Capítulo 10: La casa azul. (2/2)

Volvimos a la posada en donde nos quedábamos, ahí cenamos algo ligero y conversamos sobre la experiencia vivida. Diego me presentó a sus compañeros de clase, y la mayoría de estos me contaron cosas geniales sobre él, parecía ser popular entre su grupo, todo lo contrario de Alejandro, que se encontraba sentado en una esquina, sombrío y enojado.

—¿Te enseñó sus cuadros? —me preguntó un chico, que Diego me había presentado como Gabriel.

—Ah, no—dije, y hasta ese momento me di cuenta de ese detalle, había estado en su cuarto, y visto sus caballetes vacíos, o lienzos en blanco, incluso lo había visto dibujar pero no me había mostrado nada terminado. Me volví a ver a Diego, que se encontraba sentado a mi lado. Nos encontrábamos a fuera de la posada, en el patio, bajo una fresca noche sin estrellas, recargados en las jardineras. Un agradable olor nos envolvía, era debido a cierta flor de la zona que sólo despide aroma por la noche.

—Cuando termine uno que valga la pena te lo mostraré. —comentó, con una pequeña sonrisa de disculpa.

—¡Es medio fresa, el cabrón! —Se burló Gabriel y le propinó un golpecito en la espalda—Cuando expuso ese cuadro ¿Cómo se llamaba? ¡Ah, Noches de sal! Las chavas no dejaban de seguirlo, nada más que él se hace el modesto—luego se inclinó para mirarme más de cerca —Tienes que verlo.

Miré un momento al muchacho y luego a Diego, éste me volvió a mirar con una expresión de disculpa.

—Te lo mostraré pronto—dijo, me tomó de la mano y me dio un apretoncito —está en casa de mi mamá, iré por él para que puedas verlo.

Sonreí complacida, luego me acerqué a él y me metí entre sus brazos.

Seguí conversando por mucho más tiempo con los compañeros de Diego, hasta que comencé a bostezar, me puse de pie, dispuesta ya para a ir a mi habitación a dormir, aun no era muy tarde, pero el viaje me había agotado y casi no les podía prestar atención por el sueño que sentía.

—Hasta mañana—dije, en dirección a todos, luego me volví para mirar a Diego. —Buenas noches.

Diego me tomó la mano, se puso de pie y luego se acercó a mí, tomó mi rostro entre sus manos y con ternura me besó los labios.

—Te quiero —dijo—buenas noches.

Yo me quedé helada, era la primera vez que lo decía, pero él no se inmutó, con una firme mirada lo sostuvo. Apretó sus labios delgados y con la mirada preguntó si había hecho algo malo. Yo no respondí.

—Es en serio—dijo, y me soltó el rostro. Puso el puño sobre su barba, me miro dubitativo y retrocedió un paso. —, te quiero.

Miré sus ojos cafés, su piel de dorada, sus cabellos necios, su barba crecida y desarreglada, sus sonrisas de lado, el amor tan tierno y torpe que manifestaba y me di cuenta de que yo también podría decírselo, podría hacerlo, en algún momento se lo diría y ya.

—Yo también —dije, pero me alejé de prisa, para no herirlo, para que no interpretara mi reacción, para que no leyera en mis ojos. Mi respuesta no sería ese día. No era lo mismo decir "yo también" que "te quiero" por aquel momento yo apenas comenzaba a sanar.

Llegué a mi habitación de prisa, sin tomarme la molestia de encender la luz, estaba deseosa de estar a solas y meditarlo. Sí, ese día había sido hermoso, extraño, pero hermoso, y quizá si, en algún punto mi estado de ánimo había rebasado limites, casi rozado la felicidad, pero aquello era demasiado para mí. Mis manos temblaban, y mi garganta estaba ceca. Diego me quería.

Entré corriendo al baño, abrí la llave del lavamanos y me lavé el rostro. Tardé mucho tiempo en asimilarlo, sólo me quedé ahí, recargada frente al espejo, y poco a poco me fui calmando. Cuando mis manos dejaron de temblar y mi corazón regresó a su cadencia habitual, me dispuse a salir, tomé el pomo de la puesta pero me detuve al escuchar una voz.

