** 38 **

Caliel miró durante un tiempo muy largo aquel lugar en donde Dios había estado presente. Minutos, tal vez horas. Puede que incluso días. El tiempo ahí arriba en el cielo no se medía igual que en la tierra, no se sentía igual, pero el dolor —ese vacío que tenía dentro— se sentía del mismo modo sin importar a dónde fuera o dónde estuviera. La pérdida de Elisa era angustiante, pesada sobre su cabeza, hiriente sobre su pecho. Jamás había imaginado que podría llegar a sentirse así.

—Caliel.

El chico parpadeó confundido un par de veces y giró el rostro hacia donde una voz conocida lo llamaba. Recordaba al arcángel frente a él.

—Galizur —susurró.

El ángel mayor sonrió complacido.

—Veo que has recuperado tus recuerdos —apuntó acercándose. Caliel asintió sin despegar sus ojos de él, sin moverse.

—Sí.

—¿Todos?

—Creo que sí. No estoy seguro.

Se relamió los labios sintiendo mucha sed y Galizur le tendió un plato hondo con agua dentro.

—He estado esperándote fuera por un tiempo. Imaginé que estarías sediento —informó.

Caliel aceptó el recipiente gustoso y comenzó a beber con calma. A pesar de que había cerrado los ojos para tomar el agua podía sentir al ángel evaluándolo con curiosidad. Se preguntó a qué había ido a verlo. Si acaso él sabría algo de Elisa, si podría decirle dónde localizarla. Galizur siempre había sido muy sabio y la idea de que pudiera saber algo de la chica le dio una inyección de vitalidad que necesitaba. Se bebió el contenido del tazón en unos cuantos tragos y después le tendió el recipiente vacío haciendo un sonido de satisfacción.

—Gracias.

—No hay de qué.

El arcángel comenzó a caminar hacia las puertas altísimas por las que había entrado algún tiempo atrás y el chico lo alcanzó en un par de zancadas apresuradas. No pensaba dejar que se fuera hasta que no contestara sus dudas.

—Me preguntaba...

—¿Sí?

—Si acaso tú no... Si no sabes de... Mira, hay una chica.

—¿Elisa?

—Sí —respondió Caliel sorprendido.

—¿Quieres saber si ya ha llegado al cielo?

—Uhm...

—¿Y si yo sé en dónde está?

—Bueno...

—Y también quieres que te diga para que puedas ir a verla.

Esto último no fue una pregunta, sino una afirmación a la que Caliel se vio asintiendo impetuoso con la cabeza.

Ambos seguían caminando con un rumbo que el chico desconocía, pero no se detuvo en ningún momento. Era obvio que Galizur sabía de lo que estaba hablando y Caliel no se marcharía de su lado a menos que supiera dónde encontrar a Elisa.

Después de algunos minutos en los que caminaron en silencio —Caliel se imaginó que estaba tratando de recordar algo de Elisa—, Galizur se detuvo de golpe ante una puerta y encaró al muchacho. Escudriñó su rostro por algunos segundos y el estómago del chico se comprimió cuando el arcángel abrió la boca para hablar.

—¿Qué pasaría si te dijera que Elisa nunca llegó al cielo, Caliel? ¿Si te dijera que los demonios se hicieron con su alma y que ahora está en el infierno?

El chico sintió como si un camión le hubiera impactado en el pecho y estuvo a punto de echarse a llorar ante esa posibilidad. El semblante pesaroso que Galizur portaba lo hizo estremecer con miedo, pero entonces recordó lo que Dios le había dicho y supo que aquello no era probable.

No podía decir cómo o por qué, simplemente lo sabía, lo sentía. Elisa estaba ahí arriba. Su certeza era tan clara como el agua, como el cielo en el que se encontraban.

Elevó su barbilla en un gesto que hizo sonreír a Galizur por lo humano que parecía Caliel en ese momento.

—Eso no es posible —dijo con una seguridad tan grande que la sonrisa del arcángel de ensanchó.

—¿Lo dices sin ninguna duda?

—Así es —declaró.

Ante su respuesta, Galizur abrió la puerta frente a la que se habían detenido.

—Tienes razón. Ella está aquí dentro. —Caliel casi lo empujó para pasar cuando el arcángel no hizo amago de retirarse—. Pero por pura curiosidad... ¿qué habrías hecho de ser cierto?

