.

Cabellos cortos blanquecinos, sonrisa de payaso y mirada entrecerrada. Nadie en su sano juicio desconocía a la persona transferida por voluntad, sin embargo, irónicamente le ignoraban.

—Han pasado dos semanas desde que llegué aquí, ¿me preguntaba si desearías ser mi guía y mostrarme todo lo que conoces, Chuuya? —habló con gracia, mintiendo, y el nombre de pila al final de la oración fue dicho con otra intención.

—Si eso le complace, con gusto le mostraré las instalaciones, Gogol-sama. —Colocó una mano en su pecho, tal como un mayordomo, pero al instante la risa del albino inundó la estancia.

La encargada del grupo cerró sus orbes con fuerza y el muchacho frente al divertido estudiante que no podía detener sus carcajadas, apretó el puño a su costado sobre la tela de su pantalón rayado, sin notar como el otro miraba de soslayo la acción.

Segundos después, las risas se detuvieron dejando el aula con un ambiente sordo. La espalda del pelirrojo pegó contra la pared más cercana detrás de él y la mujer castaña corrió fuera como si hubiese estado buscando la oportunidad perfecta.

—Eres como todos, ¿no es así? Sigues el sistema tal como un borrego ciego directo al precipicio, tal como las sucias palabras que antes soltaba aquella mujer fanática de la jerarquización.

Después de empujarle, se acercó peligrosamente hasta su cuerpo adolorido, colocó las manos a los lados de su cabeza golpeando con ello los cristales, y así, le retuvo.

—Y lo sabes perfectamente, pero te niegas a luchar, Inoue Chuuya-sama —refirió con asco, observando como el atacado bajaba totalmente la mirada hacia sus zapatos.

Transcurrieron algunos segundos, mientras uno esperaba una respuesta, el otro buscaba la manera de deshacerse de la situación, antes bien, le fue imposible.

—No se lo digas a nadie. —Fue todo lo que pudo decir para "defenderse", asustado de que el transferido le hubiera atrapado en la mentira más grande que cargaba a diario frente a sus iguales.

Colocando un semblante aburrido, el albino retrocedió y le mostró la espalda. No fue un encuentro divertido como lo estuvo planeando desde que le reconoció por esos orbes semejantes a un elegante zafiro y esas hebras de tono tan inusual entre los demás.

Un semblante tan insulso le fue como una ofensa.

—No es mi intención hacerte más infeliz —confesó, extendiéndo los brazos con cansancio—. Mis más sinceras disculpas.

Chuuya levantó la mirada al escucharle hablar totalmente diferente a antes, como si su actitud de payaso no fuese más que una actuación para obtener diversión. Entretenimiento puro para el alfa de clase media-alta.

—¿Por qué me dices todo esto? —se atrevió a cuestionar, manteniendo su postura educada.

Involucrarse con el transferido no era su objetivo, evidentemente, no obstante, su actitud le provocó dudas que deseaba aclarar.

—¿Te llevo a casa? —ofreció el muchacho. Sonó como una pregunta, pero no lo pareció por sus acciones.

—No puedo involucrarme contigo —manifestó en voz baja, sintiendo involuntario miedo. Si lo descubrían, no solo él lo terminaría pagando, sino que su padre también se vería afectado.

Un beta de clase baja, sin necesidad de llamar la atención del mundo sobre su belleza tanto externa como interna. Nakahara Chuuya solo debía ser uno más del montón.

—Tranquilo, te dejaré algunas cuadras antes de tu costosa mansión. He visto que entras por la puerta trasera, así que no será difícil esconderte. —Tomó su mochila con descuido y se la puso en la espalda como si fuese una chaqueta mal puesta, así, le miró con una sonrisa.

El pelirrojo le veía asustado, con las manos vueltas puño nuevamente. Entonces soltó:

—¿¡Has estado espiandome!? —Resonó en el aula más alto de lo que quiso.

—¡Por supuesto! —respondió Nikolai sonriendo abiertamente.

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