—¿Viste a la novia de Riverita? —reconocía a la persona dueña de la voz, era del grupo de chicas compañeras de clase de Diego.

—Sí —contestó otra voz, con el mismo tono desdeñoso que la anterior —Imposible no verla, se la pasó todo el pinche día pegada a él.

—Parece una lapa—se rió la primera voz.

Mi corazón se estrujó al oír eso, se estaban refiriendo a mí. Eran las chicas con las que me tocaría dormir esa noche, mis compañeras de habitación. Diego me las había presentado junto con el resto de sus compañeros, y habían sido tan amables conmigo.

—Y es media rara—continuó la otra voz. —Me contaron que se puso a llorar el primer día de clases.

—¡No! —Exclamó la primera voz, la más aguda. —¿Por qué?

—No sé—comentó—alguien de su grupo me contó que se puso a llorar cuando su asesor de carrera le pregunto algo.

—¿¡Por qué Riverita anda con ella!?

—Pero eso no es lo peor—comentó la voz menos aguda, una voz menos desquiciante que la primera —No sólo pasa todo el día con Riverita sino también con Alejandro.

—Pero eso es porque Alex siempre está con Riverita. Y él tampoco es la gran cosa, eh. Ya sabes lo que dicen de sus gustos.

—Bueno, eso sí, —admitió ésta —demás ni que estuviera tan bonita.

—La ex de Riverita es más bonita.

—¿Quién? —Preguntó la otra—¿Berenice? Sí, pero es bien puta. ¿Escuchaste lo que pasó entre ellos?

—Obvio, todo mundo se enteró. O sea, como si no fuera ya bien raro que se la pasen todo el pinche tiempo juntos, hacen eso.

Mi respiración se agitó, había escuchado ese nombre antes, entre las conversaciones de los chicos, y Diego se enfadaba cuando la mencionaban. Me armé de valor y abrí la puerta del baño. Esas chicas eran mayores que yo, eran dos, pero aun así no puede evitar querer golpearlas, porque estaban diciendo justo lo que me hería en lo más profundo, odiaba que dijeran que era medio rara, ya me sentía la persona más anormal del mundo sin que nadie lo mencionara, pero saber que los demás lo notaban era demasiado.

Ambas dieron un brinco al verme salir del baño, me miraron con ojos abiertos como platos.

—A la próxima asegúrense que no haya nadie en el baño—dije, con ganas de llorar, pero sin permitir que mis lágrimas me delataran —no se vayan a llevar otra sorpresa como ésta.

Ambas chicas me miraron con vergüenza, me sorprendí de que la conocieran, no sólo hablaron de mí, sino de aquella otra chica que ni conocía.

—Ey, disculpa —dijo una, la de voz aguda y cabello teñido de rojo. Recordaba que se llamaba Jesica —No sabía que estabas ahí.

—Me di cuenta —dije, y le aparté de un manotazo la mano que extendía en mi dirección. —Vete a la mierda.

Pero por irónico que me pareciera fui yo la que abandonó la habitación. Salí a grandes zancadas de ahí, bajé las escaleras y me senté en uno de los últimos escalones. No planeaba volver, no dormiría esa noche con ellas. Me quedé mucho rato ahí, pensando en lo que haría y al final decidí ir a buscar a Diego.

Antes de regresar del museo, Diego me había dicho que estaría en la habitación tres de la planta baja, así que hacia ahí fui. Para ese momento los pasillos de la posada estaban solos, las luces se encontraban encendidas pero no había nadie caminando por ahí. El jardín que había estado plagado de muchachos ahora se encontraba vacío, y aunque así era más lindo lamenté que ya todos se hubiesen ido a dormir. De repente no tenia sueño, deseaba conversar con alguien.

Toqué la puerta de la habitación de Diego con los nudillos, casi con miedo de despertar a todos los de las demás en las habitaciones contiguas.

—Diego —susurré.

Pero no hubo respuesta.

—Diego—susurré, y está vez la puerta se abrió, pero no me encontré con los cálidos ojos cafés que deseaba.

—¿Qué haces aquí? —Era Alejandro, y no se veía contento.

