** 7 **
La mañana del sábado Elisa despertó tras sentir un fuerte retortijón en el vientre. El dolor que la agobiaba era intenso y se abrazó con fuerza a sí misma intentando calmarlo.
—¿Te sientes bien? —preguntó Caliel al observar su tez pálida y sudorosa.
—No —gimió Elisa y luego corrió al baño. Caliel la siguió y la esperó afuera, desde donde pudo oírla devolver probablemente todo lo que traía en el estómago.
Una de las cosas que a Caliel más le llamaba la atención del mundo humano, era la comida. Le gustaba y le causaba curiosidad ver a la gente alimentándose y disfrutando de aquellas sustancias que se llevaban a la boca, por eso le preguntaba constantemente a Elisa sobre el sabor de los alimentos e intentaba imaginárselos. Pero sabía que de vez en cuando el cuerpo humano no funcionaba correctamente y el estómago hacía de las suyas. Elisa le había intentado explicar lo que era el dolor, pero él no lo podía entender, no podía imaginarse una sensación tan incómoda o negativa.
La vio salir algunos minutos después con la cara mojada —aún seguía pálida— y sus labios habían perdido su color original.
—Creo que algo me ha sentado muy mal —dijo Elisa observándolo y pasando a su lado rumbo a la puerta con desgana—. Iré a ver si mamá tiene algo que pueda tomar.
Caliel asintió y la siguió hasta la cocina donde estaba su madre preparando el desayuno. Elisa le comentó cómo se sentía y Ana le dijo que fuera a reposar, que ella le llevaría un té enseguida. La muchacha obedeció y volvió a su habitación metiéndose de nuevo a la cama y cayendo casi de inmediato dormida. Se sentía muy cansada.
Así pasó todo el sábado, entre dolores de estómago, algo de temperatura y cuidados de Ana, que venía continuamente a cerciorarse de su estado o a traerle algo ligero para que no estuviera con el estómago vacío.
Durante una de esas visitas y mientras Elisa platicaba con su madre, Caliel sintió «el llamado» y aquello le pareció demasiado extraño. De hecho sólo lo había sentido en una ocasión, aquella vez que tuvo que subir a dar un reporte sobre el accidente en el cual había intervenido. Los ángeles tenían una conexión espiritual muy fuerte entre ellos; eso no significaba que pudieran leer los pensamientos de los otros ángeles o algo así, pero tenían una especie de consciencia colectiva que podía ser activada en algunas situaciones. Normalmente era utilizada por los arcángeles o ángeles de jerarquías superiores para avisarle a los guardianes sobre cambios o decisiones importantes que debían tener en cuenta en su labor. Aquello también podía ser un aviso para llamar al orden a un guardián que hubiera incumplido una regla, cómo había sido su caso la vez anterior. De todas formas Caliel no tenía idea del porqué lo estaban llamando, esta vuelta no había hecho nada malo y, desde la vez que tuvo que intervenir con aquellos chicos que quisieron atacar a Elisa, ya había pasado bastante tiempo.
Lo cierto es que debía esperar, los ángeles sólo podían responder al «llamado» cuando su protegido o protegida estuviera durmiendo. No es que los dejaran en esos momentos, pero necesitaban de un alto grado de concentración y de mucha energía para poder ponerse en contacto con uno de los arcángeles, por tanto requerían que el humano estuviera en calma y reposo.
—¿Sentiste el llamado también? —preguntó Aniel, quien se encontraba cerca mientras la madre de Elisa permanecía en el cuarto. Aquello hizo que Caliel se sobresaltara.
Los ángeles casi nunca se ponían en contacto unos con otros. No era que estuviera fuera de regla, sino que los guardianes venían a la tierra a cumplir funciones, no a conversar con otros ángeles ni a hacer amigos. Eran solo algunos casos muy puntuales en los cuales trabajaban juntos y el principal era durante el embarazo de una mujer. Además de ese momento, existían otros en los cuales dos ángeles podían congeniar e intentar afianzar lazos entre dos personas que estaban destinados a ser pareja o mejores amigos.
Caliel y Aniel habían hecho amistad durante la gestación de Elisa, pero luego del nacimiento hablaban en ocasiones muy puntuales.
—Sí —respondió Caliel—. ¿Sabes algo?
—Las cosas no están marchando bien, los seres humanos están desafiando las leyes de Dios más rápido de lo que se esperaba y se dice que un gran grupo de espíritus malignos están influyendo en sus vidas, atrapando sus corazones y sembrando el mal en ellos. —Aniel se acercó y le susurró como si alguien pudiera oírlos—. Dicen que Dios está dolido y que quizá decida adelantar ciertos eventos.
