Capítulo 8: Intenso vivir. (2/2)



Cuando el resto de nuestros amigos salieron de hospital, Diego y yo seguíamos sentados en el mismo sitio que cuando me hizo la persona más sonriente de aquel lugar, a partir de ese momento los hospitales dejaron de ser un lugar terrorífico para mí, y albergaron recuerdos más placenteros.

Lorena de inmediato vio mi mano entre las de Diego, y una amplia sonrisa se extendió por su rostro, lo mismo que Walter, que tardó más en notarlo. Ambos, con tan solo la mirada me felicitaron, se alegraron por mí, por los dos, compartieron nuestra felicidad, pero cuando volví la mirada a Alex, este la apartó con tanta rapidez que no pude saber que expresión tenia, parecía no querer ver nada. Lo único que podía percibir en su modo de caminar, en sus expresiones corporales, era tristeza, una profunda tristeza que atribuí a que nuestra amiga se tendría que quedar ahí una noche más, tendríamos que volver sin ella, a pesar de que eso nos dolía en lo más profundo de nuestras susceptibles almas.

Cuando llegamos al auto blanco, todos tomamos nuestros usuales asientos, excepto Diego, que se quedó un minuto indeciso.

—¿Quieres que sea tu copiloto, Alex? —le preguntó a su hermano, al tiempo que se asomaba por la ventanilla.

—No—contestó Alejandro, con la voz inexpresiva —ve con ella.

Nos dirigimos a la casa de la playa, en donde en silencio recogimos nuestras pertenencias, tomamos todo lo que era nuestro, y salimos de ahí, dejando la casa tan empolvada y sucia cómo cuando la encontramos.

De regreso a la escuela Alejandro puso la radio, así que nadie conversó nada. En todo el camino Diego no soltó mi mano, y él jamás supo lo mucho que le agradecí ese gesto, gracias a eso no me solté a llorar, pues quería llorar con muchas ganas, y por muchas razones, por lo muy feliz que estaba porque le gustaba a Diego, pero también por sentirme mal por ser feliz cuando mi amiga estaba en el hospital, y más aún, había una razón que también me daban ganas de llorar, una razón que no podía explicar con claridad en ese momento. Y era que Alex no nos mirara, ni gritara, ni se enfadara, sólo estaba callado.

Durante el tiempo que estuvimos en la casa de la playa tomando nuestras cosas él había estado impasible, tan estático como si no sintiera nada, y eso me alteraba, porque esperaba que reaccionara de alguna forma terrible, preferiría mil veces que me gritara, que dijera que no le agradaba que estuviéramos juntos, que yo no era buena para su hermano, pero no lo hizo, no hizo nada, y la espera daba más miedo.

Cuando llegamos a la escuela, eran casi las seis de la tarde del domingo, todos nos bajamos del carro para ir a nuestras habitaciones, cargando con nuestras mochilas a la espalda. Yo seguía a Lorena, pero Diego me detuvo.

—Espérame un rato, por favor—dijo, al tiempo que me sonreía de medio lado, casi sin ganas —iré contigo, sólo voy preguntarle algo a Alex.

Volvió al auto, en donde Alejandro se había quedado sentado con expresión de no tener ganas de salir de ahí nunca. Vi a Diego decirle varias cosas que no pude escuchar porque ya me encontraba un poco lejos, así que volví, y vi lo que ocurría. Alejandro tenía la frente apoyada sobre el volante, y se aferraba a este con ambas manos mientras que Diego le pasaba las manos por la espalda, como había hecho yo con él.

Aquella escena era demasiado privada, íntima, así que, con un sentimiento de vergüenza me aparté. Me fui a sentar en las escaleras de mi edificio, y esperé.

Cuando Diego volvió a mi encuentro lo miré.

—Cualquier cosa que le pasé a Ángela a él le afecta en especial—comentó en respuesta a la pregunta no formulada más que por mis ojos, al tiempo que se sentaba a mi lado.

Y al escucharlo, sentí una punzada en el corazón.

—¿Por qué? —pregunté, mientras apoyaba la cabeza en su hombro, sintiéndome extraña.

—Porque la quiere —me dijo, —aunque no sea como ella quiere.

