Epílogo
Elisa se encontraba en el porche de su casa cómodamente sentada y concentrada en su lectura cuando el canto de un ave llamó su atención. Levantó la vista del libro y observó el exterior. Todo era tan bello que nadie que hubiera vivido en la tierra durante la época en que a Elisa le tocó vivir, podría acostumbrarse tan fácilmente. Ya había pasado mucho tiempo de aquello, sin embargo los recuerdos no se borraban de su mente. La destrucción de las ciudades, las enfermedades, los cataclismos que habían causado tantas muertes... todo aquello había quedado en el pasado. Ya todo era diferente, el nuevo mundo en el cual vivían no tenía rastros de aquella desolación. Disfrutaba día tras día de su vida y la de sus seres queridos, disfrutaba de la naturaleza que los rodeaba, de los animales y de las plantas, de los alimentos que la tierra le regalaba y del sol o de la lluvia. El miedo ya no era parte de ese mundo pues ya no había nada que temer. Ni a las enfermedades ni a los peligros ni a las calamidades. Cómo Dios les había prometido vivían en total armonía en un verdadero paraíso terrenal en el cual no les faltaba nada y, sobre todo, era regido por el amor.
Elisa bajó unos pocos escalones y aspiró el aire fresco de la tarde al tiempo que cerraba los ojos. El viento que corría ligero hacía que su cabello bailara alrededor de su rostro y la relajaba hasta no poder más. En aquel ambiente podía respirar paz y armonía. Suspiró sintiéndose en calma, elevó los párpados y bebió con detalle el panorama a su alrededor. El césped verde y luminoso, los árboles frondosos cuyas hojas se mecían al son del cantar de los pajaritos, los niños correteando, las mujeres charlando, los amigos bromeando...
Una sonrisa se pintó en sus labios al escuchar la risa de Caliel. Por instinto lo buscó con la mirada y lo encontró no muy lejos, cerca del riachuelo que cruzaba el bosque y desembocaba en el pequeño lago justo frente a su hogar. Su corazón se calentó con amor al ver el hombre en el que se había convertido con el paso de los años. Cuatro pequeñines correteaban a su alrededor y hacían algarabía con sus gritos y su alegre inocencia. Caliel jugaba con ellos, los correteaba y los hacía chillar de emoción y adrenalina. Elisa rio al ver que atrapaba a la niña de vestido azul y la elevaba por los aires antes de comenzar a hacerle cosquillas.
—¡No. Cosquillas no, papi!
La niña intentaba entre carcajadas liberarse del agarre de su padre mientras su madre veía aquella escena conmovida. Cien años atrás no habría creído que aquello fuera posible; vivir en tal paz con tal armonía... ser tan plenamente felices. La mujer limpió sus manos en el paño que cargaba entre los dedos y descendió las escaleras con calma, sin prisas. Se acercó a aquellas personitas que tanto amaba y sacudió la cabeza divertida.
—Es hora de cenar —dijo elevando la voz. El sol comenzaba a ocultarse y quería que su hija pequeña, Elena, se diera un baño antes de sentarse a la mesa.
—Ayyy, todavía no, mami. Porfis. Un ratito más.
Elisa rio con ternura al escuchar a su hija intentando negociar y al verla juntar las manos a la altura de su barbilla.
—Después de la cena venimos fuera de nuevo y vemos las luciérnagas, ¿te parece? —Caliel cesó el juego con su hija al escuchar a Elisa y elevó la vista para posar los ojos en su esposa. La chispa en su mirada se acentuó con amor.
—Ya vamos —dijo con suavidad.
Elisa admiró la manera en que las esquinas de sus ojos se arrugaban con su sonrisa y sintió un revoloteo en su vientre. Después de tantos años juntos todavía seguía haciéndola sentir como una adolescente enamorada. Caliel se acercó para dar un beso breve en los labios a su esposa y entonces, con su hija todavía en brazos, se encaminó al interior de su hogar.
Había pasado casi un siglo desde que habían empezado su labor de dirigir a la humanidad; desde que habían comenzado a restaurar la tierra y a repoblarla bajo la guía de Dios y los ángeles. Había sido una tarea ardua —no podían decir lo contrario—, junto a su amado Caliel y unos cuantos elegidos habían trabajado día tras día sin descanso para poder llevar a cabo el plan del creador y para demostrar que eran dignos de su entera confianza. No era sencillo acostumbrarse a ese nuevo estilo de vida, había mucho que aprender y que trabajar para erradicar de una vez los sentimientos negativos que eran inherentes al ser humano, a ese ser humano que habitaba la tierra en aquel momento. Pero el resultado final era más de lo que ambos habían llegado a imaginar y la vida que vivían en ese momento no podía ser más agradable.