—¿Tanto así? —preguntó Caliel asustado. Al igual que muchos humanos, los ángeles conocían la teoría acerca del esperado final de los tiempos, pero nadie sabía cuándo sucedería y ya habían presenciado ocasiones anteriores donde corrieron varios rumores sobre fechas y tiempos en los que finalmente no había sucedido nada.
—Descansa un rato, hija —dijo Ana saliendo de la habitación de Elisa y Aniel la siguió encogiéndose de hombros.
Caliel se acercó a la ventana de la habitación y observó el exterior preocupado. Conocía todo lo que se decía sobre los eventos que sucederían y no se podía imaginar a Elisa viviendo esa época. Suspiró y volteó a mirarla. Ella había cogido un libro y estaba absorta en la lectura mientras Caliel se quedaba allí contemplándola. Le gustaba estar cerca de ella aunque no siempre estuvieran hablando; a veces simplemente permanecían en silencio, mientras ella se concentraba en algunas actividades que eran propias de los humanos, como leer, estudiar, ver una película o jugar algún juego en alguna consola. Él incluso disfrutaba de observarla hacer esas cosas y de aprender más sobre toda esa realidad de la cual era solo un espectador externo.
Un rato antes de dormir, cuando al fin Elisa soltó aquel libro, Caliel se sentó a los pies de su cama y le sonrió.
—¿Te sientes mejor? —preguntó, a lo que ella asintió.
El color había vuelto a sus labios y llevaba varias horas —una medida de tiempo que Caliel no terminaba de entender pero que sabía pasaban porque Elisa le había enseñado a medirlas en un reloj de pared— sin vomitar.
—Bastante —sonrió ella—, aunque todavía siento dolores y un montón de ruidos en mi abdomen.
—¿Ruidos? —preguntó confundido, pero Elisa solo sonrió y negó con la cabeza.
—No me pidas que te explique eso —bromeó.
—Bueno...
El ángel se encogió de hombros.
—¿Caliel? —lo llamó Elisa—. ¿Qué harías si tuvieras la oportunidad de sentir como uno de nosotros? ¿Qué te gustaría experimentar?
—Hmmm. —Caliel lo pensó—. No sé, son tantas las cosas que me gustaría experimentar. —Sonrió y Elisa pensó que le encantaba el brillo en sus ojos cuando se entusiasmaba con alguna conversación—. Quisiera comer, aunque no me gustaría sentir eso que estás sintiendo tú ahora —bromeó y ella asintió abrazando su vientre—. También me gustaría mucho sentir el calor, o el frío... O el agua derramándose por mi piel... Claro, si tuviera piel —añadió, a lo que Elisa respondió con una risita divertida—. Me gustaría sentir el viento soplar... y me agradaría tocar tus cabellos, o saber cómo se siente la textura de tu piel; se ve tan suave... También quisiera oler los aromas, el de tu perfume por ejemplo... Ese que te pones con tanto esmero cada mañana antes de salir a la escuela.
—Si yo fuera un ángel, me encantaría poder saber qué piensan las demás personas —dijo Elisa pensativa y Caliel se echó a reír.
—Ya te dije que no puedo hacer eso, no soy un superhéroe o algo parecido. Tampoco soy una de esas criaturas extrañas con poderes raros que existen en las películas que ves o en los libros que lees. Mi mundo es muy parecido al tuyo, solo sin la maldad y el dolor —agregó—. No puedo leer los pensamientos, ni siquiera los tuyos. Solo puedo intuir, percibir las emociones, las... energías —explicó—. Es por eso que puedo saber quiénes representan posibles peligros o amenazas para ti.
—Bueno... Pues me gustaría hacer eso de todas formas, y también ser invisible —añadió—. Así puedo entrar en cualquier sitio y saber qué están diciendo los demás —rio divertida y con fingida maldad.
—Eso es ser chismosa —agregó Caliel. Elisa solo se encogió de hombros.
—De todas formas, y aunque me gustaría sentir cómo sería tomar tu mano si fueras un chico normal, me agrada lo que siento cuando lo hago. Es... algo extraño de explicar —murmuró—, se siente como si fueras de cristal pero puedo percibir toda la energía que tienes y eso es... muy... intenso. Es como si me envolviera una fuerza —dijo Elisa acercándose y tomando entre sus manos una de las de Caliel. El ángel sonrió.
Se quedaron allí sintiéndose mutuamente hasta que Elisa decidió que era hora de dormir. Cuando Caliel la sintió sumergirse en un sueño profundo, cerró sus ojos y se dispuso a hallar la concentración requerida para que su espíritu pudiera ponerse en contacto con alguno de los arcángeles.
