Capítulo 6: Tal vez (2/2)



Después de aquel acercamiento los días volvieron a ser normales y cómodos, no pregunté más sobre cosas que no me concernían, sólo me juntaba con mis amigas en el comedor de la escuela al igual que con Diego, Alejandro y Walter. Yo había puesto aquel distanciamiento de una semana y yo misma me di a la tarea de deshacerlo.

Por eso ese día estaba ahí, reunida con todos ellos en la cafetería, acabábamos de terminar de comer y nos encontrábamos en medio de la charla de sobre mesa que siempre ocurría.

—Deja que lo escuchen, güey, necesitamos la opinión de alguien—comentaba entonces Walter, que conversaba con Alejandro. Aquel día éste tenía mala cara, como muchos otros días, tenía ojeras muy marcadas, y los labios agrietados.

—Para qué si no saben nada de música —contestó Alejandro, con la voz denotando lo mismo que su rostro, molestia.

—¿Para qué lo eliges de compañero si ya sabes cómo es, Walt?—inquirió Diego, que estaba sentado a mi lado.

Yo me limitaba a escucharlos, era una de las cosas que más me gustaba, mientras Lorena y Ángela se secreteaban cosas en el otro extremo de la mesa.

—¿Compañero de qué? —pregunté yo, intentando ponerme al corriente de sus cosas. Al ingresar en el Salazar sabía mucho sobre lo que yo haría estando ahí, y lo que sería cuando terminara. Sobre la carrera de Lorena había aprendido sobre la marcha, y ahora incuso sabía un poco más sobre lo que Diego hacía, pero sobre música no sabía tanto, qué era lo que Alex y Walter aprendían aun no me quedaba muy claro.

—Es un dueto para una de nuestras clases—me aclaró Walt, que siempre estaba dispuesto a explicarme cosas, a recomendarme música, a todo. —Y yo quiero que ustedes lo escuchen pero Alex dice que todavía no es muy bueno.

—Y es cierto, es una mierda. —contestó este.

—Pero no por mi culpa—se enfadó Walt, a lo que Alejandro reaccionó levantándose con brusquedad de la mesa, provocando el sobresalto de las chicas.

—Tienes razón—contestó este, agachándose para recoger del suelo el maletín que usaba como mochila—he perdido la mitad de mi puta vida en esto.

Entonces se fue, de aquella manera tan cortante como ya le había visto hacer en otras ocasiones. Diego sólo se rió, aunque no supe por qué, siempre reaccionaba así, con una sonrisa, ya fuera real o falsa, a los arrebatos de su hermano.

—Te dije que no hicieras tu dieto con mi hermano—se rió Diego, al tiempo que reunía los popotes usados de la mesa y los ponía sobre las charolas, sólo por hacer algo.

Walter suspiró, pero también sonrió indulgente.

—Gracias por avisarme —dijo—fue culpa mía. Quería ayudarle a subir su promedio.

En aquel momento sonó el timbre, todos nos pusimos de pie como acto reflejo, y nos separamos sin despedirnos, pues nos veríamos más tarde, aquello ya lo habíamos agarrado por costumbre, nos veíamos casi siempre en el cuarto de Walter y Alex, era como si nos necesitáramos.

Me dirigí a mi cuarta clase, pero al llegar noté que no había nadie en el aula, así que salí a ver qué había ocurrido, por suerte en el pasillo me encontré a una compañera, y corrí hacia ella.

—Ey, Lupita —la llamé— ¿Sabes qué pasó con nuestra clase? —señalé con el pulgar a la puerta de donde había salido, cuando ella se detuvo y me miró

—Ah, sí, —contestó, prestándome apenas atención— vengo de la oficina, la tenemos libre porque la profe Elizabeth se enfermó.

Asentí.

—Gracias —dije, entonces se fue y yo me quedé sola en medio del pasillo sin saber qué hacer con una hora libre, la primera desde que entré al instituto Salazar. Aquello era muy raro, los maestros debían estar muy enfermos para faltar un solo día, pues adoraban su trabajo y no desperdiciarían oportunidad para estar en las aulas.

Caminé sin rumbo fijo hasta que llegué a la salida, y ahí decidí que quizá podría tomar una siesta de una hora en mi habitación hasta mi clase siguiente, así que comencé a caminar a mi edificio, y cuando ya estaba en los pasillos de la planta baja, alcancé a escuchar una melodía que recorría todo el piso con la sinuosidad de una serpiente, y como atraída por un encanto, me dejé llevar, caminé con la mano pegada a la pared del pasillo y seguí la música, que aunque era muy tenue podía oír con claridad gracias a que todas las aulas de ese edificio estaban desocupadas.

