Capítulo 18: Grandes evidencias. (2/2)

Nos detuvimos delante de una gran estatua de bronce del benemérito de las Américas, en la cual, en la base, se encontraba un muchacho recargado en lánguida posición.

—Qué onda —Saludó el chico, levantando el mentón. Se incorporó de donde estaba y se acercó hacia nosotros. Extendió la mano a Walter, y se la estrechó con fuerza.

Era alto, tanto como mi amigo, tenía el cabello corto, negro, la piel morena oscura y la nariz puntiaguda y derecha. Todo eso lograba un buen conjunto, era guapo, pero no más que Walt.

—Pues nada —contestó Wat—Aquí, ya sabes.

Qué expresivos eran los hombres, pensé, que simples y poco emotivos. Walter a todas luces parecía querer abrazar al chico, y éste a él, pero ambos permanecieron así, separados.

—Ey, —siguió Walt, como si acabara de recordar algo, se había quedado abstraído mirando al chico, que lo miraba con la misma expresión—vine con una amiga.

—Perdón—dije, mirando al muchacho—yo insistí en venir, no fue su culpa.

—No pasa nada—dijo, con una sonrisa amable—entre más mejor.

Luego se acercó a mí, para darme un beso en la mejilla, que en realidad fue sólo rosar su mejilla con la mía, como hacían todos, menos Diego.

—¿Cómo te llamas? —preguntó.

—Ingrid—dije.

—Mucho gusto—contestó—soy Netor.

Walter soltó una risita.

—Se llama Ernesto pero le dicen así. —me aclaró.

Le sonreí al chico, porque me había gustado su apodo.

—¿No conoces la importancia de llamarse Ernesto? —le pregunté.

—¡Claro que sí! —dijo, al tiempo que se ponía derecho, y adoptaba una mirada de seriedad total. Eso fue suficiente para que me simpatizara.

No hacía falta tomar otro auto bus para llegar al lugar donde celebraban los alumnos del instituto tecnológico, sólo era necesario pasar una cuadra y de ahí la entrada de la escuela era visible. Pero al llegar, seguimos de largo, yo me volví para ver la reja de la entrada, había un guardia bajo una lámpara de luz blanca pero no parecía que ahí se festejara nada.

Netor me vio volver la mirada.

—Ya no nos dejan hacer la fiesta en el frente —me explicó—desde que a un idiota se le ocurrió sacar una nota en el periódico sobre lo bien que la pasan los alumnos y los profes del Tec. Les tomó fotos a los maestros borrachos mientras bailaban con sus alumnas.

—Ah—dije, porque no sabía que más decir.

—Por eso ahora sólo podemos ocupar el terreno de atrás. —concluyó Netor.

Walter me sonrió para hacerme poner mejor cara, entonces lo hice.

Caminamos en silencio, en esas calles poco iluminadas, siempre cerca de las paredes de la escuela, que se elevaban en muros altos y grises como los de una prisión. En la parte de atrás los muros paraban para dar paso a un enorme portón, pues por ahí entraban los carros de los maestros.

Era un terreno baldío, que alguien se había esforzado por mantener limpio, pero solo una sección, porque a lo lejos, alcanzaba a ver la hierba crecida que se levantaba por lo menos un metro. Sólo el camino delimitado para el paso de los autos estaba limpio, y una gran porción en el centro que se encontraba llena de gente. Habían puesto bocinas enormes en el suelo, o en tripies, los cables corrían de un lado a otro, como en las ferias andantes, la iluminación era sólo la de los postes en la calle y los juegos de luces que habían instalado encima de las bocinas. El ambiente era siniestro, horrible, pero aun así, los muchachos que se encontraban en el lugar parecían disfrutarlo más que nada en el mundo.

El suelo era una mezcla de tierra y gravilla, que hacía que no fuera difícil caminar, terracería, en resumen. Entonces comprendí porque no debía llevar zapatillas.