—¿Y qué tiene? —se me ocurrió preguntar, solo porque quería seguir escuchando su voz, que me reconfortaba. En verdad no deseaba saber que tenía mi amiga, me bastaba con saber que era algo malo, me destrozaba que fuera algo malo.

Diego se encogió de hombros.

—Su hígado no funciona tan bien como el nuestro, es así desde que nació —Dijo nada más, luego se puso de pie, levantándome de la mano en el mismo acto —Vamos —me animó, al tiempo que me quitaba la mochila de la otra mano y se la colgaba al hombro—debes estar cansada.

Yo asentí, había tenido demasiado ese día.

Caminamos en silencio, tomados de la mano por los largos pasillos del edificio y al despedirme de Diego en la entrada de mi habitación, temblé de ansiedad, pues deseaba un beso suyo, lo deseaba tanto como lo temía, pues todo lo que me había dicho me parecía irreal, y aquello lo comprobaría o acabaría por destruirlo de una vez. Aún no podía crecer que le gustara, todo ese día había estado esperando el momento en que él dijera que era mentira, que lo sentía pero que me había jugado una terrible broma, pero eso no pasó, nunca pasó, al igual que tampoco ocurrió el beso que tanto deseaba, fue algo mucho más significativo, más real. Esa era una de las cualidades de Diego, superar expectativas.

Se acercó a mí, me tomó de la cabeza, me besó los cabellos y luego me ocultó en sus brazos, en un abrazo tan real, que ya no dudé más por ese día. Por alguna extraña razón, él me quería.

—Buenas noches, Ingrid—susurró. —duerme bien.

Y antes de irse, me dedicó una de sus sonrisas semiocultas por su barba café.

...

Ángela tardó una semana más en volver a la escuela, una semana en la que nuestros rostros olvidaron lo que eran las sonrisas, y nuestros ceños se fruncían con frecuencia sin nuestro permiso. Ella sólo apareció en la cafetería esa tarde, no nos avisó antes sobre su llegada, se presentó como si no hubiese faltado todo ese tiempo y tomó asiento en nuestra mesa donde tomábamos el desayuno.

Todos la miramos con rostros sorprendidos que poco a poco fueron mutando hasta convertirse en expresiones de felicidad.

—¡Regresaste! —Exclamó Lorena, levantándose de su lugar, y yendo hasta donde Ángela, para abrazarla con torpeza.

—¿Cuándo te dieron de alta? —pregunté yo, sin poder ponerme de pie para darle la bienvenida como se merecía debido a la emoción, lo único que atiné a hacer fue estirar las manos sobre la mesa hasta tomar una de las suyas, que era delgada y apenas cálida, se sentía tan frágil, era como tener a una pequeña ave entre los dedos.

—Ayer —contestó ella, con una sonrisa juguetona en su rostro, que brillaba como si nada le ocurriera, como si fuera la chica más saludable en el mundo. Yo no podría creer que mi amiga hubiese estado hospitalizada una semana de no haberlo visto con mis propios ojos.

—Pudiste decirnos —farfulló Alex, al tiempo que levantó la mirada del plato con ensalada que llevaba jugueteando desde que el timbre sonó y que era todo lo que había pedido. Se encontraba sentado en una esquina de la mesa, un poco apartado del resto. —Hay algo que se llama celular. —continuó, con un tono de voz que denotaba reproche.

Ángela le dedicó una mueca de desagrado y luego le sacó la lengua.

—No quería hacer un drama de esto, ya ha pasado antes—contestó ella, restándole importancia con un encogimiento de hombros. —además ya estoy aquí.

—Sí, ya estás aquí —comentó Walter de inmediato, con ganas de apaciguar los ánimos —eso es lo importante.

En aquel momento Diego, que había ido a buscar algo más para comer, regresó, tenía entre manos un vaso de café negro instantáneo que puso sobre la mesa frente a mí, luego tomó asiento a mí lado y mientras lo hacía me dedicó una sonrisa y más tarde me dio un beso en la mejilla. Ángela vio todo esto con ojos curiosos y segundos después una enorme sonrisa se extendió por su rostro.

