Capítulo 13: Sueños distantes.(1/2)

Cada vez que miraba al profesor Pineda y éste me regresaba la mirada, con aquella expresión lastimera y culpable en su rostro, lo odiaba aún más de lo que ya lo hacía, pero luego recordaba que no era su culpa, que él sólo era el portador de malas noticias, y todos los días nos pedía disculpas por lo ocurrido, como si fuera el causante. Ningún maestro decía que lo sentía, ninguno se detenía a pensar en la cantidad de alumnos que pronto tendrían que romper filas en el ejército de los sueños para convertirse en uno más de la multitud.

Pineda en realidad no daba una clase definida, lo veíamos una hora en la mañana o antes de finalizar las clases, era psicólogo y nos daba asesorías, nos informaba de lo que ocurría en la escuela, sobre eventos culturales, sobre los paseos, nos decía si algún maestro en particular tenia quejas sobre nuestro desempeño, también podíamos hablar con él en privado y nos ayudaba a resolver cualquier problema existencial. Era, como él mismo decía, un padre postizo.

—Ayer se abrieron las convocatorias para el festival del día de muertos—continuó Pineda, luego de apartar la vista de mis inquisitivos ojos—yo les aconsejo que se inscriban en los concursos, porque aunque no es obligatorio, se verá muy bien en sus registros que se involucren en todos los eventos culturales que realiza la escuela. Para los supervisores académicos ese tipo de cosas cuenta mucho.

Suspiré y luego dejé de prestarle atención. Ya sabía de qué iba el festival, lo había leído en uno de los panfletos pegados en los pasillos. Durante dos días se realizaban exposiciones de altares tradicionales, recital de calaveritas literarias, y demás cosas referentes a la celebración, y aunque sonaba divertido, los concursos no iban conmigo, escribir bajo presión no era algo en lo que fuera buena en especial. Incluso lo había intentado, pero arranqué la hoja y la destrocé al ver el patético resultado de mi composición.

Cuando Pineda por fin dejó de hablar acerca de lo importante que era que participáramos salí de ahí con rumbo a la habitación de Diego, en donde ya se encontraba él, acostado en su cama, dormitando. Corrí a su encuentro y me recosté a su lado.

—¿Qué vamos a hacer? —le dije, con la cara enterrada entre su cuello.

—¿Sobre qué? —preguntó.

Me refería a la escuela, pero aun así dije:

—Sobre la vida en general.

—Darle la cara —contestó, luego me besó el cabello. —es lo que vamos a hacer.

—Aja—contesté —¿Y si nos golpea?

Diego rio al escuchar mi tono pesimista.

—Pues le ponemos la otra mejilla.

—Bueno—suspiré y me quedé recostada en su pecho, escuchando su corazón y jugando con sus dedos. Estaba quedándome dormida y él también, cuando unos fuertes golpes en la puerta me despertaron. Abrí los ojos de golpe, era Walt, recargado en la entrada en donde la puerta permanecía abierta.

—Esto está bueno—dijo, —tienen que venir.

De inmediato nos incorporamos, nos miramos las caras y cuando volvimos a ver a Walter, él ya no estaba. Corrimos al cuarto de Alejandro, el que por costumbre era nuestro lugar de encuentro.

—Están haciendo huelga—fue la frase que escuchamos al llegar, era el mismo Walt quien lo decía.

—¿Quién? —pregunté, con autentico asombro.

Los demás ya estaban ahí.

—Los de octavo semestre están diciendo que nadie se inscribirá a los concursos del festival del día de muertos, ni asistirán a clases por una semana—comentó.

—¿Pero por qué? —exclamó Lorena.

—Para hacer presión a la directiva, al gobierno y a todos —contestó Walt, que era el que siempre sabía todo antes que nadie. —Es un evento importante para la escuela, invitan a mucha gente, vienen algunas televisoras locales, y escuelas de la zona. Hasta puede salir en las noticias.

