** 31 **

En ese momento el sonido de un trueno pareció remover todo el sitio. Si era una tormenta lo que se avecinaba, era una demasiado fuerte, demasiado fea.

—No podemos salir así, Elisa. El tiempo está peligroso, tú misma dijiste que no podríamos lograrlo. Debes tranquilizarte, tenemos que pensar, no podemos actuar de manera impulsiva —dijo Caliel logrando transmitir en su voz una calma que Elisa no sentía desde hacía mucho tiempo.

La chica asintió después de algunos segundos se pensarlo.

—Está bien, pero cuando mejore el clima debemos pensar en algunas alternativas.

Caliel estuvo de acuerdo y se separaron. La muchacha volvió a escuchar la radio mientras él caminaba por el lugar observando los libros que allí había. Debía encontrar una respuesta en alguno, algo que le dijera qué hacer. Tomó entonces un enorme libro en sus manos, una Biblia antigua con hojas muy finas y bordes dorados en las puntas. Con el libro en mano se acercó a la ventana y se sentó frente a ella en una butaca, desde allí observó a Elisa concentrada intentando que la radio no perdiera la inestable señal que había conseguido. Estaba obsesionada con saber qué sucedía en el mundo cuando Caliel pensaba que eso no era lo importante en ese momento, al menos no para ellos.

Miró al cielo y elevó una oración mentalmente, si alguna vez había sido un ángel necesitaba una respuesta, una ayuda divina, una salida. Abrió el libro y dejó que sus ojos lo guiaran hasta la lectura.

«El quinto ángel derramó su copa sobre el trono de la bestia y el reino de la bestia quedó sumido en la oscuridad. La gente se mordía la lengua de dolor y, por causa de sus padecimientos y de sus llagas, maldecían al Dios del cielo, pero no se arrepintieron de sus malas obras».

Aquellas palabras resonaron en su interior y volvió a mirar afuera. No había rastros de tormenta alguna, no había lluvia ni rayos ni nada más que oscuridad. Una tan profunda que daba sensación de desesperanza, de agobio, de angustia.

Elisa seguía escuchando las noticias —o lo que podía— pues a cada rato se perdía la señal y necesitaba mover la antena para recuperarla. Nada era alentador, el mundo estaba sumido en un caos completo, muerte, enfermedades, desolación, guerra, terremotos. Entonces el locutor mencionó la fecha y la mente de Elisa vagó hasta el día de la muerte de su madre, habían pasado pocos días pero todo aquello había quedado tan atrás, su vida, sus padres, su casa, todo parecía haber sucedido hacía años. Contó entonces mentalmente los días que hacía que estaban allí y de repente cayó en cuenta de que esa era el séptimo día desde que habían llegado a esa casa. Volvió a contar sus dedos para cerciorarse y llegó a la misma conclusión. Era difícil mantener la cuenta cuando todos los días eran tan iguales, pero era así. Ya hacía una semana que habían llegado a la casa. Recordó entonces las indicaciones que el anciano había dejado en aquel papel:

«Quédense aquí hasta que Caliel recupere su memoria, tienen siete días antes de que los encuentren. En la madrugada del séptimo día deberán salir antes del amanecer, si Caliel ya ha recobrado sus recuerdos para entonces tendrán mayores posibilidades. Anden con cuidado, por ningún motivo permitas que las sombras los encuentren».

Observó a Caliel perdido en sus pensamientos mirando a la oscuridad del exterior. Aún no había recuperado todos sus recuerdos, lo que significaba que tendrían menos posibilidades según el escrito de anciano. Además, no tenía idea de a dónde irían. Afuera estaba oscuro, peligroso y por si eso fuera poco el anciano le recomendaba que las sombras no los encontraran.

¿Cómo podían escapar de las sombras cuando iban a ciegas entre las tinieblas?

—Caliel, debemos salir de aquí —dijo Elisa llamando la atención del muchacho.

—No podemos, Elisa. Afuera está oscuro y se siente peligroso.

