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En medio de la oscuridad que azotaba a la tierra entera, una luz brilló en el cielo. Fue tan intensa a pesar de ser fugaz que todos los habitantes celestiales pudieron verla. De inmediato y entre rumores de incertidumbre, los arcángeles fueron llamados a una asamblea.

Todos hablaban de aquella profecía, todos sabían que esa luz solo podía significar algo: esperanza.

Sin embargo, aquello aún no significaba victoria.

Un rato después todo el cielo se organizó en ejércitos, así como ellos sabían que aún quedaba esperanzas para la humanidad, también las sombras lo sabrían. Debían actuar rápido, ya no solo se trataba de problemas terrenales que el mismo hombre había creado, sino de algo mucho más grande, mucho más importante. La batalla final entre el mal y el bien había iniciado.

Ejércitos de ángeles y arcángeles fueron llamados y enviados a custodiar a ese par de seres en los cuales vivía la semilla de un mañana para todos. Las órdenes fueron claras, debían buscarlos y protegerlos, sin embargo, no había que interferir. Ellos debían demostrar que eran, harían y sentían aquello que se esperaba de ellos. Solo así la humanidad podría subsistir.

Mientras tanto en la tierra, Elisa y Caliel caminaban a oscuras y en silencio. Elisa se sentía agotada, no tenían alimento ni agua y no había dormido en días. Sentía que estaba al límite de sus fuerzas y que en cualquier momento desfallecería. Caliel seguía confundido, había recordado absolutamente todo: quién había sido y lo que había sucedido. Había sido capaz de leer toda la carta.

Sabía que nada sucedía porque sí y también que todos los seres vivos tenían una misión en el mundo. Sin embargo, la misión que según la carta se les había entregado a ellos era demasiado grande, demasiado intensa, demasiado trascendental. No sabía qué le tocaría vivir, no tenía la certeza de que lograrían sobrellevar las pruebas, ni siquiera sabía qué debería hacer, decir o cómo actuar. Solo era consciente de que tenía una gran misión, y eso asustaba. No eran solo él y ella, era la humanidad entera, y él, por momentos, no se sentía capaz de afrontar todo aquello.

Había podido luchar contra esas sombras, había recuperado parte de su fuerza angelical, sin embargo ¿cómo haría para luchar si eran muchos más que él? ¿Cuál era el límite de su fuerza? ¿Qué había de su inmortalidad? ¿Qué sucedería si no lo lograban?

Aquellas preguntas lo agobiaban y le generaban una sensación de angustia. Además, el cuerpo todavía le dolía. Había demostrado tener más fuerza que un ser humano normal, sin embargo era un humano y como tal no solo había experimentado las cosas buenas de los seres humanos, sino que en poco tiempo había tenido una dosis intensa de aquello que hubiera preferido nunca experimentar: el miedo, la angustia, la ansiedad, la incertidumbre... el dolor.

—¡Caliel! ¡Mira! —Elisa señaló con su dedo y el chico siguió con la mirada, era un muro alto de ladrillos grandes—. Es una iglesia —continuó la muchacha—, o mejor dicho, lo que queda de ella.

—¿Una iglesia aquí? ¿En el medio de la nada? —inquirió Caliel.

—Sí, alguna vez fue un convento de claustro, pero en uno de los terremotos hace unos años sufrió grandes destrozos y lo abandonaron por no poder arreglarlo. Creo que es un sitio seguro para descansar —afirmó.

Caliel estuvo de acuerdo, no percibía malas energías alrededor de ese sitio. Se acercó e hizo una señal a Elisa para que lo esperara Tocó el muro, observó por dentro y supo que allí podrían descansar un rato. La verdad es que había perdido gran parte de su capacidad para detectar el mal y a las sombras, pero aún le quedaba algo. Quizá ya no podría reconocer cuando estuvieran muy lejos, pero era capaz de detectar el olor a muerte de las sombras y los demonios cuando estaban cerca, eso lo había aprendido luego de la experiencia anterior. Todavía se estaba acostumbrando a su nuevo cuerpo y a sus nuevas sensaciones.