—¿Dónde está Diego? —pregunté, y obtuve de inmediato mi respuesta, éste asomó la cabeza por encima del hombro de su hermano.

—¿Qué pasó? —preguntó, y se acercó a mí, empujando en el proceso a Alejandro.

—No puedo dormir —contesté. Por alguna razón no le quería decir nada de lo ocurrido y no era por ellas, era por mí —¿Puedo quedarme contigo?

—¡No! —Exclamó, pero era Alejandro. Diego le dedicó una mirada de reprobación y luego regresó a mirarme.

—Claro que sí, Ingrid —dijo— pasa.

Diego abrió la puerta y me dejo ingresar, la habitación era igual a la que me habían asignado, con tres camas de diferentes medidas y pisos de color café, era semi-rustica. En la tercera cama se encontraba un muchacho de cabello negro, bien dormido, y Alejandro en la otra.

—Sí viene a revisar un maestro —comentó éste, sentado en el borde de la cama— No se verá nada bien que esté ella aquí.

—Nadie se tiene que enterar. —comentó Diego y luego me sonrió. —¿Verdad?

—Cierto —dije, con una sonrisa.

No me había tomado la molestia de sacar mi ropa de dormir de la maleta así que Diego me prestó una playera de las suyas. Ambos dormiríamos en la misma cama individual, pues aunque Alejandro tenía una cama matrimonial se negó a dárnosla.

—No sabe el favor que me hace—comentó Diego, sonriendo, mientras me tenía apretujada entre sus brazos. Yo oculté el rostro entre su ropa y me eché a reír.

—¡Cállense! —Exclamó Alejandro desde su cama, al escucharnos reír —¡No hagan nada asqueroso o me largo!

—¡Si puedes llevarte a Ignacio contigo te lo agradecería! —comentó Diego, y yo reí aún más entre su pecho. Alejandro refunfuñó entre sus sabanas y luego se puso de pie, la puerta de la entrada se abrió y de un portazo de cerró. El chico que dormía en la tercera cama se agitó un poco, pero no se despertó.

—¿En serio se enojó? —Pregunté, ya sin ganas de reírme. Diego asintió, pero se apartó un poco de mí, para mirarme a los ojos, en medio de la oscuridad.

—¿Qué pasó? —Preguntó —¿Por qué te saliste de tu cuarto?

Bajé la mirada.

—Nada—dije, pero él no apartó su mirada.

—Ingrid.

—Pero no te vayas a enojar—me rendí.

Comencé a contarle todo lo que había ocurrido con las chicas, sin contarle cual era la razón por la que me hacían sentir así. Él escuchó sin interrumpirme hasta que dejé de hablar.

—¿Cuál es tu cuarto? —preguntó, incorporándose de la cama.

—Diego, no—le dije, y le puse una mano en el hombro. Sentía vergüenza hablarle contado lo ocurrido, y habiendo omitido la parte en donde yo también las insultaba, aunque claro, ellas habían comenzado.

—Dime cuál es tu cuarto—insistió—voy a hablar con ellas.

—No, por favor—le dije—no vale la pena.

—No voy a dejar que te hablen así—comentó, estaba medio incorporado en la cama, su cabello hecho un desastre—Iré a hablar con ellas y les pediré que te pidan una disculpa.

—Ay, no—dije, y lo tomé del rostro, de sus mejillas— Déjalo, duerme conmigo, vamos a dormir.

Y logré convencerlo de eso, poco a poco volvió a la cama, me acunó a su costado y me rodeó con sus brazos delgados.

—Es la primera vez que duermo contigo—susurré. Y él sonrió entre mi cabello.

—Lo sé.

—¿Quieres platicar hasta que nos de sueño? —pregunté en voz baja.

Él asintió, con una sonrisa.

Conversamos gran parte de la noche acerca de un tema que solía inquietarme, (y distraerme de otros pensamientos, unos oscuros) era sobre galaxias escondidas y de la posibilidad de no ser los únicos en el universo, hasta que ambos caímos rendidos. Alejandro no volvió a la habitación en toda la noche, y a la mañana siguiente abandonamos el mundo azul.

N/A Les agradecería con el alma si me dejan comentarios, votos, comparten o lo que sea, ¿sale?  Los amo. <3 

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