—Debemos salir esta madrugada, Caliel. No estamos a salvo acá. —Caliel la miró con el ceño fruncido. ¿No estaban a salvo allí adentro pero sí allá afuera? Elisa se levantó y buscó aquel viejo papel pasándoselo a Caliel—. Toma, léelo.

Caliel observó la advertencia y cayó en cuenta de que era cierto, se cumplía el plazo y allí decía que debían salir. No sabía de qué sombras hablaba ese papel ni tampoco por qué estaba su nombre allí, sin embargo, la caligrafía le pareció muy singular, era la misma que la de la carta que solo él podía leer. Miró a Elisa para preguntarle quién le había dado aquello pero supo que ella no respondería así que no lo intentó. Al voltear el papel, leyó una profecía, frunció el ceño porque aquello le recordaba a algo que le parecía muy lejano, tanto que ni siquiera podía afirmar que lo había vivido o era simplemente su imaginación.

El principio del fin. Las ciudades perderán el control, la gente se sublevará, ya no habrá paz y ningún sitio será seguro... En algunos países serán guerras, en otros enfermedades, en algunos sitios habrá catástrofes naturales. Todo se irá dando al mismo tiempo y en todo el mundo. —Caliel se vio a sí mismo conversando con ese hombre que solía estar a lado de la madre de Elisa—. Ya no queda mucho tiempo, Caliel...

¿Cómo lo sabes?

Porque así es como las antiguas leyendas angelicales predecían que sucedería —susurró Aniel como si alguien pudiera oírlos.

Recordó ese momento y seguidamente se vio a sí mismo en un sitio muy blanco, tanto que no se entendía donde terminaba el horizonte. Era muy joven aún y se respiraba paz, calma y alegría por doquier. Observó a dos ancianos hablando.

—¿De verdad crees que él sea el ángel elegido? —Caliel sintió que se referían a él pero no prestó atención, siguió jugueteando por allí—. Ni siquiera es un guardián.

Lo será, ya lo verás...

Entonces recordó ese instante, cuando no sabía nada sobre los guardianes, él era un ángel de la primera jerarquía. Sin embargo, cuando escuchó esa palabra le llamó la atención y fue a buscar información, así fue como empezó a estudiar e investigar sobre los humanos y su interés fue creciendo tanto que decidió convertirse en guardián. Pero la pregunta que luego de recordar aquello le surgía era: ¿por qué ese hombre que parecía ser un anciano ángel pensaba que él era el elegido? ¿El elegido para qué?

—¿Estás bien? —preguntó Elisa dándose cuenta de que se había perdido en sus pensamientos. Lo hacía comúnmente y ella creía que buscaba en sus recuerdos. Sin embargo, no quedaba mucho tiempo, debían buscar provisiones, preparar linternas y algo de ropa o mantas. Tenían que salir de allí.

—Sí... está bien, no sé a dónde vamos a ir, pero vamos —dijo Caliel. Al pronunciar esas palabras sintió que con ella iría hasta donde fuera necesario.

—Debemos prepararnos, llevar lo necesario —anunció la muchacha y Caliel asintió. Elisa sintió que el miedo se colaba por sus huesos, pero no era momento de ser cobarde. Debía salir de allí e intentar mantenerlos a ambos a salvo hasta que Caliel recordara todo.

Se volteó para ir en busca de lo que necesitarían para el viaje y Caliel colocó una de sus manos en el hombro de la muchacha para detenerla. Ella se giró a verlo y él le sonrió.

—No tengas miedo —susurró acercándose—. Estamos juntos, pase lo que pase, Elisa.

—Lo sé, y es lo único que me mantiene en pie, Caliel. Si tú caes yo caigo —dijo abrazándose al chico y sintiendo que este le rodeaba con los brazos.

—Estaremos bien, ya lo verás —dijo para darle ánimos y percibió que un sentimiento profundo y cálido inundaba su corazón. Ese sentimiento intenso lo llenaba de esperanzas y de ganas de salir adelante incluso a pesar del temor, de la oscuridad, de la adversidad. Y las palabras se repitieron de nuevo en su mente: «No hay temor en el amor».