Hizo un gesto a Elisa para que pasaran y así lo hicieron. El sitio estaba frío, las piedras que formaban la pared estaban llenas de humedad y moho, eso le confería al sitio un halo de misterio y temor. Aun así, estar allí en ese momento era mejor que quedar a la intemperie.

Caminaron en medio de la construcción en ruinas, había muros altos y en algunos sitios piedras caídas o partes del techo completamente desaparecidos. Daba la sensación de que en cualquier momento algo caería encima de ellos. Llegaron a donde estaba el altar y observaron que la mesa amplia era de piedra maciza y estaba intacta. Caliel le señaló a Elisa para que se metieran debajo, allí podrían guarecerse del frío y protegerse por si acaso algo del techo colapsara.

Caliel recostó su espalda por la fría piedra y abrazó a Elisa atrayéndola hacia sí para darle calor, ella temblaba y se abrazaba a sí misma, estaba en un estado de shock creado por el cansancio extremo, el temor y probablemente la incertidumbre.

—Duerme, Elisa, necesitas descansar. Yo cuidaré de ti —susurró el chico en su oído. Ella se estremeció pegándose mucho más a él.

—Tú también necesitas dormir —musitó.

—No tengo sueño, debo pensar en muchas cosas. Tú duerme por favor.

No hizo falta mucho más. Su voz, su aliento cálido sobre su rostro, su mano acariciando su espalda y su brazo rodeándola hicieron que Elisa se sintiera cómoda, protegida y segura. Y el cansancio hizo su parte, en segundos había caído laxa en sus brazos. El muchacho sonrió con ternura al escucharla murmurar su nombre adormilada.

—¿Caliel?

—Dime.

—Te amo, ¿sabes?

Entonces suspiró y se dejó vencer por el cansancio. Caliel sonrió al oír aquello, le había dado calma. Levantó la vista y observó el sitio donde antes habría estado alguna imagen o probablemente un crucifijo.

Suspiró. Sentía temor, angustia, miedo a no poder cumplir esa misión que le parecía tan grande. Entonces recordó la frase que últimamente había sido como su talismán. Debía dejar de temer y confiar en el amor. Pensó entonces en su vida en el cielo, en cómo allí nadie sabía del miedo, de la incertidumbre, de la muerte; eso era porque tenían fe y esperanza, porque amaban puramente y no daban lugar a nada que no fuera bueno, que no fuera perfecto. Se preguntó por qué los seres humanos eran tan distintos en ese sentido, teniendo las mismas posibilidades de ir hacia el bien y los buenos sentimientos, ellos estaban llenos de temores, de preocupaciones, de miedos, de angustias... no eran capaces de ver lo bueno, sino lo malo de las cosas.

Los había estudiado toda su vida, había estudiado sobre sus comportamientos, sus sensaciones, sus maneras de afrontar los sentimientos, de buscar a Dios... y había creído entenderlos. Había creído que sabía lo suficiente de ellos, sin embargo apenas se convirtió en uno supo que no sabía nada en realidad. Ser un humano era mucho más difícil de lo que había pensado. Su mente humana le mostraba a cada segundo las mil y un cosas que podían salir mal y eso es lo que le hacía temer, eso es lo que le hacía dudar, eso es lo que le generaba la ansiedad que terminaba en el miedo.

¿Por qué no podía confiar ciegamente como antes, cuando era un ángel? Confiar en el amor divino, en que todo saldría bien y que el bien era más fuerte que el mal. ¿Por qué ahora que su mente tenía algo de humano ya no podía guardar su positivismo y esperanza?

Miró a Elisa que descansaba en su hombro. Era tan hermosa, tan perfecta incluso así cansada, delgada por los varios días sin una comida decente, con algunas heridas en la piel causada por la oscuridad y el bosque. Aun así era hermosa, era perfecta. Caliel observó sus labios, esos que había besado ya en varias ocasiones. Deseó volver a hacerlo y no solo una sino mil veces más. Deseó abrazarla, protegerla, salvarla.