Elisa entró poco después de Caliel y se dirigió a la cocina solo para encontrarlo sirviendo los platos de la comida. Solo tres. Antes —unos veinte años atrás— habrían sido más —diez por lo menos—, pero ahora sus hijos mayores habían crecido lo suficiente para iniciar su propio hogar. Algunos habían decidido viajar por el mundo, descubrir cosas nuevas, aprender... y la preocupación que cualquier padre hubiera podido sentir por ellos en el viejo mundo, ahora no existía. Ahora la tierra era un lugar seguro donde la maldad no tenía lugar, donde el amor y la felicidad reinaban y el peligro solo era cosa del pasado; un mal recuerdo. Ya no había muertes ni enfermedades, no había robos ni asesinatos, no existía la mentira ni la codicia... Todo era perfecto. Todo era como siempre debió ser.
Caliel escuchó los pasos de su esposa y giró con dos platos en las manos regalándole una sonrisa que ella respondió con otra. Dejó todo sobre la mesa y se acercó a ella abrazándola y plantándole un beso en la frente. Ella escondió su cabeza en su pecho y aspiró aquel perfume que aún la embelesaba. La risa de los niños los sacó de aquel trance.
—¡Listo! ¡Ya nos lavamos las manos! —exclamaron casi al unísono y como si de un vendaval se tratara se sentaron veloces a la mesa. Elisa rio y mientras Caliel terminaba de servir la comida.
Disfrutaron de la cena mientras contaban anécdotas del día y reían tranquilos. Cuando terminaron, Caliel acompañó a los niños a ver las luciérnagas por un rato hasta que el fresco de la noche los hizo regresar, entonces él lavó los cubiertos que habían resultado de la cena mientras Elisa llevó a los niños a dormir para luego encontrarse en la habitación matrimonial. Caliel salía de darse un baño relajante cuando ella ingresó al cuarto cansada y con un poco de sueño.
—¿Tardaron en dormirse? —preguntó Caliel secándose el torso con la toalla.
—Uf, me hicieron contarle el cuento de los ángeles que encendían las estrellas al menos unas cinco veces —suspiró. Caliel rio.
—Creo que necesitas un masaje —dijo sentándose a los pies de la cama y tomando entre sus manos los pies de su mujer.
—Eso se siente muy, muy bien.
Sonrió al recostar su cabeza sobre la almohada y se permitió disfrutar de la presión de los pulgares sobre las plantas de sus pies y entre sus dedos.
—¿Sabes qué estaba recordando hoy? —preguntó Caliel de pronto.
—¿Qué?
—Recordaba cuando no podía sentir el calor de tu piel ni la suavidad de tu cabello, cuando no podía entender lo que significaba un beso.
—Creo que lo recuerdo —dijo Elisa sonriendo—. Y yo no podía entender qué era lo que tú sentías.
—Lo sé. Hemos pasado por tantas cosas...
Ambos se metieron bajo las sábanas frescas y Elisa recostó la cabeza sobre el pecho de su esposo.
—Y todavía pasaremos por muchas más —susurró en la oscuridad, en la calma que encontraba acurrucada contra su costado.
Sintió cómo Caliel le pasaba los dedos sobre el brazo en una suave caricia y sonrió cerrando los ojos. No dijeron nada más después de eso. Sus mentes regresaron a aquellos días cuando pensaron que su final se acercaba, cuando se sintieron perdidos y desesperanzados, y compararon el agobiante sentir de aquellos momentos con el plácido que vivían en el presente.
Caliel miró hacia abajo hacia el rostro relajado y feliz de su esposa y sintió el retumbar bajo su pecho, los latidos de su tranquilo corazón, y sintió que nada podía ser mejor que aquello. Solo al verla ahí descansando a su lado luciendo un semblante tranquilo se atrevió a cerrar los ojos él también... y suspiró sintiéndose lleno de calma, paz y amor. El miedo se había ido, junto con el peligro, la oscuridad y el rencor. La luz reinaba ahora sobre la humanidad y así sería por el resto de la eternidad.
Un te amo susurrado en la penumbra de la habitación fue lo último que se oyó escapar de sus labios antes de que las respiraciones acompasadas llenaran la estancia.
Y así fue como el mundo continuó su órbita bajo la dirección del amor; fue así como el cielo y la tierra se convirtieron en un solo lugar unido por un solo horizonte, un solo reino. Fue así como la luz venció a las tinieblas e iluminó el paso de los hombres. Fue así como la bondad reinó en el corazón de la humanidad y la paz los cubrió, por el resto de la eternidad.
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