Se quedaron allí por unos minutos, dejándose abrazar por la calma que les prodigaba la cercanía de sus cuerpos, robándose uno que otro beso para sentirse vivos, para recobrar las esperanzas, para tomar fuerzas. Entonces, luego de un rato, fueron por las provisiones y después de cargar las bolsas con lo que pensaron podrían necesitar, se recostaron uno al lado del otro a dormir por unas horas. Esperaban levantarse antes del amanecer pero necesitaban descansar un poco, no sabían cuándo volverían a hacerlo.

Despertaron unas horas después sin saber qué momento del día era, la oscuridad no permitía entender los cambios horarios pero el silencio era abrumador. Salieron de la casa sintiendo una angustia perforando sus pechos, estar allí ya era suficientemente tenebroso, pero salir a caminar por el bosque en medio de la oscuridad, lo era mucho más. Ninguno de los dos tenía la certeza de que hacían lo correcto, pero decidieron creer en ese trozo de papel y tomados de las manos caminaron, caminaron y caminaron.

Tomaban algunos descansos, un poco de agua, algo de comida e intentaban dormir por turnos. Sin embargo nada sucedía, la oscuridad y el silencio eran tan penetrantes que incluso parecían poder oír los latidos de sus propios corazones. No hablaban e intentaban encender las linternas lo menos posible. La mente de Elisa giraba en círculos imaginando cosas horribles, como si animales peligrosos fueran a salir en cualquier momento para acabar con ellos, pero no había vida en ningún sitio, ni siquiera los árboles parecían ya mover sus hojas. Todo estaba muerto y se podía percibir la muerte en el ambiente.

Largo rato después de haber iniciado la caminata —dos días o quizás tres, o quién sabe cuántos— ambos observaron una pequeña luz titilando en el horizonte. Estaba lejana pero se veía más poderosa debido a la temible oscuridad. Ni el sol ni la luna ni las estrellas aparecían ya tras las espesas nubes.

—¡Vayamos! —dijo Elisa y Caliel lo dudó. No le parecía algo normal que hubieran luces en medio del bosque en un momento como ese.

—No lo sé, Elisa...

—Necesitamos ir, las provisiones se acabarán en cualquier momento, Caliel. Sin agua ni comida no sobreviviremos —insistió.

—Bien, nos acercaremos cautelosamente, ¿está bien? Y veremos si es posible conseguir algo por allí.

Asintió sabiendo que tenía razón.

Unos metros después, la pequeña choza se alzaba en medio de la oscuridad con un solo foco en su interior. Elisa sintió un escalofrío al ver lo descuidada que se encontraba la casa, sin embargo debían intentarlo, debían recargar las provisiones. Quizás aquello también era obra del anciano que al parecer lo había pensado todo.

Ambos se acercaron a la puerta y Caliel se detuvo al oler un aroma putrefacto.

—¿Hueles eso? —inquirió en un susurro.

—¿Qué? No —dijo Elisa quien aspiró profundo pero no pudo percibir nada.

—No me gusta este sitio —murmuró el chico que no podía explicar la sensación de malestar que tenía en todo el cuerpo.

—¿Hola?

Un hombre de unos cuarenta años, de contextura fuerte, piel clara y cabellos negros y grasientos abrió la puerta de golpe.

—Ho... hola —saludó Elisa con temor. El hombre los miró a ambos y Caliel sintió un horrible apretón en el pecho cuando sus ojos se cruzaron con los ojos negros y penetrantes de aquel campesino.

—¿Desean algo? —inquirió intentando sin mucho éxito sonar amigable.

—Solo estábamos... —dijo Elisa buscando las palabras pero no las halló, la situación era por demás extraña.

—Déjalos que pasen —habló desde adentro una mujer. Pronto se acercó al hombre con dificultad —parecía renguear— y les sonrió. Tendría la edad del campesino y se veía corpulenta y desaseada, sin embargo su mirada era menos intimidante—. ¿Están perdidos? ¿Desean comer algo?

