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El padre de Elisa la dejó en el portal de su casa y no arrancó hasta verla cerrar la reja tras ella. La chica lo observó alejarse y sintió miedo por los hechos que se estaban desarrollando. Un fin de semana había bastado para que las cosas en su ciudad cambiaran casi por completo. No es que antes de esos días hubiera sido del todo segura o pacífica, pero tampoco era tan abiertamente... violenta.

Recordó con claridad la multitud de hombres armados con garrotes y otras cosas caminando por la avenida como si fuera de lo más normal. Había sido obvio que eran parte de los manifestantes, posiblemente excompañeros del trabajo de su padre. Lo más probable era que hubieras perdido su trabajo y sustento de manera injusta, pero eso no los eximía de ir marchando por ahí sembrando terror. Porque aquello era lo que habían difundido en el interior de Elisa; un profundo y oscuro terror.

—Creo que es mejor que entres —escuchó que decía su guardián.

Ella creía que ya estaba segura detrás de la puerta de reja, pero no podía oír lo que Caliel; a solo unas manzanas una aglomeración de personas furiosas arremetía contra cualquiera que intentara detenerlos, a ellos y la revuelta que iniciaban.

Elisa suspiró sabiendo que debía escuchar a su ángel e ingresó cabizbaja a la vivienda. Caliel por primera vez no sabía cómo actuar para animarla. Cuando el habitual buen humor de Elisa desaparecía, solía ser por malentendidos o preocupaciones banales, por lo que casi siempre lo recuperaba al instante, pero en aquella ocasión...

—Voy a ver una película —informó Elisa sentándose en el sofá. Caliel se situó a su lado y se animó al ver que retomaba su ritual—. Quiero distraerme un rato.

Tomó el mando a distancia y colocó un canal en donde sabía siempre buenos filmes. Caliel se sorprendió porque no hubiera ido antes a saquear el refrigerador, pero permaneció en silencio. No quería incordiarla, sobre todo porque ya se hallaba preocupada.

Iba comenzando una película algo vieja acerca del fin del mundo, por lo que ambos se perdieron en aquel mundo de ficción. Se quedaron en silencio, hombro con hombro, observando aquella trama tan absorbente. Para Caliel era interesante —y algo divertido— ver cómo creían los humanos que sería el fin de la humanidad. Para Elisa era gracioso ver los efectos especiales tan falsos que había en el filme, aunque en cierto punto no pudo evitar soltar una que otra lágrima.

—¿Así será el fin del mundo? —cuestionó de repente, tomando a Caliel por sorpresa.

—¿Qué acaso nunca has leído la Biblia? —Elisa le lanzó una mirada como diciendo «sabes que no»—. Bueno, te diría... pero solo Dios lo sabe.

Se encogió de hombros y Elisa hizo una mueca de decepción.

—Es que me da miedo. Tanta muerte, tanta injusticia, tanto dolor...

Se encogió sobre sí misma y Caliel no pudo evitar sentir algo cálido en el pecho al verla así.

—Ya te dije que yo te protegeré.

—¿Y si no puedes hacerlo?

Caliel frunció el ceño al verla tan angustiada.

—Mira, lo voy a poner así. Tú dejaste de ser solo mi trabajo, Elisa. Yo te estimo demasiado.

—Y yo a ti —dijo la morena con la boca chiquita.

El ángel sonrió al escuchar aquello y continuó:

—Daría mi alma porque estuvieras a salvo si fuera necesario.

—¿Es posible que un ángel entregue su alma? —cuestionó Elisa curiosa. Caliel se quedó pensativo durante algunos segundos.

—En realidad no lo sé... Pero de ser posible, lo haría sin dudarlo.

La chica parpadeó con algo de asombro y otra emoción que no pudo definir. Era como una chispa cálida que comenzaba en su corazón y se extendía hasta los dedos de sus pies. De repente se sintió algo cohibida. Caliel podía ser muy dulce incluso sin proponérselo y aquello la desarmaba por completo.

—¿Qué va a pasar conmigo cuando me muera? —cuestionó de la nada, sin querer pensar en las emociones que su guardián encendía en su interior. Sin darse cuenta volvía a juguetear con su colgante de ángel—. ¿Qué va a pasar con mi alma, Caliel? ¿Con mi espíritu... o lo que sea?

El ángel se quedó en silencio meditando su respuesta. La verdad era que el destino de su alma dependía del curso que tomara su vida. Elisa todavía era muy joven, tenía toda la vida por delante... pero, conociéndola, ella iría directo al cielo. Sabía sin duda alguna que su corazón permanecería puro conforme creciera y ella seguiría siendo tan bondadosa como siempre.