Caliel miró el gesto del ángel frente a él y sonrió. Galizur lo sabía. Debía saber que por Elisa habría viajado por cada uno de los círculos del infierno aunque aquello le hubiera costado su propia vida.

—Habría cumplido mi promesa —dijo con sencillez. No detalló nada más, el brillo de comprensión en los ojos de Galizur le indicó que sabía a lo que se refería.

«Volaría hasta el infierno si fuera necesario».

El arcángel se dio medio vuelta sin decir nada más y dejó a Caliel de pie frente a la puerta abierta. El muchacho lo vio marcharse solo durante un segundo. Luego recordó que del otro lado de la puerta podría encontrar a Elisa y se apresuró a entrar. Un largo pasillo blanco y vacío le dio la bienvenida. Nunca en sus tantos siglos de edad había visto aquel lugar y mientras caminaba por la extensión que parecía nunca terminar, las palmas de las manos comenzaron a sudarle y el corazón —¿el corazón?— a latirle con más prisa.

Elisa estaba del otro lado, podía sentirlo. Era como si de alguna manera sus almas estuvieran conectadas, entrelazadas; como si ellos dos estuvieran unidos por un hilo invisible que los volvía capaces de percibir la presencia del otro. Podía sentir su esencia llenándolo todo al otro lado de la puerta que comenzaba a distinguir. Podía sentir su luz filtrándose y llenando su corazón, derramándose sobre su alma apenada.

Colocó su palma sobre la puerta cuando estuvo frente a ella y empujó. Tuvo que llevar una mano frente a su rostro cuando una luz cegadora se hizo presente. Entonces se desvaneció y Caliel pudo ver con claridad la escena frente a él. No sabía describirlo más que como un prado de nubes. Ante él se extendían hectáreas y hectáreas de nubes blancas y tornasoladas y se unían en el horizonte junto con el resto del cielo. Sin embargo, su atención la captó un pequeño grupo de gente se hallaba congregado a pocos metros frente a él y a la derecha. Justo en medio de aquella pequeña reunión estaba Elisa.

Su protegida, su amiga, su guardiana... Su Elisa.

Ella estaba ahí junto con algunos de sus seres queridos. Su madre, su padre, su amiga y una mujer mayor que suponía era su abuela. Todos estaban ahí con ella, riendo, disfrutando, siendo felices. Y a pesar de que podía ver que Elisa se encontraba contenta, sus ojos no brillaban por completo como él sabía que podían llegar a hacer.

No fue hasta que él dio un paso tentativo hacia delante que la mirada de ella se elevó y sus ojos se engancharon con los de él. Ambos retuvieron el aliento durante un segundo, entonces los ojos de la chica resplandecieron y su sonrisa se tornó imposiblemente grande.

—¡Caliel!

Elisa se puso de pie y pasó entre su padre y su madre antes de echarse a correr con dirección a él. Caliel hizo lo mismo. Comenzó a correr en su dirección sintiendo que el pecho y los ojos le ardían al tiempo que gritaba su nombre. Los pocos metros que los separaban se le antojaron infinitos. No fue hasta que estuvieron a medio metro de distancia y que Elisa saltó para aferrarse a sus hombros y cintura que el dolor en el pecho del chico cesó. No fue hasta que se apretaron en un abrazo que esa parte vacía en su pecho se llenó y apagó el dolor.

Con Elisa así cerquita, se sentía completo.

Sus brazos rodearon con firmeza la cintura de la muchacha y ambos escondieron sus rostros en el cuello del otro. Tenían las respiraciones agitadas y sus latidos acelerados. No querían soltarse por miedo a que fuera un sueño y que la imagen del otro se escapara entre sus dedos. No, no querían separarse. Deseaban quedarse así abrazados, juntos, y saborear de nuevo la alegría y el alivio que les producía saber que el otro estaba bien.

—¿Es esto un sueño? —inquirió Elisa alejándose varios segundos después y palpando el rostro del chico. Él negó sonriendo.

—No. Esta es nuestra realidad.

Se acercó para plantarle un suave beso en los labios y ella apretó sus mejillas en un intento por acercarlo más. Sus cuerpos temblaban completos por el sosiego que les infundía la presencia del otro, como si su mera cercanía fuera un bálsamo para sus corazones.

—Estamos vivos —dijo Elisa echándose hacia atrás. Caliel asintió y ella rio—. Estamos vivos —repitió juntando sus frentes.

