** 34 **
La adrenalina que sus cuerpos producían al sentirse amenazados, en peligro, no era suficiente para alejar por completo el cansancio en sus huesos. Habían pasado días enteros sin comer ni dormir bien, habían estado asustados, en alerta, y aquello les había pasado factura ahora que se veían rodeados por una legión de sombras. Caliel y Elisa estaban abrazados, apoyados sobre una fría pared de piedra, indefensos... y aunque él recordaba muy bien cómo podía defenderse de esos demonios, no pudo evitar sentir miedo al ver la inmensa cantidad que eran. Y miedo era lo primero que debía evitar si quería ganar. Si temía significaba que dudaba, que no tenía fe, y aquello era inaudito en un ángel, por lo que sus dones angelicales se suprimían. Y aunque él no fuera ya un ángel, más temprano había comprobado que algo le quedaba de aquellas habilidades.
—Caliel...
La voz temblorosa de Elisa y el agarre apretado en su cintura lo hicieron reaccionar. Habían perdido la oportunidad de escapar y ponerse juntos a salvo, pero él no dejaría que los atraparan sin antes luchar hasta no poder más. Pelearía hasta el cansancio, hasta desfallecer, hasta morir si era necesario... pero no la dejaría desprotegida.
Depositó un beso en su frente y dejó los labios unos segundos más de los necesarios sobre su piel.
—Tranquila, saldremos de aquí.
Ante aquellas palabras los seres oscuros emitieron al mismo tiempo un sonido que pretendía ser una risa burlona, pero que sonaba más como un grito de auxilio desesperado que erizaba la piel de los muchachos.
—Qué ángel tan ingenuo. —Una voz siseante se burló.
—No es un ángel, ¿dónde están sus alas?
—Es un exiliado —continuaban los demás.
Caliel se removió ante todas aquellas acusaciones y se puso de pie colocando a Elisa tras él para intentar protegerla y esconderla de aquellos ojos vacíos.
—¿Qué quieren de nosotros? —inquirió con valentía.
De repente algunos de esos entes oscuros como humo y con ojos rojos como brasas se congregaron a su alrededor y comenzaron a girar y girar, mareándolo, confundiéndolo mientras siseaban en su oído, opacando su alrededor y robándole el oxígeno que ahora necesitaba para vivir.
—Es fácil —dijo una de las criaturas.
—Queremos tu luz.
—Queremos tu cuerpo y la puerta al cielo.
—Queremos la victoria que nos proporcionarás.
—Queremos nuestra profecía cumplida.
Caliel no sabía con exactitud cuántas eran las sombras que le susurraban al oído, pero todas sonaban igual: peligrosas, amenazantes y sedientas de poder. Sin embargo él no iba a permitir que nada de aquello sucediera. Si estaba en sus manos impedirlo, lo haría, por lo que prometió:
—Primero muerto.
Y tras aquella amenaza los demonios se echaron a reír al unísono. Aullaron burlas en coro mientras Elisa contemplaba todo aún con la espalda recargada en la pared, mientras observaba cómo Caliel parecía ir perdiendo su energía, poco a poco, como si el torbellino negro que tenía lugar a su alrededor comenzara a absorberla.
«Será un placer, ángel».
La voz de uno de aquellos seres resonó dentro de su cabeza y de imprevisto su cráneo comenzó a palpitar, como si una fuerza desmedida ejerciera presión desde dentro intentando romperlo, quebrarlo. Sus manos fueron a sostener su cabeza intentando mantenerla junta mientras hacía una mueca por la agonía. Sentía que iba a explotar en mil pedazos. Eso —aunado a las voces, aullidos y gritos que sonaban al mismo tiempo en su interior— logró que Caliel comenzara a gritar de dolor y cayera de rodillas, sabiendo que probablemente ese sería su fin.
«No olvides que a veces para ganar, antes hay que perder».
Perder... Empezaba a entender que eso era a lo que se había referido la carta. Perdería su vida, ¿no? Pero... ¿qué ganaría? Él tal vez nada. Tal vez solo era un medio para un fin. Tal vez lograría cumplir su cometido y esa sería su ganancia, pero él ya no estaría para verla; se habría ido. No sabía ni siquiera si Elisa saldría ilesa. Sin embargo... algo dentro de él, algo que no conocía, una voz, le decía que no era eso a lo que la carta se había referido. Que luchara, no solo por ellos dos, sino por la humanidad que estaba en juego. Por la esperanza que habían encendido sin saber...
«Caliel... ».