Más lejos, cerca de la sección que dominaba la mala hierba había una pila enorme de pupitres verdes, oxidados, rotos, sostenidos en precario equilibrio. Cerca de éstos, había enormes mesas de madera y de laboratorio, que ya no servían, pero los chicos las utilizaban de todas formas, se apiñaban alrededor, con las bebidas en las manos. En una de esas mesas había una cantidad exuberante de bebidas alcohólicas, parecía que cada uno que llegaba agregaba una nueva botella a la colección. Todos eran libres de tomar lo que quisieran. Había un termo de color naranja también, de varios litros de capacidad del que los chicos se servían sin parar. Las papas fritas y demás porquerías se pasaban en plato y en bolsas por todos lados, e iban de mano en mano, y luego, cuando se terminaban, las dejaban caer al suelo o las dejaban en las mesas.

La música era estruendosa, y nada definida, a veces sonaba música electrónica, otras veces pop, no había DJ que organizara nada. Incluso se escuchaba música de banda, aquella que seguro oiría en el infierno. Y a pesar de eso, yo estaba encantada de estar ahí, mi alma estaba necesitada, receptiva.

—¿Qué quieres tomar? —me preguntó Netor.

—Coca—contesté, levantando la voz, y con una firme sonrisa en mi cara. Sonaba música pop, que por alguna razón me hacía menear el cuerpo.

—¿Tú? —le preguntó a Walt.

—Lo que sea—contestó, distraído.

Cuando Netor se perdió entre la masa uniforme de cuerpos que se movían me acerque a mi amigo.

—Está guapo—le dije, dándole un empujoncito con el hombro.

Se rió con fuerza.

—Lo conocí hace cómo dos meses —comentó. — Ni siquiera sé si le gustan los hombres

—¿Por qué más te habría invitado? —me reí.

—Por lo mismo que yo a ti—contestó—tal vez le di lastima.

La que se rió ahora fui yo. Aun no estaba muy feliz, pero la gente riendo y vociferando me hacía olvidarme de muchas cosas. Me volví a acercar a Walter.

—¿Y si le preguntamos? —le susurré.

—Te mato—dijo, —y jamás te vuelvo a llevar a ningún lado.

En ese momento llegó Netor, con nuestras bebidas en las manos. Agarré la mía y le pegué un tremendo trago, y cuando ya lo había pasado por mi garganta me di cuenta de que no era sólo coca, hice una mueca, que hizo reí a mis acompañantes.

—Tiene ron—se rió Netor.

Me encogí de hombros, porque aunque no bebía nunca, esa noche me parecía bien todo. El vaso de Walter tenía un contenido extraño, el líquido era azul, con pedazos de lo que parecía fruta flotando.

—Déjame probar—le dije, quitándole el vaso. Le di un trago tan grande como el anterior, mientras Netor me aplaudía.

—¡Me cae bien! —exclamó.

No me convenció el sabor, y menos la fruta extraña flotando por ahí, además de que era muy fuerte.

—¿Cómo se llama esto? —pregunté, ahora con una mueca de asco.

—Son aguas locas—contestó Walter, tomando su vaso de vuelta.

—¿Y que tiene? —pregunté, aún con el regusto en la garganta.

—Mejor ni te digo—se rió Netor. Walter se rió también.

Nos quedamos un segundo callados, pero eso era lo que menos quería, por eso me esforcé en seguir hablando.

—¿Y cómo se conocieron?—pregunté, queriendo animar un poco nuestra conversación.

—Hay una cancha de futbol aquí cerca—comenzó Netor, —y a veces se arman un partidos con los chavos de las otras carreras, nada más para pasar el rato. Ahí estaba Walter un día, y nos pusimos a platicar. Ya luego nos hicimos amigos.

Volví la mirada en redondo a Walter.

—¿Te gusta el fútbol? —pregunté.

—Sólo me gusta ver—contestó en su defensa.

—¿Y ustedes qué? —Continuó Netor —¿Andan o qué?

—No—le dije, y me eché a reír—somos amigos, vamos a la misma universidad.

