** 39 **

De pronto el ambiente alrededor de ellos cambió. Sitael les hizo una seña para que lo siguieran y lo hicieron tomados de la mano. Caminaron por lo que parecía una especie de túnel por el que las paredes iban mostrando escenas acontecidas en la tierra.

—Cuando Dios decidió crear a los hombres, quiso que fueran semejantes a él en su esencia, es decir en el amor. —En ese momento por las paredes fueron pintándose escenas de lo que en la Biblia aparecía como la creación—. Cuando vio a sus criaturas, las amó tanto que les dio el poder sobre todo lo creado. Pero entonces ellos se dejaron llevar por la tentación y traicionaron a Dios con el pecado. Aun así Él siguió dando infinitas oportunidades a los hombres de todos los lugares y de todas las épocas, pero fueron ellos los que decidieron darle la espalda una y otra vez.

Sitael hizo silencio mientras, de una manera que asombraba a Elisa, las imágenes a su paso iban mostrando todo lo que había acontecido en la tierra por siglos y siglos, cosas que ella solo había alcanzado a leer en libros de historia o simplemente a escuchar como parte de la cultura general de su tiempo.

—Existieron personas muy buenas —dijo Sitael mientras algunos hombres y mujeres célebres aparecían en las imágenes que se formaban en las paredes—. Pero otros lastimaron mucho y corroyeron muchas mentes y corazones que arrastraron con sus pensamientos y sus doctrinas —afirmó mientras en la pared de enfrente iban apareciendo más imágenes. A algunas de esas personas Elisa no pudo identificar, pero a otros sí.

—¡Wow! —exclamó la muchacha demasiado asombrada mirando a Caliel. Este le sonrió.

—Cuando el mal se expandió tanto como una enfermedad terminal sobre el corazón de los hombres y mujeres, la tierra ya no tuvo marcha atrás y se condenó a sí misma al resultado que antes vieron —añadió Sitael cuando llegaron a lo que parecía ser el final del túnel.

—Destrucción, muerte, enfermedad, guerra...

—Exacto. Pero Dios no quiere acabar con el mundo, con las personas de buen corazón, con aquellos que guardan sus preceptos, con los seres puros que creó y que ama en profundidad. Y aunque no sean muchos ya, Él considera que uno solo vale la pena. —Elisa sonrió al ser capaz de sentir en su corazón y su mente ese amor tan completo y puro del que hablaba—. Así que el mundo ha pasado por un proceso que podríamos llamar de «purificación» —añadió pensativo—. Y ahora todo deberá empezar de nuevo.

—¿De nuevo?

Caliel se hallaba algo confundido. En ese punto se sentía perdido. Aquello que estaba escuchando era también nuevo para él. Sitael asintió.

—Buscó a los dos seres con el corazón más puro en el cielo y la tierra... y los eligió a ustedes —dijo el serafín sonriendo—. Antes de que ustedes nacieran, la misión ya estaba encaminada.

—¿Cómo? —inquirió el muchacho.

—Tú, por ejemplo, Caliel. Siendo un ángel de la primera jerarquía, pudiendo estar al lado del trono del mismísimo Dios, desde muy pequeño tuviste interés en los seres humanos. No te importó nada más, no hubo ambición en tu alma ni en tu corazón, decidiste renunciar a tu jerarquía por ese amor que te provocaban los seres humanos, por esas sinceras ganas de guiar sus caminos hacia el bien. El día que recibiste el anuncio de que se te había por fin encomendado un ser humano para tu guardia, fuiste plenamente feliz y sentiste amor por esa persona incluso antes de poder siquiera verla. —Elisa sonrió con orgullo al escuchar aquellas palabras que se referían al ser que tanto amaba.

—Bueno... siempre sentí ese llamado en mi interior —dijo Caliel encogiéndose de hombros.

—Y tú, Elisa. Fuiste creada con un corazón puro como todos los demás, pero supiste mantenerlo intacto incluso cuando las dificultades más horribles azotaron tu vida. Es cierto, se te dio el don de poder ver a Caliel para que su presencia en tu vida te ayudara a seguir. Las tentaciones en los tiempos finales que te tocaron vivir eran demasiadas y Dios creyó oportuno que pudieras verlo; que eso ayudaría a tu corazón a no perder la fe, a no salir del camino. Pero también es cierto que Él siempre respetó el libre albedrío en los seres humanos, y durante toda tu vida en la tierra tú pudiste haber cambiado el rumbo de tu destino, y con ello estirar el de la humanidad entera. —Elisa se sobrecogió ante la magnitud de aquella aseveración.