Entre aquella marea de dolor que lo abrumaba cada vez más y que lo cubría desestabilizándolo, haciéndole perder el sentido, pudo oír a lo lejos la voz aterrada de Elisa.
—Caliel...
Parecía estar llorando. Era incapaz de abrir sus ojos para comprobarlo, apenas y podía concentrarse en algo que no fuera aquella tortura, pero sentía su propia angustia irradiando como olas y estrellándose contra él, haciéndolo todo peor. La chica, por su parte, gritaba una y otra vez sin intentar secar las lágrimas que humedecían sus mejillas. Ver a Caliel ahí en medio del remolino de sombras, luciendo indefenso, débil y vulnerable... estaba partiéndole el corazón.
—¡Caliel, por favor! —gritaba desgarrándose la garganta con cada palabra—. ¡Levántate!
Los ruegos afligidos no solo lastimaban su garganta, sino su corazón y su alma. Su cuerpo entero se estremecía con cada respiración, con cada sollozo, con cada segundo que pasaba viendo al muchacho sin moverse. Se sentía impotente, desolada; quería hacer algo para ayudarlo, aunque sabía, no podía hacer mucho. En ese momento pudo escuchar con claridad la voz de los demonios que Caliel había logrado destuir.
«Cuerpos humanos inútiles».
Así era como se sentía en aquel momento: inútil, impotente... débil.
¿Qué iba a hacer ella, una simple humana, contra toda una legión de demonios? Nada... Sin embargo... ella había prometido cuidarlo. Ahora que él estaba desprovisto de dones divinos, ella se había jurado protegerlo, dar su vida por su bienestar si era necesario... así que, con piernas temblorosas, se puso de pie y a todo pulmón gritó:
—¡Déjenlo en paz!
Sin ser consciente de que con la determinación que acababa de tomar, Elisa resplandecía atrayendo así al mal. Su corazón puro, su alma impoluta, sus sentimientos sinceros, todo eso logró que la legión de demonios olvidara por un segundo a Caliel y se concentrara en ella. Dejaron de girar, de burlarse, y cientos de ojos encendidos como fuego se fijaron en ella.
—Déjenlo —repitió sintiendo que las rodillas le fallarían en cualquier instante. Miró a Caliel pálido e inconsciente tumbado sobre el suelo, respirando con dificultad, e intentó armarse de valor. Tomó una profunda respiración y entonces elevó la barbilla sintiendo que las lágrimas se le secaban sobre el rostro —. Yo tomaré su lugar, pero a él no lo lastimen más.
Sentía que el corazón se le saldría del pecho mientras un eterno par de segundos se alargaba sin respuesta, pero entonces, como una masa espesa, todos aquellos seres dejaron de lado a Caliel y se acercaron a ella.
—Dos razas distintas —siseó una voz haciendo referencia a la profecía que Elisa desconocía por completo—. La contraparte.
«La otra cara de la moneda».
Elisa cubrió sus oídos asustada cuando aquella voz sonó en su cabeza, no obstante todo se quedó quieto. Ninguno de aquellos entes hizo amago de acercarse o mostró signo de haberla escuchado, por lo que aprovechó y se acercó a Caliel, que seguía tumbado en el suelo. Había comenzado a quejarse levemente y movió la cabeza apenas hacia un lado, pero sus ojos permanecieron cerrados.
—Elisa —llamó en un susurró cuando la sintió acariciarle el rostro. Ella sonrió al tiempo que dos lágrimas resbalaban y caían sobre los labios del muchacho—. Aquí estoy, no voy a ningún lado —aseguró. Se inclinó para depositar un beso tembloroso en su boca y las sombras alrededor miraron temerosas cómo la luz que los rodeaba aumentaba su fulgor.
Ya no les quedaba ninguna duda. Aquellos eran a quienes habían esperado durante mucho tiempo, siglos, milenios incluso. Esos muchachos —ese ángel rebelde y esa humana— eran de quienes tanto habían temido por siglos, pero también serían quienes les llevarían a la victoria en el cielo.
Caliel suspiró abriendo los ojos en pequeñas rendijas y observó a Elisa, quien no le quitaba los ojos de encima.
—¿Estás bien? —quiso saber la chica.
—¿Y tú?
—Lo estoy solo si tú lo estás. —Colocó la palma de su mano sobre los dedos que ella tenía posados sobre su rostro e intentó sonreír—. ¿Estás bien, Elisa?
La chica asintió.
—Sí —dijo con voz temblorosa.