Entonces lo entendió. Todos sus sentimientos como ángel y como humano convergían en un solo punto: su amor hacia Elisa. Ella había sido su motor desde que le fue encomendada la protección de su alma, la había amado desde ese instante y ese amor fue creciendo a medida que sus lazos se hicieron reales, a medida que ella podía verlo y tratarlo como si fueran iguales. Y sí, en cierta forma lo eran, en la carta lo decía, ella era una humana con corazón de ángel.

Elisa no tenía maldad en su interior, era una chica llena de luz, siempre cargada de esperanzas incluso cuando el mundo conspiraba en su contra y tenía miedo. Elisa era el amor para él, representaba el cielo y a la vez la tierra y le había hecho experimentar toda la gama de sensaciones que se viven en ambos sitios: el amor, la esperanza y la eternidad del cielo él lo encontraba en Elisa; el temor, la preocupación, la angustia que le generaba el no poder protegerla como debería, era su parte terrenal... junto con esas emociones que también sentía por ella. El amor puro que surgía de su alma de ángel y el amor tangible que surgía de su cuerpo de humano.

Caliel sonrió al verse por primera vez a sí mismo entendiendo esos procesos biológicos que cuando leía sus manuales le parecían tan sin sentido. Su cuerpo no quería separarse de ella, su alma no quería perder la de ella, su corazón hacía rato le pertenecía.

Por un instante una ráfaga de esperanza iluminó su pecho. Dios no hacía nada porque sí, todo tenía siempre un motivo. Por años se había preguntado por qué Elisa podía verlo, ahora tenía la respuesta; todo eso tenía que suceder para que el amor que sentían fuera mucho más grande que el cielo y que la tierra.

En ese momento el alma de Caliel dejó los pensamientos negativos de lado para enfocarse en los positivos. Estaban juntos, habían pasado ya miles de obstáculos, desde la muerte de la madre de Elisa, hasta la huida y la pelea con los demonios, desde el accidente en el que ella había empezado a verlo hasta que él la olvidó cuando renunció a ser ángel por ella. Incluso la incertidumbre que duró los primeros días tenía sentido, ya que si no hubiera pasado por eso no habría entendido la complejidad del ser humano. Todo eso tenía que ser por algo, no podía ser en vano.

El agotamiento comenzó a ganar a su cuerpo. Besó a Elisa en la frente y la contempló durmiendo.

—Yo también te amo, Elisa. Y te amaré eternamente.

Así el mundo acabara ese día, así la muerte los encontrara dormidos, así el sol nunca volviera a salir, Caliel la amaría por siempre, porque su existencia entera solo tenía un sentido y ese sentido era ella.

Caliel cerró sus ojos y se perdió en el sueño que aquel sitio calmo y seguro les prodigaba por un momento. Un momento que duró mucho menos de lo que hubieran esperado.

Esa luz que vieron los ángeles también la habían visto las sombras y solo podía significar una cosa. Aquella profecía que esperaban con ansias hablaba de un ángel en cuerpo de humano. Si uno de ellos lograra poseer ese cuerpo, su espíritu maligno se mezclaría con la chispa divina del alma del ángel. Tres especies en una sola fusión que solo darían al mal ese poder tan supremo que deseaban. El demonio que lograra poseer a Caliel tendría durante ese instante algo de humano y algo de divino, con esos tres poderes, pronto podría finalmente y luego de tanto siglos, acabar no solo con la tierra, sino también con el cielo. Así que mientras Caliel y Elisa dormían, las sombras y los ángeles los buscaban por todo el mundo. Algunos para salvar a la pareja y otros, para acabar con ellos.

Un sonido intenso hizo que tanto como Caliel y Elisa se sobresaltaran, una piedra había caído del techo justo en medio del altar y lo había partido en dos. La piedra rozó la cabeza de los chicos solo por dos centímetros. Ambos se observaron en shock, adormilados, asustados, confusos... Entonces Elisa sintió el frío colarse por su piel y Caliel olió el hedor putrefacto de las sombras mucho más intenso que antes. Se voltearon en busca de una salida... pero ya era tarde para escapar.

Estaban rodeados.

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