—Ah, —asintió Netor —¿También tocas el violín? ¿O prefieres la flauta? —y esa última pregunta la hizo en un tono alburero, que me hizo reír.

—No—le contesté—, no sé nada de música. Yo escribo.

Frunció el ceño.

—¿Cómo novelas? —preguntó.

—Aja—comenté—también cuentos.

Se volvió a mirar a Walter.

—Puros amigos interesantes los tuyos—le dijo, dándole un pequeño empujón, mientras éste sonreía, complacido.

Luego hablamos de cosas estúpidas sin sentido, de la música horrible que estaba de moda, de la escuela, de nuestros padres, de series de TV, cosas así, hasta que no pude resistirlo, quizá se debía a que ya llevaba dos vasos de bebidas diferentes o a que no me importaba que pasara.

—¿Y te gustan los hombres o las mujeres? —le pregunté a Netor. —A Walt y a mí nos gustan los hombres.

Walter borró la sonrisa de su rostro, me miró horrorizado, jurando en silencio que jamás me volvería a llevar con él.

Netor se rió, mi amigo en cambio bajó la mirada a su vaso, se lo llevó a los labios, acabó con su contenido y se excusó diciendo que iba por más. Me quedé con Netor, que me miraba divertido.

—Las mujeres son preciosas—contestó en voz alta para hacerse escuchar —pero me gustan más los hombres.

Una sonrisa de victoria se extendió por mi rostro, mientras movía la cabeza al ritmo de la música, ya medio borracha. Era música asquerosa, que jamás admitiría que me gustaba, pero en ese momento, con el corazón hecho polvo, cualquier cosa iba bien, cualquier letra plástica prefabricada me llenaba.

—Le gustas a mi amigo—comenté como quien no quiere la cosa.

Entonces Netor se me acercó con rapidez, pegó su rostro hasta casi chocar con el mío.

—¿Es neta? —Preguntó —Creí que andaba con el güero.

—¿Quién? —exclamé, sorprendida. No sabía que Walter saliera con nadie. Pero no era extraño que no lo notara, yo no notaba muchas cosas.

—El pendejo de ojos verdes que siempre está con él—me aclaró.

—¿Alex?—exclamé, divertida—No, ni siquiera es gay —luego recapacité—es un poco marica, pero no es gay.

Netor se rió con fuerza conmigo.

Ambos estábamos muy contentos de habernos conocido. Me caía muy bien, a pesar de ser tan diferente a nosotros. Estudiaba una ingeniería, lo suyo eran las materias definidas, pero sabía un poco de todo, era bastante culto, pero a la vez muy normal. Me parecía perfecto.

Me agarró de la cintura, y bailoteamos un rato, hasta que Walter regresó, ya sin el rubor en su rostro. Netor me soltó de prisa, cambiándome por mi amigo, que se sorprendió más que yo. Netor era vivaz y llevadero, no conocía la vergüenza. Sus movimientos eran desinhibidos mientras tenía a Walter en los brazos. Yo reía mientras los veía juntos, porque hacían una linda pareja, ambos eran altos, guapos y atractivos. Me encantaban.

Cuando la música paró, Netor dejó a Walter junto a mí, mientras él iba a llenar los vasos.

—¿Qué le dijiste? —preguntó Walt, sin enojo, más bien sorpresa.

—Nada—dije, riéndome, y le eché los brazos al cuello—Tú te has portado muy bien conmigo, solo te ayudé un poquito. ¿Estás enojado?

Él negó con la cabeza.

Nos estábamos riendo, cuando Netor reapareció.

—Creo que están molestando a Tamayo por allá—comentó, mirando en una dirección, al tiempo que nos entregaba los vasos, que ya estaba frágiles, a punto de romperse. Walter y yo nos miramos sin entender y Netor lo notó. —¿O cómo es que le dicen a su amigo?

Solté una carcajada, debía estar borracho, no teníamos ni un amigo llamado así

—¿Siqueiros? —Se burló —¿Orozco? ¿Cómo madre es que le dicen al que pinta?