Al cabo de un par de minutos localicé de dónde provenía el sonido, era de la sala de música número tres. Pegué el rostro al pequeño cristal de la puerta para ver quien se encontraba dentro y me llevé la agridulce sorpresa al notar que era Alex.

Suspiré con cierto miedo y curiosidad, pero después me sentí tonta por hacerlo, no debía tenerle miedo, después de todo éramos amigos, o por lo menos frecuentábamos al mismo grupo de amigos. Él no era muy amable conmigo pero tampoco grosero, bueno, no desde la vez en que interrumpí su práctica, y al recordar eso decidí irme, era mejor que recibir otro de sus regaños, por mucho que quisiera escuchar su música.

Me di la vuelta con rapidez, pero al hacerlo, la mochila que llevaba colgada al hombro se me resbaló, se abrió y mis libros cayeron al suelo, con premura me dispuse a recogerlos y cuando ya tenía casi todos dentro de la mochila, y uno en la mano, me levanté pues la puerta se abrió. Unos zapatos negros de vestir aparecieron en mi campo de visión. Con el rostro ardiendo de vergüenza me incorporé y levanté la mirada. Me encontré con un Alejandro que me miraba con un rostro que denotaba todo menos felicidad.

—¿Y qué haces?—preguntó. Me miraba con el ceño fruncido.

—Perdón—dije, luego de tragar con fuerza—no era mi intención molestarte.

—Pues lo hiciste —se enfadó —Observabas mi práctica.

Medio sonreí, a modo de disculpa.

—Y sin mi permiso. —agregó, antes de que yo dijera cualquier otra cosas, con los brazos cruzados sobre el pecho.

—¿Entonces si te pido permiso puedo escuchar tu practica? —inquirí.

—No —dijo, con tanta tranquilidad que me molesté.

—¿Pero por qué eres así? —pregunté, sin evitar que mi voz denotara el ligero malestar que me producía que me ignorará. —¿Qué hay de malo en que escuche tu música? Se supone que eres músico, todo el mundo va a escucharte en algún momento. ¿No?

Él se detuvo, pues ya había emprendido el regreso al interior de la de música, y me miró, con aquellos ojos verdes que no parecían tan bonitos como podrían serlo si denotaran otra expresión, otro sentimiento.

—Ese es asunto mío, Ingrid—dijo, y emprendió la retirada, pero lo detuve.

—Diego no tiene miedo de que vean sus dibujos —solté.

Recordaba lo que éste me había dicho el día en que fui su modelo. Alejandro se detuvo en seco, pero no se volvió, solo suspiró, lo noté por el ligero subir y bajar de sus hombros.

—No tengo porqué ser igual a mi hermano—masculló.

—Ya me di cuenta —dije, y aquello pareció molestarlo porque regresó, acortó la distancia que nos separaba con un par de zancadas y en menos de un segundo me quitó de un tirón el cuaderno que tenía en la mano.

—Imaginemos que este es tu diario —dijo, mostrándome el cuaderno mientras lo sostenía por encima de su cabeza, lejos de mi alcancé. Sus ojos encandecían de furia.

Yo perdí el aliento al verlo hacer eso, pues más que mi diario, era mi cuaderno de escritos, ahí estaban plasmadas las ideas para mi novela, mapas, resúmenes de capítulos, descripciones de personajes. Todas esas cosas importantes estaban ahora en la mano de aquel muchacho a quien parecía no simpatizarle mi persona.

—Bueno, ya—dije, intentando no sonar asustada—perdón, me iré si me das mi cuaderno.

—Ah —dijo él, pasando la mirada de mi cuaderno a mí, que no le perdía de vista en ningún momento. ¿Por qué había tenido que caerse justo ese cuaderno de mi mochila? —entonces sí es tu diario. Ya estás grandecita para tener uno.

—No —dije, negando con la cabeza—es sólo un cuaderno.

—Bueno—asintió él—entonces sigamos con mi explicación. Imaginemos que es tu diario y que lo leo si tu permiso ¿Cómo te sentirías? —preguntó al tiempo que abrió el cuaderno, y yo pegué un grito, pues estaba lleno de papeles, recortes y otras cosas que se podrían caer.