—¡Qué clase de presión es esa! —Se burló Ángela —No van a lograr nada.

—Lo van a lograr si los apoyamos —contestó Alejandro.

—Exacto —dijo Walt—eso es lo que piden, apoyo. Sólo nos están pidiendo suspender labores por una semana, no vamos a hacer nada de nada. Nadie va a presentarse a los concursos. Van a ver qué bonito se ve su festival sin un solo participante.

—Es estúpido —comento Diego, que tenía el ceño fruncido. —Ya me inscribí para el concurso de elaboración de tapetes de arena². Y no voy a faltar, participo cada año desde que estoy aquí.

—¡Pues diles que no vas! —Exclamó Alejandro—Hazte el enfermo, haz algo.

—No voy a ser parte de esto—dijo, y luego me miró. —No va a servir de nada.

Yo aparté la mirada de él, porque de pronto la idea me parecía buenísima, ¿qué era más fuerte que nuestras lágrimas y protestas, que ya habían demostrado de sobra en otras ocasiones que no servía para nada? El silencio. En silencio les haríamos saber lo tristes y decepcionados que estábamos, lo mucho que nos dolía que nos cortaran los sueños de esa manera. Muchos jamás habríamos podido estudiar una carrera artística de no ser por la beca, de no ser por el instituto Salazar, mismo que ahora nos daba la espalda al no pelear por nosotros. Aceptaban sin reparos que nos quietaran la beca.

—Estoy con ellos. —dije.

Diego cerró los ojos, decepcionado.

—Bueno, —dijo—no puedo obligarte a participar si no quieres. Pero no es buena idea.

—Sí lo es—dijo Alejandro, que se acercó a su hermano y le pasó un brazo por el cuello, —sólo no te presentes, dile a tu asesor que no puedes hacerlo. Eres el único de los seis que no quiere ayudar a la causa.

—Yo tampoco quiero —dijo Ángela— pero si lo hace Diego, entonces yo también.

—Aprende a decidir por ti misma—contestó Diego al tiempo que se quitó el brazo de su hermano de los hombros —No me metan en esto.

Me dio un beso en la mejilla y luego salió de la habitación.

—Yo lo convenzo—dijo Alejandro, cuando nos quedamos sólo los cinco en la habitación—dile a los de octavo que estamos con ellos.

La razón por la que habían elegido esas fechas para comenzar con la protesta era porque la escuela cada año realizaba ese evento, era uno de los más esperados y al negarnos todos a participar, el instituto Salazar se vería obligado a disculparse con las otras escuelas y con los invitados especiales que ya habían confirmado su asistencia. Era un acto de rebeldía que muy en mi interior me hacía sentir que de alguna manera no nos estábamos rindiendo, no estábamos aceptando el hecho de que nos quitaran la oportunidad de seguir soñando. Era irónico, por supuesto, no realizar ni un acto artístico cuando era justo eso lo que peleábamos, nuestra oportunidad para estudiar arte. Era como una cómica contradicción, pero de esa manera les mostrábamos lo que pasaría en un país en el que no se aprecia en arte en absoluto, como era el caso de México.

Había pancartas pegadas por toda la escuela, con mensajes de descontento. Sin arte no hay cultura, y sin cultura no hay futuro. Ese era nuestro eslogan.

Y yo lo repetía para mis adentros durante una de mis clases. Aquel era el grito silencioso de protesta con el que iniciaron los chicos de octavo, y luego lo pronunciamos todos.

Por increíble que me pareciera, la escuela entera estaba metida en esto, habían logrado convencer al porcentaje de alumnos que no eran becados para unirse a la huelga, porque a pesar de que a ellos en nada les afectaba, había algo que nos unía, el amor por el arte.

Alejandro convenció a Diego, por supuesto, así que estábamos los seis metidos en la huelga, que en realidad parecía fácil, pero no lo era, permaneceríamos varios días sin hacer lo que nuestras almas anhelaban.