—No, tenemos que irnos —dijo Caliel cuando aquella sensación se intensificó en su pecho.

—Pero pasen un rato, pueden comer algo. Acabo de hacer un guisado. Estas zonas son muy peligrosas justo ahora debido a la guerra que empieza y sería bueno que descansaran aquí un rato para poder seguir su camino por la mañana —insistió la mujer con tono y gesto amigable. Elisa sintió que tenía razón, quizá no era el mejor sitio y ellos no parecían muy sofisticados, pero estaban agotados y necesitaban provisiones.

—Podríamos descansar un rato —sugirió Elisa mirando a Caliel.

El chico lo dudó pero entonces vio hacia el interior, un niño jugaba con un camión de madera cerca de la chimenea. El cansancio que sentía lo hizo dudar. Quizá podían, solo un rato. Después de todo no eran más que una pareja de campesinos con su hijo pequeño.

Asintió y la pareja los dejó pasar. Cenaron con ellos y luego les mostraron la habitación del pequeño, diciéndoles que allí podrían pasar la noche. Elisa se acostó en la cama agradeciendo poder dormir sobre un colchón luego de tantos días y cerró inmediatamente los ojos. Caliel sin embargo no podía concentrarse, el aroma pestilente que despedía ese sitio le impedía conciliar el sueño.

Sacó de su bolsillo la carta y la observó. Había algo nuevo que antes no había leído:

«No dejen que las sombras ensucien sus caminos, no decaigan aunque piensen que ya no hay nada por hacer. No se dejen engañar por los sencillos, el maligno intentará tentarlos; el hambre, el cansancio y la sed los confundirán. No confíen, el mal se esconde tras la máscara del bien».

Caliel cerró los ojos entendiendo que se habían equivocado. Se odió a sí mismo por no haber leído esa parte antes, probablemente había aparecido cuando recobró algunos recuerdos. Estaban en peligro, debían salir de allí lo antes posible.

—Elisa... Elisa, despierta —le susurró.

—Déjame dormir, por favor.

—Debemos irnos de aquí, ahora —dijo intentando movilizarla. Tenían que ser silenciosos y salir sin que los notaran.

—¿Qué? ¿Por qué? —inquirió la muchacha abriendo los ojos desorientada.

—¿Confías en mí? —preguntó Caliel sin querer darle demasiadas explicaciones. No había tiempo y el olor a podrido crecía provocándole intensas náuseas.

—Sí, pero...

—Solo sígueme.

Él se levantó, Elisa lo siguió y juntos salieron de la habitación. Buscaron sus cosas pero no las encontraron.

—¿Qué hacemos? No podemos seguir así, sin nada —susurró.

—Vamos, vamos, salgamos de aquí —dijo Caliel al no poder aguantar más ese sitio.

—¿A dónde creen que van? —preguntó entonces el hombre que apareció atrás de ellos. Caliel sintió el hedor y se sostuvo el estómago.

—Debemos irnos —dijo Elisa con temor. Algo en la mirada de aquel campesino la inquietaba.

—No es necesario, aquí están muy bien —respondió el hombre acercándose mucho a Elisa. Su voz tomó una tonalidad muy gruesa mientras todo su globo ocular se teñía de negro.

—Elisa, ¡corre! —dijo Caliel pero el hombre tomó a Elisa por la muñeca—. ¡Suéltala!

—¡Déjeme! —forcejeó en vano Elisa. La mujer apareció riendo tras el hombre y observó despectiva a Caliel, tenía la misma mirada oscura que su compañero.

—¿Qué se siente ya no tener poderes para defenderla, Caliel? —se burló la mujer—. ¡Mátalos! Necesitamos sus cuerpos —zanjó entonces.

Caliel sintió que aquellas palabras le inyectaban a su cuerpo una fuerza desmedida que no sabía que tenía. No, no podían matar a Elisa, no lo permitiría. Cerró fuerte los puños y se acercó con rapidez.

—¡Que la sueltes! —rugió justo antes de lanzarse contra ellos.

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