Entonces una luz me iluminó el cerebro, el alcohol hacía que las neuronas me trabajaran lento, pero reaccioné al mismo tiempo que Walter. Todos esos eran apellidos de pintores.

—¿¡Riverita!? —preguntamos al unisonó.

—¡Ese!—contestó Netor —¡El güey que parece vago!

—¿Dónde está? —pregunté, soltando el vaso, que cayó a la tierra y se rompió. No tenía idea de qué hacía él ahí.

—Anda por allá—contestó Netor, señalando el lugar en donde las sillas se apilaban sin cuidado—Hay un tipo que lo está molestando desde hace rato.

Me eché acorrer en la dirección que me indicaba, pero no llegué muy lejos, porque Walter me siguió y me jaló del brazo.

—Si está aquí, déjalo—me dijo. —no venimos con él.

—Pero lo están molestando—exclamé—¿y si le pasa algo?

—No le va a pasar nada—contestó—Déjalo. Ha de estar de borracho insoportable.

Pero entonces lo reconocí entre la multitud, y aprovechando el descuido de Walter, me eché a correr hacia ahí, pero me detuve muy cerca, porque el tipo que se encontraba delante de él no se veía amigable.

Ambos estaba de pie, muy cerca de las mesas de madera, Diego tenía un vaso en la mano, que sostenía con más fuerza de la necesaria, el tipo delante de él estaba muy cerca, diciéndole cosas que yo apenas alcanzaba a escuchar. Entonces la música paró, y puede oírlos, a pesar del abucheo general que recorría el lugar cada vez que la música se interrumpía para cambiar el género.

—Antes le entrabas—decía el tipo, mirando a Diego de forma persuasiva.

—Pero ya no—contestó él—no te voy a comprar nada. Y aunque quisiera no traigo dinero.

El tipo hizo un chasquido de disgusto con la boca. Se veía un poco mayor que Diego, tenía una playera negra, sin mangas, sin nada encima, a pesar del frio que hacía, y usaba zapatos de tela, sin calcetines, lo podía ver porque tenía una pierna del pantalón remangada. Era un tipo extraño, tenebroso, con cara de delincuente, pero Diego no parecía flaquear por su presencia, parecía acostumbrado.

—Te lo fío —insistió el tipo, al tiempo que se acercó más a él, como si quisiera pegar su pecho con el de Diego, e introdujo la mano en la bolsa de su pantalón, pero no sacó nada, o por lo menos yo no lo vi —No hay bronca, luego me lo pagas, tú eres de confianza.

Diego volvió a negar con la cabeza, y le apartó la mano del tipo que ahora se dirigía hacia su bolsillo. Estaban tan cerca que sus frentes casi se tocaban, parecían toros, ambos lucían amenazantes.

—Antes eras carnal, Riverita—dijo el tipo, en un hilo de voz, con ese tono que me provocaba un molesto estremecimiento —pero te volviste culero desde que te juntas con los fresas.

Diego resopló, molesto, meneó la cabeza y se apartó, caminó entre la gente, dispuesto a irse. Él tipo lo miró, furioso, dio un paso en su dirección y justo cuando la música comenzó de nuevo, le gritó con toda la fuerza de la que fue capaz.

—¡Cuando estabas con el Gran Carnal bien que le entrabas! —exclamó, logrando que Diego se detuviera. Se paró en seco, y ahí se quedó, con los puños apretados. Yo quería correr tras él, y decirle que lo dejara, que no permitiera que lo provocara, incluso aunque ni sabía porque le decía todas esas cosas. Pero me quedé ahí, clavada al piso, pensando en que Diego no debería tener esa clase de conocidos, eran demasiado horribles para tratar con él.

—¡Hasta se la mamabas con tal de que te diera más! —siguió el tipo, porque Diego se había calmado, y continuado su camino. Pero aquello lo hizo regresar, regresó como un bólido, y se estrelló contra el pecho del tipo, que trastabilló un par de pasos, riendo.

