** 32 **
El hombre no vio venir a Caliel, por lo que se tambaleó hacia atrás cuando este le atestó un golpe en la mandíbula con todas sus fuerzas y su mano soltó la muñeca de Elisa, que no tardó en correr hacia el muchacho y pararse a su lado temblorosa. No había imaginado que nada de aquello pasaría.
—¿Estás bien? —cuestionó él mirándola de reojo. Ella asintió sin despegar la vista de la mujer que ayudaba a su marido a ponerse de pie.
Estaba confundida y asustada. Ver aquellas cuencas negras y vacías en donde se suponía que debían estar los ojos de esas personas era aterrador. El miedo hacía que la piel se le erizara y su corazón galopara con fuerza. Estaba abrazada al antebrazo de Caliel sin saber qué hacer. Sin embargo, cuando ambos vieron que la pareja se acercaba sonriente a ellos, Caliel la colocó tras de sí.
—No te muevas, Elisa. Saldremos pronto de aquí.
Elisa miró su perfil tenso, concentrado, y encontró de nuevo en ese chico al ángel que le había jurado protegerla siempre. Sonrió apenas rememorando aquellas palabras, pero su sonrisa se borró al verlo dar un paso adelante para enfrentarse a aquella... criatura. Un humano definitivamente no era.
—Vaya, eres fuerte para ser un ángel inútil —dijo el hombre. Sonrió mostrando una dentadura afilada y Elisa sintió que un hueco se abría en su estómago. Recordó lo que hombre que les había ayudado dijo que sucedería cuando Caliel comenzara a recuperar su memoria.
«Los espíritus malignos que han sido liberados en la tierra intentarán hallarlo para poseerlo».
Aquellas personas frente a ellos no eran totalmente humanos. Estaban poseídos... y venían por Caliel.
«No dejes que los demonios tomen a Caliel».
—¿Crees que puedes contra nosotros, muchacho? Somos dos y tú... solo uno.
Elisa sintió que era una enorme tontería lo que iba a hacer, pero de igual manera dio un paso enfrente, elevó la barbilla y cuando tuvo la atención de los poseídos dijo con firmeza:
—Somos dos.
Había prometido cuidarlo y así sería aunque aquello la llevara a su misma muerte. No le interesó que la pareja estallara en carcajadas y que el chico la observara temeroso, como si fuera a romperse en mil pedazos. Ella se plantó ahí, a su lado, y apretó los puños listas para un combate físico si era necesario, aunque sabía que las llevaba de perder. Aquellas criaturas —los tres— contaban con fuerza sobrenatural, y ella solo era una humana común y corriente.
«Una humana con corazón de ángel».
Caliel oyó esas palabras en su mente al ver a Elisa a su lado con las rodillas temblorosas y fuego en la mirada. Algo dentro de su pecho se incendió y, justo cuando el par de demonios se acercaba, un recuerdo destelló en su mente. Una conversación que habían tenido algún tiempo atrás.
—Daría mi alma porque estuvieras a salvo si fuera necesario.
—¿Es posible que un ángel entregue su alma? —había preguntado ella curiosa. Y después de pensarlo unos segundos, él había dicho:
—En realidad no lo sé... Pero de ser posible, lo haría sin dudarlo.
Sintió esa misma certeza rodear su corazón, cubrirlo y llenarlo.
Él era capaz de ir hasta el mismo infierno antes de dejar que Elisa peligrara. Era por esa misma razón que había renunciado a su divinidad. Era por eso... que había dejado de ser un ángel. Por amor. Por amor a Elisa.
Cuando avanzó hacia el hombre que deseaba golpearlo, los puños de Caliel se iluminaron y al conectar un golpe en la sien del hombre este volvió a caer hacia atrás.
—¡Cuerpos de humanos inútiles! —masculló el hombre mirándose a sí mismo, aún en el suelo, con asco—. Solo entorpecen.
La mujer a su lado asintió señalando su pierna, la cual arrastraba en cada paso que daba.
—Deberíamos dejarlos... y poseer otros más jóvenes. —El brillo maligno en los ojos de la mujer al ver a Elisa fue suficiente para saber qué deseaban saber, pero nada los preparó para ver cómo el cuerpo de la mujer comenzaba a temblar sin control y unos gritos escalofriantes llenaban el lugar.
Fueron solo un par de segundos —los más largos que hubieran vivido nunca—, porque poco después el cuerpo inerte estaba tendido sin vida en el suelo y una sombra con olor putrefacto se alzaba sobre todos.
«Es mía».
La voz siniestra resonó dentro de la cabeza de los muchachos y Elisa dio un paso hacia atrás.
—¡Corre, Elisa!
La chica no se permitió pensarlo dos veces. Giró sobre sus pies y se lanzó por el pasillo hacia la entrada y Caliel, detrás de ella, vio cómo sus extremidades se iluminaban y le permitían tomar aquella sombra que, de otra manera, se le hubiera escapado entre los dedos al ser incorpórea. Los tres seres se sorprendieron al ver lo que había logrado.
—No puede ser —masculló el demonio en cuerpo de hombre.
Caliel sonrió satisfecho al ver que la suerte estaba de su lado, su miedo desapareció... y recordó. Recordó todas aquellas lecciones que había visto en el cielo acerca de enfrentar y vencer a los malos espíritus, y no tardó en poner en práctica aquellos conocimientos.
Elisa ya había cruzado la puerta y llevaba recorridos varios metros cuando se le ocurrió mirar por encima de su hombro. El cielo estaba oscuro pero, inexplicablemente, el sendero frente a ella y su alrededor se había iluminado de repente, al igual que la casa de la que huía. De ella salía una luz demasiado brillante por las ventanas y las grietas en las paredes, como si un sol se hubiera encendido dentro de ella y necesitara extender su fulgor en cada rincón.