—Eso es un poco... —Negó con la cabeza. Sitael sonrió al ver que era una chica espontánea y con la inocencia grabada en la mirada.

—Dios los puso a prueba —continuó el hombre—. Puso a prueba sus corazones, sus mentes, sus almas. Los hizo transitar por la dificultad para medir la grandeza y pureza del amor que se profesaban y que en algún punto ni siquiera eran capaces de admitirlo. Caliel decidió desobedecer, y aunque eso no es lo que se espera de un ángel, en este caso era lo que esperábamos que hiciera. Según lo que él sabía, iba a morir como ser de luz al decidir desoír las órdenes de los arcángeles, iba a perder su divinidad, sus poderes, su memoria e iba a vagar como un alma en pena a lo largo de toda la eternidad, con el espíritu encerrado en un mundo que iba de mal en peor incluso si tú, Elisa, morías. Él no lo pensó dos veces, renunció a todo por ti, y ya lo dice la Biblia «No hay amor más grande que el que da la vida por los amigos», y Caliel lo hizo sin pensarlo.

—Es que... ella...

Caliel miró a Elisa sin poder continuar y luego la besó en la frente.

—Por curiosidad, Caliel, ¿nunca pensaste que en realidad a los ángeles que desobedecen se los castiga de otra forma? —inquirió—. Lo sabes, el destierro... el infierno... —añadió.

—Sí... pero Galizur me dijo que... yo creía que... —añadió algo asustado.

—Nos dejaron decirte que sucedería otra cosa para darte una manito en la decisión. —Sitael sonrió.

—Yo... igual perdí la memoria un tiempo.

—Lo sé y eso debía suceder, era parte de la prueba. Si ese amor era real, recobrarías la memoria, toda tu esencia surgiría desde adentro. Era necesario que sucediera así para que tú, por tu cuenta, recobraras algunos de tus dones divinos y eso permitiera que ella y tú... Bueno, eso es lo que sigue, no se me adelanten.

—Pero... —Elisa quiso interrumpir pero Sitael la observó y con un gesto para que esperara siguió hablando.

—Las pruebas finales fueron las más duras. Dios quería que Caliel recuperara por sí mismo su memoria para poder probar su corazón, si su amor era real y puro, lo lograría, pues no había desobedecido a la ley principal, el amor. Y así fue, como ya lo ven —dijo mirándolos a ambos—. Y Elisa debía enfrentar la muerte, porque para nacer a la vida nueva hay que morir en el pecado, y aunque el corazón de ella siempre fue puro y bondadoso, el hecho de morir en la tierra, significaba su acercamiento a esta realidad plena, a esta vida eterna.

—Pero, ¿estuve muerta entonces? ¿Estoy muerta? —preguntó Elisa confundida—. En la tierra, digo —añadió confundida.

—De aquí en más las cosas serán distintas. La tierra ya no será lo que era, no quedará nada de lo que ustedes recuerdan, pues todo comenzará de nuevo. Ustedes serán esos dos seres en los que Dios volverá a confiar su creación más preciada: la humanidad, y junto con aquellos que han quedado allí y han demostrado ser dignos de la misericordia de Dios, mezclados con seres celestiales que como Caliel desean formar parte de ese nuevo mundo, volverán a poblar la tierra. Pero esta vez todo será distinto; habrá amor, paz, felicidad y una plena y absoluta consciencia de Dios. Él confía tanto en ustedes que les está dando lo que más ama: su creación.

—Oh... Eso es...

Elisa sintió que las lágrimas se le aglutinaban en los ojos y que no podía contenerlas. Aquello era una misión demasiado grande, demasiado intensa, demasiado importante.

¿Podrían con aquello?

—Ustedes lo eligieron. Eligieron volver a la tierra cuando Él les preguntó, porque sus corazones están tan llenos de amor que al ver aquello en lo que el mundo se convirtió desearon volver para ayudar, y eso llenó de gozo el corazón del creador, por tanto... ahora solo falta lo más importante.

—¿Y eso qué es? —inquirió Caliel asombrado ante la magnitud de la misión que se les encomendaba.