El primero de noviembre era un lunes, aquel día nadie se presentó a clases. Apropósito, Lorena y yo desactivamos las alarmas de nuestros celulares, pero aun así no pudimos despertarnos muy tarde, por costumbre a temprana hora ya estábamos levantadas y espabiladas.

Eran las ocho y media de la mañana y en el instituto Salazar reinaba un silencio total, cuando en un lunes normal, a esa hora era un hervidero de alumnos intentando llegar a sus clases a tiempo.

Bajamos a desayunar en silencio, sin siquiera haber tomado un baño, sólo nos cambiamos de ropa y nos arreglamos un poco. Nos encontramos a los chicos en la cafetería, en donde había poco menos de la mitad del alumnado en general, y los que estaban, se encontraban en las mismas condiciones que nosotros, algunos con las ropas de dormir aun puestas.

—Se lo tomaron muy en serio—comentó Alejandro, con una sonrisa en el rostro.

—Ya me di cuenta—contestó Diego, que aún se notaba renuente a la huelga. A él le parecía una pérdida de oportunidad para demostrar el talento que había en la escuela, en especial el suyo.

La mayoría de los chicos que vivían en la ciudad aprovecharon el día para visitar a sus familias, tal era el caso de Walter, y del compañero de cuarto de Diego. El resto de nosotros que no teníamos a donde más ir nos quedamos en el Salazar. Pasamos la mañana viendo una película en el cuarto de Alejandro, más tarde salimos a pasear por la ciudad, nos perdimos en esa vorágine de personas que compraban flores, arreglos, comida y bebida para celebrar a sus muertos al día siguiente.

Estábamos en un mercado improvisado el aire libre, caminando por los estrechos pasillos con efluvios a cempasúchil en el ambiente, cuando sentí un tirón en la mano, que me hizo detener. Apreté la mano de Diego, que se había quedado quieto en medio del paso, mirando en una dirección. Lucía inquieto, ansioso.

—¿Te gustaría pintar algo así? —pregunté, al tiempo que señalaba una montaña de flores amarillas y moradas apiladas en el suelo y a una anciana separándolos para hacer pequeños mazos. Me imaginé que era eso lo que llamaba su atención.

Él sonrió y me regresó la mirada.

—Sí, eso pensaba, me gustaría sentarme en algún lado para dibujarla. Traje mi material de dibujo.

—Si quieres hazlo, —dije—iré con los demás y volveremos por ti en un rato.

—¿Sí? —preguntó, bajando la mirada. —¿No te molesta?

—No—dije, con una sonrisa, mientras le soltaba la mano y le daba un beso en la mejilla —nos vemos en un rato.

Entre el tumulto de gente, aun alcancé a ver a Ángela, así que corrí hacia ella, pero la encontré sola.

—¿Y los demás? —pregunté, mientras la detenía del hombro.

—Se me perdieron —dijo con un encogimiento de hombros.

Pasé gran parte de la tarde dando vueltas por el mercado, mirando los dulces tradicionales y demás productos con Ángela, más tarde encontramos a Lorena en un puesto de comida, en donde también llegó Alejandro.

—¿Qué compraste? —Preguntó Ángela, al verlo llegar con una bolsa negra de plástico en la mano.

—Que te importa —contestó él, apartándose de ella, que ya pretendía arrebatársela —¿Dónde está Diego?

—Lo deje dibujando debajo de un árbol por allá —dije, señalando detrás de mí. Alejandro tenía una pequeña fijación por saber todo el tiempo donde se encontraba Diego. Podía ver en sus ojos la ansiedad cuando se alejaba de él, pero en ese momento lucia tranquilo.

—Hay que ir por él antes de que lo confundan con un vago y se lo lleven—se rió Alex, que ese día estaba de buen humor. Medio me reí con él, luego echamos a andar todos juntos de vuelta a la escuela.