—No debes preocuparte por eso —dijo Caliel sonriendo seguro, estirando su mano para tocar la nariz de Elisa, quien se hizo hacia atrás sin pensarlo, sorprendiendo al ángel y a sí misma en el proceso.

No sabía por qué había hecho aquello. Tal vez... era esa sensación bajo su piel a la que no se acostumbraba. No era mala... pero tampoco estaba segura de que fuera buena. Era diferente, y aquello la asustaba.

De repente la película que miraban fue a un corte comercial y el sonido de un breve noticiero los sacó a ambos del asombro en el que estaban sumidos. Caliel hizo una mueca, a Elisa se le llenaron los ojos de lágrimas. Por eso odiaba ver aquellos informes.

Un atentado terrorista había sucedido en alguna parte de Europa y un tsunami había devastado las costas de un país asiático. Cientos de muertos, miles de heridos... Millones de personas aterradas.

Elisa sufría. No conocía a ninguna de aquellas personas, pero le dolía ver tanto sufrimiento. Le espantaba saber que había gente llena de tanto odio, tanta maldad, capaces de llevar a cabo actos tan atroces y saber que había hechos que nadie podía controlar. Ver todo aquello le hacía hervir la sangre de rabia, de impotencia, pero sobre todo estrujaba su corazón. Su esperanza de que el mundo fuera un mejor lugar se veía dañada cuando observaba aquellas cosas.

«¿A dónde va a parar el mundo?», se preguntó mientras el locutor presentaba los hechos con una indiferencia increíble, como si hablaran del clima y no la desaparición de cientos de vidas. Lo veía ahí, tan tranquilo, recitando los sucesos con una calma que a ella la ponía nerviosa.

¿Es que acaso ya no había sensibilidad en el mundo? ¿Dónde estaba el amor, la compasión? ¿Dónde había quedado la empatía?

Elisa era una chica optimista por naturaleza. Trataba de verle el lado bueno a todo lo que pasaba siempre, pero en aquellos instantes le estaba costando trabajo. Sentía un nudo en la garganta y los dedos se le estaban acalambrando por apretarlos en puños con tanta fuerza. La mandíbula le temblaba, los ojos le ardían... y Caliel solo la veía sufrir en silencio.

A él también le dolía la situación mundial, pero suponía que para Elisa que era humana, todo era aún peor. Sin embargo, verla así, tan afectada, tan... deprimida, lo alertó. Sabía que una señal de que los demonios se encontraban influenciando a los humanos, era la presencia de sentimientos negativos como los que Elisa estaba mostrando, como los que la mayoría de la gente alrededor del mundo comenzaba a mostrar.

Un pesado y frío brazo cayó sobre los hombros de la chica y ella supo de inmediato de quién se trataba. Además de que era el único que lo acompañaba en aquellos momentos, su ángel no soportaba verla triste y siempre buscaba reconfortarla ya fuera con un gesto o alguna palabra. Elisa no deseaba hablar en aquellos momentos y supuso que Caliel lo había notado, que había sido por eso que había optado por abrazarla en su lugar.

Recargó la cabeza sobre su hombro y suspiró sintiendo que Caliel tiraba de su cabello con suavidad. Recordó una conversación que había tenido ese fin de semana, en donde él le había confesado que si hubiera podido sentir, le habría gustado saber la textura de su cabello y piel, oler el aroma de su perfume. El estómago le dio un brinco y Elisa se tensó al sentirse tan abrumada por la cercanía con su ángel. No sabía qué le estaba pasando, por lo que se excusó cuando Caliel la observó confundido y le dijo que estaba cansada.

Se puso de pie para encaminarse a su habitación y Caliel la siguió de cerca. La observó acostarse y suspirar exhausta, agotada por las emociones. Sus ojitos se veían tristes y creía que una siesta le haría bien.

***

Elisa salió de su habitación al darse cuenta de que Caliel no se hallaba a su lado. Quería ver dónde estaba su ángel, puesto que no respondía tampoco a su llamado. Estaba algo preocupada por él, aunque aquello no tenía sentido; era Caliel quien debía velar por su bienestar, no ella por el de él.

El pasillo se encontraba a oscuras y la casa más silenciosa que un cementerio.

—¿Mamá? —llamó Elisa. Nadie respondió.

Recorrió descalza el corredor hasta llegar a la sala común y apretó los labios al ver la televisión prendida, el canal con estática. No estaba su padre tampoco y aquello le parecía en extremo inusual. Paseó la mirada por sus alrededores y con paso lento se acercó a la ventana. Descorrió la cortina con cuidado y a continuación su corazón se saltó un latido. El cielo era rojo sangre... y la avenida estaba desierta. El asfalto de la calle parecía destilar vapores, por lo que se preocupó al ver a Bigotino maullando en medio de esta y salió en su auxilio sin pensar en nada más.

