Capítulo 17: Días de fuego. (1/2)
No había pasado ni media hora cuando Lorena entró al cuarto, en donde yo estaba en la cama, con el rostro enterrado entre las sabanas y reducida a menos que desechos humanos. No podía parar de llorar, todo era mi culpa y ni siquiera sabía que me llevó a hacerlo. ¿Por qué había permitido que pasara? ¿Es que era idiota? Ahora la persona que más me importa y a la que más le importaba yo, me odiaba. ¿Acaso era feliz arruinando mi propia felicidad? ¿Es qué me era tan difícil acostumbrarme a ser feliz que tenía esa necesidad patológica de arruinar las pocas cosas buenas que pasaban en mi vida?
No sabía, no tenía una respuesta coherente para mis preguntas. Sólo sabía que había hecho una cosa imperdonable, algo que me había prometido jamás hacer, porque una acción como esa, cometida en otros tiempos, y por otras personas, me habían vuelto la persona lastimada y desconfiada que fui durante muchos años, antes de conocer a Diego. Yo no necesitaba enemigos, conmigo me bastaba, y era la peor, pues conocía mis puntos flacos.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Lorena, sentada en el piso, a lado de mi cama, mientras me acariciaba el cabello. Todos en la escuela ya lo sabían, en el pasillo había suficientes testigos como para comenzar a propagarlo por los salones. Riverita era uno de los más simpáticos de la escuela, todos lo conocían, todos sabían que una afortunada chica de primer año era su novia.
Era, porque me había mandado a la mierda, como era de esperar, después de eso.
La pregunta de Lorena se la había hecho yo una y otra vez a mi papá, intentado adivinar porque había buscado los brazos de otra mujer cuando los de mi madre eran tan perfectos como los de nadie. No contesté, al igual que él, tampoco me atreví a darle la cara a mi amiga, como él no se atrevió a verme a la cara a mí.
—¿Alejandro te gusta de verdad? —insistió.
—No sé—contesté, apenas apartando la cara de la sabana. —no sé porque hice esa estupidez.
—Ay, Ingrid—se limitó a contestar, sin dejar de acariciar mi cabeza, y sin seguir cuestionándome. Le agradecí que no me siguiera presionando, porque no podía contestar nada, no había una razón, no la había, y si la había, era una respuesta horrible, que prefería no expresar en voz alta.
Pero en algún momento, esa respuesta se manifestó, y no fue por mí.
La puerta se abrió, y yo, temiendo que fuera Alex, o Diego, levante de inmediato la cabeza, pero era Ángela. Se veía furiosa y con su cabello castaño suelto cuan largo era, intimidaba.
—¡Eres una perra! —Exclamó —¡No sabes a la gran persona que lastimaste!
Yo sabía que Diego era su amigo de infancia, lo sabía bien, al igual que Alex. Por años y años habían pasado las vacaciones juntos, sus padres eran amigos también, habían crecido en la comodidad de la vida adinerada hasta que los tres decidieron irse a estudiar juntos, y alejarse de todo eso.
—¡Ya me siento muy mal! —Contesté —Así que déjame en paz, Ángela.
—Es que eres bien pendeja, güey —siguió ella —perdiste a Diego solo por un revolcón con Alejandro.
—¡Cállate! —exclamé, volviendo a ocultar la mirada. Eso lo sabía.
—Por favor—dijo Lorena, con voz queda—ya está muy mal.
—Pues se lo merece—exclamó Ángela, ignorando los pobres y dulces esfuerzos de mi amiga por defenderme.
Yo no sabía si ella estaba en verdad defendiendo a Diego, o si estaba furiosa porque me hubiese acostado con Alex, cosa que sospechaba ella jamás había conseguido, porque Alex la veía sólo con una hermana. Sabía que Ángela llevaba años queriendo lograr algo con Alejandro, pero él jamás mostraba interés por ella.
Pero entonces supe que no, que ella en verdad defendía a Diego, lucia como una hermana furiosa.