—¡Tu puta madre, cabrón! —Exclamó Diego—¡Tú no sabes ni madres! ¡Todo lo que ese güey me dio se lo pagué, le pagué hasta el último pinche peso! ¡Todo en efectivo, no tuve que andarle haciendo ni un puto favor!

Pero el tipo seguía riendo, fascinado por la molestia de Diego

—¡No es lo que dicen! —comentó riendo, y eso fue suficiente para que Diego se le fuera a los golpes, lo derribó, y una vez en la tierra, comenzó a golpearlo, le estrelló los puños como si no sintiera dolor, una y otra vez lo golpeó, mientras yo no podía dejar de gritar, horrorizada. Walter estaba conmigo.

—Sácalo de ahí —le dije, —por favor sácalo de ahí antes de que ese tipo se levante.

Y fue justo lo que ocurrió, el sujeto se dio vuelta, dejó a Diego debajo de su cuerpo y comenzó a golpearlo. Diego se retorcía, metía las manos entre los golpes y su cara, pero era tan delgado, que las gruesas manos de ese hombre lo estaban moliendo sin problema.

—¡Por favor—le grité a Walter dándole manotazos en el pecho—, ayúdalo por favor, le están pegando!

—Cálmate—comentó Netor, que estaba detrás de nosotros—Yo le ayudo.

Mi nuevo amigo pasó entre el circulo de espectadores que en medio segundo se habían consagrado a su alrededor, y una vez dentro del problema, Walter gruñó a mi lado, y se metió también. Entre los dos apartaron al tipo que se encontraba sobre Diego, lo sacaron sin problema porque éste no se resistió. Netor fue a ayudar a Diego que estaba encogido en el suelo pero como lo tomó por los hombros, por detrás, éste reaccionó propinándole un codazo en su perfecta nariz recta. Netor que ni siquiera se lo esperaba, cayó de espaldas a la tierra, gimiendo y cubriéndose la cara con las manos, mientras Walter corría hacia él.

—¡Pendejo! —Gritó Netor, ensangrentado —¡Que te partan tu puta madre!

Diego parpadeó, confundido. Vio a Walter y a Netor con un brillo de reconocimiento, pero los ignoró en seguida, y con la mirada buscó al otro tipo, pero sólo me vio a mí. El otro ya se había ido, y los chicos se dispersaban.

—¡Te ayudé porque la chava no deja de chillar! —Gritó Netor, que quizá ya conocía a Diego, no lo sabía, no sabía nada. —¡Pero muérete! ¡Que te maten por pendejo!

Diego fijó la mirada en mí, que lo veía horrorizada, tenía la mitad de la cara, la parte derecha, bañada en sangre, todo el ojo derecho estaba magullado y cerrado, mientras él hacia una mueca extraña de dolor.

—¿¡Por qué la trajiste!? —exclamó Diego, poniéndose de pie. Walter se dio la vuelta y lo encaró. —¿Por qué mierda Ingrid está acá?

—¡Porque es un puto país libre! —Exclamó Walter, y lo empujó por el pecho con ambas manos—¿Cómo voy a saber que eres tan pendejo para armar una en donde sea!?

—¡Vete a la verga! —Exclamó él, regresándole el golpe —¡No quiero que la andes llevando a lugares asquerosos como estos!

—La va a llevar a donde quiera—contestó Netor, que ya se había puesto de pie—A la cama si ella quiere.

Y fue suficiente para que Diego, que ya estaba encabronado, arremetiera contra él, ambos se revolcaron en la tierra, se patearon y se golpearon como perros. Los cabellos se les llenaban de tierra, las pestañas, la cara, todo. Netor terminó de abrir la herida que tenía Diego en la cara, así que éste acabó en el suelo, sangrando. Yo no podía parar de llorar.

Walter me agarró cuando pretendía ir tras él, me tomó del brazo con fuerza.

—Déjalo—dijo, con firmeza.

—No puedo—contesté—por favor déjame ir a verlo.