Cerraron los ojos intentando absorber todas aquellas emociones descontroladas que tenían en el momento y no escucharon acercarse a los demás.

—Ahora debemos salir de aquí —escucharon que decía el padre de Elisa.

Caliel la bajó hasta que sus pies tocaron el suelo, pero no la soltó; no quería alejarse. Juntaron sus palmas, entrelazaron sus dedos y Elisa se aferró al brazo del chico como si temiera que los separaran otra vez.

Solo cuando vio a su familia sonriendo se permitió relajarse un poco.

Ya había pasado lo peor. Ahora estaban a salvo.

Ahora estaban juntos de nuevo.

—¿Debemos? —preguntó Elisa. El pequeño grupo asintió.

La chica miró hacia Caliel al tiempo que él bajaba la mirada y la buscaba. Cuando sus ojos se encontraron pudieron leer claramente las dudas del otro.

—Hay otro lugar en donde los esperan. —Esa vez fue su abuela quien habló.

El grupo comenzó a caminar hacia la puerta y los muchachos los siguieron un poco rezagados. Ahí todos parecían saber a dónde ir y el par recién llegado estaba perdido a pesar de que había sido el hogar de Caliel durante siglos. Mientras todos avanzaban conocedores del rumbo que seguían, Caliel y Elisa juntaron sus cabezas y comenzaron a hablar en susurros.

—Pensé que no volvería a verte —dijo Elisa—. Cuando desperté en aquel lugar solo... pensé que era un tipo de infierno. Todo silencioso, desierto... Aunque estaba llena de paz. La arena blanca me rodeaba por todas partes y no había ninguna puerta para entrar o salir. Pensé que no volvería a verte —repitió afianzando su agarre sobre el chico.

Caliel frunció el ceño al escucharla y la miró confundido. ¿Había algún lugar así en el cielo? Había escuchado de algunas partes donde... De repente se iluminó.

—¿Estabas rodeada de arena, dices?

—Sí. Y también estaba contenida por un cristal al principio.

Caliel sonrió enternecido al escuchar aquello. Solo conocía un lugar así.

—Estabas en el limbo —dijo—. Aquel lugar donde van los que tienen una segunda oportunidad.

Ahora fue el turno de Elisa para fruncir el ceño.

—Pero pensé que... yo... ¿no morí?

El chico rio al ver su confusión.

—Sí, pero te fue dada otra oportunidad.

—¿Por qué?

Abrió su boca para contestarle, pero entonces el sonido de unas pesadas puertas siendo abiertas los interrumpió. Ni siquiera se había dado cuenta de que se habían detenido.

—¿Dónde estamos? —preguntó Elisa en voz muy baja.

Por la grieta entre las puertas que iban abriéndose comenzó a mostrarse una intensa luz y Caliel volvió a sonreír.

«Siento el amor sincero que la llevó a sacrificarse por ti. Es por eso que merecen ser recompensados».

—Obteniendo nuestra recompensa —respondió.

Dios había cumplido su promesa y ahora solicitaba su presencia de nuevo para... ¿qué? ¿Para qué los requería de vuelta?

Sin decir ni una sola palabra, los demás se retiraron y los dejaron solos de pie ante el Altísimo, quien se acercó hasta que su luz comenzó a calentarles la piel.

Durante algunos segundos se mantuvieron en silencio; Elisa y Caliel con los rostros bajos esperando que sucediera cualquier cosa. Sin embargo —y a pesar de que Caliel había estado ante él poco tiempo atrás— nada los preparó para el poder que su voz irradió al decir:

Elisa. Caliel. Es un orgullo y placer tenerlos frente a mí. —Era inexplicable la sensación que los llenó al escucharlo y sentirlo tan cerca—. Desde hace siglos se ha sabido que una profecía tendría su cumplimiento en los últimos días de la tierra. Se ha sabido que un ángel y una humana serían quienes la llevarían a cabo sin ser conscientes y que solo tenía dos posibles finales: la extinción de la humanidad para siempre o un nuevo inicio para los merecedores.

—¿Cómo?

La voz de Elisa fue como un susurro apenas perceptible en aquel enorme lugar.

El amor, Elisa. El amor es el principio y el fin; es la energía que mueve y la esperanza que activa. El amor es la raíz de todo lo bueno. El amor es poderoso y quienes aman son capaces de lograr cosas grandes. Ustedes por ejemplo. Por su amor desinteresado se le ha dado una segunda oportunidad a la tierra. Por entregar todo sin pedir, por dar sin esperar nada a cambio. Porque su amor pesó más en la balanza que el odio y la maldad. Porque no todo está perdido, aún hay una esperanza de que la situación se enderece.