Elisa tuvo que entrecerrar los ojos y colocar una mano abierta frente a su rostro dado que la intensa luz lastimaba su vista y entonces, mientras trataba de enfocar la escena frente a ella, una fuerza, como un viento intenso acompañando la luz, la hizo tropezar y caer hacia atrás mientras un estruendo rompía los cristales. La potencia de aquella ventisca hizo vibrar su cuerpo y un calor la alcanzó abrasando su piel. La chica no pudo más que observar horrorizada cómo, tras aquel incidente, la luz que segundos antes hacía parecer la noche día, se apagaba y dejaba la casa en silencio y la más profunda oscuridad.
—¡Caliel!
Elisa se incorporó lo más rápido posible y salió corriendo al edificio rogando porque su amigo estuviera bien. Aquel suceso no podía haberlo lastimado, no... Él tenía que estar bien. No podía perderlo.
Cruzó en pocos segundos la distancia que la separaba de la puerta principal y entonces lo vio. A Caliel. Estaba tumbado en medio de la sala, un círculo limpio alrededor de él, y lo demás... negro. Unas siluetas se dibujaban sobre las paredes, como la impresión de unos cuerpos que hubieran sido desintegrados, pero no había nadie más. La pareja ya no estaba, y Caliel...
Un quejido saliendo de él hizo sonreír a Elisa, quien se encontraba a punto de echarse a llorar. Se acercó a él, se acuclilló a su lado y lo giró para que quedara recostado sobre su espalda. Él no tardó mucho en abrir los ojos y al verlo, hizo una mueca que intentaba ser una sonrisa.
—Hola. —Un gesto de dolor cruzó su rostro, pero entonces se recompuso y volvió a sonreír. Elisa rio aliviada al tiempo que un par de lágrimas escapaban de sus ojos.
—¿Estás bien? —preguntó pasándole la mano por el rostro sudoroso.
—Sí.
—Entonces no vuelvas a asustarme así. —Le dio una ligera palmada en el hombro y se arrepintió de inmediato al ver que él se quejaba—. ¿Te duele?
—Nada más todo el cuerpo —intentó bromear.
Elisa le pasó una mano por el cabello que se le adhería a la piel las mejillas calidad, y sin poder soportarlo más, agachó el rostro para plantarle un suave y tembloroso beso.
—Por un segundo pensé que te había perdido —confesó en un susurro.
Caliel elevó su mano con esfuerzo y acarició la mejilla de la chica para tranquilizarla.
—Nunca, Elisa. No me perderás nunca.
Se quedaron un largo momento ahí en el suelo, abrazados, aliviados de estar bien, vivos, juntos. Pero después de varios minutos decidieron que debían emprender el viaje en busca de un nuevo refugio. No se sentían seguros ahí a la intemperie, podían escuchar helicópteros sobrevolándolos e imaginaban que eran del ejército preparándose para defenderse y atacar. Además, las sombras... Estas podían seguir acechándolos sin que se dieran cuenta.
Se tomaron de la mano para seguir con su viaje, pero entonces Caliel se detuvo y buscó el papel que había cargado durante todo el viaje. Tenía los bordes algo quemados, pero el resto estaba intacto, y cuando lo abrió, se sorprendió al ver una larga carta escrita.
«Caliel:
Si eres capaz de leer esta carta es porque estás listo para continuar, solo espero que cuando eso suceda aún nos quede algo de tiempo. Me imagino que tienes muchas preguntas en tu mente, lastimosamente no tengo el tiempo necesario para poder explicártelas todas.
Lo que debes saber es que el mundo espera por ustedes y nuestro futuro está en sus manos. Hablo del futuro de la humanidad y de los ángeles, hablo de la tierra y del cielo. Existe una profecía, Caliel; una que habla del fin y del inicio, una que habla de dos razas distintas salvando a la humanidad, una que habla de ti y de Elisa como esperanza para todos.
Sé que te sientes confundido, que no se suponía que las cosas fueran así, pero recuerda que no existen las casualidades y todo sucede por y para algo. Eres un ángel con cuerpo de humano y ella una humana con corazón de ángel. Manténganse juntos. No dejen que las sombras ensucien sus caminos, no decaigan aunque piensen que ya no hay nada por hacer. No se dejen engañar por los sencillos, el maligno intentará tentarlos; el hambre, el cansancio y la sed los confundirán. No confíen, el mal se esconde tras la máscara del bien
He guardado este secreto por años, he sido el encargado de cuidar la profecía, pero ahora ya lo sabes, todo está listo para el final y ya no quedan más días de los que pueden ser contados con los dedos de una sola mano. No teman, Caliel, no pierdan la fe, el final puede ser solo el inicio y cuando más oscura esté la noche, más cerca estará por salir el sol. Pero no olvides que a veces, para ganar, antes hay que perder.
"No hay temor en el amor, sino que el amor perfecto expulsa el temor, porque el temor mira el castigo; quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amemos, porque él nos amó primero"».
Miró a Elisa luego de terminar de leer y al ver su semblante curioso entendió todo. Todo lo que habían pasado, todo lo que había sucedido, tomó un significado diferente bajo la luz de la verdad.
—¿Todo bien?
Caliel asintió con lentitud al ver la preocupación de la muchacha y sonrió. Lo suyo era un asunto más grande que ellos mismos. Lo suyo era una esperanza, la ilusión de un nuevo comienzo, y aunque las cosas no estuvieran bien por ahora, lo estarían; aunque faltara un largo camino por recorrer, llegarían a su destino.
—Todo perfecto —contestó.
Tomó su mano, haló de ella y entonces continuaron con esa aventura que los llevaría a cumplir el deber que tenían.
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