Entonces Caliel intentó incorporarse, como si hubiera recuperado una parte de sus fuerzas, y en ese momento sintieron que la oscuridad volvía a cubrirlos. Cuando Elisa miró por encima de su hombro se dio cuenta de que las sombras habían salido del estupor que la revelación —esa donde se daban cuenta de que aquella humana era capaz de destruirlos también— les había provocado y ahora se acercaban, ya no burlones, sino decididos a acabar con ella. El amor que estos dos se prodigaban era muy poderoso, y si ellos sabían manipularlo, la llave a las puertas del cielo les sería entregada. El ángel era vital para que aquel plan funcionara, pero por otra parte, Elisa... ella no podía quedarse.
A ella no podían dejarla con vida.
Se abalanzaron con prisa sobre ella antes de que ninguno de los dos pudieran verlo venir y Caliel saltó sobre sus pies al tiempo que Elisa era arrastrada lejos, hasta quedar presionada contra la pared. Una mano, una soga, algo que ella no sabía qué era, comenzó a cerrarse alrededor de su cuello cortándole el suministro de aire a sus pulmones y logrando que comenzara a boquear en un intento por respirar. Sus pies habían dejado de tocar el suelo por los que los agitaba sin parar, mientras sus manos intentaban sin éxito liberar esa presión sobre su cuello. Se rasgaba la piel con las uñas en un intento por romper aquella soga incorpórea y entonces, cuando comenzó a ver los bordes de su visión negros, el agarre se soltó solo un poco y una sombra se materializó frente a ella, sonriendo con sus afilados colmillos pestilentes y amarillentos.
—¿Cuáles son tus últimas palabras, humana? —preguntó aquella escalofriante criatura. Elisa simplemente continuó boqueando sin emitir ninguna palabra—. ¿Nada? ¿No deseas decirle nada a tu amado antes de que acabemos contigo? —cuestionó en tono de burla.
Elisa sintió que le brotaban lágrimas de los ojos e intentó sin éxito pronunciar el nombre del chico que amaba.
«Caliel».
Las tibias gotas bajaron sobre sus mejillas mientras lo llamaba en sus pensamientos, mientras las energías poco a poco la abandonaban y sus fuerzas se extinguían.
—C-ca... liel...
El demonio frente a ella comenzó a girar sin parar hasta volverse nada más que una delgada columna que ingresó por su boca y viajó por su sistema ennegreciendo todo, matando su vitalidad, volviéndolo inútil...
Caliel por su parte estaba en el centro del lugar con las manos encendidas con una luz que hería a las criaturas que se le acercaban en un intento por acabar con él. Había descubierto que si les golpeaba en el centro de lo que sería su pecho, justo encima donde un débil brillo carmesí resaltaba, las criaturas emitían un chillido y desaparecían frente a sus ojos.
Quería buscar a Elisa con la mirada y asegurarse de que se encontraba bien, pero sabía que si se distraía tan solo una milésima de segundo, podría costarle la vida. Así que durante largos minutos continuó luchando contra aquellos demonios que parecían multiplicarse por tres cada que acababa con uno. El sudor le corría por las sienes y los músculos le quemaban, sin embargo no pararía. No podía parar, no hasta saber que ambos estarían a salvo, pero entonces, mientras pensaba que ahora sí morirían ambos ahí, Caliel pudo localizar por el rabillo de su ojo un brillo alto en el cielo.
Al principio pensó que quizá sería una estrella fugaz, pero cuanto más tiempo pasaba, esa luz iba agrandándose y expandiéndose. Y mientras seguía con el combate, se dio cuenta de que más estrellas, destellos o luces seguían a la primera...
El suelo tembló cuando el primero de los ángeles que venían en su ayuda aterrizó a su lado. Caliel lo observó con asombro. Al parecer los refuerzos llegaban... y aquello hizo que se llenara de alivio.
Durante una fracción de segundo la batalla se pausó —todos estaban asombrados por la llegada del enorme ángel con dos pares de alas doradas— pero entonces, como si los demonios hubieras tomado a Caliel como un peligro menor, lo dejaron en paz y se lanzaron contra el recién llegado.
Caliel aprovechó aquella distracción para tomar aire y entonces un sonido llamó su atención. Se giró sobre sus pies y con ojos ansiosos y desesperados escaneó la oscura extensión del lugar hasta que encontró a Elisa. Su determinación cayó y el aire escapó de sus pulmones al verla tumbada inmóvil sobre el suelo.
—Elisa... —El sonido de la batalla librándose tras él era solo un telón de fondo para la angustia que se instaló en su pecho al ver a la chica que amaba tumbada sobre su costado, con las manos estiradas hacia él como si hubiera intentado alcanzarlo.