—Te estás humillando—exclamó, logrando que dejara de llorar un poco y lo escuchara—ese cabrón te está humillando, y tú también. Ya dejó bien claro que no quiere nada contigo. No puede andarte diciendo a donde no puedes ir. Ya déjalo. Se lo merece.

Me sequé las lágrimas con fuerza.

Había creído, de forma estúpida, que porque Walter era gay me trataría con dulzura siempre, que me diría las cosas con tacto, como había estado haciendo en esas semanas, pero me daba cuenta de que era tan hombre como cualquiera, y sus gritos me asustaban en la misma medida que los demás.

—Perdón—dije, echando a andar con él y dejando a Diego en donde estaba, con el alma hecha pedazos.

Netor se había ido primero, iba delante de nosotros, pasó de pisa por el sendero de tierra, hasta llegar a la calle, en donde las luces escupían tenue luz amarillenta. Caminó sin volverse a vernos, con una mano sujetándose la nariz.

—¡Netor! —Gritó Walter —¡Espérate!

Netor levantó la mano, y le mostró el dedo medio.

—Cálmate —comentó Walt que se había emparejado a su lado. Yo iba un poco atrás—No te quiso pegar, no fue su culpa, el golpe era para el otro.

—¿Y tú tan siquiera sabes quién es ese güey? —preguntó Netor, que se detuvo en la calle, y miró a Walt, con la nariz aun goteando sangre. Estaba encabronado, las venas de la frente le saltaban, sus ojos desprendían chispas.

—¡No!—contestó Walt de prisa, confundido—¿¡Cómo madre voy a saber!?

—¡Ese cabrón vende drogas!—contestó Netor, vociferando—¡Y si tú amigo es tan pendejo para meterse con él es porque le compra, le debe dinero o está metido en esa mierda!

—¡No! —exclamé, furiosa. —Era un tipo que lo estaba molestando. Diego no quería nada con él. Ni siquiera lo ha de conocer.

—Le dijo Riverita—contestó Netor, de pie en medio de la banqueta —Sí lo conoce, y bien. Ese cabrón vende drogas en las fiestas y por las tardes se pasea por el TEC. Todos saben a qué se dedica. Van con él cuando quieren algo. ¡Y tu amigo lo frecuenta!

Yo sabía que eso no era cierto, pero me daba cuenta de que sería difícil hacer entrar en razón a Netor, y por eso no insistí.

—¡Pero y eso qué! —Se enfadó Walt—Cálmate, vamos a otro lado, todavía es temprano.

—No—contestó Netor, —, yo creo que ahí muere. Ya tengo suficientes broncas en mi vida como para andar con un güey que tiene amigos tan pendejos.

Walter se quedó quieto, pálido, callado.

—No, no, no—exclamé, y corrí tras Netor, que se alejaba en la calle. —No seas así—le dije, cuando lo detuve. Lo miré a los ojos, a la cara—Walt no tuvo nada que ver, no lo dejes así, apenas se están conociendo.

—Contigo no hay pedo, Ingrid—contestó, con la voz más dulce, miró un momento sobre mi hombro, al lugar donde estaba Walter de pie—La bronca es con tus amigos. Búscate otros, estos están bien pendejos.

—No, no—insistí—tú no los conoces, son buena gente, son buena onda.

—No—contestó Netor—Todos me caen de la chingada, el güero se cree mucha madre y el otro no sé qué mierdas consume. No sé cómo Walter los aguanta.

No insistí porque yo no podría ser amiga de alguien que decía tantas cosas horribles de mis amigos. ¡Que además eran mentiras! Él ni siquiera había tratado con ellos. Walter lo conocía desde hacía sólo dos meses, eso me había dicho él, así que no podía conocer a mis amigos más que de vista. Nada de eso era cierto, tenía que haberlo dicho por enfado, por coraje, porque le habíamos arruinado la noche.  

N/A

Este capítulo es uno de mis favoritos y quiero dedicárselo a cuatro de mis lectoras. readertrouble Indira_Lpez45 adbc96 y sholikitaa 💜💞 Gracias por seguir aquí.

✒️Chel🎼

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