—¿¡De que me perdí!? —exclamó, clavándonos la mirada a Diego y a mí. —¡Me fui solo una semana! ¡Por Dios!—Su voz salió hasta indignada, cosa que hizo reír a Diego y por lo tanto a mí. Luego de reír un momento abrí la boca para responder, pero la voz de Alejandro me interrumpió.

—No te perdiste de nada interesante, en realidad—contestó con amargura, mirándola con sus ojos verdes que parecían encandecer.

—¿Pero cómo qué no? —Exclamó Ángela, con alegría, ignorando por completo el aura maliciosa que destilaban las palabras de Alejandro. —¿Se hicieron novios? —preguntó, regresando la mirada a mí.

—Sí —dije, con una sonrisa de lado, medio avergonzada por su alegría, luego llevé la mirada a Diego, que me miraba con una sonrisa igual a la mía. —Diego me lo pidió de una manera tan bonita que no pude decirle que no.

Pero eso era mentira, de cualquier forma yo siempre le hubiese dicho que sí. Estaba prendada de él desde antes de darme cuenta. Por alguna razón, su alma me atraía.

—¡Ay! —chillo Ángela, en conjunto con Lorena, que le hacía segunda en su emoción, mientras Walter solo se reía de ellas— Me lo van a contar todo.

—¡Sí! —Se exclamó Lorena, mirándome—Ingrid, tienes que decirle todo—se volvió hacia Ángela y continuó— Diego fue tan ingenioso cuando...

—¡Bueno, ya! —La interrumpió Alejandro, azotando su tenedor sobre la mesa, y sobresaltándonos. Todos nos encogimos en nuestros lugares, al tiempo que lo mirábamos en silencio —¡Toda la puta semana han hablado de lo mismo, y ya me hartaron! —Exclamó —O sea, no mamen, ya no estamos en la prepa.

Después del instante en que duró la conmoción, que llamó incluso la atención de los alumnos que comían en las mesas aledañas, Ángela comenzó a reírse y pronto todos le hicimos coro a sus risas porque Alejandro se veía tan gracioso molesto de esa manera, toda la extensión de su piel blanca se tornaba roja, dándole la apariencia de un niño pequeño haciendo un gran berrinche.

No sabía porque había estado tan molesto esa semana, era algo extraño, incluso para él.

—¿Pero qué te pasa, Alex? —se burló Ángela. —Sólo estamos platicando.

—Es que está celoso—intervino Diego inclinándose sobre la mesa para acercarse más a Ángela y hablar en un fingido tono de confidencia, con claros ánimos de bromear —porque ya no le pondré atención como antes, ahora Ingrid monopolizará mi tiempo —y me sonrió mientras lo decía. Al igual que los demás.

Pero aquello que estaba destinado a ser una broma, Alejandro no se la tomó como tal, pues pude escucharlo tragar con fuerza y ver el color abandonar su rostro. Se levantó de la mesa hecho una furia, se acercó a donde Diego, muy cerca de mí, con tanta rapidez que creí que quería hacerle daño, pero no lo hizo y Diego ni se inmutó.

—Vete a la verga, Riverita—le dijo, en voz tan baja que sólo nosotros lo escuchamos—Eres un pendejo, como si esa fuera la razón por la que te piso la sombra todo el tiempo. 

Un ligero temblor me recorrió la espalda al escuchar sus palabras, porque ya no sonaban nada más molestas, sino hasta dolidas. Alejandro siempre se la pasaba insultado a su hermano, pero era en tono de broma, sin ánimos de hacerlo enfadar, lo mismo que Diego, era una especie de amor soso y lleno de indirectas que a nadie lastimaban, pero esta vez fue diferente, casi podía sentir el filo en las palabras pronunciadas. Por instinto bajé la mirada, con tristeza. Yo sabía que no le agradaba a Alejandro, estaba acostumbrada a no caerle bien a la gente, pero él me lastimaba, el hecho de que no me considerara suficiente para su hermano me dolía. Había llegado a la conclusión de que ese era su problema conmigo, que yo no era la indicada a su criterio, para su hermano.

Diego de inmediato notó mi malestar, se acercó a mí, hasta que sus cabellos cafés rozaron mi mejilla. Pero entonces yo también noté cierta sombra en su mirar, que se apresuró por ocultar. 