Caliel sintió que los ojos le ardían y dio un paso hacia ella sintiendo que algo dentro de él explotaría. Entonces la chica emitió un quejido y no pudo evitar llenarse de esperanzas.
—¡Elisa! —gritó corriendo hacia ella. El miedo y la alegría libraban una batalla en su interior; miedo por verla tumbada y herida, pero alegría al comprobar que seguía viva, sin embargo fue el miedo quien ganó al final cuando llegó a su lado y arrodillándose comprobó que el pulso de Elisa apenas y se notaba.
Su corazón latía débil y su respiración era trabajosa, y cuando Caliel tomó su cabeza para colocarla sobre sus muslos, ella tosió y un hilo de sangre manchó sus labios y barbilla. Abrió apenas los ojos cuando sintió las manos temblorosas de Caliel retirarle un mechón de cabello de su frente sudorosa. Los ojos se les llenaron a ambos de lágrimas; a Elisa de alivio, por poder ver una última vez a Caliel, y al chico porque la muchacha parecía no poder más. Cada respiración que tomaba hacía sonar sus pulmones como si estuvieran defectuosos y Elisa supo que aquel demonio había vuelto un caos su interior.
—Caliel...
—Shhh, no hables —pidió él con la voz ahogada al ver el trabajo que le costaba a Elisa pronunciar su nombre—. Descansa un momento, recupera tus fuerzas. —Sonrió fugazmente sintiendo que la barbilla le vibraba y un par de gotas cayeron desde su rostro hasta la nariz de Elisa, quien cerró los ojos—. No, ábrelos, Elisa. Abre tus ojitos, ¿sí? Solo... aguanta un poco. Nuestros refuerzos han llegado.
Miró con rapidez por encima de su hombro y encontró a los demonios intentando alcanzarlos, pero viendo sus esfuerzos truncados por el ejército de ángeles que iba llegando a protegerlos, a socorrerlos.
—Aguanta solo un poco más, ¿sí? —pidió volviendo su vista a ella. Las lágrimas de Elisa corrían por sus sienes mientras le mostraba una pequeña sonrisa.
—Caliel, solo...
—No digas nada, Elisa.
—Por favor —suspiró. Hizo una mueca de dolor cuando aspiró profundo y a continuación, con mucho trabajo, elevó su mano para acariciar el rostro consternado del muchacho—. No dejes que la oscuridad se trague mi alma.
Caliel sollozó al sentir la despedida y sacudió la cabeza con ímpetu al tiempo que cubría la mano con la suya más grande.
—Jamás. Volaría hasta el infierno si fuera necesario para recuperarla.
Acarició el rostro de Elisa, quien intentó sonreír y dejó escapar otro sollozo cuando la chica bajó su mano y la colocó sobre su vientre.
—Quiero que sepas... que te amo.
—Y yo a ti, Elisa.
—Te amo... como una mujer ama a un hombre. —Cerró los ojos y exhaló con pesadez antes de volver a elevar sus párpados con dificultad. Caliel siguió lamentándose mientras veía su piel tornarse grisácea, como si la oscuridad estuviera en su interior y absorbiera toda su luz y vitalidad—. Como ángel, como humano... como tú, seas como seas... te amo —aseguró—. Gracias... por todo.
—No me hagas esto, Elisa.
—Te amo... mi Chispita —dijo con el esbozo de una sonrisa.
Entonces los ojos vidriosos de Elisa perdieron todo brillo y el golpeteo débil de su pecho cesó. Un último aliento salió de entre sus labios y, al mismo tiempo, el sonido de la batalla detrás de ellos se apagó.
—¿Elisa? —Caliel colocó su mano sobre el rostro de la chica e intentó hacerla reaccionar—. Elisa... ¡Elisa, por favor! ¡Despierta! ¡No me dejes! —suplicó en gritos.
Palmeó la mejilla de la muchacha una y otra vez, pero fue inútil; el alma de la chica ya había abandonado su cuerpo.
Con brazos temblorosos rodeó los hombros de Elisa y la atrajo contra su cuerpo para mecerla a continuación mientras enterraba su rostro en el hueco de su cuello. La cabeza de ella colgaba hacia atrás, su mirada vacía quedó fija en el cielo estrellado... El grito de dolor que nació en el pecho de Caliel y le rasgó la garganta resonó en la oscuridad.
Y como si en las alturas también sintieran su pérdida el cielo se abrió, y las nubes, imitando los ojos del muchacho, comenzaron a llorar.
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