Un rato después volvió en sí, no muy contento con las noticias recibidas. El arcángel con quien había hablado solo le confirmó aquello que ya Aniel le había comentado, le sugirió extremar los cuidados con su protegida, ya que por su bondad y pureza, ella era una de las almas que Dios deseaba proteger y que estaban más expuestas a ser buscadas por los demonios. Le explicó que esos espíritus malignos sueltos en la tierra tenían la misión de encontrar más almas para corroer, de manera que los humanos mismos fueran quienes aceleraran el proceso hacia su propia destrucción. De esa forma el diablo podría llevar más almas para sí cuando todo terminase.
Caliel quiso saber si todo eso estaba próximo a suceder, pero nadie le daba esa respuesta. El arcángel solo dijo que debían estar preparados y que la función de los guardianes en esos momentos era mucho más importante, teniendo en cuenta la cantidad de pecados y vicios a los que estaban expuestos los seres humanos en la actualidad.
El ángel regresó abatido y preocupado. La idea de Elisa dejándose llevar por la maldad del mundo y perdiendo esa alegría, bondad y pureza que la caracterizaban, lo tenía más asustado que cualquier otra cosa. Al verla allí tan plácidamente dormida se sintió seguro; se había preparado durante mucho tiempo para esa misión y no iba a fallar en ella. Nadie haría daño al alma de Elisa. Él no lo permitiría.
Caliel sabía que el cuerpo de los humanos estaba sujeto a potenciales enfermedades, accidentes e incluso la misma muerte, situaciones en las que ellos muchas veces no podían interferir, pero el alma era eterna y al final de la vida en la tierra era juzgada para definir si iría al paraíso o al infierno... y él no permitiría que el alma de Elisa se tornara oscura. Haría lo que fuera para protegerla.
Cerró los ojos e incluso pudo imaginarse abrazando su alma en el cielo, cuando finalmente su vida en la tierra llegara a su fin y él tuviera que acompañarla hasta el paraíso. Sabía que durante un breve periodo de tiempo podría abrazarla y sentirla de la forma en que se sienten los ángeles entre sí. No sería mucho tiempo pues luego él debería volver a cumplir otra misión con otro protegido, pero de algo estaba seguro, no permitiría jamás que el alma de Elisa fuera condenada al fuego eterno.
El ángel observó la habitación aclararse con la luz del sol que ingresaba suavemente por la ventana y supo que Elisa despertaría pronto, también percibió que se sentía mucho mejor, pues había pasado una noche tranquila. De todas formas todo el domingo Elisa prefirió esconderse en su habitación, leer, escuchar música y preparar un trabajo para la escuela.
Y así también pasó el domingo... y entonces llegó el lunes, y cuando Elisa salió para la escuela, supo que las cosas durante el fin de semana habían empeorado. La ciudad estaba en ruinas y los destrozos se contaban en cada esquina. Había negocios destruidos, saqueados, manifestantes enojados acabando con la poca paz que tenían. Podía ver a plena luz del día algunos grupos de personas rompiendo ventanas y extendiendo pánico sin importarles quién los veía o si eran atrapados.
—¿Papá qué sucede? —preguntó consternada al ver tanta destrucción.
Su padre, a su lado, suspiró.
—Las cosas se han salido de los límites, hija. La gente está alterada y asustada, ahora son varias las fábricas que han estado despidiendo funcionarios y los sindicatos han estado aliándose para atacar. El sábado hubo algunas marchas y aunque se pretendía que fueran pacíficas nada terminó bien y acabaron destrozando las empresas y golpeando a cualquiera que hubiera intentado imponerse. La policía debió tomar medidas y salieron muchas personas lastimadas. La verdad es que no sé qué sucederá hoy pues se dicen muchas cosas en las noticias.
Y los rumores se hicieron realidad cuando llegaron a la escuela —que quedaba en el centro mismo de la ciudad— y se dieron cuenta que las calles estaban cerradas. Algunos negocios no habían abierto sus puertas y en la escuela había un cartel que decía que las clases se suspendían para salvaguardar la integridad de los alumnos, por las posibles manifestaciones que se esperaban para ese día.
Elisa asustada observó a Caliel —al tiempo que tomaba su dije— buscando algo que la reconfortara en la paz que su ángel siempre le transmitía, pero él estaba concentrado en observar el exterior y sus facciones también denotaban preocupación y alarma.
—Será mejor que volvamos a casa lo antes posible —terció su padre observando que algunos manifestantes se aglutinaban en una esquina, traían los rostros cubiertos y estaban armados con palos de hierro y madera.
Aquello no sería una manifestación pacífica.
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