El transcurso de la mañana siguiente fue una réplica del anterior, nos levantamos a la hora que quisimos, tómanos el desayuno tarde, nos refugiamos de la vista de nuestros profesores en la biblioteca, pasamos el día entero haciendo cosas en absoluto productivas, hasta la tarde en que Walter volvió de la casa de sus papás.

—¿Saben que igual la huelga no está funcionando para nada? —preguntó Walter, que estaba recostado en su cama, con los brazos sobre el pecho como un santo —Porque nos iban a dar el día libre, y la tarde de ayer, así que en realidad no faltamos a clases, lo que si dejamos de hacer fue participar en el festival, que al fin y al cabo es lo único divertido de este puente.

—¿Y de quien fue la idea? —preguntó Diego, mirándolo con una ceja levantada.

—Ya sé —dijo, culpable—se escuchaba mejor de lo que era.

—Debimos hacer una manifestación, cerrar una calle principal o algo así. —comentó Ángela. —nos hubiésemos hecho escuchar.

—No, gracias—comentó Alejandro, que en ese momento apareció en la entrada — Si se pudiera hacer una verdadera manifestación pacífica me encantaría, pero ya ves que no, podíamos terminar todos golpeados o muertos. Se te olvida en qué país estamos. Además somos artistas, y no quiero ser el pretexto de unos vagos estúpidos para hacer vandalismo.

—Sólo decía—se encogió ésta de hombros. —es mejor que no hacer nada.

—Olvídalo—suspiré— ya no importa.

—Sí, olvídenlo —asintió Alejandro al tiempo que entraba a la habitación, con una bolsa negra en la mano —y quiten esas caras.

Introdujo una mano en la bolsa que sostenía y de ella comenzó a sacar objetos en forma circular de color blanco, del tamaño de una manzana, y a continuación le aventó uno a Walter que apenas logró alcanzarlo para que no se le cayera, luego le lanzó uno a Ángela, y a Diego también pero un color distinto. Cuando se dirigió a mí atrapé el objeto casi sin problema, éste crujió al contacto de mis dedos. Bajé la mirada a ver lo que había atrapado. Era una calavera de azúcar cubierta de papel celofán.

Sonreí, mientras la tenía en la palma de la mano y la observada. Tenía buen tamaño y estaba bien representada, la superficie era blanca por completo, de textura porosa, con flores y estrellas dibujadas a los costados del cráneo con azúcar de colores, al igual que los dientes, los ojos eran de color rojo brillante hechos con lentejuelas, y una etiqueta en la frente con mi nombre.

Me mordí el labio, luego sonreí con ganas, nadie me había regalado una calavera de azúcar con mi nombre.

—¡No me llamo Juan! —exclamó Walter. Levanté la mirada de mi nuevo dulce favorito, para verlo. Tenía la calavera en la mano y se la mostraba a Alejandro con indignación.

—Es culpa de tu mamá por no ponerte un nombre normal—contestó este—en ningún lugar encontré una con tu nombre.

Diego se echó una carcajada.

—Y tampoco creo que lo hayas buscado mucho —dijo.

—No, es cierto. —Contestó —Igual no habría.

Walter terminó riendo y agradeciendo que se haya tomado la molestia de acordarse de él, al igual que yo.

—¿Pero por qué la de Diego es de chocolate? —inquirió otra vez Walter, mirando con envidia a mi novio.

—Porque no le gustan las de azúcar—contestaron al unísono Ángela y Alex, y luego se echaron a reír por eso.

Los miré a ambos mientras se reían, con las calaveras en las manos. Se habían acercado para abrazarse. Se conocían a la perfección entre los tres, sabían sus puntos débiles, sabían cuándo dejar de preguntar, se conocían las manías y los gustos. Era entendible, llevaban años siendo amigos, al punto en que se consideraban hermanos entre los tres. Era por aquello que Ángela terminaba llorando a veces, porque en los brazos de Alejandro ella era tan pura como una virgen, sus ojos denotaban todo, menos deseo o cariño más allá de lo fraternal, lo mismo que Diego.