Alejandro soltó una risita al ver mi reacción, una risa amarga.

—¿Qué no era sólo un cuaderno? —preguntó con malvada ironía, y en el mismo momento se metió a la sala de música y cerró por dentro. Me saludó a través del cristal, en donde se dedicó a abrir mi cuaderno y escudriñarlo con la mirada.

—¡No! —Grité llena de pánico y le propiné una patada a la puerta —¡Ya entendí, dámelo!

—¡Se siente de la verga! —me gritó desde adentro, luego de retirar la mirada de las hojas de mi cuaderno —¡Así que deja de espiar mis malditas practicas!

Entonces abrió la puerta y me aventó con fuerza el cuaderno, que se deslizó por el pasillo, lejos de mí.

Corrí hasta él lo más rápido que pude, lo tomé y salí corriendo de ahí, sin poder creer lo maldito que era, se había molestado tanto por una pequeñez sin sentido. Yo sabía que me molestaría sobremanera si alguien leyera mis cuadernos de escritos sin permiso, pero no era lo mismo escuchar una práctica por error, no podía evitar escuchar su música que fluctuaba en los pasillos, no era mi culpa que él tuviera ese problema, no era mi culpa que pareciera tener todos los malditos problemas del mundo.

Corrí por el pasillo lo más rápido que pude y cuando iba a doblar a la derecha, para subir al piso de las habitaciones choqué con alguien, no le di importancia y seguí corriendo, pero ese alguien me detuvo con fuerza del brazo.

—¿Ingrid? —exclamó, era la voz de Diego. —¿Qué te pasó?

Levanté el rostro.

—Nada—dije

—¿Por qué estas llorando? —preguntó y se acercó más a mí.

Parpadeé desconcertada, ni siquiera me di cuenta de que estaba llorado. Me pasé la mano por el rostro para comprobarlo y en efecto, ahí había lágrimas.

—Diego, no...—dije, pero de pronto no me salían las explicaciones, de mis labios no salía nada de lo que había ocurrido, no podía decirle que era su hermano el causante de aquello, no estaba segura de si se molestaría conmigo por interrumpirlo o con él por hacerme llorar. Diego lo quería tanto que me pregunté si me creería —nada.

—¿Nada? —Se enfadó él —¿Cómo nada? ¿Qué te pasó?

—Bueno...—dije, restregándome la cara—es que se me perdió un cuaderno importante.

Y no estaba mintiendo en eso, así que pude mirarlo a los ojos.

—Te ayudaré a buscarlo —dijo de inmediato —¿Dónde lo viste por última vez? Podemos empezar por ahí. ¿Es de alguna materia o es personal?

—Es personal—susurré—pero ya lo encontré, es sólo que...—un pequeño sollozo me interrumpió—tuve miedo de que alguien lo encontrara antes que yo.

—Ingrid —inspiró él y se acercó a abrazarme —, ten más cuidado, la gente de aquí es muy culera, te quitarían tus cosas solo para molestarte.

Y de pronto todo cesó, todo lo mal que su hermano se había portado conmigo desapareció. Era extraño cómo un hermano era tan distinto del otro, y cómo las apariencias suelen engañar a las personas. Diego lucía como la clase de muchacho al que las madres echarían de sus entradas y le prohibirían a sus hijas salir con él, pero eso era sólo en la superficie, porque por dentro brillaba cierto destello de amabilidad y calidez, Alejandro en cambio parecía el candidato perfecto para toda buena madre que se jactara de serlo, siempre tan limpio y pulcro, con sus suéteres de punto, zapatos de agujetas y camisas, además de sus exóticos ojos verdes, pero no lo era en absoluto, era sólo un empaque bonito para un alma fea, siempre con el ceño fruncido, con palabrotas en su boca y haciendo enojar a Walter y a Diego. No sabía cómo era posible que él fuera hermano de este chico que me tenía en brazos.

N/A 

Este capitulo va dedicado a alguien que me hizo el día con este dibujo. Te lo agradezco mucho JenChibi, Riverita te quedó perfecto, es una caricatura muy acercada a lo que imagino de mi pequeño. Les invito a todos a pasar por el perfil, y ver que cositas lindas tiene por ahí. 

Muchas gracias a todos por esperar el capitulo, sé que me tardo en actualizar pero no lo hago por maldad. ¡Amor para todos! <3 <3 

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