—La unión de las razas ante los ojos de Dios.

—¿Y eso cómo será? —preguntó Elisa sorprendida.

Satiel los tomó de las manos sin responder. Entonces, como si una bruma blanca los envolviera, sintieron sus cuerpos livianos elevándose en el firmamento y minutos después aparecieron parados sobre una superficie blanca y esponjosa que parecía una nube. Estaban solo ellos y al mirarse sus ojos se abrieron en asombro.

—Elisa, Caliel... para llevar a cabo esta tarea deben iniciarla de la manera correcta. Para poder repoblar la tierra, ustedes...

—Lo sé —interrumpió Elisa sintiendo las mejillas calientes. Sabía qué comprendía el hacer crecer la población. Entonces, cuando miró a Caliel, sus ojos se abrieron en comprensión.

«Una unión aprobada por Dios».

Ahí, viendo a Caliel tan apuesto, con sus ojos llenos de asombro y amor, encontrándose frente a frente, comprendió que estaban en esa ceremonia que requería ser llevada a cabo antes de que bajaran a la tierra. Y aunque pensó que la embargarían las dudas por su obvia juventud, lo único que percibió fue certeza bañando su interior. Certeza de que no era pronto, de que era lo que quería, que deseaba pasar el resto de su vida junto a Caliel después de todo lo que habían soportado...

Quería ser su esposa.

—Estás... hermosa —dijo Caliel al ver a su chica vestida con un largo y brillante vestido blanco que parecía tener pequeños brillantes incrustados que brillaban a la luz del sol. Elisa se miró a sí misma sin poder entender cómo es que se había puesto esa ropa. Sin embargo a esas alturas ya nada le parecía imposible.

—Tú estás guapísimo —susurró Elisa mirando de nuevo a Caliel.

Enfundado en lo que parecía un traje imposiblemente blanco, sus enormes y brillantes alas, aquellas que Elisa solo había alcanzado a imaginar, habían aparecido imponentes en su espalda.

Entonces alrededor de la nube en donde se encontraban ellos, empezaron a aparecer seres a quienes ellos conocían, algunos parados en otras nubes, otros sobrevolando el sitio. Los familiares de Caliel, sus amigos, Sitael, Galizur, los padres de Elisa, su abuela... e incluso su mejor amiga Careli. Todos quienes habían sido importantes en su vida, todos quienes eran importantes en el cielo estaban allí.

Desde ahí, a través de la nube en la que estaban parados pudieron ver la tierra, todo parecía hermoso, había árboles, flores, ríos, lagos, animales, aves coloridas y algunas personas vestidas con túnicas de distintos colores observando al cielo.

Hoy la tierra y el cielo están de fiesta. —El sol comenzó a brillar más de lo que podían imaginar y la presencia divina de Dios pudo sentirse muy cercana. Todos se estremecieron ante aquella sensación de energía, amor y plenitud—. Un nuevo origen está a punto de ser escrito por el amor de dos seres de distintas razas. Ante mí y ante la iglesia remanente formada por seres de divinos y humanos que han demostrado la grandeza de sus almas, hoy iniciará la nueva vida; una donde solo el amor reinará por todas partes. Hoy confío en ustedes y les entrego mi creación, y en este mismo momento bendigo el amor que se tienen, los uno en sagrado matrimonio y les regalo felicidad y plenitud. Que así sea.

—Que así sea —repitieron todos.

Caliel y Elisa sintieron como si una energía intensa los tomara por completo y una certeza de que todo estaría bien los inundó. Se acercaron entonces el uno al otro y se observaron a los ojos. Elisa se perdió en la mirada violeta de aquel chico que conocía desde niña y a quien amaba más que a su propia vida. Caliel acarició con suavidad el rostro de su esposa y se acercó para besarla. Juntaron sus labios ante aquel público que comenzó a aplaudir y a festejar inundados por esos sentimientos tan bellos que fluctuaban en el ambiente. Y cuando sus ojos se cerraron para iniciar aquel beso, sintieron cómo fueron descendiendo lentamente como si alguien los colocara con ternura en el suelo.

Cuando separaron sus labios, se vieron allí, en la tierra; un sitio tan bello que parecía un verdadero paraíso, rodeados de aquellos que habían sobrevivido.

Tomados de la mano, la pareja sonrió.

Ahora solo quedaba comenzar de nuevo.

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