—Déjame verla —le dije a Diego, al acercarme a él. Me pasó la calavera de chocolate, que era menos bonita que la mía, pero estaba segura que más sabrosa.

—Está bonita —dije, mientras leía su nombre en la frente de la pequeña representación de cráneo.

—Puedes comer la mitad —comentó Diego, al tiempo que me pasaba el brazo por la cintura y me atraía hacia él.

—No, no, no—dijo Alejandro, volviéndose a nosotros —a cada quien le di la suya.

—Sólo le daré un pedazo —sonrió Diego —, es mía ¿no?

Y ambos discutían sobre eso, cuando Lorena entró a la habitación, hasta ese momento caí en cuenta que ella se había ido en algún momento. Todos la miramos mientras atravesaba la puerta, con la boca abierta y rostros de asombro y emoción.

—Y yo que pensé que no podías ser más rara —se lamentó Alejandro, al tiempo que le entregaba, con desgana, la calavera en la mano.

Lorena vestía un traje típico de alguna región de Veracruz, una blusa banca que le dejaba los hombros al descubierto, en conjunto con una amplia falda larga estampada de flores que le llegaba hasta los tobillos. El cabello lo tenía recogido en una corona de trenzas alrededor de la cabeza y adornado con flores artificiales, su rostro se encontraba pintado de blanco cadavérico, el rededor de los ojos estaba completamente negro, haciéndolos parecer cuencas, y flores azules alrededor de estos. En la boca, líneas negras horizontales y verticales simulaban dientes. Era una catrina.

—¡Te ves preciosa! —Saltó Ángela a abrazarla— por qué no me dijiste, podría disfrazarme contigo.

—No creí que me prestaran el traje. Se lo pedí a los de la carrera de danza folklórica.

—Ya estamos grandecitos para esto —comentó Alex, pero nadie le prestó atención, todos nos arremolinábamos en torno a Lorena, que lucía tan bonita.

—Eres una mini catrina—comentó Walter, pues nuestra amiga penas rebasaba el metro cincuenta de estatura, y luego la abrazó con ternura.

—Tenemos que ir a algún lado —exclamé, llena de emoción, porque ese, más que un día para retorcerse de dolor por los que ya no estaban, se tenía que estar feliz por los años que nos acompañaron, y por los que seguían con vida, los que estaban ahí, respirando a nuestro lado.

—Sí —comentó Lore —tenía pensado ir al panteón. ¿Quieren ir?

—Por dios, —se quejó Alex—no tenemos muertos, no tenemos por qué ir.

—Pueden comenzar a practicar para cuando me muera —comentó Ángela, pero su comentario pasó desapercibido. Solíamos ignorarla cuando hacia esa clase de bromas.

—Si no quieres ir, no vayas—contestó Lorena, apenas prestándole atención a Alex—Me dijeron que en el antiguo panteón organiza una gran fiesta. Está un poco lejos pero sería padre ir. Además no tenemos nada mejor que hacer.

En menos de quince minutos lo decidimos, todos corrimos a cambiarnos de ropa y nos encontramos en la entrada de la escuela, en donde por mucho que me sorprendió, encontramos a Alejandro esperando en el coche blanco que usamos para ir a la casa en la playa. Vestía pantalones de mezclilla deslavados y un suéter de punto color verde, que parecía utilizar a propósito para que sus ojos resaltaran con fuerza.

—Mira —dije, apretando la mano de Diego, que iba a mi lado.

Él sonrió.

—Ya lo vi.

—No iban a llegar en transporte público hasta allá—comentó Alejandro, mientras entraba al carro y todos los demás hacíamos lo mismo.



N/A

La elaboración de tapetes puede ser  a base de arena, aserrín o semillas, y no se realizan en todos los Estados de la república mexicana. 

¿En sus escuelas realizaban eventos para el día de muertos? En las escuelas a las que yo fui sí, cada año hacían concursos de altares, e incluso de piñatas alusivas a la festividad.  

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