—Planeaba irse a vivir contigo cuando terminara la carrera—soltó.
Levanté la mirada, sorprendida.
—Él jamás habla de planes que no incluyan a Alejandro—continuó—pero por primera vez en su vida estaba haciendo planes solo para él y para ti. Me dijo que si no lograban conservar la beca, él haría lo posible por conseguir otras en otras escuelas. Y si eso tampoco funcionaba haría las paces con su papá para que lo recibiera de nuevo, para que tú pudieras vivir con ellos. ¡Por eso era tan importante ir la fiesta de cumpleaños de su mamá!
¡Quería morirme! ¡Sí Ángela quería matarme lo estaba logrando!
Ese era uno de los defectos de Diego, que hacia planeas a futuro, a corto y largo plazo, y no lo consideraría malo si fueran racionales, pero no lo eran. ¡Me daban ganas de darle una cachetada por pendejo! ¿¡es que no sabía que las personas en las que uno más confíaba terminanban haciendo cosas horribles!? Me conocía desde hacía tan poco, desde hacía cuatro meses, y ya lo daba todo por mí. Ese era su problema, y siempre lo iba a ser, amaba con locura, sin remedio, sin razón. Por eso temí haberlo herido para siempre, porque las dos personas que él más adoraba, lo habían traicionado en medio de una noche de lágrimas y alcohol.
No supe en qué momento se fue Ángela, sólo supe que me quedé dormida de tanto llorar. Me levanté hasta la noche, cuando el hambre comenzó a hacerse presente. Lorena ya no estaba, me encontraba sola.
Puse los pues sobre el suelo frío, y me obligue a entrar al baño, en donde el agua caliente no funcionaba desde hacía dos días. Me bañé con agua helada, de forma violenta dejé que me calara los huesos, salí lo más rápido posible, me vestí con un pantalón de mezclilla viejo, calcetines y un enorme suéter café con líneas tribales.
No bajaría a comer, a pesar de que el estómago me dolía. Aún tenía dinero, el mismo que Diego me había dado, pero no lo gastaría. No podía creer como había echado a perder todo tan fácil.
Estaba en la cama, como un espectro, lamentándome, cuando entró Walter, que me sonrió con tristeza desde el marco de la puerta, y luego se aproximó a mi cama, en donde se sentó en el suelo, como había hecho Lorena.
—Ya me contaron—se limitó a decir.
Yo asentí, sintiendo que las lágrimas volvían a mis ojos.
—No llores—me dijo—Te traje comida.
A pesar de que mi determinación por no comer, para poder sentirme aún más mal de lo que ya me sentía, y castigarme por lo que había hecho, salté como un resorte al oírlo decir aquello. Walter había comprado comida en la calle, eso lo sabía por la bolsa plástica y el papel aluminio utilizados para envolver. Abrí el paquete, y comencé a hurgar para ver de qué se trataba. Era una torta de milanesa, y para tomar, una Coca-Cola. ¿Cómo sabía mi amigo que eso era justo lo que necesitaba para sentirme mejor? Comida grasosa, insalubre y deliciosa, que tapara mis arterias con delicada lentitud.
—Gracias —dije, mientras comía y lloraba en una penosa mezcla de sensaciones, alivio por tener algo por fin en mi estómago, y al mismo tiempo sintiéndome miserable porque Diego jamás me volvería a hablar. Ni le volvería a hablar a Alejandro. Y esa era una de las cosas que más me reprochaba a mí misma, que los había puesto a uno contra el otro, cuando ellos se querían tanto.
—¿Y por qué lo hiciste? —preguntó Walt.
Terminé de tomar la Coca-Cola y lo miré enfurruñada. Todos hacían la misma pregunta, como si no pudieran entender en mis ojos, en mi semblante y mirada que ni yo misma sabía porque lo había hecho. Había ocurrido y ya.
No contesté.
—No es que te culpe, —dijo, soltando una risita—porque también lo habría aprovechado. Pero lo hubiese pensado un poco.
Lo miré, con el ceño fruncido.