Elisa vio que Su mano señalaba hacia un lugar detrás de ellos donde las nubes acababan. Parecía un acantilado y por un instante la chica sintió temor.

—No hay nada que temer —susurró Caliel a su lado apretando el agarre sobre sus dedos. Ella lo miró y asintió con tranquilidad.

Caminaron juntos hasta detenerse en el borde de las nubes y miraron hacia abajo, sorprendiéndose al encontrar la Tierra.

La imagen ante ellos se acercó tanto que fueron capaces de distinguir una silueta. Era una niña entre los escombros, mirando asustada a su alrededor. Su pequeña mano estaba rodeada por otra más grande que quedaba enterrada bajo una estructura caída.

—Su madre la amó tanto que dio su vida por ella —supuso Caliel.

Un nudo se les instaló a ambos en la garganta y entonces la escena cambió. Era un hombre mayor que parecía malherido y llevaba a un pequeño entre sus brazos.

Como si de una televisión se tratara comenzaron a pasar imágenes, una tras otra, haciendo doler el corazón de los chicos. Hijos, padres, hermanos, esposos, amigos... Simplemente humanos. Muy pocos. Todos ellos de pie en medio de las ruinas del planeta, mirando a su alrededor con miedo... y esperanza. Con agradecimiento por haber sobrevivido a lo que sea que hubiera ocurrido.

—¿Cómo puede haber pasado tanto en tan poco tiempo? El mundo está destruido —sollozó Elisa impotente. Caliel la abrazó por los hombros.

—El tiempo se mide diferente en el cielo y en la tierra. Lo que aquí son horas, allá pueden ser días, semanas... meses incluso.

Elisa se llevó ambas manos el pecho y cerró los ojos. Le dolía la situación. Le dolía ver que la mayoría de la humanidad se había perdido por ir por el camino incorrecto. Habían decidido ir por el camino más transitado y sencillo que hacer lo correcto aunque no fuera del todo fácil.

Les muestro esto porque ustedes tienen la capacidad de elegir lo que quieren hacer. —La voz sonó a sus espaldas, mas no se giraron. Continuaron contemplando la tierra y la condición en la que se encontraba—. Pueden quedarse aquí y tomar un lugar como seres celestiales... o pueden volver y mostrarle el camino correcto a la Tierra. Ayudarlos a renacer de nuevo, a reconstruir su hogar. Elisa. Caliel. La decisión queda en sus manos.

Se miraron durante un segundo antes de percatarse de que sus pieles se sentían un poco menos cálidas y que el lugar ya no estaba tan iluminado. Giraron en redondo y se dieron cuenta de que Él ya no estaba, sin embargo no estaban solos. Un ángel —¿era un ángel? — estaba de pie frente a ellos sonriendo. Caliel parpadeó confundido y Elisa contuvo el aliento.

—Elisa, Caliel. Es un gusto verlos aquí.

La chica no podía creer lo que sus ojos veían. El hombre que les había ayudado a escapar, al que había visto en televisión, el que les había advertido... estaba ahí de pie a poca distancia de ellos y tres pares de alas decoraban su espalda.

—¿Usted?

—Sí, Elisa.

—P-pero ¿cómo...?

El serafín rio al ver su obvia confusión.

—Fueron encomendados a mí debido a la profecía. Pueden llamarme Sitael. —Hizo una reverencia y Caliel se sintió honrado puesto que sabía que aquel ser era de la más alta jerarquía. Ambos lo imitaron—. Soy responsable de ayudarlos en su decisión. ¿Ya la han tomado?

Los muchachos se miraron entre ellos y asintieron convencidos.

—Sí.

—Queremos volver a la Tierra —dijo Caliel.

La sonrisa de Sitael se ensanchó. No había esperado menos de ellos.

—Será un placer auxiliarlos —expresó satisfecho.

Entonces se dedicó a explicarles en qué consistiría su regreso a la Tierra y a asegurarles que después de todo lo que había pasado, no estarían solos en su tarea nunca más. Los, humanos merecedores, los ángeles y el mismo Dios estarían ahí para ayudarlos a regresar a la Tierra a su perfecta condición inicial.

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