—Es un idiota—me dijo en voz baja, para que el resto de nuestros amigos no escucharan —Está enojado por otra cosa y se desquita conmigo, siempre lo hace. Discúlpalo.

Levanté la mirada hasta que encontré sus ojos cafés, suspiré al contemplarlos, creyendo por un momento que no me los merecía, y ni siquiera sabía por qué.

—¿En serio? —pregunté.

Él asintió.

—Además es tu cuñado—agregó, sonriendo de lado—tendrás que aprender a lidiar con él.

Sólo entonces me di cuenta de ese detalle, Alejandro era mi cuñado, y había una posibilidad de que lo fuera por mucho tiempo. Él era inherente a Diego, a este ser que tenía a mi lado, hablándome tan cerca en susurros que podía sentir su aliento cálido rozar en mi mejilla.

—Es cierto —dije, tratando de asimilarlo. Eso lo hacía intocable de todas las maneras posibles.

Nos separamos cuando el timbre nos hizo hacerlo, nosotros siempre teníamos ganas de pasar más tiempo juntos, pero este se iba demasiado rápido. Me despedí de Diego con un beso en la mejilla, y fui a mi clase, durante la comida no los pude ver, pues me senté con algunos compañeros de clase para poder discutir un tema de importancia para todos.

Más tarde, cuando las clases dieron fin, no fui a mi habitación como hacía siempre, mis pies me llevaron a la habitación de Diego, al edificio B, al que sólo iba cuando Walter y Alejandro nos invitaban, y por ello me sentí extraña tomando pasillos distintos a los usuales, pues el dormitorio de Diego quedaba en el tercer piso, casi al final del último pasillo. Él tenía como compañero a muchacho de primer año, que también estaba en la carrera de pintura, era un chico bastante retraído, más que yo, que casi nunca se veía por la habitación.

Al llegar toqué la puerta con los nudillos sólo una vez y él me recibió de inmediato con los brazos abiertos, me abrazó y cuando me soltó ingresé con pasos titubeantes y miré el interior, que era pulcro en la medida exacta para no ser exagerado, del mismo tamaño que todas las demás recamaras. La mitad del lugar tenía un estilo distinto al otro, se podía notar cual era el lado de Diego, las paredes tenían algunos de sus dibujos, y cosas de su gusto. En el otro extremo había dibujos extraños, pertenecientes al otro chico, que tenía una ligera obsesión por pintar ojos.

Había en la esquina, orientado hacia la ventana, un caballete manchado de pintura. Me acerqué a él, y con los dedos lo recorrí, notando que la pintura seguía fresca.

—¿Por qué haces eso? —preguntó Diego, que me miraba desde su cama, en donde se encontraba sentado en la orilla.

Yo sabía que no se refería con exactitud a lo que había hecho, sino a lo que siempre hacia al estar ahí, que no habían sido tantas veces en realidad, sólo en dos ocasiones había estado a solas con él en su habitación, y lo había visto todo con ojos abiertos como los de un lémur, tratando de captar la esencia de quien vivía ahí, en las paredes, en los posters pegados en esta, en la forma en que la cama estaba tendida, en los zapatos bajo la cama, y las ventanas corridas. Todo lo que Diego significaba.

Lo miré y me encogí de hombros.

—No sé—dije, mientras lo miraba, —me gusta tu cuarto.

No sabía muy bien que era lo que me gustaba del lugar, había algo que me hacía querer estar ahí, quizá sólo era él.

—Ven —me llamó, al tiempo que palmeaba el lado continuo al suyo en la cama —¿Qué te gusta más de mi cuarto?

Entonces me acerqué, ambos nos sentamos en la cama, recargados en la pared, y ahí, platicamos como habíamos estado haciendo esa semana, conociendo un poco más del otro. Era lo que más hacíamos, más que besarnos o abrazarnos, conversábamos como si nada más importara, y eso me gustaba, me hacía sentir, por primera vez en mucho tiempo, que tenía una voz, que no era necesario navegar entre hojas de papel, tinta, tiempos verbales y personas gramaticales, podía materializar mis palabras, y él me escuchaba.



N/A

Y si ustedes me leen, no solo me dan una voz, me hacen eterna. <3 Muchas gracias por eso. 

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