—Me imagino que fue él quien empezó—comentó—¿Verdad?
Asentí, mirándolo con interés repentino.
—¿Cómo lo sabes? —pregunté.
Él se encogió de hombros.
—Alex es inestable—comentó —vivo con él desde hace dos años, pero lo conozco desde antes, sé cómo es.
Y eso era cierto, pasaban juntos más horas que nadie de nosotros.
—Cuando está enojado, triste —continuó —, o se pelea con sus papás, se pone a buscar quien lo consuele. A veces toma decisiones muy estúpidas, o hace pendejadas de las que luego se arrepiente. Sólo Diego lo controla, y de hecho también funciona al revés, cuando Diego se pone mal, sólo Alejandro logra calmarlo. No me imagino cómo han de estar ahorita.
Me puse a pensar en que no entendía a que se referían cuando decían que Diego se ponía mal, él era muy saludable, tenía buen carácter. No lograba comprender por qué a veces Alex lo miraba como buscando algo que le indicara que estaba mal. Incluso, cuando necesitamos dinero, y Alex llamó a su papá, éste preguntó antes que nadie por Diego. Todos parecían preocuparse más por Diego, cuando el violento, con tendencias depresivas era el otro hermano. Quizá miraban en la dirección equivocada, quizá la luz de Diego en realidad eclipsaba a Alex, como éste decía.
—Pero ahora están peleados por mi culpa—dije.
Él asintió.
—¿Crees que me perdonen? —pregunté, en voz baja.
Walter me miró con tristeza en sus ojos negros.
—No creo—dijo—La verdad es que no.
Me pasé las manos por la cara, con ganas de desaparecer, de volver a casa, lo que sea, menos seguir ahí, en donde ahora sólo tendría a Lorena y a Walt. Pues los demás, ya habían decidido que no me hablarían jamás.
—Pero deja de llorar—continuó Walt, —mejor cuéntame cómo estuvo. Ya me dijeron que Alex estaba borracho y que salió sin camisa a perseguir a Diego.
Y luego soltó una carcajada.
—Si hubiese llegado en la noche nada de eso hubiese pasado—comentó, dubitativo. —O hubiésemos hecho un trío.
En verdad quería volver a casa, aunque eso significara quedarme con la persona que atormentaba mis días con el solo hecho de existir. Quería seguir llorando también, pero Walter no dejaba de reírse a pasar de todo, y de preguntarme toda clase de cosas sin sentido.
—¡Sí, Walt—exclamé por fin—estaba borracho, mucho, y lloraba como un niño!
—¡Que pendejo! —Se rió él— Ahora ya sabes porque no toma, porque le da por ponerse a llorar. Diego y yo ya no lo llevamos a ningún lado porque arma cada bronca.
Medio me reí, muy a mi pesar.
—A Alex le encantaba ir a esos antros fresas cuando su papá les daba dinero. —continuó Walt. —y siempre estábamos rodeados de los pendejos que según eran sus amigos. Cuando los dejaron sin dinero no volvieron a aparecer, los cabrones.
Me reí otra vez, porque Alex siempre me pareció de ese tipo, de los que llegan con chofer y se toman todo lo que pueden comprar con la tarjeta de papá, acaparan a las muchachas más bonitas y alardean de lo mucho que tienen. Alex fingía que no le gustaban esos sitios, ni ningún lado en realidad, y ahora sabía por qué. Diego en cambio, me parecía más del tipo que prefiere reunirse con amigos a beber y platicar en lugares tranquilos.
—No te sientas mal—dijo Walt, luego de un rato, en que siguió diciéndome cosas penosas de Alejandro, para intentar subirme el ánimo —A todos se les va a olvidar en unos días, y ya no van a andar diciendo nada. A Diego le costara un poco más dejar de estar tan enojado contigo, pero es buena onda. Quizá no te perdone ni vuelvas con él, pero tampoco te va a molestar.
Eso era justo lo que me temía, que Diego jamás volvería a estar conmigo como antes.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top