—¿Qué haces acá, gato loco? Te puede pasar algo malo.

Giró sobre sus talones con la criatura entre sus brazos y su piel se erizó al percatarse de que el felino comenzaba a evaporarse entre sus dedos. Elisa trató de retenerlo, pero con un último maullido el gato desapareció y con él la luz también comenzó a extinguirse.

Quiso tomar su dije entre sus dedos como acto reflejo para tranquilizarse, pero se alteró más al darse cuenta de que no se encontraba sobre su pecho. Su cadena había desaparecido y sin ella se sentía expuesta, vulnerable. Elisa miró hacia el cielo en busca del sol o la luna, alguna señal que le dijera lo que pasaba, pero lo único que alcanzó a ver fueron sombras merodeando a su alrededor, hablándole... y riendo.

—Elisa —escuchó que siseaban.

Aquellas sombras extendían sus brazos incorpóreos en una macabra invitación que Elisa no deseaba aceptar. Una voz en su cabeza —una voz que reconocía como la de Caliel— le exigía que huyera, que se refugiara en otro lugar, que no confiara en ellos ni nadie más.

—¿Caliel? —preguntó la morena observando a su alrededor. Pero su ángel no estaba.

Elisa se hallaba sola y una nube de sombras oscuras se arremolinaba sobre su cabeza. Reían de una manera oscura y se extendían de tal manera que el cielo ya no era visible ante sus ojos.

—¡Huye, Elisa! —escuchó a Caliel a lo lejos, sin embargo continuó sin vislumbrar a su guardián.

Aquellos espectros malignos estaban comenzando a girar y girar, mareándola, logrando desubicarla por un momento, tratando de encontrar un hueco en su mente para poder apoderarse de ella. Elisa cayó de rodillas sobre el asfalto y cubrió sus oídos al tiempo que cerraba sus ojos, deseando desaparecer y volver a su habitación, junto a Caliel.

—¿Dónde estás? ¡Ayúdame, por favor! —rogaba al sentir el frío y espeluznante roce de aquellas ánimas perversas. Jugaban con su cabeza, le susurraban promesas falsas, y Elisa no quería sucumbir.

Volvió a suplicarle a su ángel que la ayudara, pero él jamás llegó. La dejó sola, a su suerte. Quebrantó la promesa que le había hecho, aquella de cuidarla siempre, y con ella quebrantó también su espíritu.

El gélido agarre que sintió sobre su tobillo la hizo abrir los ojos de golpe. Una mano con garras negras la tenía bien asida, pero nada la asustó más que encontrarse con una sonrisa de filosos y peligrosos colmillos.

—Te tengo —se mofó el demonio.

Entonces comenzó a jalar de ella hacia el infierno y Elisa comenzó a gritar.

***

—¡Elisa! ¡Despierta, Elisa! —pedía Caliel alterado al ver a su amiga patalear sobre el colchón.

La chica abrió los ojos de repente y comenzó a arrastrarse hacia atrás al encontrar a su ángel muy cerca de su rostro. Temblaba de pies a cabeza mientras escudriñaba su habitación con terror, el sueño la había dejado muy alterada.

—L-las sombras. Vienen por mí. —Jadeó falta de aire. Su barbilla comenzó a temblar y las lágrimas a surcar sus mejillas. Seguía llena de terror.

—Fue un sueño. —Quiso tranquilizarla su amigo—. Una pesadilla solamente. Aquí estoy. Tranquila, aquí estoy.

Se acercó a abrazarla y Elisa se arrojó sin pensarlo directo entre sus brazos.

—Me dejaste —le reclamó—. Ellos me llevaban y t-tú no estabas y no tenía m-mi cadenita tampoco No había nadie y...

—Shhh. Tranquila, ya pasó. Fue solo un sueño, yo no me he ido de tu lado ni lo haré jamás.

Colocó un beso sobre su cabello y Elisa lloró en su pecho.

Había sido solo un sueño, una horrible pesadilla. Sin embargo, la sensación de haber sido abandonada, de estar desprotegida, seguía a flor de piel. Sentía cierto rencor sin sentido hacia Caliel por las imágenes que todavía podía reproducir con claridad en su cabeza. Sabía que no era justo, pero no podía evitarlo. Él le había prometido encontrarse ahí siempre para ella y no había estado mientras la arrastraban al averno.

—No te vayas —pidió Elisa elevando la mirada—. No me abandones.

Caliel observó los ojos suplicantes de Elisa. Estaban enrojecidos y anegados en lágrimas. Se hallaban llenos de terror... y se preguntó si no habría podido ingresar en su pesadilla de haberlo intentado. Le retiró un mechón de su mejilla húmeda y asintió acercándola de nuevo a su pecho.

—Jamás, Elisa. Jamás te dejaré.

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